La magnitud de la derrota: ¿es el inicio del ocaso o el amanecer de una nueva era?
El Barcelona venció al Madrid en el Bernabéu en una goleada que muestra la mano de Flick. Ancelotti no encontró antídoto al plan trazado por el técnico teutón y su equipo fue derrotado
Ancelotti, dirigiendo durante el Clásico. (Europa Press/Rubén Albarrán)
Solo se construye desde las cenizas. No hay otra manera. Estos dos últimos meses han sido en el Madrid, un ceremonial inverso. La destrucción minuciosa de todo lo erigido los últimos 15 años. Un viaje en el tiempo hasta llegar al 2008. Al 2-6. Cada época de cambio en el Real comienza con una goleada blaugrana. Un momento donde los jugadores del Barça acampan en las praderas del Bernabéu, como chavales candorosos que matan al dragón con mañas infantiles, imaginativas y solidarias. Un grupo unido con un espíritu superior contra un montón de estrellas amontonadas con ganas de subir a su Instagram la última moda en zapatillas.
Así fue entonces y así ha sido este sábado. Hay muchas pequeñas y grandes diferencias y hay muchas pequeñas y grandes semejanzas. La diferencia mayor es que Messi no está. Leo era lo que querías que le pasase a tus enemigos. En su lugar hay otro canterano, Lamine, niño viejo que ha abierto el libro del fútbol por la mitad y que se desliza sobre patines por el campo. Pero aunque porte una katana, que es su pegada, no tiene ese regusto morboso de arma definitiva, que mantuvo siempre el argentino. Solo con estar allí, las murallas se derrumbaban. Pero Messi ya no existe.
En el Barça hay un plan arriesgado y bien aprendido, que entronca con los caminos del fútbol de siempre; y un montón de futbolistas que lo llevan bien sabido de casa. Quizás sea un momento de cambio en el fútbol. La Selección Española, padre fundacional de este Barça (como ya pasó en el 2008), ganó la Eurocopa con cierta facilidad. Y los pequeños, con Fermín a la cabeza, ganaron el oro olímpico contra Francia, una buena selección llena de físico, ritmo y desborde y con los mismos problemas para pensar los partidos desde dentro que tiene el Madrid.
De hecho, Francia ha sido el gran caladero del Madrid los últimos años y ha sido vencida las dos últimas veces por La Roja. Eso es un aviso. Y el Madrid tiene que levantar las orejas ante ese aviso, no se puede quedar fuera de los caminos del fútbol. Se quedó fuera en el 2004 (donde habitaba también una suite en lo más alto) y duró la agonía hasta el 2011. En aquel 2-6, el madrid también tenía jugadores jóvenes, pero no se encontraban sobre el campo, no formaban pequeñas asociaciones ni había más plan de juego que la agonía. La diferencia con aquel tiempo es que entonces el Barça tenía la estructura y el alma y también al mejor futbolista, y ahora el mejor futbolista está en el Madrid. Eso es un mundo. Y una esperanza, desde luego.
Yamal mostró su fútbol en el Bernabéu. (Europa Press)
La falta de plan del Madrid
Quizás el club blanco ha vencido más de lo que debía los últimos años. La última Champions se ganó con esa fuerza telúrica del club que Ancelotti supo impregnar en el conjunto. Solidaridad absoluta y un sacrificio que llevaba al equipo a las puertas del martirio. Eso provocaba una densidad absoluta en cada jugador como si cada uno supiera que la salvación estuviera encerrada en un gesto. Así, Lunin se convirtió en guardián infranqueable contra el City. Y así, un hombre común como Joselu, fue el héroe de una semifinal a cara de perro contra el Bayern. Mientras Rodrygo tejía con sus pequeñas manos una constelación, Vinícius nunca fallaba por más que tuviera detrás a todos los perros aullando. Era un milagro tras otro cimentado en una fuerza moral que solo tiene el madrid. Pero había fútbol. Entendido como un ritmo, como un saber estar sobre el campo, como un dominio del escenario con el balón en los pies. Y ese fútbol lo ponía Kroos y a ratos, Carvajal. Nadie más. Bellingham nunca supo auparse a ese carro y todos creíamos que le faltaba una temporada de cocción. Bellingham era el del pespunte, ahora es el de la nada. El que se tambalea y cae, justo en el momento en que las cámaras le enfocan.
Había fútbol y ya no lo hay. Ese es un misterio muy simple que no hace falta desvelar. Todos lo sabían, pero hasta que las cosas no se hacen carne y explotan ante nuestros ojos, nunca se hace lo correcto. Así es el mundo y así debe ser.
Kroos era el espíritu antiguo que sostenía el entramado de la creación. Antes del alemán fue Benzema. Y antes de Benzema había un medio campo con nombres tan grandes que no se pueden decir en alto. Pero ahora es ahora, y ya no está kroos y en su lugar no hay nadie. En su lugar está Mbppáe que rompió el equilibrio imposible y echó al equipo al baúl de los lugares comunes. Lo que a ratos los ignorantes dicen sobre el Madrid: "Bah, un equipillo de estrellas que hacen cada uno la guerra por su cuenta". Pues eso fue el Madrid en la segunda parte contra el Barça. Media hora durante la que encajó cuatro goles como cuatro soles y en la que el espejismo se derrumbó.
Mbappé completó un partido para olvidar. (Reuters/Vincent West)
La tristeza de Mbappé
Kylian, lleva toda la temporada ausente del juego del equipo. No es suficientemente bueno para eso. En la historia del madrid solo se recuerda una figura que hiciese la guerra por su cuenta, y es Ronaldo el brasileño. No se ganó mucho con él, pero durante un par de temporadas, convirtió en oro cualquier bisutería que llegase en ataque. Mbappé, el sábado, se casó con el fuera de juego una y otra vez, como esas actrices del Holywood antiguo que paseaban a sus amantes derrotados con un gin-tonic en la mano. Eso es no estar en el juego, solo vivir para el instante del gol, y eso el francés, no se lo puede permitir.
El jugador galó marcó dos goles. En los dos estaba en fuera de juego y lo sabía. En esos goles definió como le hemos visto otras veces, hace años. En el resto de unos contra uno, y fueron varios, le pudo el miedo, no quería estar ahí, se quitó los balones de encima con un ademán de jugador menor.
Conocemos esa sensación, vimos crecer y morir a Higuaín en los campos de sangre del Bernabéu. Criamos a Morata en nuestros pechos y ahora anda por el mundo entrando y saliendo de su tristeza particular. Mbappé tiene a su espíritu aprisionado en una cajita de galletas que se le dibuja con malicia en la cara. Cara de pasmo, de ironía, de desgracia, de no entender eso tan fácil que es la vida.
Vinícius tuvo otra vez bronca con Gavi. (Europa Press)
Una brújula para Ancelotti
Se tiene que arreglar consigo mismo, si es que puede, pero para eso debe entrar en ese túnel de viento que es el sacrificio. Debe estar en el juego, vibrar con él y entenderse con Vinícius. Lo otro ya llegará. O no. Pero desde la pasividad sólo se accede al tormento. Y a los pitos. Que pueden ser fenomenales y quizás le sirvan para salir de su pasmo, de su distancia.
En la primera parte del encuentro contra el Barça, el Real estuvo tenso y severo, como en los grandes momentos. Todo parecía funcionar, pero había algo que faltaba en el centro de las cosas. No había fútbol. Nadie posaba la pelota y razonaba con ella. Eran pases en largo hacia nuestros delanteros y pases al lateral para que pusiera pases interiores para nuestros galgos. Un plan sencillo puede ser eficaz pero este no era un plan sencillo, era un plan automático. Ante la ausencia de ideas, se tiraba de una táctica bien pensada pero que al final de la primera parte no había conseguido nada.
No era la forma de actuar de Ancelotti, desde luego, pero Carlo necesita de jugadores muy técnicos y que sepan construir caminos de virtud con el balón en los pies. Siempre ha dado libertad en ataque y ha atado muy sólidamente la defensa. Ese es su plan con cientos de matices. Pero este equipo tiene una ausencia en su puesto de mando que hace imposible que Carletto se imponga con su libro eterno de jerarquías de hierro y táctica libérrima.
Lamine supera a Camavinga. (Europa Press)
La efectividad del centro del campo
Sobresalieron en esa primera parte, Tchouaméni y Camavinga. El pequeño ejército colonial francés, que sin necesidad de pensar (porque el madrid apenas tenía la pelota), soldaron muy bien las fracturas entre el medio campo y el área blanca, impidiendo a los barcelonistas que consolidaran su juego en campo rival.
Los franceses son jugadores-modelo, por los que el madrid ha apostado. Muy físicos, polivalentes y con técnica aseada. En el caso de Camavinga, algo más que eso. Su pierna izquierda ya ha dominado grandes escenarios. Estos jugadores son un poco como los NBA de última hornada. Hombres altos y elásticos que juegan en varios puestos siendo buenos en todos y genios en ninguno. Pero ha sido Jokic, lo contrario a ellos, el que ha sometido los últimos años. Esos jugadores solo pueden ser auténticos ganadores en contextos muy particulares.
Siendo una solución concreta incrustada para un problema mayor, como lo fue Camavinga en la Champions de las remontadas; o bien con entrenadores inyectados de furia, tácticos y repetitivos como aquel Chelsea de Tuchel a lomos de Kanté.
Como discurso convierten a un equipo en lo que ha sido la última Francia. Un grupo difícil de ganar, duro y competitivo, pero feo en las formas, rústico en su plan y que tiende a caerse en el momento decisivo, porque nadie sabe parar, nadie pulsa la tecla del silencio, esa donde Modric se encuentra como en el salón de su casa y sin la que las Champions del Madrid, serían imposibles.
De Jong cambió el rumbo del Barça. (Europa Press)
La salida de De Jong
Llegó la segunda parte y todo cayó en el olvido. Entraron Olmo y De Jong y fue el barça combinativo de siempre. Al otro lado estaba un Madrid sin Tchuaméni que era quien guardaba las compuertas y donde sólo Modric era capaz de no perderse en el campo y era el único capaz de poner balones sibilinos para que los delanteros los fallaran. Fue un madrid paródico como siempre que el Barça golea en el Bernabéu, sin espíritu colectivo, sin sacrificio. Quizás por eso Ancelotti repite esas palabras en cada rueda de prensa. Pareció un ocaso galáctico, pero sin la técnica misteriosa que tenían los galácticos. Son galgos y nadie los pone a echar a correr excepto Luka, pero Luka ya no pertenece al reino de los vivos y deberíamos tener cuidado incluso cuando pronunciemos su nombre.
Cayeron los goles y fueron pocos. El Madrid era una banda en proceso de descomposición y el Barça fue creciendo hasta llegar al último minuto surfeando lo más alto de su ola. Eso ya se había oteado justo antes del partido, cuando los jugadores blaugrana se juntaron para hacer piña, mientras los madridistas andaban cada uno en su zona aislados entre sí, algo ausentes, sin hilos que los unieran a una causa común más allá de la victoria.
Ahora, los nombres:
Ancelotti: quitó a Camavinga, el mejor del Madrid, el apoyo en la tormenta, por esas cuestiones jerárquicas que le dan la vida. Eso era determinante en otros tiempos, pero se ha convertido en un problema en este nuevo horizonte que se abre tras el derrumbe. Carlo, como Zidane, necesita jerarquías y las de ahora son de pega. Nadie manda en el campo ni en el vestuario, solo hay estrellas intocables por su gran retorno económico en redes sociales. Y en el banquillo, esperan dos soluciones: Güler y Endrick, que ya han demostrado que pueden poner a bailar a un país entero. Pero pedirle eso a Carletto es como pedirle al océano que sea humilde; una contradicción en términos.
Bellingham: la mayor decepción del Madrid y su mayor problema. Es un llegador y quizás un mediapunta en un equipo de transiciones. Corre mucho a contrapelo del juego y nadie le encuentra en el campo porque él es el primero que se pierde. El sábado parecía un torero en su última tarde. Siempre cansado, cayéndose continuamente, sin claridad y jamás pisando zonas centrales, quizás porque empieza a sentir en su interior, el síndrome del impostor.
Modric: salió Modric y hubo una ocasión de gol. El Madrid no tiene un cerebro, nadie que riegue los jardines y es imposible jugar siempre al ida y vuelta de parvulitos, así que Luka va a estar sobre el campo hasta que el campo se lo trague.
Modric salió, pero no cambió el guion del partido. (EFE/Rodrigo Jiménez)
El nivel de Mendy
Mbappé: sus definiciones fueron hijas del miedo. Ya ha recuperado su físico y su velocidad sigue intacta, no así esa cosa difícil de definir que era como una relajación majestuosa. La del felino acercándose a la presa. Ahora es rígido y su cuerpo repele los balones como si fuera de acero. Ese pequeño cambio lo tiene desconcertado pero sigue gozando de cinco ocasiones por partido. Es un delantero, un profesional. Quizás algún día meta esas ocasiones cuando las necesite el equipo, mientras tanto todo el madridismo lo verá como a un ente ajeno. Una estrella de otra galaxia que aquí se tropieza con los muebles. Lo peor de su venida es que todo ese aparataje de gran figura mundial, ha vuelto al club y a ese carruaje se han subido Viniciius y Bellingham. Un carruaje fúnebre, hay que recordar vistos los antecedentes.
Militao: sigue intimidando cuando el equipo está junto, pero en el momento en que las líneas se separan, sus decisiones son atroces, como si viviera de las rentas o se le hubiera olvidado algo en el año en el que estuvo lesionado. No encima a los delanteros y tampoco tiene la capacidad física para quitarles el balón cuando lo hace. Tiene miedo a romperse si lleva al límite a su cuerpo y siendo un central de los elásticos, no de los que tienen roca en el estómago, al jugar sin desgarro se hace insustancial y sufre una pesadilla ante los delanteros grandes y que conocen su posición, como Lewandoski.
Mendy: defensa superdotado que no entiende el fútbol, Kroos le daba sentido y sin él, parece un zurdo que siempre le da con la diestra o un actor mudo en tiempos del sonoro. Una catástrofe muy divertida.
Valverde: agotado, quizás sea el que único que puede mover el balón con criterio, pero necesita una frescura que ahora no tiene. Está en el umbral de la lesión.
No fue el mejor partido de Valverde. (Reuters/Marcelo del Pozo)
Vinícius: es el mejor jugador del mundo. Alguien que hace las cosas que los niños sueñan antes de acostarse. No estuvo bien contra el Barça quizás por su exhibición del martes que le llenó de flores y metáforas, la otra forma de enterrar a un futbolista. Mbappé y él se ignoran como algunos amantes despechados, pero la refundación del equipo, estará en que formalicen su relación y se encuentren sobre el césped.
Esta plantilla no es un lienzo en blanco. No se puede partir desde cero. Quizás este año sea un valle y eso estaría bien. Un valle lleno de cadáveres donde los vivos anden entre los muertos. Y al final, cuando mayo llame a las puertas, ya sabremos quien debe quedarse y quienes son aquellos que no fueron llamados. El Barça de Flick ya ha eclosionado y eso acelerará los cambios en el Madrid. De momento hace falta un lateral derecho, un central (que saque el balón) y un mediocampista de los que salen en las películas. Alguien que se parezca más a James Stewart que a John Wayne.
También hace falta eso tan fantástico que dicen por ahí: una razón, una idea de juego. Que no todo sea devenir. Posar la pelota y encariñarse con ella. En caso contrario, habría que darle la razón a ese importante político caído en desgracia. Ese que decía que la culpa de todo era del neoliberalismo.
Solo se construye desde las cenizas. No hay otra manera. Estos dos últimos meses han sido en el Madrid, un ceremonial inverso. La destrucción minuciosa de todo lo erigido los últimos 15 años. Un viaje en el tiempo hasta llegar al 2008. Al 2-6. Cada época de cambio en el Real comienza con una goleada blaugrana. Un momento donde los jugadores del Barça acampan en las praderas del Bernabéu, como chavales candorosos que matan al dragón con mañas infantiles, imaginativas y solidarias. Un grupo unido con un espíritu superior contra un montón de estrellas amontonadas con ganas de subir a su Instagram la última moda en zapatillas.