Carvajal, el Hombre Átomo que se adueñó de la banda del Real Madrid durante una década
El capitán del Real Madrid supo ganarse al Santiago Bernabéu con un fútbol veloz, cargado de corazón y con una determinación enorme. Su gol en la final de la Champions League contra el Dortmund es inolvidable
El capitán del Real Madrid celebra el gol en la final de la Champions League contra el Borussia Dortmund. (EFE/Kiko Huesca)
Hay jugadores que arrastran una legión de seguidores desde que son pequeños. Son los que nacieron para estrellas. Mediapuntas como concepto, todo en su vida es un hilvanar secuencias sublimes para que las chicas le llenen de rosas. Esos futbolistas van dejando un reguero estelar por donde pasan. Si las cosas van bien, son ídolos, genios, magos inmunes a la crítica, ya que todos ven en ellos algo así como una apología del bien contra el que conspiran entrenadores tácticos y centrales con tendencias ultramontanas.
Si las cosas van mal, ahí se quedan, en una ciudad de provincias, regalando esquirlas de memoria con el que se construyen edificios frágiles que aparecen y desaparecen, hechos a la medida de nuestros sueños. También están los delanteros rápidos y regateadores. Rotundos y crueles, no se paran en ninguna estación, ya que solamente les importa la meta. A esos todos los quieren en su equipo y sus carreras son posibles de explicar a través de estadísticas monumentales.
Más acá están los medios, que llevan el orden prendido en el corazón como si fueran viejos prematuros, niños que se disciplinan a sí mismos para estar parados cuando todos los demás han salido corriendo despavoridos. Es extraño querer ser centrocampista. Imagina que los niños, en vez de astronautas o criminales, aspiraran a opositar a notarías. Últimamente, los que llegan al mediocampo vienen de otras partes: el mediapunta al que se le va domesticando y pasa a ser un interior creativo o el jugador de físico descomunal cuya capacidad de orden supera sus tendencias destructivas.
Toni Kroos, en su despedida del Real Madrid. (Reuters/Ana Beltrán)
También los temperamentos tranquilos. Esos que lanzan a los depredadores, pero no se manchan nunca de sangre, están cómodos en la media. Y algún patriarca autoritario, quizás el tipo humano que más habitaba el fútbol antiguo y cuya raza se ha extinguido casi completamente. Los centrales también son un resto de un mundo en retroceso. Los hombres que niegan y a la vez, dan sustento.
Ramos y Pepe, pilares del Real Madrid
Esa verdad oculta que está en la base de cada sociedad. El estado profundo. Los límites violentos de las cosas. El que habla poco, pero hace lo que dice. El hacha bajo la cama. La belleza en la sumisión. Pepe y Ramos trazando la línea del horizonte. Y a su izquierda, Marcelo. Un brasileño iconoclasta que puede existir gracias a Ramos, a una estructura que sustente sus estrofas infantiles. Los laterales izquierdos son una de las formas en las que la gracia se expresa entre nosotros. Si eres zurdo y libre, si llevas la pelota atada al pie y tu única compañía son los animales imaginarios: tuyo será el lateral izquierdo y en esa posición probarás la felicidad.
Ramos y Pepe, dos centrales únicos. (EFE/Ballesteros)
Y al otro lado está el lateral derecho, un hombre severo que ni siquiera es lateral izquierdo. Pudiendo ser zurdo, es diestro. Pudiendo ser alto, es bajo. Y si fuera un rey, iría en una carroza de carnaval, arrojando caramelos a los niños.Un rey de pega, que va y viene llevado por los vientos del partido. Una barba postiza que nadie se toma en serio. Su reino: una pradera inmensa imposible de repoblar. Allá en los confines están las tierras de los delanteros y hay que saber cómo adentrarse en ellas, cómo salir indemne de todo lo que brota detrás, a la espalda del lateral, el sitio por donde se pierden los partidos y se vienen abajo los imperios.
Carvajal, dueño del lateral derecho
En ese sitio agreste, nació Carvajal. Un honrado soldado de la corona al servicio del mayor enigma que vieron los tiempos: el Real Madrid Club de Fútbol. Carvajal es de Leganés. Una ciudad grande con mucha gente amontonada que antaño era Castilla. Ciudad de extrarradio con gente venida de ninguna parte, porque eso es Castilla en el imaginario español contemporáneo: ninguna parte. Para sobrevivir ahí no hay relato, no hay narrativa ni apoyos teóricos o sentimentales.
El estado no te va a dar más que disgustos y la capital es un centro vibrante que fácilmente te puede aplastar entre sus engranajes. Está la vida, a cara de perro, y los lazos profundos de la clase media-baja española; ridiculizada por humoristas y exquisitos, pero que forman el tejido sobre el que está construido la nación entera. Si esa gente desaparece; todo colapsa.
El madridista controla un balón con el pecho. (AFP7)
Antes de Carvajal otros hombres regaron con su sangre la banda derecha del Madrid: Chendo, Camacho, Michel Salgado. Solo el gallego ganó la Champions, y se decía de él lo mismo que de los demás: coraje y huevos, espíritu, corazón y orgullo, incluso altanería. Una vez que se metían dentro de la camiseta blanca, eran los rivales los que estaban obligados a bajar la cabeza. El lateral derecho era el sitio de los valientes, del héroe del pueblo que se sacrifica para que los generales ganen las batallas. Nunca aspiraban a las portadas, pero sus carreras excavaban un túnel directo hasta el corazón del aficionado.
Carvajal, con 12 años, puso la primera piedra de la ciudad deportiva. Le acompañaba Alfredo Di Stéfano. Estaba predestinado, no había duda. Ya era parte del club blanco. La cantera del Madrid es un sitio inhóspito. Los chicos saben que el salto al primer equipo es una utopía. Representantes y amigos en los medios pintan un futuro feliz a un par de chavales por generación. Suelen ser de los que entran por el ojo. Goleadores espigados o media puntas elegantes y con tendencia al gol de rosca subrayado como una caída de ojos de una femmefatal. Esos chicos artistas se estrellan contra el mar de fondo de la vida a las primeras de cambio.
Con 23 años, muy lejos de su objeto de deseo, se van haciendo a la idea de que el fútbol es una profesión y no una vía de acceso a la leyenda. Los otros, los soldados rasos buenos profesionales y con esa dureza cósmica que aprenden en la categoría inferiores del club blanco, suelen hacer buenas carreras. Algunos llegan al club de sus amores tras un largo periplo.
El capitán supo ganarse al Bernabéu
Otros como Nacho, siempre estuvieron ahí. Tienen unos perfiles muy delimitados, no son grandes estrellas, su profesión se la conocen de pe a pa. Y saben resistir el embate de los malos momentos sin mover una ceja y auparse como lobos hambrientos en los buenos. Conocen el Madrid. Lo aman y a la vez, desconfían de todo lo que lo rodea. No son supervivientes. Son los delfines que acompañan al trasatlántico en su larga travesía hacia los confines del mar.
Carvajal parecía uno de esos chavales. Duro, garrapiñado, buena técnica y gran velocidad en espacios cortos. Tenía una marcha más que los contrarios. Era el año 2012. El club estaba en una guerra permanente. A Mourinho le gustó, pero se decidió venderlo al Leverkusen con una opción de recompra. Por una vez, todo salió bien. Su temporada fue extraordinaria. La Bundesliga, una competición de más ritmo que la liga española, le vino como anillo al dedo. Es un tipo de jugador, hábil, técnico, duro y rapidísimo, que en Alemania vuelve loco a la afición. Fue elegido en el 11 ideal del año. El Madrid lo recompró en el 2013. El año de Ancelotti. El primer año de la nueva era.
Carvajal celebra un gol junto a Cristiano Ronaldo en París. (EFE/Christophe Petit Tesson)
Desde el principio gustó en el Bernabéu. No hubo run-rún ni tampoco la gente desconfiaba al verle. No pasaba desapercibido. Carvajal era demasiado rápido, un demonio con el balón en los pies. Y se hizo con mucha facilidad con el juego del equipo. Eso es una de sus características primordiales y nunca se destaca. El juego de Dani, siempre está a la altura de los demás y en muchas ocasiones, por encima. Y hablamos de un equipo con Modric, Xabi Alonso, Benzema y Cristiano. De una cumbre. Un equipo al que, a ratos, Gareth Bale, le perdió el ritmo y se dedicó a hacer la guerra por su cuenta. Un equipo que se movía por intuición, bebiendo de los desmarques del portugués. Y Carvajal siempre anduvo al compás. En ataque, claro. En defensa era otro cantar.
El de Leganés tenía demasiada energía. Era como un átomo loco dispuesto a fragmentar el núcleo. A veces el de los rivales y otras el propio. Por eso mismo no se le ponía entre los grandes laterales de la época. Pero el madridista supo desde el principio que en un partido grande, Carvajal iba a auparse por encima de las habladurías o de los pequeños desprecios en la prensa. Ese tipo de cosas que hacen algunos jugadores madridistas, que de repente parecen montados en un carro con alas y su espíritu comienza a flotar por encima del partido. Carvajal tenía (y tiene) esa cualidad por toneladas. Y esa es la cualidad definitiva.
Carvajal defendía con sus testículos. Y con eso no se debe defender. Atropellaba a delanteros y provocaba penaltis absurdos. Daban ganas de mandarle al páramo a entresacar remolacha. Como aquel Roberto Carlos del 2000. Necesitaba dar 20 vueltas al campo para entrar en él con la fuerza justa. Había una fisión nuclear en su interior y no siempre la podía dominar. No le gustaban los dos contra uno, pecado nefasto de algunos laterales. Ahí se convertía en un perro que persigue todos los balones que le tiran.
Esas cosas no molestaban demasiado a la afición, que sabe reconocer la grandeza. Era como si Carvajal jugara a ratos cegado por el Sol, pero sabiendo que el mismo sol era su amigo y en ese mismo partido atolondrado, en la segunda parte, cuando llegara el momento de lo irreversible, se iba a trasmutar en un jugador fulminante; alguien que salva un gol en la raya y en la jugada siguiente saca un centro de una dulzura inexplicable hacia donde acude Cristiano para marcar el gol y ganar el partido.
Un futbolista único
Carvajal fue desde el principio más de lo que se decía de él. Quizás era la posición o quizás era el nombre. Electrónica Carvajal. Transportes Carvajal. Suena demasiado cercano, como hecho para la manufactura. El lateral que en ese momento gustaba a los exquisitos era Lahm. Decían que había redefinido la posición y que Guardiola hablaba a través de él. Como ser lateral es poca cosa, en realidad jugaba de mediocentro. El Madrid se enfrentó al Baryern y Lahm fue una debilidad. Una y otra vez, los blancos traspasaban ese mediocampo con laterales incrustados como diamantes pochos. Y Carvajal, dictando las normas de su banda, por primera vez no perdió la posición y secó de tal manera a Ribery que sus emparejamientos parecían escenas de dibujos animados.
Tras la consecución de la Champions, su juego cogió poso y delicadeza. En los años siguientes ya no parecía alguien que estaba haciendo un curso de macho por correspondencia, tenía algo pegado a los pies de lateral histórico al que no se le reconocía, quizás por el estatus de sus compañeros o por los prejuicios hacia su posición. El caso es que Carvajal "ve la jugada". Sus aventuras suelen acabar en gol o a las puertas del gol. Y esas arrancadas (que suelen ir hacia dentro, en diagonal), son difícilmente contenibles. Por rapidez y técnica (lleva la pelota pegada al pie) y por la claridad que muestra cerca del área.
Dani Carvajal, en su último partido de Champions League. (Reuters/Stephanie Lecocq)
El de Leganés también mejora según se pasen fases en las eliminatorias.Está más tranquilo cuanto más cerca se encuentre del peligro. Necesita estar concentrado al límite para no cometer esos errores suyos de colocación tan propios de los laterales aventureros. A veces a su espalda surgían verdaderas civilizaciones donde acampaban los bárbaros. Y en muchos partidos la línea del medio campo era para él un espejo: a este lado, un pordiosero, al otro lado: un titán.
Muchas de las grandes jugadas del Madrid en Champions nacen de iluminaciones de Carvajal. Ahí está el primer gol de Cristiano en la final contra la Juventus. Un centro sencillo, raso y con las condiciones ideales de presión y temperatura. Ahí está el segundo gol de Cristiano en esa misma final. Un tuya mía con Modric y Carvajal que le pone un balón en banda para que Luka centre hacia el gran tiburón luso.
Nunca se habla del pie de Carvajal, y es una pena. Su centro es como un barco que busca un naufragio; a veces tenso como un diálogo amoroso, otras llovido del cielo como si en Leganés también habitara la melancolía. Pequeñas maravillas sin nadie que las narre fueron sus conexiones con Benzema. Sabido es que el francés adora los objetos que flotan sobre el área, así que Carvajal le ponía balones sin rosca con el balón suspendido indefinidamente en el aire hasta que Karim metía un cabezazo fulminante para enterrar la esperanza de los rivales. Desde posiciones de interior, el lateral también dejaba centros perpendiculares que caían sobre el punto de penalti como nieve radiactiva.
El mejor año de su carrera
El regate predilecto de Carvajal consiste en atravesar al contrario. Es efectivo y desmoralizante. Sus centros también saben ser ortodoxos. Aquel contra el city, en semifinales, cuando la champions de los espíritus. Aquel donde le quedó un balón en posición difícil y caracoleó para buscarse un metro y puso una rosca bendita que Rodrygo metió en la portería de una forma a la que todavía no se ha encontrado explicación.
Carvajal es irregular por intenso. Es heterodoxo por genial. La genialidad proviene de una intuición y Carvajal intuye todo lo importante. Ha sacado balones que valen títulos bajo la raya del gol. Ha sido central infranqueable en semifinales de Copa de Europa. Parece el jugador más sencillo del universo. Pero sus transformaciones en Champions son como las parábolas de Jesús. Un manantial de sabiduría que se vuelven inexpugnables al acercarse. Tuvo unos años donde se lesionaba con sprintar. Cambió de alimentación y volvió en 2022 a su senda de siempre.
Este último año es quizás su mejor año. La 2023/2024. A ratos parecía que podía volar, descubrir la vacuna contra el cáncer o ganar Eurovisión. Mantenía su sprint corto y su fortaleza en el choque y había aprendido a desactivar las ecuaciones en su banda. En la final contra el Dortmund se aupó entre gigantes y marcó un gol con la coronilla. El que abría el marcador. Fue tigre, lobo y halcón.
Ahí se mostró que un canterano madrileño (especie cada vez más rara) tiene algo más. Tiene un trozo del núcleo del Bernabéu en el corazón. El del Leganés es el latido profundo del equipo. El mejor canterano del Madrid desde Raúl. Si fuera otro, se diría que tras la lesión ha emprendido su viaje de vuelta. Pero es Carvajal. Un hombre capaz de adelantarse a su destino para cerrarle la puerta en las narices.
Hay jugadores que arrastran una legión de seguidores desde que son pequeños. Son los que nacieron para estrellas. Mediapuntas como concepto, todo en su vida es un hilvanar secuencias sublimes para que las chicas le llenen de rosas. Esos futbolistas van dejando un reguero estelar por donde pasan. Si las cosas van bien, son ídolos, genios, magos inmunes a la crítica, ya que todos ven en ellos algo así como una apología del bien contra el que conspiran entrenadores tácticos y centrales con tendencias ultramontanas.