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Mbappé por fin se vistió de estrella: un Madrid que gana pero que sigue sin jugar a nada
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Ángel del Riego

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Mbappé por fin se vistió de estrella: un Madrid que gana pero que sigue sin jugar a nada

Los blancos vencieron a la Real Sociedad (0-2) gracias a los goles del francés y de Vinícus. Se mantienen a cuatro puntos del Barça en este irregular inicio de temporada

Foto: Mbappé y Vinícius celebran el segundo gol del Madrid. (Reuters/Vincent West)
Mbappé y Vinícius celebran el segundo gol del Madrid. (Reuters/Vincent West)

El Madrid compareció en Anoeta como trasladado por una instancia superior. Ya no hay previa ni prolegómenos en un país que cada seis horas está al borde del desastre. Afortunadamente, la gran conversación del fútbol sigue girando alrededor del lado oscuro del Madrid. En un equipo saciado como este, saciado, pero sin construir, eso es una excelente noticia. El acicate que conduce a la victoria, debe estar fuera y no dentro, ya que dentro solo existe el óxido de las Champions que se van amontonando en el museo del club. Pero fuera hay una masa informe de odio, un combustible turbio pero inagotable, que Ancelotti sabe manejar muy bien.

Se hablaba mucho de cómo la presión vecinal había logrado hacer hincar la rodilla al nuevo Bernabéu, ese recipiente metálico construido para que Madrid pueda salir en las películas de catástrofes, y que —como la Sagrada Familia— nunca acabará de construirse. Es una buena metáfora del propio club, un universo en expansión en lucha con los poderes políticos, optimista, pero con un equipo lleno de fisuras que se acabarán soldando en el alarido brutal del mes de abril, en primavera, cuando el Madrid renace y se convierte en un lugar de nuestra imaginación, como los westerns, como la tierra media, como el recuerdo de Benzema o las posibilidades que adivinamos en Güler.

El Madrid de naranja y la Real Sociedad de Chillida-leku. Dos formas diferentes de encarar la existencia. El equipo vasco era más correoso y compacto de lo habitual, pero tan bien trabado como siempre. En el Madrid estaban Güler y Modric de inicio, junto a Brahim, acostado a la derecha entre el mediocampo y el extremo, una posición que en el Real lleva siendo histórica desde que la descubrió Lucas Vázquez y es algo así como el unto del gran mejunje de los equipos merengues.

Fede era el mediocentro, pero todavía no tiene el mapa del universo en la cabeza, así que el equipo no tenía más compás que Modric, el doliente, a punto siempre de perder el rastro de sí mismo. Pero atándose al partido como si cada pelota que tocase, fuera la última. Aunque después del encuentro vimos un mapa de los pases de Güler, y era impoluto, su trascendencia era inapreciable. Recibía de espaldas como si fuera Benzema y devolvía el balón en las mismas condiciones que le había llegado. Esto es una máxima de este Madrid. Nadie que no sea delantero crea ventajas. El equipo está en las carreras y las combinaciones de los atacantes, a los que se les lleva el balón como si fuera una notificación de Hacienda. De forma impersonal, con premeditación y alevosía.

Foto: Mbappé, en pleno lance con Zubeldia. (Reuters/Vincent West)

El recuerdo de Benzema

La salida del balón tiene su propia entidad dramática. Los centrales, temerosos de Dios, le devuelven el balón a los laterales, que ante los perros, retrasan a Courtois, quien, preso de una maldición antigua, se la vuelve a dar a un central y este se la devuelve al lateral, que la retrasa hacia el portero de nuevo, como en aquella película de Buñuel, El ángel exterminador, donde nadie se atrevía a salir de una casa por un miedo inconcreto, desconocido, casi una profecía.

Así, una y otra vez, hasta que Fede o Modric bajan un escalón y se prestan a dar salida a esa representación. Pero claro, si bajan ellos, no queda nadie con un mínimo de experiencia o sabiduría en el medio campo, así que la pelota le llega en malas condiciones a Vinícius o Mbappé, que empiezan a correr como alma que lleva el diablo hasta que les hacen falta, se tropiezan o cae el telón y da comienzo la siguiente escena.

Recordamos mucho a Benzema bajando donde los centrales como Jesús lavaba los pies a sus discípulos. Pero Benzema ya no está y Güler pareció toda la primera parte San Sebastián atado a un poste, siendo atravesado por las flechas. En este Real se entiende mejor aquella divisa del guardiolismo de que el central debe ser un centrocampista camuflado, el que empieza la jugada y con unos pies que latan al mismo ritmo que el resto del equipo. Seguramente esa visión cambió el papel de los defensas para siempre. La sistematización de la salida del balón como el origen del juego. Y el Madrid lleva años sacando rédito de ahí, ya fuera a través de Ramos o de Marcelo, o cuando Kroos, Modric o Karim bajaban y se obraba un milagro que en unos instantes acabaría con un gol en la portería contraria.

placeholder Ancelotti, en el banquillo de Anoeta. (Reuters/Vincent West)
Ancelotti, en el banquillo de Anoeta. (Reuters/Vincent West)

La personalidad de Militao

En la última Selección Española a veces se olvida la importancia capital de Laporte, central que sonó para el Madrid. No es solo el pie de los centrales, sino el funcionamiento general del equipo, pero un defensa que sepa atraer a los rivales y batir líneas en pase o en conducción, es más necesario, cuando peor estén las cosas. Y en el Madrid no hay ninguno de esa estirpe.

Tampoco Militao. Un gran central a ratos, con conocimiento del lenguaje secreto sudamericano en el cuerpo a cuerpo, con mala leche, rapidez e intuición agonística; pero con errores mundanos que lo hacen vulgar en salida del balón, sobre todo cuando no hay horizonte de paso en largo. Y contra la Real no lo hubo.

Ya no existen los centrales incapaces del error. El fútbol es demasiado rápido y los partidos se descosen con facilidad. El último central legendario fue Sergio Ramos. No creó un molde porque era un genio inclasificable. Demasiado brutal, demasiado indómito, dueño de los grandes momentos, tenía el pie, tenía la facilidad del corte y el físico, lo tenía todo, pero a pesar de ello a sus equipos le hacían cientos de ocasiones. Militao es así, aunque algo peor; pero esa facilidad para hacer de pivote no la tiene, y el Madrid la necesita.

placeholder Güler fue titular en Anoeta. (EFE/Alejandro García)
Güler fue titular en Anoeta. (EFE/Alejandro García)

La estrella de Mbappé

La Real llegaba con sencillez ante un equipo deslavazado e iba coleccionando postes que sonaban como goles amputados por la autoridad. Tras la lesión de Brahim, Güler se acostó hacia la derecha y ahí, desapareció del todo. Rodrygo ya sabemos que está más cómodo esculpiendo su pequeña estatua de jugador maldito que con el balón en los pies. No dejó huella y ni siquiera quedó claro por donde anduvo.

Pero hubo ocasiones. Y la razón fue Mbappé.

Por primera vez vimos a la estrella bajo el traje del jugador. Ahora mismo no da miedo, no deja ese reguero de admiración que es la estela del crack. Le falta algo de liviandad, un no sé qué técnico y esa pausa integrada en el disparo que solo hemos visto en su primer gol de blanco. Pero la cogió media docena de veces y atravesó el campo de punta a cabo hasta que agotó la jugada. Recibía en el interior del área o tan esquinado que parecía estar al otro lado y sacaba de ahí una ocasión de gol, un penalti o un disparo al que todavía le sobraba un poco de ansiedad.

Foto: Vinícius, por los suelos, en el partido contra Paraguay. (EFE/Juan Pablo Pino)

Mbappé no se encontró con Vinícius. Apenas si se buscaron. No hay armonía entre líneas y tampoco entre jugadores. No hay pequeñas sociedades, aunque Güler se afane en ser el amigo universal. Se ganó 0-2 y Ancelotti reconoció que la Real había sido superior. Pero el equipo sigue siendo un conglomerado de estrellas autistas que velan cada una por sus pequeños intereses. Endrick sigue castigado a sus tres minutos de purgatorio. Ancelotti es antiguo régimen. Cree ciegamente en las jerarquías, pero viendo el fuego de Endrick y todas las pequeñas razones que deja Güler cuando está sobre el campo, dan ganas de llamar a uno de esos heraldos de la revolución para que someta a un electroshock a la plantilla.

Dentro de unos días entramos en Europa. En el Bernabéu, contra el Stuttgart. Ese será el momento donde acabe la pretemporada.

Este Madrid de momento carece de alma, no tiene melodía ni tampoco fútbol. El embrión debe verse el martes, en un Bernabéu que tiene ganas de desgañitarse gritando un golazo de una de sus figuras. Quizás en ese momento, los que se quejan del ruido del estadio, denuncien al club blanco al ministerio correspondiente. Sería bonito que cada gol del Madrid en Europa, fuese impugnado por la autoridad.

El Madrid compareció en Anoeta como trasladado por una instancia superior. Ya no hay previa ni prolegómenos en un país que cada seis horas está al borde del desastre. Afortunadamente, la gran conversación del fútbol sigue girando alrededor del lado oscuro del Madrid. En un equipo saciado como este, saciado, pero sin construir, eso es una excelente noticia. El acicate que conduce a la victoria, debe estar fuera y no dentro, ya que dentro solo existe el óxido de las Champions que se van amontonando en el museo del club. Pero fuera hay una masa informe de odio, un combustible turbio pero inagotable, que Ancelotti sabe manejar muy bien.

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