Choque de jeques en la primera fase de la Champions tras un sorteo muy duro para el Atlético

El destino quiso que este jueves en Nyon (Suiza) las bolas del bombo de la UEFA deparasen un enfrentamiento a doble partido idóneo para llenar de los términos ‘fair play’ y 'financiero' los titulares de los periódicos deportivos este otoño: el Manchester City y el Paris Saint-Germain, encarnación máxima de los clubes-estado que transforman con rapidez el paisaje del fútbol europeo a base de petrodólares, se enfrentarán en septiembre u octubre por primera vez (el calendario está aún por confirmarse).

Sin que la Superliga haya sido todavía oficialmente eliminada, y en un contexto de creciente disparidad que ha motivado el súbito recurso de LaLiga a un fondo de inversión que adquiere el 11% de su negocio, los partidos que juntarán a Messi, Neymar, Ramos (y quién sabe si Mbappé) con Guardiola, De Bruyne, Grealish (y quién sabe si incluso Cristiano Ronaldo) son sin duda las citas sobresalientes de una fase de clasificación, incluso para una afición española que comienza la temporada —en el caso de Real Madrid y Barcelona— con una inevitable sensación de inferioridad y cambio de ciclo, avalada por las dos últimas ediciones de la Champions y la evolución desigual de un mercado de fichajes veraniego aún no concluido.

La marcha de los capitanes madridista y blaugrana al club parisino este verano es demasiado reciente y simbólica como para no augurar una temporada muy complicada en dos equipos que dominaron en cierta medida el fútbol continental durante dos de los tres últimos lustros y han sido claramente subyugados (cuando no destrozados) por equipos ingleses y alemanes en el último bienio. Pese a sus duras derrotas recientes contra el Leipzig —integrado también en el ‘grupo de la muerte’— y el Chelsea, en la comparativa nacional lucen con autoridad la propuesta y la plantilla del campeón de Liga, el Atlético, tras una década de estabilidad al mando de Diego Simeone; el club colchonero, no obstante, experimentó una sacudida eléctrica en la tarde del jueves al conocer que ninguno de sus seis partidos de liguilla (más allá del tópico de que no hay enemigo pequeño en Europa) serán de trámite, o ni siquiera sencillos: sus rivales serán el poderoso Liverpool (que según la prensa inglesa anhela aún fichar a Saúl Ñíguez antes del martes), el Milan de Giroud e Ibrahimovic y el Oporto de Pepe. Joao Félix volverá a su casa.

Dos derrotas contra el Shakhtar

El Madrid ya no tiene a Sergio Ramos ni a Zidane en el banquillo, pero tendrá un desafío prácticamente idéntico al del año pasado al repetir a dos de sus tres rivales en la Champions pandémica, Shakhtar Donetsk e Inter de Milán, que también presenta cambios respecto a hace un año. Los italianos han reemplazado a Conte por Simone Inzaghi como técnico y han vendido a Lukaku y a Achraf, dos jugadores referentes el año pasado, sin recambios estelares.

El duelo frente al club ucraniano es aún más interesante que el del clásico italiano, ya que le ganó al Madrid los dos partidos la temporada pasada y mantiene su alineación repleta de brasileños talentosos. El cuarto equipo sí parece muy asequible: el Sheriff Tiraspol moldavo, equipo de la capital de la república separatista de Transnistria, territorio enclavado entre Ucrania y Moldavia y cuya independencia no es reconocida a nivel internacional.

Agridulce fue el sorteo para el Barcelona de Koeman y Laporta, que si bien son favoritos a clasificarse habrán de enfrentarse dos veces al Bayern de Múnich, equipo de incomodísimo recuerdo para el club culé (que ha contratado a Nagelsmann para el banquillo) y, sin duda alguna, uno de los cuatro peores equipos que les podían corresponder en el sorteo. Benfica y Dinamo de Kiev, los otros dos componentes del grupo, alivian considerablemente un desafío que deberá incluir competir con cierta igualdad ante el potentísimo equipo bávaro. Los ucranianos, por cierto, ya fueron rivales de los culés en la última temporada.

El Villarreal repetirá en la fase de grupos de la Liga de Campeones duelo ante el Manchester United, equipo al que superó en la final de la última Europa League en una tanda de penaltis eterna. El Atalanta de Bérgamo, que complicó la vida al Real Madrid mucho más de lo que dice el resultado en octavos de final el año pasado, es un contricante espinoso para los castellonenses, que, sin embargo, aspiran a la clasificación en un grupo que completa el Young Boys suizo.

En medio de un proceso de discreto reforzamiento de una plantilla ya muy equilibrada, el Sevilla puede considerarse el club más afortunado por las manos inocentes de la UEFA al haber quedado encuadrados en un grupo formado por ellos mismos, Lille, Salzburgo y Wolfsburgo que le añade, eso sí, la carga del favoritismo.

El camino hacia la gran cita de San Petersburgo en mayo próximo bien podría empezar con el mismo partido que la final si el duelo entre PSG y City abre la competición el próximo 14 o 15 de septiembre. Más allá de las opiniones sobre los límites financieros y salariales, no hay hoy en el planeta un partido que convoque más interés en la afición europea (ni más millones de euros sobre un césped reglamentario). Aunque no haya muerto oficialmente, la Superliga seguirá estando bien guardada en un cajón.