De los jugadores-actores de Franco a la pasión de Mussolini: fútbol y fascismo
Tres historias de cuando el fútbol tenía influencia directa en la dictadura de tres países, tanto en Italia en la época de Mussolini como en España con Franco y la Brasil de los 80
* Fragmento extraído del libro 'Fútbol y fascismo' (Altamarea), de Cristóbal Villalobos.
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Dicen que Benito Mussolini solo había visto un partido de fútbol en su vida, pero esto no le impidió percatarse de las posibilidades políticas y propagandísticas que el juego de la pelota podía brindarle. Según estudios académicos, el uso adoctrinador del deporte por parte de la Alemania nazi tuvo mayor extensión y eficacia, mientras que durante el franquismo tuvo mayor longevidad. Sin embargo, el caso italiano sirvió de modelo para ambas dictaduras, pues fue el primero en recuperar la noción clásica del deporte como herramienta política.
El fascismo, desde sus orígenes, exaltaba entre sus valores supremos la juventud —sirva de ejemplo el himno fascista italiano, Giovinezza—, la acción, la fuerza y la violencia en sí. No puede sorprendernos, por tanto, que el fascismo potenciara la práctica deportiva como forma de educar a los jóvenes con vistas a cumplir mejor con los deberes patrióticos, además de como fórmula para forjar el carácter y la disciplina que, se suponía, debía tener un «buen» fascista.
Cuando Mussolini se inventó el Calcio
El deporte, que empezaba a convertirse en un entretenimiento de masas, no tardó en ofrecer a los regímenes políticos una nueva dimensión: al igual que el cine y otros espectáculos de moda, se podía usar como soporte propagandístico. El adoctrinamiento era fundamental en un régimen totalitario. Bien conocido es el caso de las Olimpiadas de Berlín en 1936, que Hitler diseñó como la apoteosis de la «modernidad» hitleriana. Más desconocido para el público general es el uso que el fascismo italiano y el nazismo intentaron hacer del fútbol, principalmente a propósito de las citas mundialistas de 1934 y 1938.
A principios del siglo XX, el deporte inicia un proceso de popularización que lo lleva de estar limitado a las clases privilegiadas a convertirse en una de las preferencias de ocio de la población. En Italia, este proceso se materializó en la creación de más de nueve mil entidades deportivas. El deporte adquiere, en la sociedad de entreguerras, un papel político y social destacado para los regímenes totalitarios que se desarrollan en estos momentos en el continente europeo. Estos sistemas políticos, que controlaban todas las esferas de la vida cotidiana del ciudadano, veían en el deporte una herramienta perfecta para movilizar a la población, un extraordinario medio de propaganda y de control social.
El deporte permitía al fascismo introducir en los grupos movilizados los valores y símbolos de la nueva religión laica —según la terminología de Emilio Gentile—, que sustituía a todas las ideologías y creencias existentes hasta entonces. Este nuevo fenómeno, que transfigura la sociedad italiana, se convierte en el paradigma que explica el uso del deporte con fines políticos. El fascismo promueve la práctica deportiva a todas las edades, y para ello crea diversas organizaciones, como la Opera Nazionale Balilla, que dividía a los jóvenes según edad y sexo, con la finalidad de formar hombres fuertes para la guerra y madres sanas con la función de engendrar futuros soldados.
Mussolini practicaba habitualmente esgrima, equitación, esquí y natación. "Mi único placer es el deporte", llegó a decir en 1928
Paralelamente, se crea el mito del Duce deportista. Mussolini practicaba habitualmente esgrima, equitación, esquí y natación. Es esta una de las peculiaridades que lo diferencian de Franco y de Hitler, a los que la práctica deportiva no les atraía lo más mínimo. Mussolini era fotografiado mientras practicaba sus deportes favoritos, y luego esas fotografías copaban las portadas de la prensa. "Mi único placer es el deporte", llegó a decir en 1928, representando de esta manera el modelo de persona con el que los italianos debían identificarse. Sirven de ejemplo las portadas de la revista Gioventù Fascista, protagonizadas casi en su totalidad por Mussolini haciendo deporte o asistiendo a alguna competición.
El auge del deporte lleva durante estos años a la construcción de nuevos estadios para albergar a las decenas de miles de espectadores que acuden a las competiciones. En mayo de 1926, Mussolini estuvo presente en la inauguración de una de las primeras grandes instalaciones construidas, el estadio Littoriale de Bolonia, al que siguieron otros complejos deportivos como el Benito Mussolini de Turín.
Durante los años treinta, los ídolos deportivos adquieren un estatus similar al de otras estrellas del espectáculo. Se crean diarios como Gazzetta dello Sport, Calcio Illustrato o Guerin Sportivo que, junto a los programas deportivos radiofónicos y las noticias de Luce, el noticiero cinematográfico, pusieron al fútbol, y a los futbolistas, en el punto de mira del gobierno. Los deportistas se convirtieron en ejemplos a imitar, embajadores del país y del fascismo, y eran acompañados en los medios de comunicación por un lenguaje bélico.
El control del deporte, pensado en un primer momento para lograr la cohesión social, deviene entonces en una forma de adquirir prestigio internacional. El fútbol se convierte de esta manera en un mecanismo para propagar el sentimiento de patria, que el fascismo equipara a la identificación con el régimen; se ensalzan la pertenencia al grupo, la fidelidad, la disciplina y la supeditación de los intereses individuales a los colectivos. Desde entonces, y hasta nuestros días, el fútbol pasó a denominarse calcio —toma el nombre de una práctica similar que tenía lugar en Florencia ya en el siglo XVI y de la que aún se juegan algunos partidos festivos— mientras la prensa sustituía los extranjerismos por nuevos términos en italiano, tal y como ocurrió en Alemania y en España posteriormente.
La intención del régimen de controlar las influencias extranjeras en el fútbol llevó también a limitar la presencia de jugadores foráneos, permitiendo solo los fichajes de latinoamericanos de ascendencia italiana. Los símbolos y los gestos se cuidaban al detalle. El tradicional apretón de manos previo al encuentro fue sustituido por el saludo romano, decisión comunicada por la propia Federación, que advirtió a los jugadores de la falta de disciplina que supondría no realizarlo.
El interés del régimen fascista por utilizar políticamente el fútbol tuvo su máxima expresión en la selección nacional italiana, la azzurra, que ganó los Mundiales de 1934 y 1938. A través del equipo nacional se consiguió el más eficaz mecanismo de cohesión social, y gracias a sus triunfos se fomentó la identidad colectiva y se creó un poderoso sentimiento de pertenencia al proyecto totalitario. En una sociedad heterogénea, el fascismo nacionalizaba cualquier actividad diaria para obtener el consenso de la población en torno a los ideales del régimen.Se superaba la lucha de clases, pues con el fútbol se compartía el objetivo de la victoria sobre otros países, nuevo horizonte de los esfuerzos colectivos.
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Los futbolistas-actores de Franco
Durante los años grises de la dictadura de Franco, el cine, junto con el fútbol, resultaba uno de los entretenimientos más practicados por los españoles; dos pilares fundamentales de lo que algunos autores han venido a denominar «la cultura de evasión» del franquismo. Por ello, no puede resultarnos extraño que estas disciplinas acabasen por darse la mano en pos de la educación de masas pretendida por el régimen.
Durante la década de los cincuenta, el binomio fútbol y cine tuvo su momento de máximo apogeo cuando el auge de la industria cinematográfica coincidió con las victorias continentales del Real Madrid y los éxitos de la selección. Las salas de cine se llenaban, surgieron directores que empezaban a triunfar en festivales internacionales, como Berlanga o Bardem, a la par que la histórica rivalidad entre el Barça y el Madrid se acrecentaba con la aparición de dos nuevos ídolos: Kubala y Di Stéfano. Al igual que ocurría con los toros, el fútbol se convirtió en uno de los géneros cinematográficos predilectos del franquismo, pues permitía producir cintas sencillas que iban desde la comedia costumbrista a los dramas con carga ética.
La película Campeones (1942), que contaba con Ricardo Zamora, Guillermo Gorostiza y Jacinto Quincoces, puede considerarse como la primera cinta de este género, que continuó con largometrajes como El sistema Pelegrín (1952), Once pares de botas (1954), El Fenómeno (1956), El hincha (1957), El ángel está en la cumbre (1958), La quiniela (1960), Los económicamente débiles (1960), Tres de la Cruz Roja (1961), Los de la furia (1962) y La batalla del domingo (1963).
Antes de la Guerra Civil, el primer acercamiento cinematográfico al mundo del fútbol tuvo lugar con ¡Por fin se casa Zamora! (1927), película dirigida por José Fernández y que tenía al guardameta como principal protagonista. Simón Sanjurjo, en un estudio académico, ha analizado cómo los héroes deportivos, especialmente los futbolistas, se convirtieron en modelos de ciudadanos, con un éxito profesional que no les impedía mostrar su lado más humano. Es el caso de la película Saeta rubia, en la que Alfredo Di Stéfano soporta los peligros de la fama y demuestra ser una persona familiar de profundas convicciones morales, es decir, el prototipo de hombre que quería el franquismo. Posteriormente, Di Stéfano también protagonizó La batalla del domingo.
Kubala no se quedó sin su película. Fue el protagonista de Los ases buscan la paz, una producción que se aprovechaba de la historia vital del húngaro, que llegó a España huyendo del comunismo y cuya trama convirtió la película en un panfleto anticomunista en el que el franquismo reconocía como propios los valores personificados en Kubala (humildad, sacrificio, lealtad); la crítica del sistema político que negaba al individuo cualquier tipo de libertad proyectaba por contraposición una España idílica, tierra de paz y progreso, a la que Kubala muestra su agradecimiento por acogerlo.
La conversión de célebres futbolistas en estrellas cinematográficas no se dio solamente en España; en la misma época, se estrenaron películas semejantes en Italia —donde son varias las obras de este corte dirigidas por Mario Camerini—, Inglaterra, Argentina, Brasil, o en Hungría, donde Puskás protagonizó la película A Csodacsatar (1956) antes de escapar del régimen comunista y recalar en Madrid. Lo que hizo diferente el caso español fue la capacidad del régimen franquista para sacar provecho de estas dos manifestaciones culturales populares, creando todo un género cinematográfico que permitía unir la propaganda política con la biografía de las estrellas del balón en un estilo de comedia blanda apta para todos los públicos.
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La Democracia Corinthiana: Sócrates contra el Estado
A principios de los ochenta, la sociedad brasileña se transformaba rápidamente, a la par que la dictadura comenzaba a dar muestras de debilidad. En 1981, acuciado por los malos resultados y la mala administración, el Corinthians, equipo popular de la ciudad de São Paulo, sufrió una crisis económica e institucional sin precedentes. Una lucha interna entre sus dirigentes, Vicente Matheus y Waldemar Pires, acabó por llevar a la dirección general del club a un joven sociólogo que de fútbol sabía más bien lo justo: Adilson Monteiro Alves.
La auténtica preocupación de Adilson no era el campeonato paulista, sino la lucha de la sociedad brasileña contra la dictadura. Si la situación del país mejoraba, mejoraría su economía y, por tanto, la salud financiera e institucional del club también se vería beneficiada. Esa era su teoría. En la plantilla, que era ajena a estos pensamientos, un jugador con nombre de filósofo griego entendió rápidamente las ideas de su nuevo jefe y las llevó al campo. Se trataba de Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, conocido simplemente como el doctor Sócrates, figura que destacó sobre todo en el Mundial de México de 1986 —el del Brasil del jogo bonito— y que coincidió con Adilson en reconocer la necesidad de dotar a su equipo de un horizonte político.
A estos debates se unieron dos nuevos miembros: Wladimir Dos Santos, que había sido sindicalista en el noreste de Brasil, y Walter Casagrande, un chico de diecinueve años que tenía un grupo de rock. Tras días de discusiones, la conclusión fue que, como sucedía en el propio Brasil, lo que le faltaba al equipo para despegar era una sola cosa: democracia. "El país lucha por la democracia. Si lo logra, el fútbol quedará al margen porque en los países democráticos el fútbol aún es conservador. Tenemos que cambiar eso", alentó el sociólogo en una de las primeras conversaciones con los jugadores. Lo que necesitaba el Corinthians era un ejercicio de democratización de las decisiones del club, una democracia directa.
Todos debían votar para decidir todo, desde los utilleros a los directivos. Se decidía por sufragio desde el número de entrenamientos hasta el de paradas del autobús para ir al baño en los viajes. Votar era un deber que llevaba a horas de discusiones y a debates por asuntos aparentemente sin importancia. Con este sistema se decidieron cosas tan dispares como la conveniencia de realizar concentraciones, los fichajes, los contratos de patrocinio y publicidad, los precios de las entradas y hasta el menú de la cafetería. Los derechos televisivos se repartieron a partes iguales entre todos los trabajadores del club.
El mismo Sócrates comentó lo siguiente al respecto: “Abolimos el proceso que existía en el fútbol, donde los dirigentes impedían que los jugadores se hicieran adultos. Al inicio hubo ansiedad entre mis compañeros, no estaban acostumbrados a expresarse, a decidir”. A veces incluso se invitaba a almorzar a algún artista o a un escritor para que con su presencia aliviase las discusiones.
La democracia directa, obviamente, no era del agrado de una dictadura que cercenaba todos los visos de libertad en el país por lo que, cuando se hizo pública la forma de gestión del club, el periodista Juca Kfouri escribió lo siguiente: "Si los jugadores siguen participando en las decisiones del club, si los dirigentes no se asustan y si la prensa apoya, veremos que aquí se vive una democracia, una democracia corinthiana". El nombre de lo que estaba ocurriendo ya existía: la Democracia Corinthiana, que revolucionó el fútbol en un país en el que el juego de la pelota era, y es, casi todo.
El club, con Sócrates a la cabeza, comenzó a liderar el proceso ciudadano por las elecciones a la par que se alzaban con dos campeonatos paulistas
En 1983, el senador Teotônio Vilela lanzó su propuesta "Diretas já" con la que exigía la elección del presidente de Brasil mediante elección directa. Esta idea provocó concentraciones y manifestaciones multitudinarias por todo el país y el Corinthians se sumó al movimiento mediante una campaña publicitaria, al igual que hicieron intelectuales, artistas o sindicalistas. Se estampó la frase «Ja o vote» en las camisetas del equipo, lo que los llevó a ocupar las primeras planas de todos los diarios. El club, con Sócrates a la cabeza, comenzó a liderar el proceso ciudadano por las elecciones a la par que se alzaban con dos campeonatos paulistas.
En las multitudinarias manifestaciones de 1984 participaron artistas como el cantautor Gilberto Gil, que dedicó al equipo la canción «Andar com fe»; o como los activistas, y futuros presidentes del país, Fernando Henrique Cardoso y Lula da Silva. Fue en una de esas protestas, ante miles de personas, cuando Sócrates —ya todo un icono fuera del mundo del fútbol—, prometió, micrófono en mano, que si no volvían las libertades aceptaría la oferta de la Fiorentina y saldría de Brasil rumbo a la liga italiana. En ese mismo año, en la final contra su eterno rival, el São Paulo, los jugadores del Corinthians saltaron al campo para celebrar la victoria con una bandera gigante: «Ganar o perder, pero siempre en democracia».
"Quiero morir un domingo y con Corinthians campeón". Murió el 4 de diciembre de 2011, un domingo en el que su equipo se proclamó vencedor del campeonato brasileño
El 25 de abril, a las dos de la mañana, se hicieron públicos los resultados de la votación: la enmienda fue rechazada por solo veintidós votos. No habría elecciones directas. Ese día no hubo represión, pues había tanta gente en las plazas y calles que resultó imposible que el Gobierno sofocara tal manifestación popular. En 1985 Brasil eligió a su presidente de forma indirecta, José Sarney —la ciudadanía no pudo votar a su máximo dirigente con un único voto hasta 1989—. En el club se celebraron elecciones presidenciales que, a pesar de los tres millones de superávit y de los buenos resultados deportivos, llevaron al poder a la lista de Roberto Pasqua, personaje afín a la dictadura, tras vencer al sociólogo Monteiro Alves entre sospechas de amaño.
A los jugadores los pretendieron equipos europeos, Sócrates se marchó a Italia y la experiencia democrático-futbolística llegó a su fin, pero la Democracia Corinthiana contribuyó en el camino de la sociedad brasileña hacia la conquista de la libertad. En 1983, en una entrevista, Sócrates había declarado: "Quiero morir un domingo y con Corinthians campeón". Murió el 4 de diciembre de 2011, un domingo en el que su equipo se proclamó vencedor del campeonato brasileño.
* Fragmento extraído del libro 'Fútbol y fascismo' (Altamarea), de Cristóbal Villalobos.