Doctor Cabeza: "La Paz se llenó de putas y juerguistas los días antes de morir Franco"
Incluso en la época de los presidentes de puro y abrigo, que se lanzaban dardos durante la semana para hacer las paces en una comilona, la mordacidad de Cabeza sorprendía
“Espero que cuando se publique esto no acabemos todos en la cárcel… Si se lía o algo, diré que me habéis drogado”. Lo dice Alfonso Cabeza (Bubierca, 1939) entre risas, mientras despide a los periodistas en la puerta de su casa en La Moraleja.
Ochenta minutos antes, a las 11 de la mañana, el doctor Cabeza nos ha recibido con una copa de oporto en la mano, ha pedido que nos sirvan dos vinitos más y ha demostrado que —a sus 80 años recién cumplidos— el que tuvo, retuvo. Todavía le sobran reflejos en la cabeza y en las rodillas. Luce un sobrio atuendo en tonos ocres rematado por unas Joma de fútbol sala con los cordones naranjas. Si no fuera por la nariz, sería indistinguible de Bobby Robson. Su mastodóntico apartamento, comprado "un par de meses antes de que muriese Franco", está lleno de recuerdos de una vida agitada, sin un centímetro de pared vacío.
"Mirad, ¿veis ese mamotreto?", dice señalando unos enormes colmillos de elefante que presiden el recibidor, "pues me los regaló el cónsul de Costa de Marfil. Un día se presentó en La Paz con un tremendo absceso en el culo y no le querían atender porque era extranjero, pero yo insistí en que entrase, se lo sajé, y me los regaló en agradecimiento. También me quiso regalar una parcela en Abiyan, pero le dije que gracias, que a mí no se me había perdido nada en Costa de Marfil".
El doctor Cabeza, en el verano de 1980, se convirtió en una de las personas más populares del país, al compatibilizar la dirección del Hospital La Paz con la presidencia del Atlético de Madrid, con una inconfundible marca de estilo: su verbo florido y afilado. Parece imposible, pero durante su año y medio como presidente del Atlético, quizá insultó a más gente —árbitros, directivos, periodistas— que el mismísimo Jesús Gil. Y si antes, con una carrera brillante y todo que perder, no paraba de soltar latigazos a diestro y siniestro, imagínese lo que se corta ahora que está jubilado. Un pionero del rajar sin filtro, sin red y sin miedo a las consecuencias, que sabe dónde empieza su frase pero no dónde va a terminar. Y que mantiene una notable obsesión contra los fantasmas clásicos de la sociedad española: los árbitros y los inspectores de Hacienda.
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PREGUNTA. Qué casa tan espectacular, se ven salones hasta donde alcanza la vista.
RESPUESTA. Calla, que estoy negro. Nos han metido un palo de 40.000 euros de derrama a cada vecino. Esto se construyó con unas piedras que trajeron los hermanos Atienza, que jugaron en el Real Madrid, y ahora se han venido abajo y ha habido que cambiarlas todas. Encima, hemos estado seis meses de obras, pero dejemos el tema, que me caliento.
P. Pues al lío: ¿cómo llegó usted a ser presidente del Atlético de Madrid?
R. Fue en una cena con amigos. Acababa de dimitir Vicente Calderón y me dijeron, en broma, que me presentase a las elecciones. Y yo dije que sí, que estaría bien, sin ninguna intención de hacerlo. Pero sucedió que uno de los camareros que lo escucharon se lo dijo a un redactor de ‘Pueblo’ y al día siguiente salió publicado. Por la mañana, La Paz estaba hasta arriba de periodistas preguntándome por el asunto y yo seguí vacilando y diciendo que sí, que me presentaba. Al final, la bola fue creciendo y, cuando me quise dar cuenta, ya era casi presidente, porque los otros candidatos no fueron capaces de reunir las firmas necesarias.
P. Sucedió a Vicente Calderón, cuyo apoyo fue definitivo. A cambio, usted se comprometió a liberarle de los avales que había firmado para el Atlético.
R. Sí, ese fue un gran error mío, porque el club estaba endeudadísimo, debían en torno a 800 millones de pesetas.
P. ¿Asumió usted esos avales?
R. ¡Noooo! No, no, no. Muy listo no soy, pero gilipollas tampoco. Lo que pasa es que esa deuda se volvió contra mí, porque luego hicimos una auditoría y se debía bastante más dinero del esperado.
P. ¿Cómo definiría la situación económica del equipo cuando lo cogió?
R. Catastrófica. Para que os hagáis una idea, estaban vendidas las almohadillas del estadio hasta el año 2008. ¡Te hablo de 1980! No había nada de dinero ni forma de conseguirlo. A mí me salvó Ruiz-Mateos.
Llegué al Atleti en 1980 y ya estaban vendidas las almohadillas del campo hasta 2008
P. Ruiz-Mateos en la quinta respuesta: buen arranque, Cabeza.
R. Es que yo me convertí en una persona incómoda muy pronto… porque este es un país de gilipollas, empezando por el Rey y terminando por el último tonto. Entonces los poderosos dijeron que ni un duro al Atleti o al doctor Cabeza y lo pasamos muy mal.
Un día, Ruiz-Mateos, que tenía un hijo del Atleti, me invitó a comer en su torre de Colón. Allí estaban todos los grandes directores de bancos del país, en mi vida he visto un peloteo tan grande como aquel día a José María, una cosa tremenda. Fue un par de años antes de que el Gobierno interviniese Rumasa, y por cierto estaba allí el directivo que le traicionó y le pasó todos los papeles a los socialistas para que le emplumasen.
P. Interesante, pero nos estamos desviando.
R. El caso es que yo había pedido un crédito en el Banco del Noroeste que no nos concedían, y Ruiz-Mateos, que era el dueño, me lo aprobó en esa comida. No tuve que firmar ni un aval ni un contrato. Le dijo al director del banco: "A Cabeza le das lo que pida, que yo me fío de él". Me dio 60 millones, que por entonces era una cantidad considerable. Tened en cuenta que acabábamos de vender a Julio Alberto y a Marcos por 80 y 90 millones respectivamente.
P. ¿Tuvo suficiente para frenar la deuda?
R. Qué va, la deuda iba engordando porque Calderón tenía un crédito del Banco de Levante de 700 millones al 22%. ¡Al 22% de interés! ¡Usura! Las cuatro perras que ganábamos por la taquilla y otros conceptos no servían más que para tapar agujeros e intereses. A veces ni siquiera teníamos para pagar a los jugadores a tiempo.
P. Económicamente usted tampoco lo hizo bien...
R. Cogí el club con una deuda de 1.000 millones y lo dejé con 1.400 de deuda, no se pudo hacer más. Todos los abonos estaban descontados, la tele no ingresaba casi nada.... y luego que yo por entonces era muy pardillo y creía que una auditoría era una cosa seria.
P. Y no lo era.
R. ¡Claro que no! Un auditor dice lo que quiere oír el que le contrate. Y como aquella la contrató Calderón, pues dijo lo que él quiso que se dijese. Este país es una casa de putas, aquí nadie trabaja con profesionalidad.
Hice un corte de mangas desde el palco y se ofendió Alfonso de Borbón
R. ¿Tenía usted algún tipo de experiencia en el mundo de la gestión deportiva?
R. No, pero era director de La Paz, donde gestionaba 8.000 trabajadores y 15.000 millones de presupuesto, y era socio del Atleti desde 1950, pero no las dos cosas a la vez. El fútbol es corrupción, es intrínseco, y seguirán saliendo escándalos siempre, porque va con la actividad. Está todo inflado.
P. ¿Cree que hay burbuja?
R. Totalmente. No se pueden pagar los sueldos que se están pagando, aunque la televisión pague mucho. ¿Cómo puede ser que un jefe de servicio de La Paz gane menos de 6.000 euros al mes y un árbitro, que son todos unos tronchamozas, ganen más de 300.000 al año?
P. Lo suyo con los árbitros es atávico: en dos años le suspendieron dos veces, la segunda por más de un año.
R. E incluso me demandaron y me procesaron. Estuve en libertad condicional y tuve que pagar 250.000 pesetas de fianza, mientras que los de la colza, que estaba muriendo gente, solo tuvieron que pagar 100.000 para estar de nuevo en la calle.
Una casa de putas, lo dicho.
Yo era forense y, al estar procesado, no podía ejercer como funcionario público, pero yo seguí ejerciendo y nadie me dijo nada. Y los abogados, que son otros tronchamozas, podrían haber anulado todos los casos en los que yo intervine con mi peritaje forense, pero ninguno se dio cuenta. ¡Buah!
R. Con Supergarcía también tuvo algún roce.
R. No, no, García me utilizó como a todos, como a un limón: me exprimió hasta sacarme la última gota y luego se fue a otra cosa. Durante mi presidencia, les di carnaza para sus programas a Brotons, Roberto Gómez… y con estos igual, les daba espectáculo.
P. Porque a usted le gustaban mucho los medios.
R. Sí. Mira, un día me dijo la SER: “¿A ti te gusta el ciclismo?”. Y me hice tres Vueltas a España. Eso era la hostia, cobrando una pasta, yendo en el coche y comiendo en los mejores hoteles del país. Acojonante cómo me lo pasé. Lo que yo he vivido aquí no tiene nombre, si me hubiera pasado en China o EEUU, ahora sería presidente.
P. Pero es que usted no paraba de meterse en charcos. Sigue haciéndolo, de hecho.
R. En España no estaban acostumbrados a que alguien les dijese la verdad a la cara. Recuerdo una vez con García Candau, un periodista de 'El País' que era otro hijo de la… Gran Bretaña, que no paraba de zurrarme en el periódico. Así que un día en Valencia, que ganamos 3-1, me levanté en el palco, le miré y le hice un corte de mangas. ¡No veas la que se lio! Todo el mundo se dio por aludido (ríe). Estaba Alfonso de Borbón al lado y me dijo que cómo le hacía un corte de mangas… pues coño, porque si uno es un hijoputa, pues se le llama hijoputa, si luego se demuestra que no lo es, pues que me demande o ya le pediré perdón.
Lo que más me gusta es el VAR, porque deja en evidencia lo malos que son los árbitros
P. Tampoco le gusta el fútbol actual.
R. El fútbol está completamente 'amariconao'. Ahora juegan robots: les dicen lo que tienen que comer, lo que tienen que beber, les hacen análisis todas las semanas... y se nota en el juego. Recuerdo el Atleti de cuando yo era chaval: Mújica, Riera, Aparicio, Lozano, Juncosa... estos andaban todo el día con los del Madrid de copas como si nada. ¡Ahora tómate una copa, que verás como sales en el periódico! Ahora se cuidan mucho más, pero es más artificial. ¿Un chaval con 22 años que es millonario y no tiene estudios y que no sale? Eso es rarísimo.
Al fútbol le falta la salsa de antes. Yo no voy al campo ahora ni de coña, me aburre terriblemente. Lo único que me divierte es el VAR: porque antes los árbitros eran malos, pero ahora son incluso peores, y al menos el VAR les deja en evidencia.
P. Ahora los fichajes se han enredado en una maraña de agentes, comisionistas, 'sponsors'... ¿Cómo eran en su época?
R. Sencillísimo, se sentaban las dos directivas y llegaban a un acuerdo. Aquí, en este sofá, estuvo sentado José Luis Núñez, el presidente del Barça, y nos comimos una tortilla de patatas bien rica mientras cerrábamos la venta de Marcos Alonso. Hay una anécdota graciosa de esa operación que hace entender cómo funcionaba el fútbol entonces. Era junio del 82 y debíamos dinero a todos los jugadores de la plantilla. Estábamos jugando los octavos de final de la Copa del Rey contra el Barcelona: aquí habíamos ganado 1-0, y un día antes de la vuelta cerré la venta de Marcos.
Así que cogí el cheque, me fui al Banco de la Mediana Empresa y metí 60 millones de pesetas en un maletín. Sin pasar por casa, marché rumbo a Barcelona con Rodri, que era el director deportivo. Llegamos unos minutos antes del partido, con los jugadores en el vestuario, entramos, abrimos el maletín y dijimos: "A ver, por orden alfabético. Aguinaga, toma, los tres millones que se te deben. Siguiente..."
P. Y funcionó.
R. ¡Sí! Empatamos a cero allí y eliminamos al Barcelona. Todavía hay un directivo culé que, cuando me lo encuentro, me dice: "¡Joder! ¡Si lo llegamos a saber, no os pagamos hasta el lunes!"
P. De su época, lo único salvable es el fichaje de Hugo Sánchez.
R. Mira, Hugo Sánchez como futbolista era muy bueno, pero como persona, un tipo insoportable. In-so-por-ta-ble.
P. Es la misma opinión que luego causó entre sus compañeros del Real Madrid.
R. Claro. Nosotros fuimos a hacer una gira por México en 1981 y allí un representante nos lo ofreció, porque la directiva del Pumas estaba harta de él y se lo quería quitar de encima. Nos lo trajimos y al año yo también me lo quise quitar de encima, pero no pude, porque se me aferraba al contrato.
P. Pero ¿qué hacía? ¿Era engreído?
R. Muy engreído. Un tipo desagradable en el trato, déspota, que era el que mejor coche y traje tenía que tener, el más macho de todos. Pero repito: un delantero sensacional. Cuando me sucedió Calderón lo vendió muy bien al Madrid.
P. Una pregunta que nos hacemos hace tiempo: ¿cómo se compatibiliza la dirección de dos organizaciones enormes como La Paz y el Atlético de Madrid?
R. ¡No lo sé! Es que además no era solo eso, también era forense en Alcalá de Henares y jefe de los servicios médicos de la Confederación de Cajas de Ahorro. Me levantaba a las 7 de la mañana y no paraba. Recuerdo un día que tuve que ir a hacer la autopsia a uno de los hermanos Tonetti, que se había ahorcado en Algete, y por la tarde estaba en el palco del Camp Nou. U otro día que le hice la autopsia a una pobre pareja que se había estampado con el coche en Torrejón y por la noche estaba celebrando los goles de Hugo contra el Osasuna en Pamplona.
P. Y en los ratos libres, dirigir La Paz.
R. Se puede hacer de todo. Ahora, también os lo digo, yo tenía mis personas de confianza en quienes delegaba, y que también me informaban de cómo estaba la situación en cada lugar, porque yo la mayor parte del tiempo no estaba presente. Hay que rodearse de gente inteligente... no como hizo Luis Enrique.
P. Le pregunto por La Paz y acaba pillando Robert Moreno. ¿Qué le parece el relevo de seleccionador?
R. Pues que el chiquito este que estaba... Un tío al que le preguntan qué nota se pone, y se da un 10... Pues chico, ya me contarás, un poco sí se te ha subido. Es como si yo salgo a decir qué guapo y qué listo soy... Pues no, lo que soy es gilipollas. Y mira que Luis Enrique tampoco me gusta, pero a Robert Moreno se le subió demasiado, se creía que era Helenio Herrera.
P. Me alegra que mencione a HH, porque la hemeroteca dice...
R. ... que yo quería hacerle la autopsia para ver si tenía dentro del cerebro un rollo de papel higiénico usado. Sí que lo dije, y después lo volví a decir de José María García. Pero vamos, que ahora si le abro la cabeza a Pedro Sánchez, me encuentro lo mismo.
P. Bien. Ahora queríamos preguntarle por noviembre del 75 y Franco.
R. Sí, claro.
Coge de ahí un par de copas y servíos un Oporto, por favor.
P. Usted ejerció como maestro de ceremonias en La Paz cuando murió Franco. Recibía a todas las visitas.
R. Sí. Recuerdo esos días perfectamente. Acababa de mudarme a esta casa, no tenía ni un mueble, y mi coche era un Dodge Dart 3700, rojo con el techo en negro, el que teníamos todos los flipaos de la época. ¿Sabes lo que significan las siglas Dodge?
P. No. ¿Son unas siglas?
R. Sí, significan "Demostración Ostentosa De Gilipollas Españoles" (ríe). Disfruté mucho con él, pero no por conducirlo, sino por joder a los envidiosos. No hay cosa que me guste más que joder a los envidiosos. Porque defectos yo tengo muchos, pero envidioso no soy y...
P. Lo de Franco...
R. Ah, sí. Pues me llamó a casa a las 15:30 un tal Fernández Pinacho, que era el director médico de La Paz. "¡Vente corriendo, Alfonso, que nos traen al Generalísimo y no encuentro a nadie más!". Salí echando leches para La Paz y recuerdo que, a la altura de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, me tuve que meter un tramo largo en dirección contraria. ¿Sabes que en la puerta de la Ciudad Deportiva, al lado de donde yo trabajaba, había una pintada que decía: "Cabeza, cabrón, morirás con Goma-2"?
P. Lo de Franco...
R. Pues nada, según llegué, apareció don Paco, sobre las 15:45. Iba en una camilla y recuerdo que estaba muy, muy moreno. Estaba escuálido, pesaría como 35 kilos. Y desde que entró a La Paz hasta que murió, no salió una palabra de su boca. Yo estuve ahí todo el tiempo: no habló nada, por mucho que algunos digan que sí.
Y tuvimos lío desde el primer momento, porque querían meterle por la puerta principal y no había forma de hacer pasar por las puertas giratorias una camilla. Luego el director general quería irse a buscar a su familia a Aranda de Duero, uno que hacía guardia tiró un armario al suelo de madrugada... un despelote.
A eso súmale que tenía de interlocutor a Carlos Arias Navarro, que me tenía una manía tremenda.
P. Siga.
R. Pues fue unos meses antes, en una cacería en la que coincidimos. Echamos una partida de mus antes de la montería y ganamos a Arias Navarro y su compañero, así que, de subidón por la victoria y las copas, le dije al compañero del presidente del Gobierno: "Don Tomás, tiene usted que comprar los fascículos que acabo de publicar: 'Cómo ganar al mus y tener una vida sexual sana'". No te puedes imaginar la cara que se le quedó a Arias Navarro, me dije, 'ahora sí que la has cagado, Cabeza'.
Franco no abrió la boca desde que ingresó en La Paz hasta que murió
P. ¿No se volvieron a hablar?
R. Ni una palabra hasta que ingresaron a Franco. Ese día me llamó y me dijo: "Cabeza, este es mi teléfono. Cada dos horas quiero saber lo que pasa aquí". Y yo cada dos horas: “Don Carlos, está sangrando”. “Don Carlos, le han vuelto a meter”. “Don Carlos, le han intubado”. Y Don Paco no murió el día 20, murió el 19 de noviembre. Estaba yo de guardia. A las 21:45 veo que entran los ministros de Información y Turismo y Justicia, y pienso: ¡Qué cosa más rara!' Subo y me dicen los policías: “Cabeza, que se ha muerto, pero no digas nada". Necesitaban cinco o seis horas para prepararlo todo.
Los días anteriores, aquello fue un espectáculo.
P. ¿La gente iba al hospital a dejarse ver?
R. Claro. Si estaba allí toda la prensa. Dieron permiso para abrir la cafetería por la noche. La gente acababa allí después de tomar copas por Madrid, para ver lo que pasaba en La Paz, estaban allí todas las putas de Madrid, y todos los periodistas. Un espectáculo.
Pero tomaos el vinito, que está muy bueno.
P. Sí que lo está. No nos queda claro por qué se fue del Atlético.
R. Porque llegó un momento que no se podía. Primero, me sancionaron 16 meses. La Federación Española de Fútbol, que era un cachondeo. En el fútbol había muchos chanchullos por debajo, y yo era muy molesto, me hicieron la vida imposible. Iban a terminar acusándome de llevarme dinero, y dije: ¡A freír puñetas! Se me hincharon las narices, y mira, bendita la hora, hijo.
P. Dijo que se compraban y vendían árbitros.
R. Sí.
P. ¿Pero eso era verdad? ¿Lo vio?
R. Mira todo lo que ha pasado, cógete la hemeroteca, en Italia o en Francia.
P. Lo de las apuestas.
R. Las apuestas y… Mira: en esta vida todo el mundo tiene un precio. Todos. El que diga que no tiene un precio y nunca haya hecho trampas, que levante la mano. Yo no la levantaría… y creo que vosotros tampoco. Todos hemos hecho una pifia alguna vez en la vida, pequeña o grande. Pero yo duermo muy tranquilo. He tenido muchas oportunidades de forrarme en la vida, a través de La Paz o del Atlético, pero Hacienda me ha tenido siempre vigilado.
P. Hombre, mal no vive…
R. ¡Claro que no vivo mal! Porque no soy gilipollas (risas). Claro. Pero yo podía haber metido la mano… Ofertas, todas, de gente acojonante.
P. ¿Cómo llegan esas ofertas?
R. No os digo quién, pero era un banco que estaba ta-ta-ta. Como en los palcos [del fútbol] se juega mucho, y la familia de mi mujer era importante, pues… si lograba que no se expedientara a ese banco, me ponían muchos millones donde me diera la gana.
P. Su suegro fue ministro de Hacienda (1957-1965) y gobernador del Banco de España (1965-1970), ¿no?
R. Ministro y gobernador, sí. Y del Opus. Del Opus Demoni. No Opus Dei, Opus Demoni.
P. ¿Movía tanto los hilos el Opus o se ha exagerado?
R. El Opus estaba de caída en mi época. Su momento de gloria fue entre 1952 y 1970. Hasta el Caso Matesa. Que fue cuando fumigaron a mi suegro… por tonto. Honestamente os digo que mi suegro no se llevó un duro. Os lo garantizo. Lo que sí se hizo con Matesa fue dar créditos sin avalar a gente bien relacionada. El Opus hizo algunas cosas buenas, pero también era unos cachondos. Nosotros estábamos en clase con abrigo y bufanda, muertos, pasando un frío de cojones porque no había calefacción, y los señoritos de Pamplona en unas aulas de puta madre para veinte.
P. Eso sigue pasando.
R. Claro. No nos engañemos. En este país hay medicina para ricos, medicina para medios, medicina para pobres… y luego están a los que les dan por culo sin más. Y la justicia igual.
Gil quiso entrar en mi directiva, pero desde el primer momento me pareció un tipo peligroso
P. ¿Hay jueces para ricos y jueces para pobres?
R. Yo digo la justicia, no los jueces, no me meto con los jueces porque tuve un problema. Le dije a un periodista que a los árbitros había que hacerles ta-ta-ta-ta, y también a los jueces de línea, y no sé si aposta o sin querer, el periodista se comió lo de “línea” y escribió solo “a los jueces” (risas). No creo en la justicia. No creo en la de allá arriba, imagínate la de aquí abajo.
P. Cuando dice que hay una medicina para ricos y otra para pobres, ¿se basa en su experiencia?
R. Yo en la medicina he sido botones y capitán general. Lo que no puede ser es que Pepito García por ser Pepito García tenga una serie de prebendas.
P. ¿Habla de hospitales públicos?
R. Hombre, a la privada va el que tiene dinero, pero tampoco hay derecho. Para mí La Paz sigue siendo una maravilla, aunque habría que meterle mucho dinero, porque el edificio está hecho una pena. La sanidad española es fenomenal. Pero estoy en desacuerdo es con el sistema, que es malísimo.
P. ¿El sistema de financiación?
R. No. No hay derecho a esperar cinco o seis horas en urgencias. Solo el 10% de los que van a las urgencias de La Paz deberían estar ahí, habría que desviarles a los ambulatorios, porque estás jodiendo a los que sí tienen una urgencia de verdad.
P. Usted vive unos meses al año en Murcia, en La Manga del Mar Menor, ¿verdad?
R. Sí, yo estoy enamorado de La Manga. Solo tiene un gran problema: que hay murcianos. ¿Os podéis creer que en verano somos medio millón de personas y en invierno 3.000? La cantidad de dinero parado que hay ahí. Es una maravilla de sitio, pero el Mar Menor está muerto. Por eso digo que la culpa es de ellos. Me refiero a los políticos murcianos, eh, no a los murcianos. No me la voy a cargar yo ahora por meterme con toda Murcia, eh, no me jodáis (risas). El problema son los políticos murcianos. No han hecho nada en La Manga. Está muerto. Podían haber atraído a gente mayor en invierno, que las aguas del Mar Menor son parecidas a las del Mar Muerto, pero lo tienen hecho mierda: no paran de arrojar porquería al mar, construyen como les da la gana. Es una pena.
P. ¿Qué opina de la situación política?
R. De coña.
P. No se sabe qué va a pasar…
R. A mí para lo que me queda de vida. He cumplido 80 años hace quince días. Yo cuando veo en las esquelas de 'ABC' que se ha muerto un árbitro de fútbol o un inspector de Hacienda, pienso: “Un hijoputa menos en España”. A mí me la metió doblada Hacienda, y les gané.
P. ¿Ha tenido usted problemas con Hacienda?
R. Una vez. Iba a la tele y lo cabrones me pagaban sin meterme el IVA. Mi asesor me dijo que lo pagara en la declaración o me meterían el palo, y pagué todo el IVA que tenía que pagar. Pero me hicieron una paralela y me dijeron que no era suficiente. Un chantaje. Recurrí y les gané. Yo no puedo con Hacienda...
A mí me la metió doblada Hacienda y les gané el juicio
La gilipollas de la inspectora de Hacienda acabó en mi consulta con un problema cervical. Le dije que tenía que hacerse una resonancia y que tardaría tres o cuatro meses. Protestó. Le dije que se fuera a la privada y pagara: “No dice usted que hay que pagar impuestos para tener una sanidad buena, pues espere tres meses a hacerse la resonancia como todo el mundo”. No volvió más a la consulta. He tenido líos con todo el mundo (risas).
P. Estuvo a punto de coincidir con Jesús Gil ¿Qué opina de él?
R. Intentó entrar en mi junta directiva del Atlético. Pero era peligroso. Yo no me llevaba ni bien ni mal con él, el pobre se murió, si es que está muerto... dicen que está con Chávez en Venezuela ¡Coño! ¡Morirse ocho días antes de entrar en la cárcel es mucha casualidad!
P. ¿Vio desde el primer minuto que Gil era un poco oscuro?
R. Yo a Gil le conocí en 1969 tras el colapso de Los Ángeles de San Rafael. Se hundió un piso del restaurante. Estaba yo de traumatólogo en La Paz y trajeron a los heridos. Me tocó ir a Segovia y a la cárcel, donde Gil vivía de puta madre: le traían la comida a diario desde Cándido. Un cachondeo… ¿Conocéis la historia de Gil?
P. Sí.
R. Seguro que no. Su padre se murió y su madre se volvió a casar, con uno de los chóferes de Doña Carmen Polo de Franco. Por eso vino luego lo que vino…
P. Los indultos.
R. Los indultos y toda la puñeta. Gil murió debiéndome una cena. En una fiesta en Marbella le dije que el Atlético no iba a subir a Primera porque tenía una mierda de equipo. No subió. No me pagó la cena.
P. O sea, no se llevaba mal con Gil, pero hacer negocios con él, tampoco.
R. No, no, nada, cero. Por cierto: la mujer de uno de sus hijos, Jesús, el de la inmobiliaria, fue mi secretaria. Yo creo que los Gil trataban de enterarse de lo que hacía en el Atlético por ella, y viceversa. ¿Más cosas?
P. De política casi no hemos hablado…
R. Este país no tiene solución, por un motivo sencillo, la culpa viene de atrás, de los tiempos de Suárez, cuando se dejó engordar a los catalanes a cambio de su apoyo. Pero los tres presidentes más nefastos han sido Zapatero, Rajoy y el de ahora, que nos puede llevar a la ruina.
P. Según usted, el gran problema es el nacionalismo periférico.
R. ¡A mí me da todo igual! Es como lo del clima. Dicen que nos hemos cargado esto y que en el año 2100 habrá un metro más de agua. ¡Cómo si hay siete metros más! Yo estaré ya con San Pedro. Hay que vivir al día y procurar no molestar. Pero es que somos un país de hijos de puta. En España hay 48 millones de hijos de puta. Y, además, los 10 millones siguientes que nazcan también van a salir hijos de puta (risas). ¡Eso es lo malo!
Acabamos con una huelga de hospitales amenazando con una falsa bomba de ETA
P. Siga.
R. ¡Si todos queremos lo mismo! Vivir mejor, ganar más dinero, estar más tranquilos, que tus hijos vivan mejor que tú. Yo tengo aún familia en el pueblo. Gente primitivísima. De azada. Lo único que quieren es que sus hijos vivan mejor y tengan una carrera. ¿Os he contado que tengo tres cursos de Periodismo?
P. Ah, usted tuvo un programa en la SER, ¿no? ¿De qué iba?
R. Era un Encarna de noche, Encarna de día. La gente llamaba para lo que fuera: uno pedía trabajo, otro se cagaba en no sé qué…
P. ¿Un consultorio?
R. Un consultorio de coña.
P. ¿Fue después de pasar por el Atlético?
R. Sí. Era medio de cachondeo. Un día llamó uno y dijo: “Cabeza, es usted un hijo de puta”. Le contesté: “Mire, coño, pues ya somos dos” (risas). La radio es para los que tienen reflejos rápidos.
P. Pues ya estaría.
R. Os cuento una última anécdota para acabar.
P. Adelante.
R. Cómo me hicieron director de La Paz. Primero me ascendieron a subdirector. El director de entonces era un cachondo, yo no sé si tenía algún lío, porque desaparecía, me lo chupaba yo todo. Venía de visita el Rey o Giscard d'Estaing y el tipo no aparecía. Entonces dimitió el director del 12 de octubre, y [Juan José] Rosón, que entonces era Gobernador Civil, me ofreció el cargo.
En enero de 1979 hubo una huelga acojonante en los hospitales de Madrid. No había forma de romperla. Nos llamaron varias veces a la sede del gobierno civil. Había un comité de huelga. Estábamos en 1979, con todo el prurito de que se había muerto Franco… Yo con Franco viví de puta madre, eh, nadie se metió conmigo, hice lo que me dio la gana, estuve en la tuna toda la carrera, no tenía un duro, pero me ponía el traje de tuno e iba a todos los lados gratis.
El caso: Rosón reunió a todos los directores de hospitales de Madrid a ver cómo podíamos terminar con la huelga. Se me cruzó un cable y propuse lo siguiente: “Mire usted, ahora que está de moda llamar a los sitios diciendo que va a explotar una bomba, ¿por qué no llamamos donde está encerrado el comité de huelga diciendo que va a estallar una bomba en diez minutos?” Rosón me miró como si estuviera completamente loco. Pensé que había metido la pata y me iban a echar del hospital. Bueno. ¿Sabéis lo que pasó? A las dos horas la huelga terminó: alguien había llamado al comité de huelga, en Malasaña, diciendo que había una bomba. Según bajaron los sindicalistas a la calle, los detuvieron a todos. Se acabó la huelga.
A los ocho días, Rosón me nombró director de La Paz, donde yo había empezado de botones. Pues ya está, ¿no?
P. Estamos surtidos.
R. Joder, qué más queréis, si os he contado mi vida.
“Espero que cuando se publique esto no acabemos todos en la cárcel… Si se lía o algo, diré que me habéis drogado”. Lo dice Alfonso Cabeza (Bubierca, 1939) entre risas, mientras despide a los periodistas en la puerta de su casa en La Moraleja.
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