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El madridista que vendía almohadillas en el Calderón no sirve para el Metropolitano
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30 años de servicio en el manzanares

El madridista que vendía almohadillas en el Calderón no sirve para el Metropolitano

Con el traslado al nuevo estadio, el Atlético plantea prescindir de una figura ya clásica tanto en su recinto como en muchos campos de la geografía española: el 'almohadillero'

Foto: Aspecto del Wanda Metropolitano esta semana. (Foto: Atlético de Madrid)
Aspecto del Wanda Metropolitano esta semana. (Foto: Atlético de Madrid)

El pasado sábado se disputó el último partido oficial en el Vicente Calderón. Era el fin de 51 años de gradas llenas de efervescencia rojiblanca salpicados con numerosas finales y días de festividad nacional con algún encuentro de la Selección española. El Barça celebraba en el césped la Copa del Rey recién ganada y en la grada empezaban los operarios del Atlético a poner orden e ir recogiendo toda la basura que se encontraban a su paso. Si uno consigue quedarse suficiente tiempo en su localidad, digamos, 20 o 30 minutos después del triple pitido final, puede admirar algo muy habitual: unas personas lanzan decenas de almohadillas desde los asientos superiores al anillo inferior. Una postal poco conocida, casi nunca vista y que, como no cambien mucho las cosas, no se repetirá en el nuevo hogar colchonero.

Las almohadillas evocan un fútbol ochentero, incluso más vetusto. Recuerdan los largos años en los que los aficionados que iban a ver a su equipo tenían dos opciones: ora se pasaban la hora y media de fútbol de pie, ora descansaban sus posaderas sobre el cemento armado o sobre los largos bancos metálicos sin separaciones individuales. Muchos eran los que en el camino hacia su hueco se acercaban al 'almohadillero' a comprarle o alquilarle algo mullidito que les permitiera poder andar con naturalidad una vez se abandonara el estadio.

Era el fútbol que murió después de Heysel. Los asientos se empezaron a instalar en los campos europeos a partir de 1985 y las almohadillas perdieron su sentido, en parte. Todavía hoy son muchas las personas que deciden no poner el culo sobre la butaca ya sea por comodidad o por no mancharse los pantalones o las faldas. La figura del 'almohadillero' sigue presente en decenas de estadios, entre ellos, el Vicente Calderón. "Venga, llévense una de estas, que arriba no hay", dice Juan (nombre ficticio, ya que el entrevistado prefiere no ser conocido) a los aficionados que entran al campo. Siempre lo hace con gracia y no se cansa cuando pasan de largo sin ni siquiera mirarlo, no pierde nunca el buen humor.

"Llevo 30 años viniendo al Calderón a alquilar almohadillas", afirma este portero de fincas jubilado de casi 70 años que reconoce que aunque le cae bien el Atleti, es madridista. "Yo siempre prefiero que gane el Madrid. Es que también estoy con las almohadillas del Bernabéu. Pero cuando estoy aquí, quiero que gane el Atleti, me viene bien que gane, claro. Menos en el derbi, ahí quiero que ganen los otros". Lo cuenta sin perder nunca de vista el negocio. Seguidamente se gira hacia unas personas que se dirigen directas a las ligeras estanterías que sujetan los cientos de almohadillas que tiene detrás de sí.

"No sacamos más de 40 euros por partido"

"Oigan, que esto hay que pagarlo, lo saben, ¿no?", les espeta. "¿Cuánto valen?". "Dos euros". "Ah, pues no". Al saber que no es gratis, los seguidores siguen su camino y se niegan a pagarlo. "A estos ya me los conozco, los veo que vienen a cogerlos directamente pensando que es gratis y no. Tienen mucha cara dura. Claro, hay que pagar". No siempre es así. Antes se había acercado un padre con su hija y le pidió dos. "¿Cuánto es?", le pregunta. "Dos euros, por la voluntad", responde Juan, que recibe dos monedas de dos euros después de pasarles un trapo por encima a las dos almohadillas que entrega. El dinero que hace no es gran cosa. "Nosotros nos llevamos un porcentaje. No sacamos más de 30 o 40 euros por partido. Pero, oye, no viene mal ese dinerillo extra, y además veo el fútbol".

"Colocamos unas 250 o 300, depende de si vienen Madrid o Barça, que entonces vendemos más. Hoy, por ejemplo, no tengo ni idea de cuántas venderemos, porque al no ser la clientela habitual, es difícil saber", habla de la final de Copa, que juegan dos 'extraños' en el Calderón, Fútbol Club Barcelona y Alavés. Se trata de un alquiler, no es una venta. "La mayoría de la gente la deja en su asiento y luego vamos nosotros a recogerla, pero a veces la gente se la quiere llevar y entonces, si los pillo, se las quito. Pero bueno, hay algunas que no aparecen".

Este es también su último encuentro oficial en el Calderón. El próximo ya debería de ser en el Wanda Metropolitano, el estadio alejado del corazón rojiblanco que será la nueva sede del Atlético de Madrid. "Depende del club, pero ellos dicen que allí no quieren almohadillas y si no necesitan almohadillas, pues nosotros no iremos", afirma entristecido. "El jefe es que lleva toda la vida aquí, es una parte de él. Lleva 50 años con las almohadillas. Yo, claro, dependo del jefe, si él consigue que vayamos, pues allí estaré una vez más", añade mientras le dice a otro grupo que sí, que hay que pagar.

Queda poco para que lo sepa a ciencia cierta, pero todo apunta a que Juan no volverá a hacer más cómodo el partido para la afición del Atlético. Se quedará con el Bernabéu, al menos hasta que las obras de Florentino se pongan en marcha, luego quién sabe si querrán almohadillas allí o no. "Si no me quieren en el Metropolitano, pues me quedaré en mi casa, qué le vamos a hacer. Me gustaría ir, no depende de mí, pero no pasa nada". Se despide con una enorme sonrisa y vuelve a su negocio. "¡Venga, que arriba no hay!".

El pasado sábado se disputó el último partido oficial en el Vicente Calderón. Era el fin de 51 años de gradas llenas de efervescencia rojiblanca salpicados con numerosas finales y días de festividad nacional con algún encuentro de la Selección española. El Barça celebraba en el césped la Copa del Rey recién ganada y en la grada empezaban los operarios del Atlético a poner orden e ir recogiendo toda la basura que se encontraban a su paso. Si uno consigue quedarse suficiente tiempo en su localidad, digamos, 20 o 30 minutos después del triple pitido final, puede admirar algo muy habitual: unas personas lanzan decenas de almohadillas desde los asientos superiores al anillo inferior. Una postal poco conocida, casi nunca vista y que, como no cambien mucho las cosas, no se repetirá en el nuevo hogar colchonero.

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