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Al pívot Bob Whitmore pisar la cárcel le costó su fichaje por el Real Madrid
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El pívot norteamericano fue pillado con droga

Al pívot Bob Whitmore pisar la cárcel le costó su fichaje por el Real Madrid

La imputación de Benzema en un delito de chantaje no tiene precedentes en el Real Madrid. Sólo el caso del pívot Bob Whitmore, que pisó la cárcel cuando iba a fichar por el club blanco, se le acerca

Foto: Bob Withmore
Bob Withmore

En el verano de 1969, el pívot norteamericano Bob Whitmore aterrizaba en el aeropuerto de Barajas. Con su equipaje cargado de esperanzas e ilusiones, Bob llegaba con la credencial de ser uno de los más destacados jugadores universitarios de los Estados Unidos, valoración que habían hecho los mejores técnicos de la NBA. La aureola con la que se presentaba en la capital de España el espigado pívot estadounidense, cuerpo de atleta, más de dos metros de altura y el aval de sus 23 años, eran suficientes argumentos para triunfar en el Real Madrid, que se había interesado en hacerse con sus servicios.

El jugador de tez negra pasó un exhaustivo reconocimiento médico en las instalaciones clínicas del club, ubicadas por aquel entonces en la antigua Ciudad Deportiva. Los doctores que le examinaron redactaron un informe que entregaron en la sección de baloncesto, en el cual precisaban que no habían encontrado ninguna anomalía que impidiera su contratación.

Tras dormir a pierna suelta unas cuantas horas, al día siguiente Bob Whitmore sólo pensaba en conocer a Pedro Ferrándiz, su nuevo entrenador, a sus compañeros de fatigas y, sobre todo, firmar el contrato que le vinculara al Real Madrid de baloncesto. El club decidió que había que esperar a que llegara Ferrándiz para planificar la pretemporada, así como los internacionales que estaban con la selección española en el Campeonato de Europa que se disputó en Italia y los que disfrutaban de sus vacaciones estivales. El técnico madridista había aconsejado el fichaje de Bob para reforzar la plantilla. Un hombre, Pedro Ferrándiz, que rara vez se equivocaba cuando recomendaba contratar a un jugador español o extranjero. Sin embargo, en esta ocasión, el fichaje de este joven norteamericano resultó uno de los episodios más lamentable y problemático en la historia del Real Madrid de baloncesto. De la cancha pasó a la cárcel.

Bob Whitmore se encontrara solo en Madrid. Vivía en un apartamento que le había facilitado el club cerca del estadio Santiago Bernabéu. Por las mañanas iba al pabellón de la desaparecida Ciudad Deportiva, vestido con un chaquetón en el que parecía que había metido plomo en sus bolsillos de lo que pesaba, y se ponía a entrenar acompañado por uno de uno de los técnicos del equipo. A la caída de la tarde, Bob quiso conocer a pasos agigantados la ciudad en la que había comenzado a residir. Recorría sus calles, se paraba ante los escaparates y, antes de irse a descansar, más de una vez se familiarizó con las noches madrileñas.

Lo que no entraba en sus planes era tener que afrontar los entrenamientos en solitario, junto a uno de los preparadores del cuerpo técnico de baloncesto, y las trabas que puso la dueña del apartamento que le había buscado el club, al manifestar la propietaria lo que pensaba de las personas nacidas con la tez negra en términos nada cariñosos. “No se preocupe, señora, que el Real Madrid estará al tanto del comportamiento de este jugador. Ya verá como no tiene ningún problema”, le aseguró José Luis López Serrano, uno de los dirigentes de la sección de baloncesto por aquellas fechas.

Un día de aquel verano de 1968, un inspector de policía llamó al club para comunicar que Bob había sido detenido por agentes de la entonces Policía Armada en el apartamento que residía. Según la versión el inspector, el jugador estadounidense figuraba en una lista de la desparecida base militar de Torrejón de Ardoz, en la cual había adquirido marihuana, sustancia de la que confiscaron 30 gramos que tenía en el apartamento que vivía.

Bob Whitmore ingresó en el Centro Psiquiátrico de la derribada Cárcel de Carabanchel, donde estuvo internado por espacio de dos meses. Cuando López Serrano, en representación del club, iba a visitarle a la cárcel, le llevaba comida y libros, con el fin de que el tiempo en aquel lugar se le hiciera más corto. Tras abandonar el Centro Psiquiátrico fue trasladado a la Dirección General de Seguridad, que por aquella época estaba en la Puerta del Sol. Uno de los comisarios que le interrogó decidió que Bob tenía que ser expulsado de España inmediatamente, salvo que el Real Madrid mostrara interés en que el jugador siguiera vinculado al club.

El comisario, entre otras cuestiones, informó al Madrid de que no sólo había determinado expulsarle del territorio español, sino que iba a obtener más datos sobre las acusaciones de las que había sido objeto Bob, del que dijo que “era un buen chico y que su comportamiento en el Centro Psiquiátrico de Carabanchel había sido ejemplar”. La respuesta de la entidad no se hizo esperar ni un segundo, asegurando un miembro de la junta directiva, con la aprobación de Santiago Bernabéu y Raimundo Saporta, vicepresidente segundo, que “el club no se puede arriesgar a contar con un jugador que había sido detenido por tener marihuana en su casa, máxime cuando todos los medios de comunicación, españoles, europeos y estadounidenses, habían aireado a los cuatro vientos los motivos de su detención”.

Además, en el club se sacó la conclusión de que en cualquier cancha de España o del extranjero, más de uno de esos hinchas desaforados acusaría al Madrid de tener en su plantilla de baloncesto a un drogadicto. A Bob, que no llegó a ser presentado ni a Ferrándiz ni a los que serían sus nuevos compañeros, se le comunicó que no volviera a pisar la cancha de la Ciudad Deportiva, que preparase lo antes posible su equipaje y se marchara de Madrid. José Luis López Serrano le acompañó hasta el aeropuerto de Barajas, despidiendo a un hombre que regresaba a su país triste y cabizbajo. En su cara, no podía ocultar el grave error que había cometido.

En el verano de 1969, el pívot norteamericano Bob Whitmore aterrizaba en el aeropuerto de Barajas. Con su equipaje cargado de esperanzas e ilusiones, Bob llegaba con la credencial de ser uno de los más destacados jugadores universitarios de los Estados Unidos, valoración que habían hecho los mejores técnicos de la NBA. La aureola con la que se presentaba en la capital de España el espigado pívot estadounidense, cuerpo de atleta, más de dos metros de altura y el aval de sus 23 años, eran suficientes argumentos para triunfar en el Real Madrid, que se había interesado en hacerse con sus servicios.

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