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El perverso y perdido universo de los ultras del fútbol y la ‘terapia del patito feo’
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El perverso y perdido universo de los ultras del fútbol y la ‘terapia del patito feo’

Guillermo Fouce, prestigioso doctor en psicología que trata a ultras del deporte, analiza su comportamiento habitual y algunas claves para su rehabilitación

Foto: La violencia en el mundo del fútbol es un problema sin resolver (EFE)
La violencia en el mundo del fútbol es un problema sin resolver (EFE)

Los que llevan años luchando para erradicar la violencia del fútbol sabían que una nueva tragedia podía manchar de sangre el deporte español. El asesinato de un aficionado del Deportivo tras una batalla campal entre el Frente Atlético y los Riazor Blues en la mañana de un frío domingo pilló con la guardia baja al personal. Empezando por las fuerzas de seguridad, que no cazaron la información a tiempo para evitar el encuentro entre los ultras de Atlético de Madrid y Deportivo. El problema no es nuevo, pero las medidas adoptadas hasta ahora han sido insuficientes. Empezando por los clubes, que han preferido mirar a otra parte, favoreciendo el continuo crecimiento de unos grupos que han alcanzado, en muchos casos, una cuota de poder casi ilimitada. ¿Qué pasa por la mente de los violentos? ¿Tiene solución el problema? ¿Cómo se puede atajar? Guillermo Fouce, prestigioso doctor en psicología y Profesor de Honor de la Universidad Carlos III, da su visión del problema en charla con El Confidencial. Acostumbrado a tratar con ultras del fútbol, el presidente de Psicólogos sin Fronteras explica qué mueve a estos ‘aficionados’ a actuar de esta manera, qué pasa por sus mentes y de qué manera se puede solucionar un problema que se ha alargado en exceso en el tiempo.

Explica para empezar que los ultras “tienen características comunes. El fútbol es una simple excusa. Todos ellos se refuerzan cuando están en grupo, no se atreven a hacer nada en solitario. ‘Y por eso te agredo, porque no te considero como un igual, no eres como yo’, piensan, porque a los demás nos consideran inferiores y no merecemos ni ser escuchados”. Y resalta que “ellos se creen los buenos y en su opinión nosotros somos los malos”. ‘Vamos a meteros, vamos a haceros desaparecer’, son frases que emplean con asiduidad porque “todos ellos manejan un lenguaje bélico y califican como operación todas sus acciones”, subraya Fouce, añadiendo que “ensayan conductas violentas. Tienen manuales de acción para saber qué hacer en cada momento, como ocultar una barra o una pistola. Son como guerrilleros y hablan de cómo ganar una batalla”.

Reclutar nuevos efectivos es uno de los objetivos de los líderes. Afirma Guillermo que “los ultras captan jóvenes con conflictos familiares o a personas rechazadas. Al final, éstas se refugian en el grupo, que es el que les refuerza”. Y precisamente se refuerzan todos los violentos “haciendo menciones destacadas a determinados integrantes del grupo por sus actuaciones; se rinde homenaje al que está en la cárcel, al que ha agredido a un policía... Es una acción perversa, pero refuerza al individuo. En función de su maldad, ascienden en el escalafón”. Y resalta que en este sórdido universo, perdido en no se sabe donde, en el que viven, a los violentos “siempre se les conoce por apodos o números y hablan en código. Crean su mundo; aislado, lejos de la realidad, al margen de la lógica... Y finalmente, justifican la violencia”.

“Un pensamiento único”, apostilla Fouce. Todos los integrantes de estos colectivos van a una, y recuerda que “los ideólogos, los más mayores, hacen los discursos y no ejercen la violencia física, sólo la verbal. Ellos se dedican a la captación de jóvenes y a edificar un ideario justificador”. Y resalta un aspecto común, y es que todo su mundo “está acompañado de drogas y alcohol para desinhibirse”. El psicólogo social considera vital “detectar a tiempo a los jóvenes que empiezan a unirse a los violentos”, y apunta, como aspecto clave a resolver, que “están financiados con entradas y viajes. Llegan a tener encuentros personales con los propios futbolistas y este tipo de cosas hay que evitarlas. Hay que cortar de raíz todo tipo de prebendas y, además, no permitir que muestren públicamente sus símbolos. Y por encima todo no se les debe tener miedo”.

“Yo creo que este problema sí tiene solución, pero no hay que permitirles nada, no dejarles crecer”, asegura convencido, para recordar que hay duras terapias que ya se emplean en nuestro país con los violentos. Guillermo explica que “los tratamientos agresivos se aplicaron primero en Reino Unido y Estados Unidos. En este punto, conviene recordar que es básico recuperar la empatía del ultra, que se considere delante del otro como un igual. Al racista, por ejemplo, se le obliga a hacer un voluntariado con personas de otro color, para que conviva con ellos durante un tiempo. Lo mismo se hace con personas que han estado involucrados en accidentes de tráfico -visitan centros de tetrapléjicos- o tienen problemas con el alcohol”.

El profesor subraya que en nuestro país ya se aplican tratamientos agresivos. “A los ultra se les guía por esa vía, como por ejemplo llevándoles a visitar a personas que han recibido una paliza. La denominamos ‘terapia del patito feo’, obligándoles a sentir en sus carnes lo que le han hecho al otro. Se les incluye en un grupo y al violento le bautizamos así, como el patito feo; en la terapia, el resto del grupo le insulta, le infravalora… Todo el mundo actúa como él lo hace. Los anglosajones son precursores en este tipo de terapia de choque. Sí está funcionando, aunque con perfiles duros es más complicado”. “Es básico hacerles sentir como cualquier ser humano. Primero hay que reconstruir la empatía y luego conectar lo que haga con las consecuencias”, recalca.

Recuerda que “en Estados Unidos y Reino Unido las terapias son más agresivas a nivel grupal e individual. No sólo vale con la palabra, tienen que vivir en propias carnes lo que sufre una víctima. Se trata de romper la unidad del grupo. He tratado con ultras y por mi experiencia, se rompe si está solo, pues rodeado de sus compañeros se crece”. Y deja claro que “no son personas que pasan de la familia. Su conducta a diario es normal, no son violentos. Son cariñosos con sus padres, sus novias, sus amigos… Son hasta agradables, pero cuando llega el fin de semana se transforman, se convierten en animales. Este es el perfil más habitual”. “Llevan una doble vida y a los padres les cuesta asimilar la realidad; algunos prefieren mirar hacia otro lado, no saben qué hacer”, comenta para explicar el drama que viven muchas familias.

“Lamentablemente habrá más desgracias, no es la primera vez que sucede algo así”, señala, reconociendo que “hay casos perdidos con los que no se puede hacer nada y tienen que estar en prisión. No obstante, algunos reflexionan y vuelven al buen camino; por ejemplo, aquellos que tienen hijos”. Y para acabar, recalca que “en todo este asunto tienen que tener un gran protagonismo para atajar el problema los clubes, la Policía y las leyes. Hay que perseguirlos, no ser tolerantes. Hay que impedir que los jóvenes caigan en las redes de estos grupos. Y en este caso concreto al que nos referimos, insisto una vez más, los directivos y los deportistas tienen que evitar el contacto con ellos”.

Los que llevan años luchando para erradicar la violencia del fútbol sabían que una nueva tragedia podía manchar de sangre el deporte español. El asesinato de un aficionado del Deportivo tras una batalla campal entre el Frente Atlético y los Riazor Blues en la mañana de un frío domingo pilló con la guardia baja al personal. Empezando por las fuerzas de seguridad, que no cazaron la información a tiempo para evitar el encuentro entre los ultras de Atlético de Madrid y Deportivo. El problema no es nuevo, pero las medidas adoptadas hasta ahora han sido insuficientes. Empezando por los clubes, que han preferido mirar a otra parte, favoreciendo el continuo crecimiento de unos grupos que han alcanzado, en muchos casos, una cuota de poder casi ilimitada. ¿Qué pasa por la mente de los violentos? ¿Tiene solución el problema? ¿Cómo se puede atajar? Guillermo Fouce, prestigioso doctor en psicología y Profesor de Honor de la Universidad Carlos III, da su visión del problema en charla con El Confidencial. Acostumbrado a tratar con ultras del fútbol, el presidente de Psicólogos sin Fronteras explica qué mueve a estos ‘aficionados’ a actuar de esta manera, qué pasa por sus mentes y de qué manera se puede solucionar un problema que se ha alargado en exceso en el tiempo.

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