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Las protestas de Brasil tienen efecto: paralizan las subidas y frenan los recortes
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SIGUEN SIN ENTENDER QUE NO SE RESPETE EL FÚTBOL

Las protestas de Brasil tienen efecto: paralizan las subidas y frenan los recortes

La Copa Confederaciones se ha convertido en un ensayo general para el Mundial que se celebrará en Brasil dentro de un año. El objetivo era convertirse

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Las protestas de Brasil tienen efecto: paralizan las subidas y frenan los recortes

La Copa Confederaciones se ha convertido en un ensayo general para el Mundial que se celebrará en Brasil dentro de un año. El objetivo era convertirse en la capital mundial del fútbol durante un par de semanas, una meta fácil de alcanzar cuando hacemos referencia a un país que se paraliza por completo con el deporte rey. Los tiempos han cambiado y la indignación se ha instalado en el país brasileño: el gobierno de Dilma Roussef está en el punto de mira, los apoyos desaparecen y la represión no ha podido callar a un pueblo que ha aprovechado el escaparate de la Confederaciones para hacerse oír.

La política de recortes y subidas de Dilma Rousseff ha tenido como consecuencia una serie de movilizaciones generalizadas por las principales ciudades del país. El Gobierno de Brasil aspiraba a mostrarse como un país donde reina el orden y el progreso teniendo en cuanta las dos citas que se le avecinan: el Mundial de 2014 y los Juegos de 2016. El plan no está saliendo como ellos habían pensado porque el fútbol no ha conseguido paralizar a la población. Todo lo contrario. Las manifestaciones se suceden y muchas de ellas tienen como punto final los estadios donde se están disputando los partidos de la Copa Confederaciones. En Brasil vuelve a sorprender que las protestas se programen durante los encuentros.

Todas estas acciones no han sido en vano. El Gobierno de Dilma Rousseff ha tenido que dar un paso atrás y ha parado las subidas previstas para el transporte además de reducir los recortes en salud y en educación.

La Selección está siendo testigo en primera línea de las acciones del pueblo brasileño. Este jueves se enfrentaban a Tahití en el mítico Maracaná que estaba acordonado por la Policía Militar: su anillo de protección se situaba a un kilómetro del estadio que contaba con una tanqueta en cada una de sus cuatro esquinas. El acceso se antojaba complicado. Y es que un día antes, en Fortaleza, los manifestantes se acercaron sin reparos al campo de juego. Es más, durante el choque entre España y Tahití había programada una manifestación a la que se calculaba que acudirían un millón de personas aunque luego al realidad fuera otra distinta. Al término del encuentro, las selecciones tenían orden de abandonar cuanto antes Maracaná porque estaba prevista otra concentración.

En Brasil no entienden que no se respete el fútbol como se hacía antes, ha perdido peso. Es la primera vez que están ante una situación como esta porque aunque parezca imposible, el país sudamericano ya no se detiene para disfrutar de un deporte que sus futbolistas convirtieron en arte. Hay cosas más importantes para los brasileños.

Los empleados del hotel, sospechosos del robo

Por otro lado, al Policía ya ha comenzado a investigar el robo que sufrieron seis jugadores de la Selección en Recife. Sucedió cuando España se enfrentaba a Uruguay: Piqué fue el más afectado por el robo ya que le robaron mil euros que y a Fábregas también le sustrajeron dinero. La investigación señala a los empleados del hotel como principales sospechosos ya que las habitaciones no presentaban signos de haber sido forzadas. Además, la Policía ha asegurado que los jugadores no emplearon las cajas fuertes disponibles para guardar este tipo de efectos personales.

La Copa Confederaciones se ha convertido en un ensayo general para el Mundial que se celebrará en Brasil dentro de un año. El objetivo era convertirse en la capital mundial del fútbol durante un par de semanas, una meta fácil de alcanzar cuando hacemos referencia a un país que se paraliza por completo con el deporte rey. Los tiempos han cambiado y la indignación se ha instalado en el país brasileño: el gobierno de Dilma Roussef está en el punto de mira, los apoyos desaparecen y la represión no ha podido callar a un pueblo que ha aprovechado el escaparate de la Confederaciones para hacerse oír.