Dentro del Paddock | Fernando Alonso vuelve a pinchar en hueso en el Gran Premio de Baréin
El español no levanta cabeza con Aston Martin. El equipo verde tocó fondo en el GP de Baréin definitivamente, como esa piedra que cae al lecho del río. No se puede bajar más
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Max Verstappen ya nos ha dicho que revalidar el título en 2025 está fuera de lugar, quién sabe, aunque su ejemplo sirve para aligerar las perspectivas de un dominio definitivo de McLaren. A estas alturas del pasado año, el neerlandés lideraba con la mano férrea que ahora muestra el equipo británico. Al final del mismo, llegó a rodar con el cuarto monoplaza.
La evolución de McLaren desde 2024 no sugiere semejante evolución inversa y sí aventurar que Mercedes o Ferrari consigan echarle el guante dentro de algunas carreras. De momento, en el equipo papaya el reto será jerarquizar a sus pilotos cuando llegue la necesidad. Siempre y cuando Lando Norris no se descarte a sí mismo.
Porque Norris reabría en Shakir esa fisura interna que expresó con su rendimiento y declaraciones. El británico reconoce que no acaba de sintonizar con su monoplaza y que solo la superioridad del MCL39 le mantiene arriba. Su cálida y sensible personalidad juega en contra en un mundo implacable, en el que la percepción cuenta y la debilidad la erosiona. Si en el entorno se reafirma que carece de la necesaria fibra de campeón, la temporada se complicará por la presión, siempre que la realidad y las expectativas diverjan, como en este pasado fin de semana.
Oscar Piastri le cogía totalmente la medida en Shakir, sin un error del australiano por los numerosos de Norris, tanto sábado como domingo. McLaren, y especialmente el elegante Andrea Stella, cierra filas a su alrededor. Pero una organización de mil personas necesita confiar en la fibra de quien le defiende en pista. ¿Qué pensarán en McLaren tras un fin de semana como el de Shakir?
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Tampoco Lewis Hamilton lo tiene más fácil. Su desolación del sábado fue amortiguada en parte por una carrera que se le puso de cara. Mientras Leclerc hace ajuste fino en su relación directa con el SF25, Hamilton le mira de reojo, síntoma de desconcierto. Las seis décimas del sábado fueron terribles. Su discurso al final de la carrera sobre la dificultad para adaptarse a un nuevo monoplaza tras una década con Mercedes es coherente, pero no defendible por mucho tiempo. Llamarse Lewis Hamilton con siete títulos en las vitrinas es lo que tiene.
De la gloria de Suzuka, al brutal batacazo de Shakir, Red Bull ha vuelto a la realidad más descarnada. Con este monoplaza, Verstappen no repetirá título y la preocupación en el equipo austríaco ahora no es tanto recuperar el pulso como no perder a Verstappen. Escuchar la radio del neerlandés este fin de semana fue un poema. Al acabar el Gran Premio hubo reacción de urgencia en Red Bull. Por si acaso, mejor no descartarles según avance la temporada.
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Mientras tanto, sigue la travesía del desierto de Fernando Alonso y Carlos Sainz. La involución de Aston Martin ha sido tan imparable como incomprensible si se mira alrededor. Alpine era un desecho a comienzos del año pasado. Ahora se mete en la Q3 y puntúa. Haas, otro tanto, y Williams pugna por el liderato de la clase media. Sin embargo, en Shakir, el equipo verde tocó definitivamente fondo como esa piedra que cae al lecho del río. Ya no se puede bajar más. Un caso digno de estudio. Definitivamente, Fernando Alonso no tiene suerte en la Fórmula 1. Ya solo queda 2026.
El Gran Premio de Baréin representó un necesario soplo de oxígeno. También sirve para Sainz escuchar a Hamilton explicar lo que supone el cambio de equipo, de filosofía de un monoplaza al de otra máquina. El madrileño confirmó que su aclimatación progresa adecuadamente, aunque quiso quitar hierro a su primer Q3 con Williams, consciente de esas dificultades técnicas que son tan ajenas al gran público. Lástima ese beso de Tsunoda a su monoplaza que le robó quizás algún punto. Al menos, Sainz confirma que repite el esquema de tantos cambios de equipo en el pasado. Pronto empezará a hacer caja con Williams.
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