Cuando Mattiacci sustituyó a Domenicali como ejemplo del autoboicoteo de Ferrari
La escudería suele pagar sus frustraciones cada vez que roza la gloria con la cabeza de su director, como ocurre estos días con Mattia Binotto. Y rara vez es la solución al problema
Cuando fue preguntado por el probable cese de Mattia Binotto como jefe de Ferrari, el siempre elocuente Jenson Button quizá diera con la gran clave en unas declaraciones realizadas en el pasado Gran Premio de Abu Dhabi: "Para triunfar en Fórmula 1 se necesita estabilidad y por eso el director del equipo (refiriéndose a Mattia Binotto) no puede estar permanentemente sometido al miedo de perder su puesto de trabajo. Sí, los equipos pasan por altibajos y es evidente que Ferrari está en ascenso. Solo necesitan trabajar en algunas cosas dentro del equipo. El problema es cuando crees que tu trabajo puede terminar al final de la temporada. Eso te pone mucha presión y así no se puede trabajar bien". Es evidente que Binotto, como bien resalta Button, ha cometido errores en su gestión, pero es innegable también que en esto cuatro años ha convertido un equipo que era casi de mitad de parrilla en un potencial campeón del mundo.
Es una historia que se repite una y otra vez en el seno de la escudería. Cada vez que el equipo italiano roza la gloria y se queda con la miel en los labios, se exige que rueden cabezas y casi siempre la principal víctima es el jefe de equipo. La lógica empresarial dicta que cuando un proyecto avanza año a año hay que perseverar en el empeño, puliendo los defectos que impidieron lograr el ansiado triunfo. Pero es Ferrari. Es una reacción en cadena vista una y 1.000 veces. La apasionada afición de la escudería respira por la herida de ver cómo se pierde un Mundial que por momentos imaginaron suyo. En este instante, la prensa mundial en general, y la italiana en particular, entran en tromba en el asunto y exigen responsabilidades. En ocasiones esto ocurre, porque su alma de tifosi les impide hacer un análisis sosegado. En otras, porque un debate encendido y clamoroso alrededor del equipo del cavallino vende mucho. Casi más que una victoria y eso pesa.
En los 73 años ininterrumpidos que Ferrari lleva participando en el campeonato del mundo de Fórmula 1, ha habido sonadas dimisiones, despidos o portazos de directivos y pilotos. Y lo que vino después no fue mejor; al revés. Recuerden, por ejemplo, cuando Niki Lauda, dolido como estaba por la falta de empatía del Commendatore, no quiso acabar la temporada con la escudería en 1977 una vez asegurado el Mundial. Recientemente, podemos recordar como en 1992 rodaron las cabezas del jefe de equipo, Cesare Fiorio, y del piloto estrella, Alain Prost, poco después. Venían de quedar subcampeones la temporada anterior, donde Prost perdió un título que tenía en sus manos en aquel tristemente famoso accidente con Ayrton Senna. Tres años le costó a Ferrari volver a ganar carreras y cinco ser aspirante de nuevo al título. Se puede decir, por tanto, que es algo que va en el ADN de la empresa. Pero si hubiera que buscar el colmo de este absurdo modelo de gestión empresarial lo encontraríamos en 2014, cuando Marco Mattiacci sustituyó a Stefano Domenicali. Siete meses duró en el puesto el pretendido redentor.
Domenicali, un gran gestor
Stefano Domenicali tomó las riendas del equipo en 2008 y logró un título de constructores. Una fatídica carambola les hizo perder el título de pilotos con Felipe Massa. Posteriormente, estuvo a punto de lograr en dos ocasiones (2010 y 2012) el título de pilotos con Fernando Alonso, pero de nuevo faltó esa pizca de suerte en los momentos decisivos. Cinco años después, la frustración entre los tifosi creció e inmediatamente la prensa trasladó este sentir a la directiva del grupo FIAT, dueña de Ferrari. Presionado por Sergio Marchionne, CEO de la compañía italiana, a Luca de Montezemolo no le quedó más opción que prescindir de Domenicali y sustituirlo por Marco Mattiacci, el jefe de Ferrari North America, la filial más lucrativa de la división automovilística.
Porque, en realidad, a Marchionne, solo le interesó el equipo de Fórmula 1 cuando fue una herramienta útil para sus intereses personales. Realmente, quería meter en cintura a Montezemolo, del que detestaba su protagonismo y el ir por libre dentro del grupo. Como año tras año Montezemolo presentaba resultados espectaculares de ventas de coches y licencias, la familia Agnelli tenía que lidiar entre la batalla de egos de un Marchionne que quería que se comportara como un subordinado suyo. La tensión aumentaba cada año y la primera víctima colateral fue Domenicali; dos años después el propio Montezemolo. Marchionne llegó un día la mesa del consejo del grupo FIAT y vino a decir a John Elkann, el heredero y máximo responsable del clan Agnelli, algo así: "O él o yo". A Elkann no le quedó otra que dar su brazo a torcer ante Marchionne, porque había sido el salvador de la compañía de la quiebra.
Luchas de poder ajenas al proyecto de la F1
Una historia de egos, poder y dinero donde el equipo de Fórmula 1 fue la excusa oficial para cobrarse la cabeza de Montezemolo. Pero jamás el centro de un interés genuino de la directiva de dotar a la GES (Departamento de carreras de Ferrari) de los medios para lograr el ansiado título. Fue encima Montezemolo el culpable de los fracasos de Domenicali. Su preocupación aquellos años era restregar en la cara sus apabullantes datos de ventas de la marca y la atención del avvocato con la competición se resintió. Cuando la FIA cambió la reglamentación en el año 2009, borró de un plumazo todas las principales ventajas competitivas de Ferrari. De la noche al día la escuderia no podía usar sus pistas de prueba en Mugello y Fiorano. Tampoco su socio Marelli podía desarrollar en exclusiva la gestión electrónica del motor. Por su parte, el desarrollo conjunto con Bridgestone llegó a su fin con Pirelli como proveedor único de neumáticos. Domenicali advirtió a Montezemolo de todos estos cambios y le pidió una reestructuración completa del equipo a nivel humano y de instalaciones. Sin embargo, sus peticiones no encontraron respuesta en la presidencia de su casa, que creía que todo se solucionaba trabajando un poquito más. Solo hacia finales de 2013 Montezemolo se dio cuenta de que la Fórmula 1 de ese momento nada tenía que ver con la del ciclo virtuoso de Michael Schumacher, pero ya era demasiado tarde. La suerte de Domenicali estaba echada.
De este modo se prescindió de un directivo de primerísimo nivel, como demostró posteriormente como CEO de Lamborghini. Y actualmente de la propia Fórmula 1. Se sustituyó a Domenicali por un desconocido Marco Mattiacci, que probablemente sea alguien muy capacitado vendiendo coches de lujo, pero confirmó los peores augurios de su total desconocimiento del mundo de las carreras. Su primera aparición en el Gran Premio de China de 2014 ya dio un mensaje de lo que iba a ser su brevísimo y calamitoso paso por la dirección de Ferrari. En un fin de semana muy nublado, Mattiacci no se separó de sus gafas de sol ni siquiera dentro del box. Un caso quizá anecdótico, pero revelador de anteponer la forma antes de la función. El despropósito de la frustrada renovación de Fernando Alonso por el equipo y el embrollo legal subsiguiente es lo que le costó el puesto y propició la llegada de Arrivabene.
RedBull y Mercedes no han sufrido cambios en la dirección del equipo en la última década, mientras que Ferrari, después de Binotto, sumará su quinto jefe en el mismo lapso de tiempo. En un deporte donde la estabilidad resulta crítica, los continuos cambios en la cúpula directiva resultan nefastos, pero lo más incomprensible es que estos se hagan cuando el equipo evidencia progresos. Es esa fatídica tendencia de Ferrari al inconsciente autoboicoteo que cada vez que está apenas unas casillas del triunfo, las decisiones irracionales lo devuelven a la casilla de salida. Y quien vea en esto un alegato en favor de la continuidad de Mattia Binotto, que compare la trayectoria estos últimos cuatro años del equipo Alpine con los cambios sucesivos de Abiteboul, Budkowski y Szafnauer. Lo que ocurre es que, como el propio Binotto ha destacado, con Ferrari todos los errores siempre se magnifican.
Cuando fue preguntado por el probable cese de Mattia Binotto como jefe de Ferrari, el siempre elocuente Jenson Button quizá diera con la gran clave en unas declaraciones realizadas en el pasado Gran Premio de Abu Dhabi: "Para triunfar en Fórmula 1 se necesita estabilidad y por eso el director del equipo (refiriéndose a Mattia Binotto) no puede estar permanentemente sometido al miedo de perder su puesto de trabajo. Sí, los equipos pasan por altibajos y es evidente que Ferrari está en ascenso. Solo necesitan trabajar en algunas cosas dentro del equipo. El problema es cuando crees que tu trabajo puede terminar al final de la temporada. Eso te pone mucha presión y así no se puede trabajar bien". Es evidente que Binotto, como bien resalta Button, ha cometido errores en su gestión, pero es innegable también que en esto cuatro años ha convertido un equipo que era casi de mitad de parrilla en un potencial campeón del mundo.
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