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Dijon 79: el duelo de Villeneuve y Arnoux que acongojó hasta a sus rivales
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LA PUGNA MÁS ESPECTACULAR DE LA HISTORIA

Dijon 79: el duelo de Villeneuve y Arnoux que acongojó hasta a sus rivales

Las últimas dos vueltas del Gran Premio de Francia de 1979 no tienen igual en la historia de la Fórmula 1, y delatan el enorme contraste con el excesivo control del presente

Foto: Arnoux y Villeneuve (Imago).
Arnoux y Villeneuve (Imago).

Jenson Button apuró la frenada y tocó a Pastor Maldonado en el Gran Premio de China. “Un error de cálculo”, reconoció el británico. Un fallo como tantos otros en las carreras cuando se rueda al límite en el intento de superar a otro rival. Acabó ante los comisarios y con sanción.

Las imágenes son leyenda en la Fórmula 1. Cómo no sería aquel increíble enfrentamiento entre Gilles Villeneuve y René Arnoux en Dijon 1979 que, para sus iguales, se había superado lo imaginable. Aquel cruce de espadas fue tan memorable e intenso que incluso los propios colegas de pista intervinieron para amonestar a sus protagonistas. Y recordar hoy uno de los duelos más espectaculares de la historia sitúa en otro contexto la asepsia de la F1 actual, donde la capacidad de riesgo y audacia de los pilotos parece cada día más asfixiada por la agobiante fiscalización de su comportamiento en la pista.

La misma chispa en la mirada

“Sólo podías tener ese tipo de pelea con Villeneuve”, recordaría más tarde René Arnoux: “Creo que teníamos el mismo temperamento, el mismo concepto de la competición y el mismo hambre de ganar”. El canadiense y el francés se educaron en la dura escuela de la vida, ascendiendo por los diferentes escalones del automovilismo a base de talento, ‘puro macho’ y ‘huevina’.

Arnoux había trabajado de modesto mecánico para pagarse las carreras. Villeneuve se jugó la vida en las motos canadienses para financiar sus primeros pasos sobre las cuatro ruedas. “No tengo ningún miedo a un accidente”, admitía en su día el piloto de Ferrari, "si piensas que te puede ocurrir a ti, ¿cómo podrías hacer el trabajo? Si no arriesgas porque piensas en el accidente no irás tan rápido como puedas y si no lo haces, no eres un piloto de carreras”.

Incluso la mirada de ambos reflejaba la misma viveza y determinación, esa chispa fruto de su experiencia vital y deportiva, la que les hacía similares para retorcerle el cuello a cada monoplaza que cogían. No era de extrañar que también fueran amigos personales. Se reconocían el uno en el otro.

Una fiesta a la francesa

1 de julio de 1979, Gran Premio de Francia. Equipo, motor, neumáticos, pilotos, combustible… Todo el equipo Renault era francés al cien por cien. La tecnología turbo desarrollada por el fabricante galo con la que tanto había sufrido estaba madura para ganar. Su potencia bruta aniquilaba a sus rivales, sobre todo en determinadas pistas. La de Dijon era una de ellas. Jean Pierre Jabouille y René Arnoux coparon la primera línea. La gloria estaba más cerca que nunca. Cien mil personas abarrotaron el circuito ese día.

Eterno entrometido ante cualquier resultado preconcebido, Villeneuve robó la cartera a los franceses en la salida. Arnoux se hundió en la clasificación, pero en la vuelta 47 Jabouille ya había aprovechado la oportunidad de su RS10 y adelantó al canadiense. Arnoux remontaba furiosamente dispuesto a no perderse la fiesta que se avecinaba. A sólo dos vueltas del final alcanzó y adelantó a Villeneuve para ponerse segundo. La suerte parecía echada y el doblete francés en el bote.

La orgía de dos diablos al volante

Sin embargo, el RS10 del francés rateaba ligeramente con problemas de encendido. El canadiense siempre olía a sangre sin importar la posición que ocupara. Como el comando que degüella al centinela por la espalda en una acción instantánea y fulminante, Villeneuve sorprendió a Arnoux en la doble curva de de Villeroy, al final de la recta, por dentro. El humo de la frenada convertía al Ferrari en un ‘Orient Express’ con alerones. Pero Arnoux no cedió y tomaron la curva en paralelo.

El francés esperó y le devolvió el mismo adelantamiento en la vuelta siguiente. Y empezó la orgía. Una, dos, tres, cuatro… El Ferrari y el Renault se tocaban una y otra vez, rueda contra rueda, perdiendo la trazada, la adherencia, saliendo a la zona sucia, latigazo va, latigazo viene. Cuando uno parecía derrotado a continuación se revolvía como una pantera. En el Virage de la Combe, Villeneuve volvió a tirarse a machete por dentro. En el de Courbe de Pouas, Arnoux se lanzó a un último intento, pero el canadiense entró por delante en la meta y el francés con su nariz en la caja de cambios del Ferrari…

Jean Pierre Jabouille había pasado por meta primero, veinte segundos antes. Y mientras el ganador saludaba al público en la vuelta de honor, Villeneuve y Arnoux lo hacían entre sí, monoplazas en paralelo, chorreando todavía adrenalina. Al bajar del coche, ambos se fundieron en un abrazo. Aquella carrera no pasó a la historia por la primera victoria de un motor turbo en la historia de la Fórmula 1.

“¡Eres un tonto del culo!”

Las imágenes dieron la vuelta al mundo miles de veces esos días. Fue un duelo de tal calibre que sus rivales, quizás subconscientemente celosos, abrieron su propio juicio. Entonces no había comisarios. “Es una gran historia para Gilles, para las carreras de coches, magníficas imágenes y magnífica televisión. Me enfadé mucho, pero qué podía hacer. En mi opinión se corrieron demasiados riesgos”, reconocería el máximo responsable de Ferrari, Mauro Forghieri.

En la siguiente reunión del Comité de Seguridad de Pilotos se llamó a los dos a capítulo. Su presidente, Jody Scheckter, era compañero de equipo de Villeneuve y amigo personal. Y antes, en privado, el sudafricano censuró a su compañero el comportamiento en pista: “Pude hablar con él tranquilamente y decirle que era tonto del culo. Era lo suficientemente inteligente para saber que hizo algo estúpido y que así no duras mucho. Le gustaba esa idea de chocar las ruedas, de ser de esa manera. No lo admitía, pero en el fondo se dio cuenta que fue una locura”.

“Él confiaba en mí y yo confiaba en él”

De eso nada. No fue lo que Arnoux y Villeneuve declararon en ese juicio sumario. En la reunión de pilotos que tuvo lugar en la siguiente carrera, en Silverstone, sus colegas les dieron la charla. “Scheckter, Fittipaldi, Regazzoni, Lauda… Nos dijeron que era peligroso, que estábamos totalmente locos y bla, bla, bla”, recordaría después Arnoux: “Y cuando Lauda lo dijo, le contesté: “Sí, peligroso para ti y para Gilles, pero no para mí y para Gilles. No podrías hacer eso porque ¡tú hubieras levantado el pie!”. Sólo le faltó rematar a Lauda con el cacareo de la gallina. “Y Gilles les dijo que no sólo no era peligroso, sino que eran totalmente estúpidos por convocar una reunión por ese tema”.

Para Arnoux aquel fue su “mejor recuerdo en la Fórmula 1. Aquellas vueltas fueron fantásticas, ganándonos la frenada el uno al otro constantemente, luchando por la trazada, tocándonos el uno al otro pero sin querer echarnos fuera de la pista. Eran dos tíos luchando por la segunda posición sin intentar ser sucios, pero teniendo que tocarse para poder estar delante. Él confiaba en mí, y yo confiaba en él…”.

Y ahora es cuando uno piensa en Jenson Button en China y en los pilotos con carnet de conducir por puntos. Con el régimen actual, Villeneuve y Arnoux hubieran sido fusilados en el paredón de la correción deportiva, y nunca habríamos disfrutado de semejantes imágenes. Si Gilles Villeneuve levantara la cabeza...

Jenson Button apuró la frenada y tocó a Pastor Maldonado en el Gran Premio de China. “Un error de cálculo”, reconoció el británico. Un fallo como tantos otros en las carreras cuando se rueda al límite en el intento de superar a otro rival. Acabó ante los comisarios y con sanción.

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