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Montar en bici el 25 de diciembre con un pavo como premio: una historia (casi) verdadera
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Actividad popular en Castilla y León

Montar en bici el 25 de diciembre con un pavo como premio: una historia (casi) verdadera

La Carrera del Pavo se disputa tradicionalmente todos los 25 de diciembre en Segovia. El premio, como indica su propio nombre, es un pavo... Y hasta Perico Delgado ha participado

Foto: La tradicional Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)
La tradicional Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)

Hace frío. Estamos a finales de diciembre, y hace frío. Día veintitrés, o así, vaya usted a recordarlo. Ni idea. Día veintitrés o así. Salen vaho de las bocas, el cielo es color grisáceo, porque, aunque no me acuerde muy bien, acá el cielo siempre es de color grisáceo por estas fechas. Salvo cuando hay sur. Pero no me gusta cuando hay sur.

Unos treinta tíos, igual más. Vestidos como auténticos gilipollas, no voy a poner paños calientes. Coulotte largo, que es prenda prohibida en varias conferencias de las Naciones Unidas, por indecente y antiestética. Maillots que ajustan. Ajustan demasiado, oigan, que esto no es agosto, que aquí todos tenemos otras cosas cada finde. Casquitos. A veces asoman guedejas de pelo entre rendijas. Las más... calvas, solo calvas. Ay, las calvas. Bicis, también, zapatillas sobre pedales, últimos ajustes, mirar las cubiertas, apretar con el dedo gordo, no vaya a estar baja, hacer correr ruedas, yo creo que roza la zapata, ayer subí Mijarojos dando pena, yo creo que roza la zapata. Meadillas de nervios, pero sin nervios.

O .

Está a puntito de empezar.

placeholder Varios corredores en la Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)
Varios corredores en la Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)

Siempre por estas fechas

La Carrera del Pavo se corre todos los años por estas fechas. Bueno, las Carreras del Pavo, porque casi cada club lleva la suya propia, y al final tienes dos semanas últimas del año que acumulan más competiciones que un julio francés. Y de mayor espectáculo, añadimos.

Hace tiempo estas pruebas era motivo de orgullo y escarnio entre cuarentones, divorciados y gente sin demasiado criterio, que disputaban hidalguías personales a golpe de pedal bajo luces navideñas, espumillón y mucho fun, fun, fun. Sucede que ahora para este tipo de mamarrachadas tenemos las San Silvestres, con sus disfraces, y sus infartos, y sus vergüencitas ajenas, así que lo del pavo quedó un poco en el olvido, como los tapones de Tkachenko o UPYD.

Pero vaya, que aun hay. Competiciones a muerte, duelos que se recuerdan durante décadas, taquicardia durando hasta mediados de enero.

Deporte y salud.

placeholder La Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)
La Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)

Sumando entrenos cada tarde

Quien me mandará a mí. Pero quién me mandará. En fin. Te come la oreja uno. Y luego otro. Ese, el vecino. Con quien coincides pedaleando tantos días. Oye, mira, que... Estaría chulo... Chorradas. Pero oiga, que yo soy un epicúreo, que a mí todo este rollo como que no... Y te lían. Para qué, de qué sirve. Está curioso, ya verás. Al final es solo un día, no llega a cincuenta kilómetros. Lo hacemos casi sin querer. Y quitas carbonilla, hombre, que siempre mola. Ya verás.

Y eso. Como tres meses sin salir de fiesta, sumando entrenos cada tarde. A ver, igual tres meses son muchos meses. Un mes sin salir de fiesta, y series cinco días de cada siete. Vale, dos semanas en casita, y tres o cuatro tiradas largas por Palombera.

¿Saben?... qué coño... Casi de empalmada, que vengo, porque la vida son dos días, y uno se marcha en etapas intrascendentes del Tour. El maillot que aprieta, la cinta del pulsómetro ni me daba. Alrededor hay tíos poniéndose cremas en las piernas. Para calentarlas. Lo juro. Abro mucho mis ojos, por si me dura lo de anoche. Sí, sí.

Pinta bien, el tema.

placeholder La Carrera del Pavo en Segovia. (EFE/Pablo Martín)
La Carrera del Pavo en Segovia. (EFE/Pablo Martín)

Un premio importante

Pinta guapo, el asunto.

Lo que más recuerdas de estas pruebas es su premio. Sí, amigos, seguro que a estas alturas ya tienen sospechas. Se llama Carrera del... Oh, como lo oyen. Un pavo. Un pavo vivo, que tiene más gracia, y huele fatal, y si quieres matarlo debes echarle al asunto más ganas que Alaphilippe en el Mundial de Ciclismo. Pero es la gracia. O no. Recuerdo de otras épocas, porque antes los premios en especie eran de lo más normales. Chonucos, pollos, dos docenas de huevos, un jamón, siete u ocho cámaras para la bici.

Había más clase, en otros tiempos.

Pam. Disparo y salida. Solo que, jajaja, disparo, dice, el cachondo, pero si aquí no hay presupuesto ni para petardeos. Bueno, cuesta arriba sí, cuesta arriba petardeamos de narices, pero ustedes me entienden.

placeholder La Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)
La Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)

Un duro recorrido

Pero vaya... grito cazallero de un viejales y salida. No es lo mismo, pero cunde igual. Y todos que arreamos, porque ya puestos... oye, al menos te llevas sudada a casita, que con las navidades tan cerca va a venir bien.

¿El recorrido? A ver, como se lo diría yo... Más duro que las Vueltas de los setenta, menos que una salida de esas que suben ustedes a su red social de postureo ciclista preferida. Como la historia transcurre en Torrelavega pues no subimos los puertos clásicos de fotos y chulerías (Morcuera, Cobertoria... esos temas), y como tampoco queremos ir muy lejos pues optamos por circuitear, que es cosa así como de Mundiales, y en este bendito pueblo (con titulo urbano desde 1895) nació el que más tiene de esos. Empatado, vale, pero el que más.

Y eso... vas desde el campo de la Gimnástica hasta el campo del Tropezón, vuelves por la Nacional 611, pasas por bares muy cucos que ahora son asociaciones marihuaneras, giras hacia el Ferial, saludas a los dos o tres jubiletas que andan ya a blancos, que dan casi las doce y se nos hace tarde. Vuelta a empezar. Hasta seis o siete veces, o así, que uno tampoco tiene aquí el rutómetro.

Pam. Disparo y salida. Codos, toses y jadeos.

placeholder Perico Delgado, en la Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)
Perico Delgado, en la Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)

Cada día de Navidad

Todos juntos.

La Carrera del Pavo más conocida se celebra en Segovia cada día de Navidad. Veinticinco de diciembre, por si son ustedes despistados. Primera edición en 1935, ganó Fidel Aldudo.

Igual les suena regular. El tal Aldudo, digo. La verdad es que no destacó mucho dando pedales. Más bien al contrario. Y es que la gracia de esta prueba segoviana es esa. Que no hay pedales. Ni transmisión. Ni cadenas. Vamos, que van las bicis solas, y todos los participantes cogen impulso como locos en una bajada al principio para después llegar lo más lejos posible. Prueba de habilidad y equilibrio, entonces. Mover el manillar de un lado a otro, rumiarle metros al asfalto. Huelga decir que quien pone pie a tierra... pierde.

Si ganas, un pavo. Segundo, un pato. Al tercero le cae pollo, por eso de completar corrala. Ah, aquí participa frecuentemente Pedro Delgado.

placeholder La Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)
La Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)

Perico, sin resultados brillantes

Nunca ha logrado resultados brillantes.

Las primeras vueltas... tanteo.

Nah, a quién pretendo engañar... aquí hay hostias desde el mismísimo comienzo, porque neuronas pocas y conocimiento mínimo. Así que está el asunto de lo más graciosete, con explosiones gordísimas, gente vomitando en cunetas y dos o tres que fingen avería mecánica para retirarse con dignidad. Sin conseguirlo, añado. Lo de la dignidad, retirados se marchan. A la siguiente vuelta ya están en una terracita, los cabrones, saludando mientras bajan pulsaciones a base de frascas gélidas.

Suertudos.

Menos mal lo del pulsómetro. Que no llevo, digo. Porque no vean ustedes, la locura. A ver, igual alguno recuerda estos asuntos y se está ahora partiendo de la risa, porque íbamos casi parados, pero... en fin. Que soy escritor, no pro. Ni siquiera llutuver, o influenser. Así que se sufre.

placeholder La Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)
La Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)

Ah, esto es un sábado. Quizá el jueves hicimos champanada en la universidad, ahora que me acuerdo. Sí, hombre, esa en que metimos a Monqui dentro de un carrito del súper y tiramos el conjunto cuesta abajo. Ah, la juventud.

Así que me duele a mí la cabeza...

Lo contaba Marino Lejarreta. Que empezó casi de coña, como por casualidad. Finales de temporada, y varios ciclistas vascos se juntaban todos en una discoteca. Alto de Itziar. El Txitxarro, se llamó. Cuarenta kilómetros a Donosti, sesenta hasta Bilbao.

Pedalear, lo mejor

Y eso, que paran bastantes. Marino era incluso amigo del dueño. Y, claro, al final acabas hablando con estos y aquellos. De la bici, de la temporada, de lo que viene. Solo en descanso invernal, que nosotros somos personas serias y de buen vivir. Oye, ¿y por qué no formalizamos esto? Hagamos una cena entre todos los de la zona. Pero venimos pedaleando, que es lo mejor.

Nace así la cronoescalada al Txitxarro, prueba que cerraba, criteriúmnicamente, el año ciclista euskaldun. Seis kilómetros de subida, doscientos metros de desnivel. Ya ven, no es el Ventoux, amigos. Y, aun así, los hay quejándose. Que si llego fuera de forma, que si esto es indigno, que si no me gusta subir arrastrándome, colega, hay que repensar todo el rollo. La cronoescalada se convirtió en cronodescenso, como aquel del Giro que ganó el chiflado de Roche. En fin.

Si se contasen aquellas cenas largas después de sumados tiempos...

A mitad de cada vuelta hay un repecho. Pequeñajo, no vayan a creerse. No llega a trescientos metrucos, y tampoco es aquello Passo Fedaia, seguro que me entienden. Pero duele, porque ciertas cosas siempre duelen cuando pillas con ganas. Las carreras, los quinitos.

placeholder La Carrera del Pavo. (EFE/Juanjo Martín)
La Carrera del Pavo. (EFE/Juanjo Martín)

Amigos que paran en los bares

Pasa que luego, además, hay falso llano. Picando para arriba. Vamos, que acabas rampón y no bajas, sino que sigues así, piernas ardiendo, durante otro par de kilometritos. En recta, con lo que desmoraliza eso. Sitio bien conocido, porque muchos grupos de amigos aprovechan aun hoy para hacerla parando en todos los bares. Existe discusión sobre si debe completarse subiendo o bajando (a tal respecto pueden pedir consulta a su bolinga habitual), pero en cualquier caso... escuece. Y en bici también.

A estas alturas ustedes intuyen qué llega. Porque saben de ciclismo. Sí, es ahí donde se arranca, en ese terreno difícil, donde no aciertas nunca con el desarrollo. Sorprender, salir por el córner, aguantar, brazos en alto.

Allí, justo allí, ataco.

Ataco.

Joder, qué sensación.

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La Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)

Atacar e irse

Ataco.

Y me voy solo.

Ojo, que por allá afuera también tienen lo suyo. Vamos, que en Bélgica, o en Francia hacen kermesses loquísimas en estas fechas. A veces, incluso, sobre barro y tierra, porque el ciclocross lo peta bastante en esas latitudes. Y allá que se juntan muchos pros, y aficionados, y los cicloturistas del pueblo, y dos o tres gorditos, que siempre dan color a este tipo de asuntos, los gorditos.

O se juntaban. Ahora está todo muy medido, y ya habrá alguno haciendo concentraciones en altitud, y todos suben entrenamientos a las redes sociales, y Bernal pidió perdón a su novia en un restaurante, delante de todo el mundo. Unos cuernos, fue el asunto. La causa, digo, no que sucediera allí, con ojos como testigos. En fin, yo me entiendo. Eso, que menos naturalidad.

A veces este tipo de payasadas con pavos y bicis que no tienen cadena revitalizan el deporte, también les digo.

placeholder Participantes de la Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)
Participantes de la Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)

Ruedo majestuoso. Imperial. Qué imagen más bella, qué de pósteres podrían hacerse. En fin. La arrancada fue buena, abro hueco fácil. Hueco enorme. Lo menos tres segundos, porque la Carrera del Pavo es como cualquier Vuelta a Murcia, y se decide por suspirines.

Y eso... que la tengo en mi mano, colegas, que voy a triunfar. Quién sabe, quizá me anime para el siguiente año, y me saque licencia, y me haga pruebas de esfuerzo, y allí descubran que mi genética es a-co-jo-nan-te, y en dos años estoy ganando el Tour, y soy tan portentoso que hasta parezco esloveno. Oh, sí, portada del Marca por mis éxitos y del ABC por mis declaraciones polémicas. Qué delicia.

Aprieta, concéntrate, pedalea.

Fiiiuuuuuu.

No jodas. No jodas. Ahora no.

placeholder La Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)
La Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)

Un pinchazo. Un puto pinchazo. Y de esos gordos, de los que puedes oír mientras todo el aire abandona la cámara. Atrás, claro. Diez metros y ruedo sobre llanta. Veinte metros y estoy a punto de caerme. Clavo frenos.

No me he bajado de la bici cuando me adelantan quince tíos. Adiós pentacampeonato en el Tour, adiós ruedas de prensa canallesco-chulescas.

Adiós a todos.

Seguro que, si busca, usted puede encontrar alguna Carrera del Pavo. Cerca de donde vive. Uno de los grandes placeres en todos estos tinglados. Sentarte, tranquilo, al final de la recta más larga, más empinada. Esperar a que pasen los ciclistas. Solo que no son ciclistas, o no del todo. Este tiene barrigota, el de más allá lleva pelos en las patas como para hacerse trenzas. Los hay que fuman pitillos antes, durante y después. Qué importa. Igual todos se ponen serios al calzarse un dorsal. Igual ni siquiera tiene trascendencia alguna. O igual sí.

Vaya a verlas. Se lo va a pasar bien.

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La Carrera del Pavo. (EFE/Pablo Martín)

Vuelvo a salida/meta con mi bici en la mano. Total, está a unos cuantos cientos de metros. A ver, siendo objetivo... quedaban algunos giros, así que no tenía el asunto con demasiada sentencia, ¿eh? Y, vaya, que venían todos ahí. Pero, oigan, qué de emociones, qué de excitación. Lo vi tan cerca (pese a estar tan lejos). Lo vi tan cerca.

Fue decepción enorme. Enorme. Contemplar al ganador, con su pavo en la mano. A ver, eso no me dio mucha envidia, porque el bichejo aleteaba violentamente y gritaba como si estuvieran desollándolo. Que no. Todavía no, digo. Pero ustedes me entienden. Frustrante. Tantos sueños. Esa misma noche, seguramente para olvidarlo todo, salí de fiesta. Había ambientillo, así que ni tan mal.

Fue entonces cuando tomé la decisión. Qué injusto es el deporte de altísimo nivel, el de élite. Qué injusto. Seré escritor. Tengo condiciones de sobra para lo otro pero... ¿Qué? Ah, sí, caciquecola, por favor. ¿Por dónde iba? Eso, que renuncio voluntariamente al deporte profesional para centrarme en las letras. Sí, sí, dos dedos, no lo cargues mucho, Germán. Contaré las miserias de otros.

Empezó allí, amigos.

En una Carrera del Pavo.

Tengan ustedes felices fiestas.

Hace frío. Estamos a finales de diciembre, y hace frío. Día veintitrés, o así, vaya usted a recordarlo. Ni idea. Día veintitrés o así. Salen vaho de las bocas, el cielo es color grisáceo, porque, aunque no me acuerde muy bien, acá el cielo siempre es de color grisáceo por estas fechas. Salvo cuando hay sur. Pero no me gusta cuando hay sur.

Pedro Delgado Segovia
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