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Qué caro es todo en los Campos Elíseos, o ese sprint de tanta foto
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Última etapa del Tour

Qué caro es todo en los Campos Elíseos, o ese sprint de tanta foto

Pogacar consiguió su segundo Tour de Francia. Su rendimiento ha sido espectacular a lo largo de la competición, en la que no ha tenido rival

Foto: Van Aert celebra la victoria en la etapa. (EFE)
Van Aert celebra la victoria en la etapa. (EFE)

Los Campos Elíseos, qué preciosidad los Campos Elíseos, qué delicia los Campos Elíseos. Salvo si usted quiere tomarse un café, que entonces qué caros los Campos Elíseos, vamos a pedir un crédito para echar leche al café en los Campos Elíseos. En fin, es lo que hay, y allí acaba el Tour desde 1975, y está bien que así sea, porque la estampa es icónica, reconocible, cargada de criterio estético, que para eso los franceses son muy suyos. Ah, y porque resulta cómodo, que tampoco vas a meter a los ciclistas por entre callejuelas del Barrio Latino ni hacerles subir hasta Montmartre el último día, oigan. Que a mí me haría ilusión esa etapa, pero seguramente a ellos regular, y acabarían ascendiendo despacito, despacito, y el sprint frete al Sacré Coeur quedaría deslucido de cojones.

(Ah, dijimos que este final aparece desde 1975. El primer ciclista que se escapó en los Campos Elíseos fue Eddy Merckx, quien hasta el último día estuvo atacando a Bernard Thévenet para transformar su segundo puesto en un primero. Tenía la mandíbula fracturada, por cierto, y solo podía comer papillas. Para poner en valor al tipo, que ahora se oyen muchas cosas sobre él).

Etapa final del Tour. En juego solo quién gana en meta tan prestigiosa, porque este último parcial es día de fiesta sin saber muy bien la razón, un poco como si usted tiene el convenio del metal y se coge una jornada de asueto porque, oigan, es que es el santo de mi pueblo y allí eso lo llevamos muy aquí, en la patata. En fin, uno puede entender lo de la celebración hace años, cuando el Tour se ventilaba 4000 kilómetros por julio y la cosa era parecida al Rally Safari... pero ahora, con los fuera de control que cumple hasta Cavendish (cof, cof, guiño, guiño), pues oigan... No digo yo que no tenga mérito, ¿eh?, lo del carnet de ciclista y todas esas gaitas... pero se nos ha quedado algo descafeinado, no me lo van a negar.

placeholder Van der Poel celebra la victoria en la última etapa. (EFE)
Van der Poel celebra la victoria en la última etapa. (EFE)

Crono agotada en 1989

Digamos que el Tour permite esto con alegría indisimulada, porque la última tarde sirve para mostrar París y la grandeur y todo eso. Antes hubo otras ideas, pero la crono final se agotó en 1989, que miren lo triste que nos quedó todo y yo esto no lo vuelvo a repetir, el pobre Laurent dijo que nunca más paseó por los Elíseos. Un tío que vive en la capital, oigan, imaginen... Antes sí que se competía locamente, y hasta Robic se ventilo su Grande Boucle en una última etapa, untando de golosos francos a cuanto valiente se le pasó por el morro. Pero o tempora, o moris, y todo eso...

(Luego está lo de Vinokourov, pero es que Vinokourov estaba como una puta cabra, sanciones y doping aparte).

Así que nada... ganó van Aert y segundo hizo Philipsen, con Cavendish tercero. Acojonante lo del belga, acojonante. No esto, sino todo el Tour. Acojonante. Y el sprint... recto, sin apenas mover la bici, limpísimo. Merckx sonríe, porque Merckx siempre acaba sonriendo, aunque no lo parezca. Tampoco vamos a decir muchas cosas adicionales, porque para qué...

Y zas... se nos acabó el Tour. Segundo para Pogačar, que se ha mostrado intratable. Todo de cara casi desde el principio, porque el único rival que parecía a su altura (podemos decirlo sin pecar de ventajismo, porque todos eran unánimes en este punto) se le cayó (literalmente) a las primeras de cambio y hubo de abandonar. Después palo en crono y palo gordísimo en montaña, más tarde ir regulando rentas y aprovechar ese reprís asesino que tiene para sumar otras dos etapas y el maillot de puntos rojos (debe dar mucho gustito tirarte casi tres semanas dejando plumas por los puertos de Francia, como hicieron Woods y Poels, y ver después que el líder te cepilla la clasificación por aquello del valor especial que se da siempre a los finales... muy gracioso todo). Evidentemente ganó también la clasificación de los jóvenes, porque los jóvenes son cada vez más jóvenes, y a lo mejor ahora tendríamos que hacer un maillot para los viejos, un master 35 o así, que iba a quedar más acorde con el signo de los tiempos. Ah, pinta muy bien Pogačar, pinta muy, muy bien. Por ahora estrella indiscutible (e inabordable).

Podios para los dos más fuertes

Las otras plazas del pódium fueron a los dos equipos más fuertes, a priori, de la carrera. Nada extraño hasta ahí... solo que ninguno de sus ocupantes era el líder designado para ello. Vingegaard emergió con fuerza en el Mont Ventoux y saltó varios pasos en el escalafón de Jumbo tras la desgracia de Roglič. Es síntoma de clase el saber aprovechar este tipo de ventanas sin pedir permiso. Digamos que el chico mostró luego buenas piernas en Pirineos, poca brillantez pero muy sólido. Tiene buna pinta, veremos cómo se ajusta el reparto de minutos entre tanto “escolta titular” que parece tener su escuadra.

Carapaz salía más arriba en el escalafón, pero tampoco era el único en quien posábamos ojillos. Capitanía a medias con Thomas y Porte, y Tao por ahí haciendo sus cosas y pescando en río revuelto. Lo lees ahora, después de tres semanas, y te entra una risa así, como de malo Disney, pero al principio era lo que nos vendían. El ecuatoriano fue valiente al principio (sin premio en forma de tiempo o etapa) y conservador más tarde (sin premio en forma de tiempo o etapa), para acabar desbancando a Rigoberto Urán camino de Portet (y luego subiendo hasta Tourmalet, porque Urán lleva dos años haciendo lo mismo). Pelín gris, pero gran resultado.

placeholder Los corredores tras finalizar el Tour de Francia. (EFE)
Los corredores tras finalizar el Tour de Francia. (EFE)

Por detrás... pues gente que no mereció estar por delante. Una mezcla de ciclistas que jamás se habían visto en una así, tipos encantados de conocerse, especialistas en lo de andar regulereando pérdidas aquí y allá y dos (O´Connor y Martin) que usaron escapadas para ir solventando carencias, tener minutos en la tele e intentar pillar alguna victoria (diana el primero, agua el segundo). En fin, tampoco es cosa de extenderse en demasía, porque lo hemos venido siguiendo a lo largo de tres semanas.

Luego están los protagonistas secundarios. Algunos que han caído casi en el olvido, porque qué largo es esto, qué de fatiga. Alaphilippe, ¿recuerdan?, y también van der Poel. Van Aert llegó más lejos (hasta París), igual que Matej Mohorič, que pudo ganar dos etapas bastante largas, con lo escasas que son (y triunfó antes y después de que a su equipo le hiciesen un registro policial en el hotel, que es como triunfar doble). O Merlier. Teuns. Pollit, Mollema, Kuss. Todos ellos se perderán, me temo, como lágrimas en la lluvia. Pogačar no, Pogačar desencadena por sí mismo tantas tormentas que aguanta hasta las citas chusquerillas. Parece que puede con todo. Parece que hay una época.

Veremos.

Nos vemos en doce meses.

Los Campos Elíseos, qué preciosidad los Campos Elíseos, qué delicia los Campos Elíseos. Salvo si usted quiere tomarse un café, que entonces qué caros los Campos Elíseos, vamos a pedir un crédito para echar leche al café en los Campos Elíseos. En fin, es lo que hay, y allí acaba el Tour desde 1975, y está bien que así sea, porque la estampa es icónica, reconocible, cargada de criterio estético, que para eso los franceses son muy suyos. Ah, y porque resulta cómodo, que tampoco vas a meter a los ciclistas por entre callejuelas del Barrio Latino ni hacerles subir hasta Montmartre el último día, oigan. Que a mí me haría ilusión esa etapa, pero seguramente a ellos regular, y acabarían ascendiendo despacito, despacito, y el sprint frete al Sacré Coeur quedaría deslucido de cojones.

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