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Quintana ataca y ataca a Froome, pero las distancias las crea Yates a la antigua
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Quintana ataca y ataca a Froome, pero las distancias las crea Yates a la antigua

El ciclismo actual no entiende de valientes. Solo los descartados atacan desde lejos. En el Aubisque probó Yates, que le enseñó a Quintana la única forma de poder hacer daño a Froome

Foto: Quintana no pudo sacarse de rueda a Froome (Javier Lizón/EFE).
Quintana no pudo sacarse de rueda a Froome (Javier Lizón/EFE).

El corazón de toda vuelta ciclista, sea donde sea, es su etapa reina. Incluso las rondas de menos de una semana cuentan con un día especial, más duro que cualquier otro, más espectacular que ninguno. Cuenta la historia de este deporte que en esos días se crean buena parte de las diferencias que, días después, acaban por resultar definitivas para la lucha por lo que importa, que es el jersey de líder. Esas referencias históricas son fidedignas, pero son realidades que ya solo se producen de manera esporádica. El ciclismo ha cambiado, no sabemos si a mejor o a peor, pero es diferente a lo que veíamos hace años. Y en un momento que no esperábamos, un británico nos hizo regresar en el tiempo, observar empíricamente por qué un deporte individual como el ciclismo se compite en equipos. Y todo esto pasó en Francia en la Vuelta a España.

Foto: Javier Lizón

El Orica es un conjunto relativamente nuevo entre los grandes, lo cual no le ha impedido demostrar que es uno de los mejor preparados del pelotón internacional. Ha ganado dos etapas en esta Vuelta, y lo mejor no es eso, ni de lejos. Está en la previsión de la etapa, en la organización de los efectivos en la misma y en la realización posterior del plan preestablecido. "No salió exactamente como queríamos", dijo Esteban Chaves, que pese a que no fue excelsa la ejecución, se colocó tercero en la general, con su compañero Yates cuarto. Para no ser exacto, el botín es impresionante.

Todo el foco, como es natural, estaba puesto en los dos gigantes del ciclismo mundial actual, que se han acostumbrado a luchar por la general allá donde van entre ellos, una lucha de pareja en la que uno tiene que ceder para contentar al otro. En este matrimonio de enemigos, el ganador siempre es Froome. Y mientras el británico esperaba los inevitables ataques de Quintana, otro de su mismo país, Simon Yates, se echaba el peso de toda la etapa reina sobre la espalda y la convertía en una emocionante demostración de ciclismo.

Todo estaba previsto. Tres corredores del Orica en la masiva fuga que se organizó mediada la carrera. Era una estrategia arriesgada, pero productiva. Cuando se acercaba el penúltimo puerto, el Col de Marie-Blanque, saltó Jack Haig del pelotón principal. Un movimiento aparentemente extraño, pero que tenía un sentido claro: apoyar a Yates en su escapada cuando se despegara del grupo. Así pasó. Chaves esperó atrás a los últimos metros, y fue el otro Orica, Yates, el que se lanzó a 40 kilómetros de la meta. Un ataque de los de antes, lejos de la llegada, con más de una pared de por medio, con mucho espacio para generar tiempo. Suena a física cuántica, pero es ciclismo de toda la vida.

Cuando Haig cumplió su misión, Yates siguió hacia delante, convencido, sin mirar atrás, sin esperar a ver si hay una reacción de los demás para ver si ha servido o no el ataque realizado. Miró por sí mismo y por su equipo. Arriba, la subida al Col de Marie-Blanque deshizo el pelotón adelantado y los Orica redujeron el ritmo hasta que Yates alcanzó sus ruedas. En una grupeta de cuatro, Gerrans y Nielsen acompañaron al inglés hacia la cabeza de carrera, donde no pudo llegar por apenas 39 segundos. Después, cuando Quintana y Froome discutían como pareja que son, Chaves les engañó para robarles unos segundos y asegurarse su podio. "Por primera vez en mi carrera llego a meta por delante de Quintana, Froome y Contador, así que estoy muy contento", dijo Chaves. Como para no estarlo.

El lado romántico de la carrera fue aquello que hizo este equipo australiano que nos tiene ganado el corazón. Lejos de terminarse ahí la etapa, la emoción se repartió por doquier, como un manto. Arriba aguantaron como cabeza de carrera seis corredores, Bennett , Elissonde, Bernard, Bakelants, Silin y De Clercq. Valientes ellos, creyeron que dándose relevos coronarían el Aubisque. Sin embargo, la montaña de la Vuelta (o la del Tour, en realidad, aunque valga para nuestra ronda) le debía una a Robert Gesink, al que le robó Quintana la gloria en los Lagos de Covadonga. Se descolgó Gesink con otros muchos de los escapados, pero resistió, volvió y triunfó. Se llevó a Elissonde y Silin hasta arriba, y los dejó clavados cuando ya les rodeaban las vallas del último kilómetro. Allí, en lo más alto, tras 5.000 metros de desnivel, alzó los brazos victorioso.

Riñas de pareja

Y lo que cuenta era lo que venía por detrás: la imposibilidad de Quintana de quitarse de encima a Froome. Debe de ser desquiciante probar hasta siete veces en las rudas rampas del Aubisque y ver cómo una y otra vez, una y otra vez, el keniata aparecía vestido de blanco otra vez a su rueda. Contador, el invitado inocente a la pelea de pareja, quiso alejarse de ellos, atacó por primera vez en serio en esta Vuelta, pero sus piernas no responden tras un cierto esfuerzo. El dúo le superó como si llevara motor, también lo hizo Chaves. Todos lo hicieron, menos Valverde, que pagó en esta subida eso de hacer tres grandes vueltas en un año. Solo una vez pareció que Quintana se podía ir de verdad. Cogió unos cuantos metros a Froome. Pero el potenciómetro decía que no tenía por qué preocuparse. Permaneció inalterable y alcanzó a su rival. Y volvió Quintana a irse y por primera vez vimos sufrir a Froome, de pie sobre su bicicleta, como si fuera un ciclista normal. Así también recuperó el espacio perdido y entraron casi de la mano en la meta.

Iba de blanco, pero parecía que lo hacía de rojo. No lo hace por cuestión de tiempo. ¿Por qué ataca Quintana si es líder? ¿No debería ser al revés? En absoluto, es lo correcto. Esto es así porque Quintana sabe que Froome lo va a quemar vivo en la contrarreloj del próximo viernes. Nairo necesita unos dos minutos para tener opciones de mantener el rojo ese día. No llega ni a uno ahora mismo. Froome sabe que con engancharse a su rueda de aquí a la 19ª etapa, se vestirá de rojo en Calpe. Y en Madrid.

El corazón de toda vuelta ciclista, sea donde sea, es su etapa reina. Incluso las rondas de menos de una semana cuentan con un día especial, más duro que cualquier otro, más espectacular que ninguno. Cuenta la historia de este deporte que en esos días se crean buena parte de las diferencias que, días después, acaban por resultar definitivas para la lucha por lo que importa, que es el jersey de líder. Esas referencias históricas son fidedignas, pero son realidades que ya solo se producen de manera esporádica. El ciclismo ha cambiado, no sabemos si a mejor o a peor, pero es diferente a lo que veíamos hace años. Y en un momento que no esperábamos, un británico nos hizo regresar en el tiempo, observar empíricamente por qué un deporte individual como el ciclismo se compite en equipos. Y todo esto pasó en Francia en la Vuelta a España.

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