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Quintana, el ganador moral del Alpe d'Huez que le devolvió a Froome la afrenta de 2013
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puso nervioso a un líder imperturbable

Quintana, el ganador moral del Alpe d'Huez que le devolvió a Froome la afrenta de 2013

Era prácticamente imposible, pero aunque así fuera, tenía que intentarlo. Nairo Quintana volvió a quedarse ahí, a un paso del camino de baldosas amarillas, pero no llegó a Oz. El Mago era Froome

Foto: Una caída le costó el Tour a Quintana (EFE).
Una caída le costó el Tour a Quintana (EFE).

Quedaba un mundo todavía por delante. Un mundo sin fin, que diría Follett, si lo que viene se llama Alpe d’Huez y es temido por cualquier mortal que ose retarlo. Se habían acumulado pocos kilómetros en las piernas este día que nos concierne, pero había tantas millas impregnadas en los músculos, reducidos estos a su mínima expresión. Muchos de ellos darían de sí por penúltima vez, un esfuerzo más, y capitularían como Troya engañada por el caballo. Un chico que no llegaba al metro setenta quiso ser un día el más grande de todos y retó a todas las fuerzas humanas para luchar por un imposible que, si bien lo era, era ineludible intentar que no lo fuera. Nairo Quintana volvió a quedarse ahí, a un paso del camino de baldosas amarillas, pero no llegó a Oz. El Mago era Froome y en el Tour imperó su ley.

Lo bueno se hace esperar, dice el refrán. Qué maldita razón tiene. Casi dos semanas de emoción deshecha por una exhibición exquisita que despotizó la clasificación. A partir de ese entonces cabía preguntarse… ¿y para cuándo le van a atacar? ¿Por qué no aprovechan para atacarle? ¿No saben que cada vez queda menos? Una ristra de preguntas largas como un ascenso en los Alpes y sin respuestas, como los rivales de Froome. Hasta que llegó Nairo para que nadie jamás olvide su nombre. Quintanas hay muchos, Nairo hay uno y enamoró a todo amante al ciclismo en un hermoso intento de remontada fallido.

Muchos dudarán de la limpieza de Froome, necios ellos. Otros, pobres subnormales, despilfarran una oportunidad única de ver a los mejores ciclistas del mundo pasar por delante de sus narices escupiendo al que va de amarillo, o rociándole con orín. Pero si algo ha tenido Quintana es el reconocimiento generalizado de todo el mundo ciclista. Será porque nunca ha dicho una palabra más alta que la otra, porque siempre ha sido humilde y se ha dedicado a entrenarse en silencio, ya sea en la lejana Europa o en su Colombia del alma; o simplemente, porque hizo que al corredor más imperturbable le temblasen las piernas y 110 kilometritos le pareciesen 300. No es que el mundo quisiera que perdiese Froome, sino que querían que, de alguna forma, un Tour muerto reviviese.

Quizá no merece la pena ni mencionar qué habría pasado si Nibali y Quintana no se hubiesen caído en los abanicos camino de Zelanda. O quizá sí. Quizá fuera ese el día más importante de los 23 que ha tenido este Tour de Francia. Ese que parecía una etapa normal, de transición, como las llaman, de camino al Muro de Huy y los desagradables adoquines. Aquella etapa dejó a Nairo ya a más de un minuto y medio de Christopher Froome, y qué maldito es el destino que al final, si esa distancia no se hubiera dado, Nairo sería ganador del Tour… y probablemente nadie habría puesto el grito en el cielo por la maravillosa subida de Froome a la Pierre Saint Martin.

En el deporte, la venganza es tan natural como lo es la competitividad entre unos y otros. Los protagonistas no siempre lo admiten, queriendo jugar un juego política y aburridamente correcto; otros más sinceros la reconocen, la ejecutan y se la gozan. No sabemos si Nairo se acordó en algún momento subiendo al Alpe d’Huez de la afrenta que le hizo Froome cuando el escarabajo encaraba una victoria en el Mount Ventoux de esas que hacen cosquillas en el estómago, de esas que sintió este sábado Pinot. Sin duda, recuerdos como aquel no se borran fácilmente de la memoria de las personas, menos de un corredor que perdió una oportunidad histórica.

No nos engañemos, antes del Ventoux, Quintana era poco más que un ciclista del que algunos que lo conocían hablaban bien de sus cualidades y potencial. Después de aquello, Quintana llamó a la puerta de la cima de la bicicleta. Se escapó dejando atrás a cualquier corredor, quería ganar y “recortar todo el tiempo posible en la general”. Nairo no ataca por atacar. Y entonces, cuando iba embalado hacia la línea horizontal pintada en la carretera, apareció el británico por detrás, más rápido incluso, con más fuerza, superior a todo lo que había en la carrera. Ganó y dejó en evidencia a un niño de 23 años que un tiempo después se la devolvió. No le quitó el jaune, pero le formuló una promesa muda: algún día, Colombia ganará un Tour.

Quedaba un mundo todavía por delante. Un mundo sin fin, que diría Follett, si lo que viene se llama Alpe d’Huez y es temido por cualquier mortal que ose retarlo. Se habían acumulado pocos kilómetros en las piernas este día que nos concierne, pero había tantas millas impregnadas en los músculos, reducidos estos a su mínima expresión. Muchos de ellos darían de sí por penúltima vez, un esfuerzo más, y capitularían como Troya engañada por el caballo. Un chico que no llegaba al metro setenta quiso ser un día el más grande de todos y retó a todas las fuerzas humanas para luchar por un imposible que, si bien lo era, era ineludible intentar que no lo fuera. Nairo Quintana volvió a quedarse ahí, a un paso del camino de baldosas amarillas, pero no llegó a Oz. El Mago era Froome y en el Tour imperó su ley.

Tour de Francia Chris Froome
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