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La ferocidad de Nibali no asusta a Froome ni despeja la incógnita de Contador
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El madrileño sobrevive a lo más difícil

La ferocidad de Nibali no asusta a Froome ni despeja la incógnita de Contador

En la etapa que más miedo daba a los corredores, el 'Tiburón' atacó a Froome y Contador para recuperar el tiempo perdido sin la suerte que necesitaba. Quintana aguarda en la sombra

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‘Ya pasó todo, ya pasó’. Como una madre amorosa le dice a su niño tembloroso, asustado por una terrible pesadilla de la que aún no se ha despertado del todo. También así abraza el Tour de Francia a los 191 corredores que han sobrevivido a las cuatro primeras etapas. Han sido como un sueño de esos desagradables de los que uno se despierta sudoroso, intranquilo, con la reminiscencia aún muy presente y viva, como si el subconsciente todavía le ganara la partida al consciente. Pero ya sale el sol por el horizonte de la carrera. La nerviosa primera semana llega a un valle donde los ciclistas podrán recomponerse del polvo del pavé, la exigencia de Huy y el viento de Zelanda.

Esa llanura la alcanza el gran pelotón con la necesaria relajación del que se ha esforzado al máximo en un periodo breve de tiempo. El cambio de amarillo en Cambrais resulta, en realidad, del todo irrelevante para el futuro a medio plazo de la carrera, sin que ello suponga minusvalorar el trabajo de Tony Martin, al que seis centésimas le robaron el honor de ser por fin el líder del Tour y que la justicia de la carretera le ha reconocido en la etapa más dura de lo que llevamos disputado, que parece mucho más de lo que es. Y si es así, es decir, irrelevante, es porque hay otros corredores que están en mucha mejor disposición que el alemán para la victoria final.

Lo sucedido en la llegada a Zelanda dejó muy tocado a Vincenzo Nibali. Vivió en sus carnes la crudeza en versión light de lo que él y su Astana le hicieron a los grandes favoritos en 2014, es decir, alejarlos considerablemente de la cabeza de la general al poco de arrancar la grande boucle. Más de un minuto y medio de retraso con respecto a un rival es mucho, muchísimo, antes incluso de haber empezado la primera ronda de montaña. No es una distancia definitiva, evidentemente. Como decimos, estamos sólo en la cuarta etapa, pero sí sirve para marcar obligar al que va por detrás a exprimirse más que el resto para recuperar lo perdido.

Ese, pues, es un reto que hasta parece agradecer Vincenzo Nibali y, por extensión, todos los espectadores que no separan su mirada de este emocionante Tour de Francia. El Tiburón adquirió este sobrenombre por sus orígenes en Messina, tierra de tiburones, y por su clara voluntad ofensiva cada vez que tiene la ocasión de atacar. Hace justo un año, mostró su ferocidad sobre los adoquines embarrados, donde prácticamente se aseguró ser el maillot jeune en los Campos Elíseos. Ahora, desde el primer tramo que se encontró con pavé, tuvo la intención de repetir la estrategia para reubicarse entre los mejores. No le funcionó, pero su demostración de fuerza, de voluntad, de destreza sobre un pavimento tan irregular le honra.

Su fuerza se vio repelida con fuerza por el corredor que se ha mostrado (por ahora y sólo por ahora, queda muchísimo) más fuerte de todos, Chris Froome. El británico está excelso y demuestra una firmeza y entereza en cada etapa que le coloca segundo en la general. Perdió el amarillo, pero poco importa. Tiene a una distancia incómoda a Alberto Contador, pero mantiene un margen con Nibali, Quintana, Valverde y Purito que le puede permitir un despiste, o dos si son pequeños.

Todos los buenos han dado ya muestras de cómo se encuentran. Todos, menos Nairo Quintana. Purito ganó en Huy para recuperar las sensaciones y la moral perdida en la etapa anterior; Nibali y Froome, lo dicho; Valverde se mantuvo siempre en la lucha sobre los perversos adoquines; entre el FDJ y el propio Pinot han eliminado al francés de cualquier quiniela posible; y Contador empieza a dar una de cal y otra de arena. Pero sigue sin haber verdaderas noticias del colombiano, refugiado en un búnker invisible, donde pueda pasar desapercibido, agazapado entre la maleza a la espera de saltar a por la presa.

Lo de Contador rezuma pequeñas dosis de preocupación. De cuatro etapas, sólo en una, la llana del viento, se ha sentido cómodo. En el resto ha estado por debajo de sus posibilidades, ausente en la lucha, con una cara de sufrimiento impropia de él, que siempre muestra una entereza casi exagerada. Aguantó esta vez el pavé como no hizo el año pasado pero siempre estuvo a tirones con los de arriba. La ayuda indispensable de Peter Sagan le permitió mantenerse en el grupo. Llegan días de teórico relax, donde Contador necesita recuperar esas piernas duras a las que les pesa el sobreesfuerzo del Giro.

‘Ya pasó todo, ya pasó’. Como una madre amorosa le dice a su niño tembloroso, asustado por una terrible pesadilla de la que aún no se ha despertado del todo. También así abraza el Tour de Francia a los 191 corredores que han sobrevivido a las cuatro primeras etapas. Han sido como un sueño de esos desagradables de los que uno se despierta sudoroso, intranquilo, con la reminiscencia aún muy presente y viva, como si el subconsciente todavía le ganara la partida al consciente. Pero ya sale el sol por el horizonte de la carrera. La nerviosa primera semana llega a un valle donde los ciclistas podrán recomponerse del polvo del pavé, la exigencia de Huy y el viento de Zelanda.

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