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París-Roubaix, así es “el Dakar de las bicis” que más teme el gran pelotón
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Markel Irizar presenta ‘El Infierno del Norte’

París-Roubaix, así es “el Dakar de las bicis” que más teme el gran pelotón

La París-Roubaix es uno de los grandes monumentos del mundo del ciclismo, donde la palabra épica va asociada de manera indisoluble a su propio nombre

Foto: Imagen de la París-Rubaix 2013
Imagen de la París-Rubaix 2013

El mundo ciclista se detiene este domingo para presenciar la edición 111 de la París-Roubaix. La clásica de las clásicas, ‘La Pascale’ o El Infierno del Norte -llamada así por el devastador paisaje de la zona tras la Primera Guerra Mundial- porque la prueba francesa tiene casi tantos sobrenombres como adoquines hay en su recorrido. Amada por muchos y odiada por tantos, la París-Roubaix es otro de los monumentos del ciclismo donde la palabra épica va asociada de manera indisoluble a su nombre.

“Hay que echarle un par y estar un poco loco para correrla. Se trata de una carrera de supervivencia. El Dakar de las bicis”. Son palabras de Markel Irizar, corredor del Trek que va a por su octava Roubaix y que forma parte de la legión de ‘Espartaco’ Cancellara, el gran favorito a la victoria -sobre todo tras su exhibición del pasado fin de semana en el Tour de Flandes-.

No hay carrera en el calendario con más kilómetros adoquinados -en torno a los 50- que la París-Roubaix. En sus inicios, allá por 1896, el pavés no era lo significativo de la prueba, sino sus caminos de tierra que debido al mal tiempo ya eran duros de por sí. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial las autoridades comenzaron a asfaltar las carreteras de la región y los organizadores se vieron obligados a buscar rutas alternativas para conservar la esencia de la Roubaix. De esta forma, se dio con caminos rurales y zonas mineras donde sólo se atreven a pasar los campesinos con sus tractores y los ‘locos’ de las bicis, como por ejemplo el Carrefour de L’abre, uno de los más duros de la carrera. “En la reunión del equipo la noche antes de la carrera nos hablan de la importancia que tiene esta prueba, de sus leyendas y de que una victoria aquí equivale a una página en la historia del ciclismo”, relata Irizar.

El ciclista guipuzcoano será uno de los hombres con más responsabilidad en la cita dominical. “Este equipo -Trek- está montado en torno a Fabian Cancellara y por tanto todas las clásicas son importantes, pero sobre todo el Tour de Flandes y la París-Roubaix”, explica Markel. “Cancellara es un valor seguro -el suizo ha estado en el pódium de los últimos once monumentos que ha corrido- y su genialidad en ocasiones tapa algunos errores que podamos cometer, pero es también muy exigente y estas carreras son muy estresantes para nosotros”, continúa. De hecho, el ciclista español, que se reconoce a sí mismo como bastante nervioso, admite que la noche antes de este tipo de citas la pasa “persiguiendo escapadas” mientras intenta conciliar el sueño.

La París-Roubaix es una de las pruebas más longevas del calendario. A finales del siglo XIX dos empresarios del sector textil de Roubaix, Theodore Vienne y Mauricio Pérez, crearon una carrera con final en el velódromo que ellos mismos habían patrocinado. Además, la hicieron coincidir en fechas próximas a la Burdeos-París, para que sirviera de preparación para esa cita de tanto prestigio por entonces. Contactaron con Louis Minart, editor de Veló -el único periódico deportivo de aquellas fechas-. Minart mandó a su director y al redactor jefe de ciclismo a cubrir el recorrido. Tras un día interminable de viaje, los huesos calados de frío y llenos de barro hasta las cejas, los dos emisarios de Veló llegaron a Roubaix dispuestos a cancelar la prueba, pero una cena con los dos empresarios locales sirvió para persuadirles. El porqué aceptaron sigue siendo un misterio y parte de la mística de esta carrera, que ha originado ríos de tinta, una película -Hell of the North- e infinidad de documentales -el último ,Road to Roubaix-. “Esta carrera es muy especial. Se celebraba hace más de cien años y sabes que dentro de otros cien se seguirá celebrando”, admite Markel Irizar.

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No hace 100 años, pero sÍmucho tiempo para tratarse de una sólo carrera, el equipo Trek de Fabian Cancellara y Markel Irizar lleva manos a la obra puliendo los detalles de este ‘Infierno del Norte’. “En el mes de diciembre comenzamos a pensar ya en Flandes y Roubaix. El grupo que va a estar en estas carreras entrena junto desde entonces y viaja con el mismo 'staff' a las pruebas que marque el calendario”, admite el guipuzcoano. “El material se prepara con mucha antelación y desde el comienzo de año corremos con la bici -la Trek Domane- que llevaremos en Roubaix y que es distinta a la de las grandes vueltas para ir habituándonos a ella. Todos los del grupo elegido para estas ‘batallas’ somos un poco ‘carrocillas’ y ya conocemos perfectamente la prueba porque la hemos corrido unas ocho veces cada uno, pero aún así se vuelven a inspeccionar los tramos de pavés un par de veces más antes de la carrera”.

Con todo milimétricamente coordinado llega la hora de la verdad, donde en ocasiones nada tiene que ver con lo que se ha ensayado. “Fabian es el líder y aunque está todo preparado, hay veces que se cambian cosas sobre la marcha, como por ejemplo el orden de los relevos que nos toca a cada uno. El director confía plenamente en su instinto”. Y no es para menos, de hecho Cancellara ya sabe lo que es ganar la Roubaix tres veces -y otras tantas el Tour de Flandes. Habrá que ver si el suizo puede seguir haciendo historia y llevarse a casa por cuarta vez el adoquín que dan como trofeo al ganador. Para ello se tendrá que imponer al resto de favoritos: Tom Boonen, Peter Sagan y la legión de belgas especialistas en estas pruebas.

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No obstante, Markel confía en poder repetir el abrazo con el que ‘Espartaco’ se funde con todos sus compañeros tras cada Roubaix. Lo hace en pleno velódromo, exhausto por el sufrimiento y frente a las viejas duchas que desde hace más de un siglo se colocan en la meta. Allí, donde tirando de la cadena que cuelga de la alcachofa se vierte agua hirviendo sobre el cuerpo de los corredores, es donde se deja la tensión y el estrés de la carrera y donde la magia del ciclismo engatusa a los bailarines del pavés, que llegan a clamar: Jamás volveré a correr una Roubaix… Al menos hasta el año que viene. Y si no que se lo digan a Markel Irizar, que pese a días malos donde dio con sus huesos en el suelo y no pudo volver a levantarse, siempre acaba volviendo. Se trata, como dice Markel, de una carrera de supervivencia y pocos ciclistas en el pelotón pueden dar buena fe de ello.

El mundo ciclista se detiene este domingo para presenciar la edición 111 de la París-Roubaix. La clásica de las clásicas, ‘La Pascale’ o El Infierno del Norte -llamada así por el devastador paisaje de la zona tras la Primera Guerra Mundial- porque la prueba francesa tiene casi tantos sobrenombres como adoquines hay en su recorrido. Amada por muchos y odiada por tantos, la París-Roubaix es otro de los monumentos del ciclismo donde la palabra épica va asociada de manera indisoluble a su nombre.

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