Es noticia
Sudor, testosterona y éxtasis en Las Vegas: una WWE de récord y sin escrúpulos triunfa con WrestleMania
  1. Deportes
  2. Boxeo y Artes Marciales
Éxito como costumbre

Sudor, testosterona y éxtasis en Las Vegas: una WWE de récord y sin escrúpulos triunfa con WrestleMania

WWE, sin Vince McMahon a la cabeza, logra un hito que pocos otros consiguen: seguir creciendo a pesar de la mediocridad de su producto en su gran evento del año

Foto: John Cena gana el título de la WWE junto al cantante Travis Scott. (Getty/Ethan Miller)
John Cena gana el título de la WWE junto al cantante Travis Scott. (Getty/Ethan Miller)

"Desearía poder decir a los críticos que les f*llen. Que sean fans. […]". El mayor fin de semana del año para la lucha libre, WrestleMania, empezaba con Triple H, el mandamás de WWE, despotricando de su propia audiencia. Sería una serie de catastróficas desdichas que acabarían en el enaltecimiento a un Vince McMahon, exdueño de la empresa, acusado de abuso y tráfico sexual –“amo a ese hombre”–, a Donald Trump –“era la única opción, apoyo a nuestro presidente”– y, paradójicamente, a sus fans cuando se les pregunta por el jefe de la empresa rival Tony Khan, presidente de All Elite Wrestling –“solo es el hijo de un billonario”–.

Vayamos con una pequeña explicación. La WWE, actualmente, es uno de los negocios del entretenimiento más en forma del momento. Han firmado con Netflix un contrato mastodóntico a razón de 10 años y 5.000 millones de dólares. Recientemente, vendieron los derechos de SmackDown a NBC por una cifra récord. Y su acuerdo con Arabia Saudí les da más de 50 millones de dólares por cada show en el país. También han expandido su imperio por Europa, donde han triunfado con parada incluida en España gracias a un Smackdown en Barcelona que cumplió en acogida (a pesar de una horquilla de precios de los 45 euros a más de 1.000 por entrada). La empresa forma parte de TKO, es decir, son primos hermanos de la UFC, la compañía de Artes Marciales Mixtas por antonomasia que tiene al hispanogeorgiano Ilia Topuria como una de sus grandes figuras.

Foto: Trump y McMahon, en una imagen de archivo. (Getty/Mark A. Wallenfang)

Así aterrizamos en Las Vegas, sede este año de WrestleMania, "la vitrina de los inmortales", la Superbowl de las luchitas, la cuna del wrestling. Se dedican meses, y a veces hasta años, de programación televisiva para cimentar las historias de este evento. Solo un vistazo y lo entiendes: WWE es contradicción, caos y locura. En todas sus facetas. La impredecibilidad y el famoso kayfabe –el término para identificar lo real de la ficción– hace de este deporte espectáculo algo jugoso, pero también ha creado una coraza entre los jefes de un negocio internacional y milmillonario.

Se sienten impunes. Esto sucedió el fin de semana: Paul Heyman, uno de los grandes managers de este negocio, y protegiéndose detrás de su personaje, le decía esto a un aficionado latino en directo: "¿Quién es el sabelotodo, tú, al que van a deportar? Oye, 'amigo', puede que yo apeste [‘suck’], pero fue tu madre quien me enseñó". Saben que todo vale porque, a la hora de la verdad, los números les respaldan.

El wrestling es uno de los últimos reductos sin filtros. En un mundo lleno de hipocresía, WWE dobla la apuesta. "Somos los desvalidos", decía Nick Khan, presidente ejecutivo. Sabe que es mentira, pero este mundo va de imponer una narrativa. Y lo dijo en la semana de WrestleMania, que ha vendido todas sus entradas a precios desorbitados (más de 1.000 dólares el pase a las noches del sábado y domingo, que componen la cartelera de combates y segmentos) y que es el preámbulo de otro año de récords financieros. Con este desastre de relaciones públicas, que en cualquier otra empresa hubiese provocado un sismo, WWE se presentaba en Las Vegas para cerrar su gran velada. La final del Mundial de gente semidesnuda luchando en un espectáculo predefinido.

Si la lucha libre fuese una ciudad, sería esta. Las Vegas. Todo fachada, todo espectáculo, todo hiperbólico. Es cartón piedra vendido a precio de oro. WWE lleva muchos años abrazando ese mantra. Cada edición de WrestleMania, y esta ya es la nº41, se supera en proyección mainstream, mamarrachismo y locura. Nunca es suficiente. Siempre se busca otro giro de guion, otra forma de epatar, otro momento para el recuerdo. El wrestling ha dejado de ser wrestling para convertirse en inputs, en clips virales para las redes sociales, en segmentos para la generación TikTok. Vanessa Hudgens, George Kittle, Lil Yachty o Dana White en las gradas. The Rock, John Cena, Logan Paul o Travis Scott en los cuadriláteros.

"Imanes a 25 $, fotos con luchadores a 400 $, títulos de postín a 800 $. Todo se vendía"

Y Las Vegas recogió el guante, porque qué es sino Las Vegas que un lugar para el desfase y la euforia momentánea. La ciudad del pecado se engalanó para recibir, como llaman algunos, "el teatro de los rednecks". Son las hostias del Blue Collar. La función de los renegados. El famoso Strip, vacío de alma, intentaba rellenarla de referencias a la lucha libre.

Un César con el título de WWE, unas enormes pantallas con publicidad de los shows, unas camareras con atuendos personalizados. A cualquier lado que mirases, wrestling. Y el fan, claro, absorto y desnortado. Con piezas de merchandising encima que superan muchos sueldos anuales en España. Con colas kilométricas para gastar todavía más. Con tallas de camisetas arrasadas, imanes por 25$, fotos con luchadores a 400$, títulos de postín a 800$. Con el traje que llevó John Cena en su giro a villano —sí, en su último año antes de retirarse, después de ser la cara de la compañía durante dos décadas, John Cena es ahora el malo de la película— por unos módicos 80.000$. Con, en esencia, una euforia desmedida por enfatizar un hobby que es difícilmente explicable si no suspendes tu incredulidad.

La gente va con camisetas que dicen ‘Yeet’ –onomatopeya fanática que ya ha dado la vuelta al mundo– porque se siente representada por algo. Porque quiere formar parte de un movimiento, de un colectivo. Y WWE es experta en proyectar eso y magnificarlo. WrestleMania es la convención anual de una forma de vida. Una que pasa de la decepción a la euforia en segundos. Que te genera reacciones que muy pocas cosas consiguen. Que te mantiene alerta, por muy mala que sea la historia. Que te hace entender que sí, que esto es una concepción surrealista del deporte, pero que te atrapa como ninguna otra.

Foto: Cuatro de los seis hijos de Fritz Von Erich. (WCWC)

Quién le hubiese dicho al niño que creció viendo a John Cena que, en pleno 2025, ya fuera de su rol como luchador a tiempo completo, acabaría siendo campeón y batiendo marcas imposibles. Quién le hubiese dicho al fan de Coachella que, un día después de cerrar cartel, Travis Scott estaría también cerrando… pero un show de lucha libre. Quién le hubiese dicho a todos aquellos escépticos que la llegada sorpresa de Joe Hendry, un luchador mediocre pero con una entrada pegadiza, sería la ovación de la noche.

Porque el wrestling es secundario. Lo importante es contar historias, y venderlas. Y WWE se ha dedicado a demostrarlo desde tiempos inmemoriales. La primera WrestleMania ya cerró con Hulk Hogan y Mr. T, con Cyndi Lauper y Muhammad Ali. Cuatro décadas después, nada ha cambiado. Solo se ha exagerado. Los luchadores pasan, pero el resto es inamovible. A pesar de escándalos judiciales, de la venta de la empresa y del movimiento de piezas en la dirección.

Es una industria que no para nunca. Que está activa las 52 semanas del año. Que no te da tiempo para procesar. Que, literalmente, no deja de producir en ningún momento. ¿Hoy es el mayor evento del año? Mañana viene otro. Y pasado, otro. La lucha libre reemplaza recuerdos, buenos y malos, a una velocidad endiablada. De eso se aprovechan. Juegan a contar ‘historias a largo plazo’ que rara vez desembocan en algo. Pero la vorágine del día a día lo solventa todo. El wrestling es una droga que no puedes dejar, porque siempre crees que el próximo chute va a ser el mejor. Y si no te ha gustado, tranquilo. O disfrutas de esta mezcla de deporte, frenesí y bizarrismo… o "que te f*llen". Detrás de ti, hay un posible nuevo fanático.

"Desearía poder decir a los críticos que les f*llen. Que sean fans. […]". El mayor fin de semana del año para la lucha libre, WrestleMania, empezaba con Triple H, el mandamás de WWE, despotricando de su propia audiencia. Sería una serie de catastróficas desdichas que acabarían en el enaltecimiento a un Vince McMahon, exdueño de la empresa, acusado de abuso y tráfico sexual –“amo a ese hombre”–, a Donald Trump –“era la única opción, apoyo a nuestro presidente”– y, paradójicamente, a sus fans cuando se les pregunta por el jefe de la empresa rival Tony Khan, presidente de All Elite Wrestling –“solo es el hijo de un billonario”–.

WWE
El redactor recomienda