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Estos Lakers son tan malos que no les vale el 'tanking' para justificar sus derrotas
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acumulan una victoria en diez partidos

Estos Lakers son tan malos que no les vale el 'tanking' para justificar sus derrotas

Las lesiones, la guerra personal de Kobe contra el mundo y un plantel esperpéntico, dejan a los californianos al filo del abismo. Situación crítica para un equipo sin vida

Foto: Jordan Hill y Kobe Bryant contemplan el enésimo descalabro de los angelinos en el curso.
Jordan Hill y Kobe Bryant contemplan el enésimo descalabro de los angelinos en el curso.

Enésima noche de amargura en el Staples Center de Los Ángeles. El pasado domingo, los Lakers volvieron a evidenciar que son un equipo perdido. Comandados por un imperial Stepehn Curry (30 puntos y 15 asistencias), los Warriors, con su ristra de asesinos en serie ajusticiando a un enemigo que agoniza por momentos, hurgaron un poco más en una herida que se infecta con el paso de los partidos. El 115-136 final dio forma a la novena derrota en diez partidos para una franquicia empeñada en seguir ampliando su peor arranque de siempre. Un bucle que parece no tener fin. Si el curso pasado el paupérrimo balance de 27-65 con el que terminaron la temporada regular fue la peor marca en temporada regular desde que en 1960 el equipo se mudó de Minneapolis a Hollywood, en éste, las cosas pintan todavía peor.

“Cuando miramos el marcamos y vemos que vamos ganando de 30 o 40, esos 44 puntos son irrelevantes”. En esos términos se empleaba Marreese Speights a la conclusión del choque. Y al correoso ala-pívot de los Warriors no le faltaba razón. Kobe Bryant volvió a deleitarnos con otra infructuosa exhibición anotadora. Consiguió 44 puntos (15/34 en tiros de campo) en 32 minutos y volvió a erigirse en la única respuesta de los Lakers. ¿Y de qué sirve si no se gana? Un yo contra el mundo que se mantuvo durante los tres primeros cuartos. Alarde de romanticismo que evoca a los aficionados el dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Ante el bochornoso marcador, el técnico Byron Scott decidió sentarle durante todo el último acto. “Estoy más que dispuesto a sentarme. Si piensas que me gusta tener que tirar tantas veces y ser tan agresivo con 36 años, estás muy loco”, advertía a un periodista.

"Prefiero conseguir involucrar a mis compañeros cuanto antes. La intención al principio del partido siempre es esa. Pero cuando vas perdiendo por 10-12 puntos, tengo que intentar mantenernos en el partido. La responsabilidad está en mí. Cuando las cosas van bien somos 'nosotros', y cuando van mal, soy yo", proseguía el escolta angelino, que fue consolado con un tierno abrazo por Shaquille O’Neal, ahora que los otrora compañeros dan muestras de haber limado las diferencias que contaminaron sus años gloriosos. He ahí el principal escollo. Kobe está solo. Nadie le sigue. En estos momentos los Lakers son la peor defensa de la Liga con 112,1 puntos recibidos por noche y también los últimos en la lista de eficacia defensiva, la estadística que mide los puntos encajados por cada 100 posesiones (114,7). En ataque andan en mitad de tabla: decimocuartos con 101,6 puntos anotados por encuentro.

Pero todas las miradas se centran en la versión chupona de la ‘Mamba Negra’. “Recuerdo cuando era un chaval y vi a Michael Jordan lanzar 49 veces en unas Finales de la NBA. ¿Se imaginan que yo hago eso y pierdo? Pongan las cosas en perspectiva", se excusaba tras el partido ante los Grizzlies que le encumbró como el jugador que más tiros ha errado en la historia de la liga. Un icono que pese a sus promedios (27.3 puntos, 5.2 rebotes y 3.8 asistencias) está retrocediendo en el tiempo. Se ha plantado en 2006 aunque con ocho años más, varias lesiones (rodilla y talón de Aquiles) en su historial médico y un horizonte de lo más turbio. Aquel año, Bryant reventó su promedio anotador con 35,7 puntos por duelo a costa de tirarse hasta las zapatillas (metía 12,2 tiros de los 27,7 que intentaba). En 2014, anota el 37,7% (92/244, o lo que es lo mismo, meter 9,2 tiros de cada 24,4) de sus intentos, el peor porcentaje desde que fue elegido en el draft de 1996.

Lejos de cambiar, la dinámica negativa sólo empeora, como una espiral silenciosa de la que no se puede escapar. El viernes ante los Spurs (80-93), Kobe se quedó en 9 puntos con 1/14 en tiros. "Es la primera vez que me he enfrentado a un reto así en mi carrera. Es duro, muy duro. Me ha hecho recordar el reto que significa tener 36 años. Tras 19 años en la NBA mi cuerpo no ha respondido a jugar enfermo, algo a lo que estaba acostumbrado a hacer... es duro”, explicaba el líder espiritual de un grupo sin alma, azotado por la impotencia y, en menor media, por el infortunio en forma de lesiones (Nash y Julius Randle).

Pese a ser la cara visible del perenne fiasco, Kobe hace lo que ha hecho siempre. Tirar, tirar y volver a tirar. El problema está en los despachos y sus incomprensibles decisiones. Con la renovación de Kobe (2 años y 48,5 millones) se mantiene viva la llama del mito, pero a costa de no reunir un plantel de garantías. Los fichajes por un año de Jeremy Lin y Carlos Boozer, así como las extensiones de Wesley Johnson y Nick Young no constituyen atractivos encaminados a lograr el éxito deportivo a largo plazo. Observando la feroz competencia en el Oeste (los Spurs son últimos de su división con 5-4), el roster de los Lakers es para echarse a llorar.

Una poción venenosa que, tal y como exponía Tom Ziller en la web SB Nation a comienzos de temporada, desembocaría en una palabra: tanking. En este contexto de jugar para perder hay un hecho determinante que alimenta las sospechas. Los Lakers sólo podrán tener derecho a su primera ronda del próximo draft si consiguen acabar entre los cinco peores equipos de la liga. Si no será de los Suns. Un círculo que se cierra con unas prestaciones deportivas ínfimas. Pero es que ni por ese argumento de oscuros tintes se justifica semejante esperpento sobre el parqué. Quisieran o no, este equipo estaba avocado al fracaso y al escarnio público desde el primer día de ‘training camp’.

En esta permanente marejada, tampoco han faltado los rumores encaminados a tranquilizar a la parroquia oro y púrpura. La pasada semana, algunos medios estadounidenses apuntaban a la posibilidad de que el próximo verano Kevin Love decidiera restringir unilateralmente su contrato con los Cavaliers para enrolarse en el equipo. Algo que el ala-pívot se encargó de desmentir tajantemente a través de un comunicado. Al hilo de esto, en el Chesapeake Arena de Oklahoma, el domingo tuvo lugar una curiosa escena.

Según el periodista de The Oklahoman, Darnell Mayberry, durante el soporífero Thunder-Rockets, partido que registró una de las peores anotaciones de la última década (65-69), un aficionado habría animado a Russell Westbrook a regresar a Los Ángeles. "¡Russ, ven a Los Ángeles! Podrás tirar todo lo que quieras. ¡Ven a L.A.! ¡Tendremos anillos!". Arengas que no hicieron demasiada gracia al base estrella del equipo dirigido por Scott Brooks. "¡Saca tu culo de aquí y vuelve a Los Ángeles!", habría respondido el base. Un hecho anecdótico pero que ilustra una idea latente. Nadie quiere ir a un sitio donde el proyecto deportivo de la segunda franquicia más laureada de la historia se encuentra al borde del derrumbe.

Enésima noche de amargura en el Staples Center de Los Ángeles. El pasado domingo, los Lakers volvieron a evidenciar que son un equipo perdido. Comandados por un imperial Stepehn Curry (30 puntos y 15 asistencias), los Warriors, con su ristra de asesinos en serie ajusticiando a un enemigo que agoniza por momentos, hurgaron un poco más en una herida que se infecta con el paso de los partidos. El 115-136 final dio forma a la novena derrota en diez partidos para una franquicia empeñada en seguir ampliando su peor arranque de siempre. Un bucle que parece no tener fin. Si el curso pasado el paupérrimo balance de 27-65 con el que terminaron la temporada regular fue la peor marca en temporada regular desde que en 1960 el equipo se mudó de Minneapolis a Hollywood, en éste, las cosas pintan todavía peor.

Kobe Bryant
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