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Los Spurs y su 'viejo juego aburrido de siempre' conquistan su quinto anillo
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victoria ante los heat (104-87) y 4-1 en la serie

Los Spurs y su 'viejo juego aburrido de siempre' conquistan su quinto anillo

Ganó el baloncesto y el mejor representante de su esencia. San Antonio volvió a triturar a Miami (104-87) y se proclamó campeón de la NBA (4-1)

Foto: La plantilla de los Spurs posa radiante tras conseguir el quinto anillo de su historia.
La plantilla de los Spurs posa radiante tras conseguir el quinto anillo de su historia.

Hace un año llegaron al quinto partido y lo ganaron. Sirvió para poner el 3-2 favorable antes de iniciar tres días de tortura en el American Airlines Arena. En Florida sufrieron la remontada más dolorosa de sus carreras. Primero, el triple imposible de Ray Allen en el sexto antes de disputar una prórroga con los plomos fundidos. Y segundo, apenas dos noches más tarde, el tiro fallado por Duncan ante Battier en el corazón de la pintura. El resto forma parte de la historia negra de la franquicia tejana. El domingo, con la primera opción de sellar la serie ante los Heat en el quinto partido de las Finales, los San Antonio Spurs dejaron atrás todos sus miedos para destrozar sin compasión por tercer partido consecutivo (4-1) a LeBron James y su destartalada banda (104-87), haciendo realidad el sueño de lograr el quinto anillo de su historia (1999, 2003, 2005, 2007 y 2014). Un título que les coloca a la altura de las grandes dinastías de la historia NBA gracias a un baloncesto colosal que un día Gregg Popovich, padre de la criatura, definió como el 'juego aburrido de siempre'.

Un estilo incomparable que en estos 15 años ha mudado su piel para adaptarse a los nuevos tiempos. De ganar con una defensa pétrea y sin fisuras sus primeros títulos a hechizar con un ataque exuberante, fluido y solidario. El acertado cambio de formato en las Finales (del 2-3-2 al 2-2-1-1-1) en el primer año de la era Silver propició que el quinto encuentro se disputara en casa del equipo con el factor cancha y no en Miami. Con leyendas vivas de las espuelas como David Robinson, Sean Elliot, Avery Johnson o George Gervin, la victoria no se podía escapar. La historia decía que nunca nadie había logrado voltear un 3-1 en contra en un serie de playoffs. Además, en 18 de las 31 ocasiones en las que se había llegado a este escenario, la eliminatoria acababa decidiéndose en el quinto asalto. La canción de ‘El Enterrador’ retumbaba en la previa del choque, un tétrico adelanto de lo que acontecería un rato después.

Por primera vez en 281 partidos, Spoelstra señalaba a Mario Chamers, errático durante toda la serie, y le dejaba en el banco desde el inicio. En su lugar, partiría el incombustible Ray Allen. Ante la decepcionante imagen y el sistema previsto, con Lebron en la cúspide, su aportación se antojaba poco relevante. Para Miami no había otra vía por la que discurrir que no fuera arrancar la noche con el cuchillo entre los dientes. La mirada de LeBron daba la orden y la veterana manada respondía a la llamada del macho alfa contagiándose del esfuerzo de forma inmediata. Y lo hizo anotando 17 de sus 31 puntos en un primer cuarto descomunal. Una furia incontenible que hacía levantar la ceja al mejor equipo de baloncesto del planeta.

Con los grandes nombres de los Spurs asimilando la altura de la cita, Popovich echó mano de su amplio repertorio. La segunda unidad, con Ginóbili al frente, fue la encargada de hacer engrasar la maquinaria. No sin alguna gota de sudor de más, todo volvía a estar bajo control. Tras desconcierto inicial (22-6), la mejor noticia para el bando tejano fue la capacidad para encajar el fulgurante arranque de los Heat (22-29, minuto 12). Y entonces el fuego de los Heat se apagó. El guión dio un giro radical. Con la ventaja que otorga la experiencia a la hora de amansar fieras descaradas sin nada que perder, los Spurs no desesperaron y siguieron haciendo lo que mejor saben: jugar al baloncesto. Frenado LeBron, el endiablado ritmo ofensivo exhibido en el primer acto pasó a ser un mero vestigio del pasado. La entrada del guerrero Udonis Haslem supuso un disparo en el pie para Miami. Duncan se frotaba las manos mientras bailaba en la pintura a su antojo. Por aquí, por allá… el abuso era escandaloso.

LeBron se veía engullido por su némesis, un Kawhi Leonard que sigue confirmando ser un jugador brutal. El potencial del alero de los Spurs no conoce límite. Desde su privilegiada anatomía para el juego, día a día escribe unas páginas del halagüeño futuro que le espera. A su paso, un reguero interminable de bocas abiertas contempla sus asombrosas facultades. Su silencio se transforma en intensidad y brío cuando agarra el cuero naranja. El asesinato de su padre cuando tenía 16 años larvó en él una personalidad fría y distante. El baloncesto fue su vía de escape, la mejor forma de canalizar una energía llena de tristeza por una pérdida irreparable. Pero incluso quiso despojarse de su seña de identidad más palpable. En medio de la batalla, aparcó su condición de hombre taciturno para conversar con el árbitro en el mismo tono que el cuatro veces MVP. Un parcial de 14-0 daba la primera ventaja del partido (35-34) a los Spurs mediado el segundo cuarto. A fuego lento, la reacción de los tejanos era una realidad. Con Parker negado de cara al aro, a Leonard le acompañaba un Ginóbili que lograba reivindicarse tras su desdibujabo papel en las pasadas Finales (47-40, minuto 24).

Los 29 centímetros que separan el pulgar del meñique con su mano abierta, convierten a Leonard en un muro infranqueable para LeBron y cualquier gallito que se preste. Obcecado y asistiendo impotente al paulatino haraquiri de su equipo, en la pizarra de Spoelstra no había otra opción que no fuera exprimir al máximo a LeBron. Aun metiendo 50 y estando en trance (que no es el caso), los Heat se habrían visto igualmente reducidos a la mediocridad poniendo de manifiesto una vez más que el colectivo está por encima de cualquier individualidad. Así, LeBron se despide (de momento) de la posibilidad de lograr un 'three-peat' sólo al alcance de los más grandes.

En la pintura, Duncan seguía regalando destellos de su clase mientras LeBron mendigaba ayuda a sus compañeros. Más allá de la creciente diferencia en el marcador, la sensación de derrota de Miami era absoluta. Resentido y noqueado con un parcial de 18-4 que rompía definitivamente el choque, Spoelstra daba entrada a Chalmers, como si verse culpado por su falta de coraje en la serie pudiera servir de revulsivo. También aparecía Beasley, activado tras ser condenado al ostracismo más absurdo e incomprensible durante buena parte del curso, en otra muestra más de la desesperación que alimentaba sus pensamientos. No había nada que hacer ante el recital del coro 'spur', un grupo de jugadores que entienden el baloncesto como un juego sencillo, donde todo viene regido por un patrón axiomático: buscar la mejor opción para meter la pelota por el aro (fácil, ¿no?).

El delirio se apoderaba de las gradas del AT&T Center. Patty Mills (14 de sus 17 puntos en el tercer cuarto) suplió la falta de acierto de Parker. Una muestra más de la importancia del fondo de armario en unos Spurs diseñados para evitar el efecto dominó. El base francés no daba crédito y trató por todos los medios de conseguir su primera canasta de la noche. A la undécima, después de mirar al banquillo con cara de ‘me la voy a jugar, tú verás Pop’, anotó una suspensión desde la personal. Después vendrían otras seis más (6/7) para maquillar un ‘box score’ para la historia. Tras un inicio angustioso, la vida sonreía a los Spurs que ya rozaban con la punta de los dedos su quinto anillo. Con el rival descosido, por tercer encuentro consecutivo las diferencias rondaban los 20 puntos (77-58, minuto 36), una losa que venía acompañada de una alegría y viveza difícilmente perturbables.

“Defender bien” y “todo el mundo está jugando bien”. Con su usual parquedad, Popovich despachaba a la gran Doris Burke en la 'flash interview' previa al último asalto. La primera respuesta contestaba al cómo afrontar lo que quedaba de partido. La segunda trató sin éxito de reincidir en el pírrico día en ataque de Tony Parker. Una vez más, el grupo por encima de la individual. Por delante, doce minutos de regocijo para disfrutar y seguir enseñando al mundo dónde reside la esencia del juego que en los últimos coletazos del siglo XIX inventara el profesor Naismith. Un momento de júbilo desmedido que chocaba de frente con las tímidas lágrimas que manaban de sus ojos y que LeBron trataba de esconder en público. En su papel de indiscutible supernova, tragó saliva y pensó que el mentón debía lucir erguido tras el rapapolvo incontestable del rival.

Abrazos deportivos y emociones contenidas en los instantes posteriores al final del partido. La enésima muestra del respeto y los valores que conforman el ADN de un equipo que acababa de hacer trizas a una pesadilla que se había anclado en sus pensamientos. Tal y como hiciera Duncan hace quince años, Kawhi Leonard, tercer jugador más joven de la historia en ganar un anillo, se convertía en el MVP de las finales de forma unánime, el segundo jugador más precoz detrás del logrado por Magic Johnson en 1980. Quizá un indicio del relevo generacional que se intuye en los próximos años. “No digo que me vaya a retirar ni que no me vaya a retirar. No digo nada. Si siento que puedo ser efectivo, que puedo contribuir, seguiré jugando. Ahora mismo, sí me siento así”. Tim Duncan pronunciaba estas palabras en la víspera del quinto partido, a diez días de que haga (o no) efectiva la opción de seguir una campaña más que tiene sobre la mesa. A sus 38 años, con los dedos de una mano vestidos con la joya más preciada para un jugador NBA, la vida se ve de otra manera. Decida o no poner punto y aparte a una carrera grandiosa, su legado, forjado a través de 17 temporadas inolvidables, será la mejor forma de recordar al ala-pívot más grande que jamás parió el BALONCESTO.

Ficha técnica:

104 - San Antonio Spurs (22+25+20+27): Parker (16), Green (-), Leonard (22), Duncan (14), Diaw (5) -cinco inicial-, Baynes (2), Bonner (-), Splitter (3), Ayres (2), Mills (17), Joseph (-), Belinelli (4) y Ginóbili (19).

87 - Miami Heat (29+11+18+29): Wade (11), Allen (5), Bosh (13), Lewis (3), James (31) -cinco inicial-, Andersen (-), Haslem (2), Battier (-), Jones (-), Beasley (9), Chalmers (8), Douglas (3) y Cole (2).

Árbitros: Ken Mauer, Scott Foster y Marc Davis. No señalaron faltas técnicas. Eliminaron por personales a Leonard, de los Spurs.

Incidencias: Quinto partido de las Finales de la NBA disputado en el AT&T Center, de San Antonio, ante 18.581 espectadores.

Hace un año llegaron al quinto partido y lo ganaron. Sirvió para poner el 3-2 favorable antes de iniciar tres días de tortura en el American Airlines Arena. En Florida sufrieron la remontada más dolorosa de sus carreras. Primero, el triple imposible de Ray Allen en el sexto antes de disputar una prórroga con los plomos fundidos. Y segundo, apenas dos noches más tarde, el tiro fallado por Duncan ante Battier en el corazón de la pintura. El resto forma parte de la historia negra de la franquicia tejana. El domingo, con la primera opción de sellar la serie ante los Heat en el quinto partido de las Finales, los San Antonio Spurs dejaron atrás todos sus miedos para destrozar sin compasión por tercer partido consecutivo (4-1) a LeBron James y su destartalada banda (104-87), haciendo realidad el sueño de lograr el quinto anillo de su historia (1999, 2003, 2005, 2007 y 2014). Un título que les coloca a la altura de las grandes dinastías de la historia NBA gracias a un baloncesto colosal que un día Gregg Popovich, padre de la criatura, definió como el 'juego aburrido de siempre'.

LeBron James
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