Spurs-Heat, o cuando las jóvenes estrellas se rinden ante la veteranía de los 'mayores'
En una Liga cada vez más envejecida y huérfana de nuevos talentos, la experiencia y madurez se erigen en ingredientes indispensables para lograr el éxito
20 de junio de 2013. American Airlines Arena de Miami. A menos de un minuto para el final del séptimo partido de las Finales NBA, Tim Duncan recibe en el poste bajo. Tras progresar hacia el centro de la pintura y superar la defensa de Shane Battier lanza un tiro que repitió hasta el infinito con éxito durante toda su carrera. Presa del caprichoso e injusto destino, el balón no entró. Los Spurs dejaban escapar una victoria que tuvieron en su mano. "Probablemente, este partido siempre me perseguirá", lamentaba un hombre enpequeñecido, con los hombros caídos, la cabeza gacha y su ánimo aplastado. En la amargura y la desolación, Timmy encontró hueco para demostrar la grandeza de un señor, dentro y fuera de la pista. "LeBron (James) estuvo increíble y Dwyane (Wade), genial. Nosotros tomamos algunas decisiones malas", reconocía abatido y con los ojos vidriosos en uno de los peores ratos como profesional del mejor ala-pívot de la historia.
Sin embargo, además del mazazo en el decisivo envite, la final había huido de su regazo dos días antes. Con 3-2 por delante en la eliminatoria, y tras tirar por la borda una ventaja de cinco puntos a 28 segundos del final, Ray Allen se elevó con depurada ortodoxia que le carateriza para fusilar de tres y mandar el encuentro a la prórroga con 5.2 segundos por jugarse. Un triple cargado de épica que aparece con frecuencia en las peores pesadillas de los Spurs. Fruto de la ansiedad, acabarían por sucumbir sin paliativos ante los Heat.
Pero la vida siguió y al final del muelle las mismas caras que hace un año. San Antonio Spurs y Miami Heat se verán las caras en las Finales de la NBA por segundo año consecutivo. Un hecho que pone en valor la importancia de la experiencia. Experiencia real, esa que da el haber vivido en primera persona una situación trascendental, donde la gloria o el fracaso están en juego. También lo son las cruces en el almanaque. Dos elementos muy presentes y que caracterizan los roster de ambos contendientes. Con 30.3 años de media, Miami ostenta la plantilla más veterana de la NBA y sus jugadores también acumulan el promedio de temporadas en la liga más alto con 8.2 cursos en activo. Por su parte, los Spurs, con algunos alumnos aventajados de reciente explosión (Kawhi Leonard o Danny Green, por ejemplo) bajan su media de edad hasta los 28.5 años, cuartos de la competición, y su experiencia acumulada hasta los seis años, séptimos.
Será la primera vez que se repite un duelo en la eliminatoria por el título desde el Bulls-Jazz de 1998. Una nueva oportunidad para recomponer un orgullo herido y con ansias de revancha. "Nos alegra que sean otra vez los Miami Heat porque aún tenemos mal sabor de boca. Esta vez lo conseguiremos", reconoció Duncan tras eliminar (4-2) a los Thunder en el sexto partido de la Final del Oeste (107-112) y certificar el billete a las sextas finales de su carrera, las primeras de forma encadenada y en año par tras las de 1999, 2003, 2005, 2007 y 2013. A sus 38 años, en la cabeza de Tim Duncan, el hombre que soñaba con la natación hasta que un huracán desoló Saint Croix (Islas Vírgenes) y el pánico a los tiburones le impedía nadar en el mar, obligándole a abandonar su pasión de juventud, una obsesión: un quinto anillo con el que, pase lo que pase y sea cual sea su decisión, descansar en paz durante el resto de sus días.
"Estoy bendecido, muy bendecido.Soy también muy humilde y ahora tenemos de nuevo la oportunidad de luchar por el título de campeones”. Desde que LeBron se llevará su talento a South Beach, los Heat parecen dispuestos a sentar los cimientos de una dinastía y qué mejor manera que corroborarlo que plantándose en su cuarta final consecutiva. Algo sólo al alcance de los Celtics de Bill Rusell, que consiguieron 10 presencias (9 títulos) seguidas entre 1957 y 1966, los Lakers de Magic Johnson, con cuatro (dos títulos) entre 1982 y 1985 y de nuevo los verdes Celtics, esta vez liderados por Larry Bird, que lograron dos títulos en cuatros Finales entre 1984 y 1987. La franquicia de Florida tiene a tiro la opción de desempolvar el ‘Three-peat’ (conseguir tres títulos del tirón), circunstancia que no se da desde que la dupla formada por Shaquille O’Neal y Kobe Bryant monopolizaran el trienio 2000-2002.
“Confiamos en todos los jugadores de nuestra plantilla”, es una de las frases más repetidas dentro de las paredes del vestuario de El Álamo, el cuartel general de los. El epítome de que lo colectivo siempre está por encima de cualquier individualidad. UIna forma de entender el juego que encandila y se antoja como la mayor garantía para abordar las más altas cimas. Una seña de identidad que, como no podía ser de otra forma, quedó demostrada en el sexto encuentro de la serie ante los Thunder. “¿Necesitamos un gran partido de Tony? A uno le gusta que los jugadores jueguen bien, y los jugadores que tienen una gran noche ayudan a sus equipos a ganar. Eso está claro. ¿Pero tienen que ser exactamente Tony Parker o Russell Westbrook? Puede ser cualquier jugador el que tenga un gran día. […] Algunas veces, los jugadores de rotación (role players) acaban siendo la diferencia en partidos como este”, opinaba el sargento Popovich tras el choque. El sábado en el Chesapeake Arena de Oklahoma, con Parker fuera del partido por sus preocupantes molestias en el tobillo izquierdo, Boris Diaw dio un paso al frente para afanarse en la producción ofensiva (26 puntos) y silenciar de la sensible ausencia de uno de los componentes de un ‘Big Three’ que ya es leyenda viva del baloncesto.
“Los meteré en un autobús, llegaremos a una rampa que hay aquí cerca, nos bajaremos del autobús, saldremos a la pista y jugaremos. Así es como nos preparamos”. En junio del pasado año, en medio de la inquietud y el nerviosismo, un atrevido periodista quiso saber cómo afrontarían el partido definitivo ante los Heat. Popovich, directo como suele ser habitual, no estaba para enjundiosos análisis después de perder aquel innombrable ‘Game 6’. Dentro de tres días la rutina, alejada de excesos y rica en mensajes motivadores, se repetirá. Eso sí, con la lección bien aprendida y el factor cancha a su favor.
Por el camino se quedan grandes nombres llamados a reinar en un futuro no muy lejano. Siempre que los ‘viejos rockeros’ lo permitan. Es el caso de un Kevin Durant que, a sus 25 años, con cuatro títulos de máximo anotador de la Liga y con su primer MVP de la temporada debajo del brazo, ha visto como la juventud le condenaba, a él y al resto de los bisoños Thunder, a no conseguir aplacar las emociones en los momentos decisivos. Hace dos años, con 23, el alero nacido en Washington se plantó en las finales pero LeBron le mostró que todavía estaba tierno (4-1). ‘King’ James también vivió en sus carnes la desconcertante sensación de no estar en el sitio adecuado en el momento adecuado. En 2007, cuando contaba con 22 años y la banda de la cabeza bajaba tres dedos más que hoy, los Spurs barrieron sin contemplaciones a sus Cavs en un efímero paso por las finales (4-0). A modo de consuelo para ‘Durántula’, pensar que Michael Jordan ganó su primer anillo (1991) con 27 años…
Algo similar ocurre con los Pacers, digno rival para Miami en la final del Este durante los últimos tres años. Pero hasta ahí. Este curso, los de Frank Vogel, primer cabeza de serie, acabaron difuminándose entre la rabia y la impotencia de no encontrar el pulso necesario para aprovechar los contrastados recursos de su plantilla. Paul George es otra de las grandes esperanzas, pero flaco favor se le hace cuando el universo NBA se empeña en sobredimensionarle y encumbrarle antes de tiempo. Dejemos que la fruta madure antes de recogerla. Un bucle aderezado con soplidos y manotazos absurdos de un Lance Stephenson que centra sus energías en absurdas y frívolas provocaciones al rival. En otro escalón, al menos en el Oeste, franquicias prometedoras como las de Clippers, Warriors, Blazers y Rockets luchan y presentan batalla pero les faltan tablas para brillar con luz propia en los grandes escenarios. Tampoco es rentable acumular carcas sin una idea y un esquema concreto de juego, como ha sido el caso de Brooklyn Nets o Dallas Mavericks. Todo ello, unido a la carencia de nuevas y prometedoras estrellas (esperemos que el próximo draft acabe con la maldición), favorece la tiranía de los hombres más curtidos de la competición.
30 años después, vuelta a los orígenes
Para culminar un último escalón hacia la gloria plagado de alicientes, las Finales que darán comienzo el próximo jueves día 5 (viernes, 3.00 hora española) en el AT&T Center de San Antonio serán las primeras desde 1984 que se jueguen bajo el formato 2-2-1-1-1, el mismo que rige el resto de eliminatorias de postemporada. En los días previos al inicio del curso, los propietarios de las 30 franquicias de la NBA se reunían con el por entonces comisionado, David Stern, para aparcar de forma unánime el sistema 2-3-2. “Es injusto que el equipo con factor cancha a favor juegue el quinto partido (considerado clave) fuera de casa”, explicaba en su día Adam Silver, actual jefe supremo de la Liga, al tiempo que añadía que la vuelta al viejo sistema tiene sentido especialmente cada vez que la serie llega al quinto envite con 2-2. Atendiendo a la estadística, el equipo visitante en ese quinto choque había tenido mejor balance durante la temporada regular, hecho que no gustaba demasiado.
Por el contrario, ambos contendientes deberán acometer más viajes, el pan nuestro de cada día en una Liga en la que los equipos recorren más de 50.000 kilómetros cada curso. Hace 30 años supuso el principal motivo que llevó a cambiar de modelo, pero ahora, con las franquicias fletando vuelos chárters que se ajustan al dedillo a los requerimientos de tan agitada existencia, no se erige en un factor determinante. Además, siempre que fuera necesario y a fin de evitar un exceso de fatiga y mimar a los jugadores, la NBA dio el visto bueno a introducir un día más de descanso entre el sexto y el séptimo partido.
20 de junio de 2013. American Airlines Arena de Miami. A menos de un minuto para el final del séptimo partido de las Finales NBA, Tim Duncan recibe en el poste bajo. Tras progresar hacia el centro de la pintura y superar la defensa de Shane Battier lanza un tiro que repitió hasta el infinito con éxito durante toda su carrera. Presa del caprichoso e injusto destino, el balón no entró. Los Spurs dejaban escapar una victoria que tuvieron en su mano. "Probablemente, este partido siempre me perseguirá", lamentaba un hombre enpequeñecido, con los hombros caídos, la cabeza gacha y su ánimo aplastado. En la amargura y la desolación, Timmy encontró hueco para demostrar la grandeza de un señor, dentro y fuera de la pista. "LeBron (James) estuvo increíble y Dwyane (Wade), genial. Nosotros tomamos algunas decisiones malas", reconocía abatido y con los ojos vidriosos en uno de los peores ratos como profesional del mejor ala-pívot de la historia.