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Los Sacchetti, el padre y el hijo que han devuelto la ilusión por el basket a Cerdeña
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romeo, entrenador y Brian, Jugador del Sassari

Los Sacchetti, el padre y el hijo que han devuelto la ilusión por el basket a Cerdeña

Debutante en Euroliga, se mide este miércoles al Real Madrid en el Palacio. Lo que Romeo, padre y coach, no pudo hacer como jugador lo ha logrado su retoño, Brian

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Tan solo cinco de los 24 equipos inscritos en esta Euroliga cuentan sus partidos por derrotas. Uno de ellos es el Dinamo Sassari. Debutante en la competición, el equipo de Cerdeña está viviendo un año histórico pero pagando la novatada, al encadenar derrotas ante Nizhny Novgorod (88-86), Anadolu Efes Estambul (75-82) y Unics Kazan (85-62). El año pasado, el club italiano conquistó la Copa de Italia -el primer título en sus vitrinas-, alcanzó las semifinales de la liga italiana y llegó hasta los octavos de final en la Eurocup, donde fue apeado por el Alba Berlín. La mejor temporada en sus 54 años de historia le sirvió para ocupar la vacante dejada por el deshilachado Montepaschi de Siena y acceder a la élite europea.

Este miércoles (20.45, C+ Deportes), el baloncesto en Cerdeña vivirá uno de sus días grandes. Su equipo se medirá a un Real Madrid embalado tras el recital ante el Novgorod (112-83) y sus “mejores 20 minutos de la temporada”, según Pablo Laso, ante el Valencia Basket (90-71). “De pequeño siempre veía la Euroliga por televisión. Estar aquí y poder jugar contra el Real Madrid es un sueño. Además hacerlo con mi padre supone algo más. No creo que nadie pueda decir que juega la Euroliga con su padre como entrenador. No podría ser mejor”, reconocía en un vídeo publicado por el canal de la Euroliga Brian Sacchetti, alero del Sassari. Pese a no gozar de un papel preponderante en el grupo, le rodea una historia curiosa. Es hijo del mítico Romeo Sacchetti, actual entrenador del conjunto sardo.

“Me entrenó cuando era niño pero no me inculcó las ganas por ser jugador de baloncesto. Sin embargo, iba a ver sus entrenamientos, en casa veía baloncesto. Para mí era difícil no introducirme en el mundo de la canasta”, prosigue. Brian ha conseguido lo que su padre, ala-pívot del Varese e internacional con Italia, con quien logró una plata en los Juegos de Moscú (1980), un oro en el Europeo de Nantes (1983) y un bronce en el Europeo de Stuttgart (1985), no pudo. Juntos pasaron dos años (2003-2005) en el extinto Castelletto Ticino de Novara. Pero llegó el día en el que Brian quiso volar lejos amparo y la protección que le garantizaba su progenitor. Quería hacer ver a la gente que valía por su calidad y no por ser hijo de quien era. Liberarse de un estigma que amenazaba con hundir su carrera.

“Crecí con todo el mundo diciéndome que entrenaba porque era el hijo del entrenador. Todo el mundo estaba hablando de esto todo el día. Pero no me afectó. Para mí fue una motivación extra en aras de demostrar que era un buen jugador y estaba preparado para jugar en cualquier lugar con o sin mi padre”. Durante los años que estuvieron separados, cada vez que sus equipos se enfrentaban, Brian se afanaba por sacar a relucir sus aptitudes. Una situación extraña para los dos. También para la madre y la esposa de ambos. “Para mi madre era una situación muy rara. Venía a los partidos y se preguntaba ‘¿a quién animo yo ahora? ¿A mi hijo o a mi marido?’. Para mí no tanto. Sólo la primera vez me puse bastante nervioso. Quería ganarle”.

Pero tras cuatro años alejados, en 2010 padre e hijo volvieron a reunirse en Sassari. Aunque hacerse con los servicios de su retoño no fue la primera opción, la negativa del jugador que Romeo tenía entre ceja y ceja facilitó las cosas. Una operación que se fraguó en el salón de casa, durante una comida. Entre risas, Brian dejó caer la posibilidad de un reencuentro. La madre preguntó que si estaba seguro de lo que estaba diciendo. Su respuesta fue tajante. “¿Por qué no? Ahora soy un hombre y creo que nos irá bien juntos”, contestó. Una afirmación que dio origen a los mejores años de un equipo que mira al presente con optimismo en su primera experiencia jugando en la máxima categoría del baloncesto continental.

Una consanguineidad que no es sinónimo de relajación y trato preferente. Todo lo contrario. Ha agudizado las exigencias y los requerimientos de Brian, de quien su padre espera sea el más comprometido con la causa. “Siempre quiere más. Siempre cree que puedo dar más, trabajar más y jugar más duro. Quiere que sea el primero en llegar a los entrenamientos y el último en irme. Y en realidad me gusta porque así nadie podrá decir que no me aprieta las tuercas por ser mi padre”. Una férrea disciplina de la que el propio Romeo da buena cuenta. “Soy muy agresivo con él. Siempre quiero más y más de él que de otros jugadores”, reconoce. Además, asegura que, contra lo que muchos puedan pensar, tener a su padre en el banquillo es un lastre que limita sus minutos sobre el parqué. Tan es así que, en estas tres primeras jornadas, Brian sólo acredita unos pírricos 6 minutos por noche en los que sólo ha lanzado un tiro a canasta que acabó errando.

A Romeo no le tiembla el pulso ni su corazón se ablanda por ver a su hijo agitando toallas. Uno de los aspectos más aspectos que el Romeo entrenador más aprecia es la responsabilidad de Brian para saber distinguir el trabajo del inevitable afecto personal entre ambos. “He entrenado a mi hijo durante unos seis años y nunca me ha contado nada de lo que se dice en el vestuario. Y esto es importante. Es mi hijo pero también es un jugador y a mí no me interesa saber lo que pasa en el vestuario cuando yo no estoy. Es algo privado de los jugadores”, concluye con un sentido común apabullante. Una idea que Brian secunda al dedillo. “Lo que pasa en el vestuario se queda en el vestuario. Esta debe ser la regla en cualquier deporte. Hablamos de todo y hay un montón de cosas que no le interesan y que por supuesto yo no le voy a contar (risas)”.

Pese a su sequía continental, el equipo ha mostrado buen tono en su país, levantando la Supercopa italiana y alcanzando el liderato provisional en la Lega, donde se mantiene como el único invicto después de cuatro jornadas y viene de imponerse a domicilio a la Virtus Roma (75-84). En el roster, la dirección pertenece al estadounidense con pasaporte polaco David Logan, que vistió la camiseta del Laboral Kutxa en la temporada 2010/2011, mientras que el peso ofensivo recae en los exteriores estadounidenses Rakim Sanders y Jerome Dyson, que están promediando 15 puntos cada uno en esta Euroliga.

Tan solo cinco de los 24 equipos inscritos en esta Euroliga cuentan sus partidos por derrotas. Uno de ellos es el Dinamo Sassari. Debutante en la competición, el equipo de Cerdeña está viviendo un año histórico pero pagando la novatada, al encadenar derrotas ante Nizhny Novgorod (88-86), Anadolu Efes Estambul (75-82) y Unics Kazan (85-62). El año pasado, el club italiano conquistó la Copa de Italia -el primer título en sus vitrinas-, alcanzó las semifinales de la liga italiana y llegó hasta los octavos de final en la Eurocup, donde fue apeado por el Alba Berlín. La mejor temporada en sus 54 años de historia le sirvió para ocupar la vacante dejada por el deshilachado Montepaschi de Siena y acceder a la élite europea.

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