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Los 'abuelos' retoman el control del baloncesto universitario
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North Carolina, Syracuse, Villanova y OKlahoma

Los 'abuelos' retoman el control del baloncesto universitario

Tras varias temporadas dominadas por los jugadores de primer año, los equipos con experiencia son los que más han triunfado. La falta de estrellas marca la final a cuatro.

Foto: Los Tar Heels de Carolina del Norte celebran su  pase a la final a cuatro (Reuters).
Los Tar Heels de Carolina del Norte celebran su pase a la final a cuatro (Reuters).

El baloncesto universitario estadounidense pasa su vida pensando en las cenicientas. Ninguna historia se recuerda más que las de esos programas de los que nadie espera nada, que han tenido problemas para reclutar un equipo competitivo pero que, llegado el gran baile, se entonan y ponen en problemas a los centros más lujosos del país. Sus historias se cuentan como hazañas y se narran durante décadas, como la vez aquella en la que la pequeña universidad de George Mason en el año 2006, se plantó en la final. Estas casualidades son más frecuentes en el deporte universitario, pues los equipos se renuevan casi al completo temporada tras temporada y cuanto más se mueve una plantilla más opciones hay de que los astros se alineen.

El problema -o la ventaja- de esta temporada, es que todos los equipos se han convertido de repente en cenicientas. La NCAA se ha llenado de equipos a medio cocer, se ha quedado sin estrellas y las sorpresas han dejado de ser tal para empezar a ser la norma. Sí, North Carolina, la universidad de Jordan, estará en la final a cuatro. Y es, sin duda, uno de los programas más sólidos del país gracias en parte a su entrenador Roy Williams. Pero incluso ellos, los Tar Heels, han tenido que sobrevivir a la adversidad para plantarse en las últimas rondas. Eran, según decían los expertos, demasiado blandos. Parece que no lo suficiente para caer antes de las semifinales. Son uno de los cuatro mejores equipo del país, los que se mantienen en pie en un duro cuadro de 64 equipos que se decide siempre a vida o muerte.

No se recuerda un año en el que los favoritos se dejasen tantas victorias por el camino, aunque existe una lógica para todo y también para esto: la falta de nivel. Este año han entrado pocos jugadores al sistema que tengan miras de una carrera larga en la NBA. Solo Ben Simmons, que se decantó por LSU y ni siquiera entró en el torneo, y Brandon Ingram, que ha fracasado con Duke, tenían antes de empezar la temporada todas las miradas puestas en ellos. Darán el salto a la gran liga este mismo año, cuando solo han pasado el mínimo requerido de etapa universitara, con más pena que gloria. En tiempos recientes los campus se llenaban de jovenzuelos, freshmen, que así se llaman a los novatos universitarios, niños con mucho talento y nivel que hacían de sus universidades candidatas al título con su sola entrada en liza.

Esta temporada no ha sido así, la ausencia de niños prodigios ha propiciado que se impongan los mejores equipos, los más trabajados y que llevan varias temporadas juntos. Como en los viejos tiempos, cuando prácticamente todos los jugadores se quedaban el ciclo entero en la universidad, jugando al basket y sacándose un título. Jordan estuvo tres años en North Carolina, hoy en día sería impensable que algo así ocurriese. Los que se quedan, salvo honrosas excepciones, es porque no tienen muchas opciones de entrar en la NBA a ganar millonadas desde el principio.

El peor equipo en llegar tan lejos

La igualdad, en ocasiones, es por lo bajo. Solo así se explica que un equipo como Syracuse esté en la final a cuatro, enfrentándose a Carolina del Norte. Los expertos se preguntan si los Orange son el peor equipo de la historia en llegar a tanto. Los expertos de los números de la ESPN les concedían una posibilidad de un 0,85% de llegar a la final a cuatro, que es algo de una dificultad parecida a tirar una moneda cien veces y que 99 salga cara. Era el cuadragesimoprimer equipo de la lista de los mejores, pero se ha metido entre los cuatro. Y sin embargo están ahí. Lo mejor está en el banquillo, es sun entrenador Jim Boeheim.

Como lo están los Oklahoma Sooners, que han llegado tan lejos de la mano del sorprendente Buddy Hield. Es, probablemente, el mejor jugador del torneo, y, evidentemente, no es un frehsman. "Los entrenadores no me ponían porque no estaba preparado, esa es la verdad, debes seguir trabajando para mejorar y para estar listo para jugar", dice ahora sobre su primer año en la NCAA. Sus números son magníficos, hizo 37 puntos en los cuartos de final y está rompiendo los tableros. Ha escalado posiciones en el draft, es probable que sea uno de los primeros 14 elegidos por la NBA.

Los ojeadores, sin embargo, no se lo terminan de creer. No se ha enfrentado aún con un defensor de nivel y a sus 22 años ya hay muchos brillando entre los profesionales. En The Ringer, la nueva web de Bill Simmons, uno de los más célebres comentaristas estadounidenses, dicen que hay que esperar hasta esta final a cuatro para saber si realmente el jugador es del nivel que ha parecido hasta ahora.

Los Sooners se enfrentarán a Villanova, un equipo que destaca, sobre todo, por eso mismo, por ser un equipo. Los Wildcats son una maraña de nombres buenos pero no geniales, jugadores como John Hart o Ryan Arcidiacono. Tienen, además, una afrenta que subsanar contra Oklahoma. Ambos equipos se vieron en Pearl Harbor en diciembre y lo suyo fue un auténtico naufragio. Se pasaron el partido entero tirando triples y no marcaron prácticamente ninguno. Perdieron por 23 puntos y ahora, dos meses después, quieren revancha.

Es difícil dar un favorito ¿el mejor jugador de todos será suficiente? ¿puede un equipo sin estrellas ser campeón? ¿hasta que punto influyen los entrenadores en el devenir de un equipo? Por cada partido de este march madness iban surgiendo nuevas preguntas. Todas ellas se resolverán este fin de semana en la final a cuatro. Solo puede quedar uno.

El baloncesto universitario estadounidense pasa su vida pensando en las cenicientas. Ninguna historia se recuerda más que las de esos programas de los que nadie espera nada, que han tenido problemas para reclutar un equipo competitivo pero que, llegado el gran baile, se entonan y ponen en problemas a los centros más lujosos del país. Sus historias se cuentan como hazañas y se narran durante décadas, como la vez aquella en la que la pequeña universidad de George Mason en el año 2006, se plantó en la final. Estas casualidades son más frecuentes en el deporte universitario, pues los equipos se renuevan casi al completo temporada tras temporada y cuanto más se mueve una plantilla más opciones hay de que los astros se alineen.

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