Ding Liren vive, la lucha sigue: el Mundial de Ajedrez está igualado (y eso es buena noticia)
El vigente campeón del mundo, en el que nadie confiaba para revalidar el título, ganó la primera partida y cumple el objetivo de llegar a la primera jornada de descanso con opciones.
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Y 304 días después, Ding Liren despertó. A medias, pero despertó. El todavía campeón del mundo de ajedrez ponía su título en juego tras casi dos años desastrosos entre resultados negativos, problemas psicológicos y una moral por los suelos y, por si eso fuera poco, que no lo es, se tenía que enfrentar a posiblemente el jugador más en forma del mundo, uno que ha arrasado allí donde ha jugado. Con todo esto, es obvio que solo podía pasar una cosa: Ding Liren ganó la primera partida, su primer triunfo en 304 días, y llega más que vivo a la primera jornada de descanso.
Vale, Gukesh ha igualado de nuevo el match en la tercera partida, disputada este miércoles, pero Ding puede tomarse 24 horas de relax sabiendo que su contrincante no es ni mucho invulnerable. Tiene sus debilidades y ya ha visto que se pueden aprovechar. El chino, además, tendrá el viernes la ligera ventaja que da comandar las piezas blancas en la que será la cuarta partida de las 14 que componen este mundial.
Ding puede sonreír, si bien a medias, pese a que las cosas empezaron muy complicadas para él. En el séptimo movimiento de la primera partida, un momento en el que todo debe ir fluido pues los jugadores están dentro de la preparación teórica, se pasó más de media hora pensando. Era una mala señal, sobre todo porque la línea elegida por Gukesh para iniciar las hostilidades era secundaria, sí, pero ni muchísimo menos desconocida para un jugador de la talla de Ding Liren.
En cualquier caso, el chino arrancó a jugar a partir de ese momento y sorprendió a todos, Gukesh el primero de ellos. Pese a cometer un par de errores tácticos que el indio no supo ver, el chino se quedó con el punto con las piezas negras. Pero más importante que eso fue sacudirse todo lo negativo que tenía alrededor. La presencia de sus padres, que han viajado desde China a Singapur, está siendo balsámica.
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La segunda partida era clave para Gukesh. Conducía las piezas negras y se limitó a seguir el guion que marca la escuela soviética: en un duelo de esta dimensión, después de una derrota hay que buscar unas tablas rápidas y sencillas. La apertura italiana, en su variante principal, la giuoco piano, llamada así por su lento desarrollo, no sorprendió mucho al indio y no tuvo mucho problema para firmar un empate relativamente rápido y con poco desgaste.
Un encuentro así, a 14 partidas, es también un duelo de desgaste y quizás Ding pecó de no haberse arremangado lo suficiente para ponerse a trabajar y a hacer sufrir a Gukesh. La posición era de empate, sí, pero las blancas tenían algunas vías para seguir progresando y haber encontrado pequeñas ventajas. Las negras, mucho más atascadas, no tenían demasiados planes a la vista, pero Ding fue el que ofreció el empate por repetición.
Gukesh no perdona dos veces
En la tercera partida, la de este miércoles, las cosas iban a ser diferentes. Gukesh, con las blancas, se decidió por el ya muy famoso gambito de dama, aunque tardó muy poco en salirse de las líneas principales. Es verdad que su plan solventó algunos de los problemas que suelen encontrarse las negras en esta apertura, pero en ningún momento se vio en problemas para llevar a cabo su ataque. De hecho, en el décimo movimiento solo había ocho partidas de ajedrez en toda la historia con la posición que teníamos en el tablero, con Ding claramente fuera de cualquier preparación.
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Para entonces, Ding ya estaba con ciertos problemas de tiempo, algo que ya vimos en la primera partida y que ya le trajo serios problemas en el duelo en el que se proclamó campeón del mundo ante el ruso Ian Nepomniachtchi. Es verdad que el chino tiene una capacidad de cálculo muy profunda, pero esa virtud acaba siendo también una losa en su juego, pues pasa demasiado tiempo calculando.
El jugador chino, tras pensar mucho, se metió de lleno en el barro con un alfil que acabó siendo un problema continuo. Para tratar de salvarlo, Ding llegó a pasar 40 minutos pensando un movimiento, algo que dejó su reloj con una hora menos que el de su rival. Con una posición realmente infernal, Ding calculó una variante demasiado profunda y no vio que su ataque con la torre de la columna H acabaría por ser su tumba. No más que el tiempo: Ding perdió porque su reloj se agotó.
Un rayo de esperanza
Teniendo en cuenta que todas las previsiones apuntaban a un paseo militar de Gukesh en Singapur, que el marcador esté igualado tras la primera tanda es una buena noticia para Ding y para todos los aficionados que están siguiendo el duelo.
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El chino tiene que pensar en positivo durante la jornada de descanso. Ya ha ganado una partida, el marcador está igualado pese a que su rival ha disfrutado de la ligera ventaja que supone manejar las blancas en dos de los tres enfrentamientos y además tiene el día de descanso para, junto a su equipo, preparar la cuarta partida, en la que será él quien se tenga la iniciativa. La misión es clara: hay que salir a atacar y, como mínimo, apretar un poco a Gukesh y desgastarlo en la defensa.
Para que esa hoja de ruta pueda siquiera materializarse, Ding necesita jugar más rápido. No puede volver a apurarse y conceder tanta ventaja al rival. El chino ha aprendido de sus errores pasados y no se levanta apenas del tablero, manteniendo así la concentración, pero debe acelerar su toma de decisiones. Si lo consigue podría repetir hazaña: su segunda victoria en 308 días.
Y 304 días después, Ding Liren despertó. A medias, pero despertó. El todavía campeón del mundo de ajedrez ponía su título en juego tras casi dos años desastrosos entre resultados negativos, problemas psicológicos y una moral por los suelos y, por si eso fuera poco, que no lo es, se tenía que enfrentar a posiblemente el jugador más en forma del mundo, uno que ha arrasado allí donde ha jugado. Con todo esto, es obvio que solo podía pasar una cosa: Ding Liren ganó la primera partida, su primer triunfo en 304 días, y llega más que vivo a la primera jornada de descanso.