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De futbolista a antropólogo: "La vida de algunos jugadores es terrible, pero no pueden contarlo"
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ENTREVISTA CON ALBERTO DEL CAMPO

De futbolista a antropólogo: "La vida de algunos jugadores es terrible, pero no pueden contarlo"

Iba para delantero estrella, pero una lesión le obligó a centrarse en la investigación. Ahora, el catedrático recopila 20 años de experiencia en 'El gran teatro del fútbol'

Foto: Alberto del Campo Tejedor. (Isabel Munuera)
Alberto del Campo Tejedor. (Isabel Munuera)

“Nunca tuviste nada, pero un domingo podés ganar”. Con esta sencillez resumía Andrés Calamaro en ‘No tan Buenos Aires’ la experiencia futbolística bonaerense, la emoción que el aficionado desheredado siente cada domingo ante la posibilidad de, por fin, cambiar el orden de las cosas. El fútbol como utopía que se rige por reglas que no son las de la realidad. El antropólogo Alberto del Campo Tejedor, catedrático en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, intenta hacer algo parecido en su último trabajo, ‘El gran teatro del fútbol’ (La Esfera de los Libros), un trabajo de divulgación antropológica en el que refleja 20 años de trabajo de campo sobre el deporte rey.

La mirada del catedrático es privilegiada: fue un prometedor delantero durante los años noventa hasta que una lesión le apartó de los terrenos de juego. Jugó en categorías inferiores de Suiza y EEUU, en equipos de Tercera División como el Azuaga y el Grabasa Burguillos, de donde esperaba saltar al Extremadura, que por aquel entonces estaba en Primera. Cuando estaba a punto de dar el salto a Segunda, una lesión acabó con su carrera y se centró en su trabajo como antropólogo.

"En otros deportes gana el mejor, en el fútbol, el de Segunda puede ganar al Madrid"

Un momento traumático que relata con naturalidad en el libro y que le ha garantizado el acceso a jugadores, entrenadores y directivos de los equipos más importantes del mundo, pero también a los veteranos curtidos en las ligas inferiores, que le han confesado todo eso que no pueden contarle a nadie. Entre otras cosas, porque nadie quiere escuchar los lamentos de un privilegiado. Erudito y con una mirada agudísima, el profesor nos guía por algunos de los puntos más interesantes de su tratado sobre el fútbol.

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PREGUNTA. En el libro, explica de qué manera el fútbol genera tanto comunidades fuertes como vínculos débiles. Es un esperanto, un idioma común que comparten una gran cantidad de personas. Pero no sé si ese esperanto se está diluyendo, especialmente entre los más jóvenes, que prefieren otra clase de ocio. El fútbol ha desaparecido de las conversaciones de máquina de café.

RESPUESTA. Por un lado, hay una sobreabundancia de fútbol, partidos todos los días, muchísimos programas. Pero sigue siendo un tema que da mucho juego porque tiene unas reglas muy sencillas, se presta a la polémica porque tiene un componente de azar y de decisión arbitral subjetivo. A diferencia de otros deportes en que gana el mejor, como el tenis o el baloncesto, en el fútbol puede ganar el de Segunda B. Hay una serie de circunstancias que permite que la gente asuma que el fútbol es una metáfora de mil cosas: de que el pez grande se come al chico o de lo contrario, cuando el Alavés gana al Madrid. Es tan versátil que permite hablar de la justicia y la injusticia, del poder y de la subversión del poder.

placeholder El Alcoyano elimina al Real Madrid. (EFE/Manuel Lorenzo)
El Alcoyano elimina al Real Madrid. (EFE/Manuel Lorenzo)

Pero al convertirse en un gran negocio, se produce una cierta frivolización. Cuando se estruja la gallina todos los días, no todos los huevos van a ser de oro. En Occidente ha pasado con todos los productos: explotamos el agro hasta que lo contaminamos. La idea de la Superliga tiene que ver con esto, dar una vuelta de tuerca más a algo que se está agotando. Pero es un síntoma de sobreexplotación que produce cierto hastío, se ve el lado oscuro de explotación, la parte amarillista o rosa. Parte de los buenos aficionados están cansados.

P. Como ha pasado con otros aspectos de la vida, desde la cultura hasta las relaciones personales, la tecnificación del fútbol ha provocado que haya menos espacio para el azar y lo inesperado. Que es precisamente lo que lo distinguía de otros deportes.

R. El VAR es consecuente con la fascinación por controlar todo y someterlo a lo cuantitativo. Tenemos enorme fe en que la vida es mejor con control tecnológico, pero corremos el peligro de anular aquello que permite vivir el fútbol como una metáfora de la vida. Valdano dijo: “El que aspire a un mundo mejor, que no vaya al campo”. Si por algo fascina el fútbol, si es un espejo de la vida y es una metáfora, es porque hay un montón de componentes que no se adecuan a la lógica racionalista. Hay contratos donde se cobra un plus si has logrado más de 100 córneres, y un entrenador de la Premier me contaba que tenía que hablar con el futbolista porque ya llevaba 87 y disparaba a puerta para que diese al defensa o al portero. Y, de repente, contra toda esa lógica, llega el Madrid y gana partidos que tenía perdidos contra equipos que juegan mejor. Ganan por una mezcla de fe (voy a presionar a Donnarumma porque somos el Madrid), azar, miedo escénico, futbolistas que han mamado una cultura de lo imposible… Eso no cabe en un ordenador.

"Nos gusta el fútbol porque pueden ocurrir cosas que no ocurren en la vida"

Eso le gusta a la gente porque hoy no podemos contratar un seguro sin meter todos los datos en una aplicación para saber si nos va a venir bien, o buscamos pareja de la misma forma, sin ir a charlar y ver si hay química. Dentro de esa tecnología que nos dice que podemos tomar la mejor decisión hay un juego, y ese juego tiene azar, lo imprevisible, injusticias… Guardiola es un obseso de tenerlo todo bajo control, pero cuando pierde no es capaz de analizarlo: simplemente, es el Madrid. Esa frase tiene que ver con una cultura del éxito, con la experiencia de acercarse a gente con duende, esas ideas vagas no tienen respaldo científico, pero la gente entiende perfectamente. Ese mundo de intuiciones se refleja en el fútbol más que en otros ambientes.

P. Por volver a la frase de Valdano, y añadiendo otra que cita en el libro (“la cancha es uno de los lugares donde experimentar que la realidad no existe”), parece que el fútbol es uno de los pocos espacios utópicos que quedan.

R. Todas las sociedades han tenido su juego predominante, porque es la ensoñación con la utopía, que puedan pasar cosas que normalmente no ocurren en la vida, que está circunscrita a lógicas mucho más restrictivas. Nuestras vidas en general son aburridas, predecibles, no ocurre casi nunca nada extraordinario. Eso hace que necesitemos, por ejemplo, la fiesta, en la que uno se olvida de quién es. En el fútbol igual, cuando vistes la misma camiseta da igual que seas un abogado famoso o un arquitecto o un obrero. De alguna manera, los más pobres son los que más gritan y apoyan, sienten que son más responsables del equipo y por eso también sienten un mayor poder.

El fútbol es un contexto donde podemos soñar que todo es posible. Cuando yo jugaba en equipos de Segunda B o Tercera y te tocaba un Primera, no había ni un socio que no pensara que no podía ganar. Eso no ocurre en la vida diaria: si vas a una oposición a la que se presentan 500 y no has estudiado, no la vas a sacar. En el fútbol, los 2.000 aficionados del Talavera que viajan para ver a su equipo van casi convencidos de que van a ganar. El ser humano tiene una enorme necesidad de romanticismo, de soñar que las cosas no están escritas de antemano, de que todo es posible.

placeholder Guardiola, tras ser eliminado el Manchester City por el Real Madrid. (Reuters/Isabel Infantes)
Guardiola, tras ser eliminado el Manchester City por el Real Madrid. (Reuters/Isabel Infantes)

Si ocurriese solo una vez de cada mil, no existiría esa ensoñación. Pero en el fútbol, como hay resultados tan estrechos, pueden ocurrir mil cosas. Todos los años varios equipos de Segunda B eliminan a equipos de Primera. No hay tantos ámbitos de la vida en los que se pueda decir eso. Cuanto más regulado está nuestro mundo y cuanto más previsible es, más necesidad tenemos de esa válvula de escape.

P. Esto también está relacionado con otras cosas que se han perdido, como la identidad y la pertenencia a una comunidad, que el fútbol sí proporciona.

R. Yo hablaría más bien de procesos paradójicos. Cuanta más globalización tenemos, cuando la gente experimenta que su destino ya no está regido por uno mismo, ni siquiera por los políticos, que las decisiones se toman muy lejos y que se produce una guerra y el petróleo sube al doble así que no se puede ir de vacaciones, siente cierto desasosiego de vivir en un mundo volátil, cambiante, en el que lo local, lo tradicional y lo propio se van diluyendo. Eso explica que se vuelva a contextos donde se vive la singularidad: “De acuerdo, todos somos seres humanos, pero yo soy del Betis”.

Hay jugadores que cuando lo dejan te dicen, "no sé nada de la vida de mis hijos"

Genera esa idea de perennidad y estabilidad, de que ocurrirán guerras, que se puede hundir el mundo, pero sabes que el Athletic va a jugar siempre con futbolistas vascos. Más allá de la estructura económica, está el socio de toda la vida que experimenta ir al estadio como una especie de devoción, una singularidad que tiene que ver con cómo era mi padre, mi abuelo, los amigos del barrio, las cosas que hemos experimentado juntos. Por mucho que un tío de Düsseldorf y otro de Vigo se parezcan cada vez más, la gente está convencida de esas singularidades.

P. Hay otro tema clave en nuestra época que sobrevuela el libro, el de la ética de trabajo. El futbolista, explica, es el paradigma del trabajador autoexplotado y adrenalínico, incapaz de parar.

R. En un entorno en el que se mueve muchísimo dinero, el futbolista entra en esa dinámica profesional y de explotación a muy temprana edad y asume un estilo de vida: cómo te cuidas, qué comes, cómo te mides. Hay chavalitos que con 12 años ya juegan en el filial y se miden a diario la grasa corporal, se considera que para llegar hay que hacer un gran sacrificio porque se genera toda una ideología de la responsabilidad, de la profesionalidad, del esfuerzo y la privación. Tienes que privarte de comer, de tomar Coca-Cola, del alcohol, del tabaco.

Hay una lectura en plan “mira qué poco se cuidaba Prosinecki, menos mal que ahora son profesionales”. Pero detrás de eso hay una vida completamente explotada, en la que ni siquiera pueden contarlo a nadie porque si no no les ficharían. Tienen que parecer superhombres. El ejemplo es Cristiano Ronaldo, una máquina que vive las 24 horas del día para el fútbol. Pero cuando hablas con algunos de ellos, te cuentan historias escalofriantes, incluso jugadores que todavía están en Primera. Las historias son terribles, sobre todo cuando cuelgan las botas. Hay psicólogos y psiquiatras especializados en el tratamiento de deportistas de élite porque cuando lo dejan se pegan unas hostias espectaculares.

placeholder Hoy sería impensable un jugador como Prosinecki. (EFE/EPA/Gian Ehrenzeller)
Hoy sería impensable un jugador como Prosinecki. (EFE/EPA/Gian Ehrenzeller)

Te dicen cuando lo dejan: “Yo no he vivido nada” o “no sé nada de mis dos hijos”. Que tienen un recuerdo vago de su vida porque, incluso en vacaciones, era un espectáculo. Que no han tenido un momento de sosiego y que cuando paran de esa hiperactividad, se levantan por la mañana y ya no les llama ningún periodista. Lo contaba Pardeza, llamas al restaurante y ya no te reservan, te dicen que tienes que pagar la cuota del club. No eres más que un exfutbolista. Hay suicidios, depresiones, divorcios, violencia doméstica y frustración. Hijos que no soportan a su padre porque se ha vuelto una persona insoportable, porque no asume que ya no es alguien. No sale nunca porque para que el negocio funcione tiene que haber cierto color rosa. Problemas tenemos todos y la gente no quiere escuchar lo que le pasa a alguien que gana tres millones.

La sensación de soledad es terrible y nadie se ha preparado para ello. Tú hablas con Jorge Molina y es muy probable que no le pase eso, porque reflexiona, habla con otros, se forma y se anticipa a ese momento. La carrera se acaba bruscamente, sin transición, pero es difícil que gente que lo está pasando mal tenga compasión hacia alguien que cobra un millón de euros. Yo he hablado con futbolistas de Primera que han jugado en otros países y que me han dicho que si pudiesen volver a tener 12 años, jamás escogerían ese deporte, que ha sido la peor decisión de sus vidas. “Mi vida ha sido un desastre, no he tenido juventud, no he tenido nada”.

P. Su mirada de antropólogo es a ras de césped, fruto de su experiencia como delantero. ¿Ya se fijaba en estos aspectos mientras jugaba de manera profesional?

R. La primera investigación que hice fue mientras todavía jugaba al fútbol, para solventar una asignatura de método y técnica de la carrera. Durante un tiempo tuve ese doble rol de jugador y antropólogo, pero duró poco porque me lesioné y tuve que retirarme. Fue bastante traumático para mí, porque tienes un sueño y de repente te dicen que tienes que dejarlo. Pasé una época muy mala en que no podía ir al fútbol, no podía hablar de fútbol, no podía ver a mis amigos del fútbol. Me llamaba mi colega que jugaba en Primera con la Real Sociedad y le tenía que decir a mi novia de entonces que no lo cogiese porque me resultaba insufrible la idea de que ese colega, que había metido menos goles que yo, estuviese jugando en Primera.

placeholder Alberto del Campo. (Isabel Munuera)
Alberto del Campo. (Isabel Munuera)

Con el tiempo, ya me hago antropólogo profesional y la herida se cura, empiezo a retomar la idea y un año estudio masculinidades, otro año nacionalismo, y voy haciendo mi trabajo de campo en clubes de Primera o de barrio. Este libro es un producto de todos esos 20 años de investigación, desde un punto de vista más divulgativo, pero con cierto rigor. La experiencia de haberlo vivido de cerca te ayuda, porque hay códigos que compartes, lo que te permite acceder a los jugadores. Algunos son viejos colegas, he jugado contra ellos. Para ellos, es original que alguien de los suyos acabe en la academia como catedrático de Antropología. Entonces se abren a hablar contigo, porque muchas veces no tienen con quién discutir estas cosas. Así que a lo mejor no he podido aportar al fútbol con el balón en los pies, porque ese sueño se truncó, pero sí con este rol insospechado. Me permite sentir que sigo jugando.

P. Ese conocimiento de primera mano le ha permitido ver cómo se caían ciertos mitos o percepciones equivocadas sobre la vida de los futbolistas.

R. Hay ciertos elementos que son estereotipos, pero tienen algo de verdad. Por ejemplo, la vida de derroche de muchos futbolistas, incluso en Segunda, porque no han aprendido a tener un término miedo. Viven el rol que se les ha asignado. No distinguen entre el personaje que son en el fútbol y ellos mismos. Tienen un millón y se gastan un millón.

Con esta profesionalización, parece que el futbolista es un superhombre, que no se hunde. Pero en cuanto vas más allá y te alejas de Benzema y compañía, a la mayoría de la gente se le exige un nivel de éxito que les genera mucha frustración. Hay muchos que viven desquiciados, pero otros viven con cierto pasotismo, con cierta frialdad, como forma de supervivencia. Te diré que Benzema duerme igual la noche antes de un derbi. La gente no sabe que a la mayoría de los futbolistas, cuando pierden, se les ve bastante abatidos ante el micrófono, pero aunque ya no pueden salir en público a cenar, duermen bien. La mayoría me dicen, “mira, Alberto, llega un momento en que duermo igual”. Tienes que aprenderlo, porque hay tanta presión y dinero en juego que un ser humano no puede pensar que se juega la vida cada tres o cuatro días. El futbolista tiene que tomar distancia, como mecanismo de supervivencia, porque la presión es insoportable.

"Cuando un futbolista intenta salir del armario, su club le dice que ni pensarlo"

P. Cada cultura del fútbol, además, es un reflejo de la sociedad en la que surge. El norte de la verdad y el sur de la picaresca.

R. Así como en lo instrumental, en la forma de producir, los trabajos y lo económico, nos estamos globalizando y cada vez nos asemejamos más, en lo expresivo, en cómo nos divertimos, en qué consideramos artístico o bello, de qué nos reímos, con qué lloramos, los seres humanos no estamos tan globalizados. Los ingleses no podrían haber experimentado de igual manera el gol de Maradona. Joaquín ha jugado en el Valencia o el Málaga, pero donde puede comunicar con la grada un vínculo emocional que trasciende y genera una comunión es en el Betis. La gente se emociona por cosas diferentes. Si miras los ídolos de cada equipo, verás que la concepción del trabajo es diferente en Cádiz y Barcelona. Por ejemplo, Raúl es la entrega, no es el genio, es la profesionalidad, el futbolista hecho a sí mismo. 'Mágico' González es el arte, al que se le permiten ciertas licencias porque no se puede ser un genio todos los días.

P. En el libro, trata una gran cantidad de temas. Podríamos estar hablando de él eternamente.

R. Si genera cierta polémica y aviva cierto debate, estaré encantado. El periodismo deportivo no tiene la capacidad de tratar ciertos temas por una cuestión de extensión, como la homosexualidad. He hablado con futbolistas que te aseguran que han recibido presiones de su club, que cuando han comentado que quizá saldrían del armario les han dicho que ni pensarlo, que miren su contrato y que no pueden hacer ninguna declaración que perjudique al club. Eso ocurre todavía en el fútbol, donde hay mucho dinero y masculinidad. Cuando se han hecho estudios en categorías más bajas como la Segunda B, sale que alrededor del 6% de los futbolistas no se definen como heterosexuales, ¿dónde están en las cinco ligas más importantes del mundo?

placeholder Joaquín, 'desparpajo'. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Joaquín, 'desparpajo'. (EFE/Rodrigo Jiménez)

También la cuestión de los ultras, que se trata con mucha superficialidad. He viajado con ellos y he conocido a ultras de distintos equipos y mi conclusión es que por supuesto que hay algún criminal y algún tipo realmente deleznable, pero la mayoría no encajan en ese perfil. Son chavalitos jóvenes que son muy machistas, gallitos y testosterónicos, que pueden ser violentos, pero que mantienen ciertas reglas del juego. He visto cómo los capos aplazaban un encuentro porque el equilibrio de fuerzas no era igualitario. Los capos, que son una especie de líderes tribales que se han ganado el respeto, son los que ponen el sentido común, los que expulsan a los ultras que se meten con los aficionados pacíficos. Es mucho más complejo que 700 vándalos criminales. No digo que sean caballeros, pero tienen sus reglas. Son copartícipes de la experiencia futbolística. Esa idea de revalorizar su parte luminosa es políticamente incorrecta, y a los medios no les gusta.

P. En el libro, señala que cada futbolista encarna un valor social. Me gustaría terminar proponiéndole una lista de nombres para que resuma cuál encarna. Empecemos por Messi.

R. Inteligencia.

P. Cristiano.

R. Obsesión.

P. Cruyff.

R. Personalidad.

P. Di Stéfano.

R. Liderazgo.

P. 'Mágico' González.

R. Goce.

P. Maradona.

R. Superlativo.

P. Joaquín.

R. Desparpajo.

P. Pablo Alfaro.

R. Compromiso. Es un tipo que era lateral, que no le quiere el Barcelona y termina en el Mérida, y que a base de voluntad, sacrificio e inteligencia se supera hasta convertirse en un mito en el Sevilla.

“Nunca tuviste nada, pero un domingo podés ganar”. Con esta sencillez resumía Andrés Calamaro en ‘No tan Buenos Aires’ la experiencia futbolística bonaerense, la emoción que el aficionado desheredado siente cada domingo ante la posibilidad de, por fin, cambiar el orden de las cosas. El fútbol como utopía que se rige por reglas que no son las de la realidad. El antropólogo Alberto del Campo Tejedor, catedrático en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, intenta hacer algo parecido en su último trabajo, ‘El gran teatro del fútbol’ (La Esfera de los Libros), un trabajo de divulgación antropológica en el que refleja 20 años de trabajo de campo sobre el deporte rey.

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