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"Ama de casa de día, raquetista de tarde": la increíble historia de unas "adelantadas a su época"
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PIONERAS, SEGUNDA PARTE

"Ama de casa de día, raquetista de tarde": la increíble historia de unas "adelantadas a su época"

Fue difícil compaginar la maternidad con la práctica deportiva. Algunas, mientras otras jugaban su partida, se ocupaban de sus hijos ante la escasa compresión de los empresarios

Foto: Las raquetistas posan todas juntas en 1936. (Cedida)
Las raquetistas posan todas juntas en 1936. (Cedida)

La vida de las raquetistas era dura. Jugaban dos partidos al día a 30 tantos. Hasta tres si tenían que sustituir a una lesionada. La mayoría trabajaba por la mañana en su casa en tareas domésticas. Es decir, sin percibir retribución alguna y otras, bastante pocas, lo hacían como médicos, ingenieras o en unos grandes almacenes. También había universitarias cursando una carrera. Todas lucían por las tardes sus uniformes blancos de pelotaris ante un público abrumadoramente masculino.

A finales de la década de los 70, las mejores cobraban unos 320 euros al mes (52.000 pesetas), unos 12 euros por partido. Sí que hay alguna queja sobre un deporte en manos de hombres y jugado por mujeres. La raquetista Avelina Zamakola narra en el documental 'Apostando por ellas. Historia de las raquetistas' de Victoria Cid Gibaja que "durante los días del ciclo de la mujer, teníamos solo dos días de permiso". Los empresarios de la época eran así de comprensivos. Entre ellas, reinó la camaradería, al punto de que alguna le tocó ocuparse en el frontón de los hijos de otras raquetistas cuando salían a la pista. "Eran otros tiempos. Ahora todo eso está regulado y seguro que hay guardería", asegura una de ellas.

La 'top ten' de las raquetistas fue durante muchos años María Antonia Uzkudun, Chiquita de Anoeta (1927-2008), quien como recuerda su hija Carmen Gil daba pelotazos en las paredes del ayuntamiento del pueblo desde "pequeñísima". La única descendiente de la más grande recuerda con emoción las vivencias que compartió con su madre. "No te puedes imaginar lo que consiguieron aquellas mujeres adelantadas a su época. Ella misma era una estrella", afirma. Chiquita de Anoeta nació en un caserío de un pequeño pueblo guipuzcoano situado a 20 kilómetros de San Sebastián. Era la menor de 13 hermanos. Sólo ella y su hermana Mónica se dedicaron profesionalmente a la pelota. Con 14 años, debutó en el frontón Tormes de Salamanca antes de afincarse en Madrid al cuidado de otra hermana mayor. "No tenía la edad legal para jugar e hicieron una pequeña trampa con sus papeles", apunta su hija.

placeholder Las raquetistas posan para la prensa de la época. (Cedida)
Las raquetistas posan para la prensa de la época. (Cedida)

La espera de los mariachis

Pronto conoció al que sería su marido. José María Gil era un aspirante a abogado que acudía con asiduidad al frontón Madrid con el que se casó al poco tiempo de conocerlo. "Cuando empezaron a salir, mi madre tenía 18 años. A los 20 se casaron", espeta. Gil no tenía ninguna relación con la pelota, "salvo por su abuelo que era de Navarra". A la joven Carmen le gustaba mucho lo que hacía su madre. Le daba a la raqueta en el colegio, en los frontones que había en el Club de Campo o en los de algunos pueblos como Villafranca del Castillo. "Lo que ocurre es que mis padres me dijeron que, si quería seguir jugando, antes tenía que acabar la carrera. Cuando lo hice, ya decidí no seguir".

Carmen Gil llegó a vivir en Cuba y México, donde su madre era un como "una especie de diva". Cuando llegaron al aeropuerto de la capital azteca, al bajar de las escalinatas del avión, les esperaban unos mariachis cantando rancheras con un enorme ramo de flores. De su estancia en La Habana o en Ciudad de México recuerda que su madre era tan popular que también le invitaban para dar los premios en las carreras de caballos. "Todo fue maravilloso hasta que se retiró a los 40 años, cuando todavía era una estrella". Durante todos esos años su marido, fue su fan número uno. "Si podía, iba a ver todos sus partidos y yo me quedaba siempre al cuidado de una chica", añade. Chiquita de Anoeta apenas hablaba de sus partidos cuando volvía casa. Por la mañana iba a la compra, hacía la comida y por la tarde, al frontón. Era, como dice su hija, "una especie de ama de casa de día y raquetista de tarde".

La gente la paraba a menudo por la calle y le decían: "Chiquita, eres la más grande". A María Antonia le gustó tanto Madrid que se quedó a vivir en la capital hasta que falleció. "Aquí siempre se sintió muy madrileña y, por supuesto, muy vasca". De vez en cuando, Carmen viaja a Anoeta para visitar a sus primos que viven en el caserío donde pasó la infancia su madre. "Voy de vez en cuando allí o a San Sebastián para mantener el contacto con mis familiares". En su casa guarda, los recortes de prensa que coleccionó su padre a lo largo de los años. Un nieto de Chiquita de Anoeta, que vive en Estados Unidos, conserva buena parte de su colección de raquetas, incluida la que usó el día de su despedida.

placeholder Los primeros tiempos de la raqueta en La Habana. (Cedida)
Los primeros tiempos de la raqueta en La Habana. (Cedida)

Un frontón a diez metros de su casa

Aizarna es un pequeño pueblo situado al lado de Zestoa (Guipúzcoa), famoso por su balneario y por ser el lugar de nacimiento del mítico boxeador José Manuel Ibar, 'Urtain'. Allí nació Gloria Agirre, más conocida en el mundo de las raquetistas como Chiquita de Aizarna. A menos de diez de metros de su casa, había un frontón "y a mí de pequeña me gustaba muchísimo jugar a pelota", dice. La afición venía de su padre, un pelotari que jugó a mano en categoría amateur. A Gloria le apasionaba tanto dar pelotazos que cuando llovía y "ya se sabe que por el norte llueve mucho". De hecho, se refugiaba en el pórtico de la iglesia que hacía las veces de frontón. Jugaba muy bien porque el alcalde de Zestoa le propuso disputar un partido. "Recuerdo que fue un 3 de mayo porque había una fiesta en el pueblo". A ella le dejaron elegir compañero para enfrentarse a otros dos chicos. Todos tenían solo 13 años de edad. "Perdimos y me llevé mucho disgusto porque me estaban viendo mis amigos y familiares de Aizarna".

Un mes después, en su localidad natal, tuvo una segunda oportunidad. "Les ganamos y ya la cosa quedó en paz". Chiquita de Aizarna era muy mala perdedora. "No era de montar numeritos, pero lo sentía muchísimo cuando perdía". Como regalo por aquel triunfo, el alcalde de Zestoa le obsequió su primera raqueta. A partir de entonces su vida cambió. Ese carácter ganador pronto lo conocieron los aficionados madrileños que "estaban encantados porque me matara siempre por ganar". Había llegado a Madrid con 18 años. Lo más duro fue convencer a sus padres de que le dejaran cumplir su sueño. "Yo daba la lata, pero no estaban por la labor". Así que tuvo que hacer "pequeñas trampillas", como escribir a escondidas a un empresario que consiguió el beneplácito de sus padres. No todo fue un jardín de rosas al principio. Se alojó durante varios meses con otras dos pelotaris en una pensión próxima a la glorieta de San Bernardo. Entrenaba y cursaba al mismo tiempo la carrera de Farmacia. Los estudios fue lo que permitieron durante muchos años trabajar tras su retirada en el mundo de la pelota. Lo hizo como farmacéutica adjunta en Azpeitia.

Fue en Madrid donde descubrió que ya no era la "reina" de las raquetistas. "Me llevé una gran sorpresa porque allí había mucho nivel", explica. Tuvo que verse las caras con Chiquita de Anoeta, "la mejor de todas", o con otras ilustres raquetistas como Eladia Altuna, Irura, Agustina Otaola o las hermanas catalanas Anita o Victoria. Cuando ellas se retiraron, Gloria Agirre pasó a ser considera como la número uno de las raquetistas. Tuvo ofertas para jugar en México "donde se ganaba más dinero" o en La Habana. Pese a ello, nunca abandonó Madrid. Se define como una delantera con un buen saque, a la que le gustaba mucho lanzar un dos paredes, pero no hacer dejadas porque "en mano sí se puede, pero con una pelota de cuero corre mucho". Tampoco le daba nada mal de revés. Manejaba bien la zurda, pero, al llevar el mango de la raqueta "pegapalos", siempre optaba por no cambiar de mano. Dentro del frontón conoció a personajes famosos que iban a ver a las pelotaris. De quien guarda mejor recuerdo es de la actriz Marisol. "Me sorprendió mucho verla por allí", añade.

placeholder Tres raquetistas posan alegres en 1941. (Cedida)
Tres raquetistas posan alegres en 1941. (Cedida)

Una afición por casualidad

A Serafina Alonso, conocida como Elisa en el mundo de la pelota, la afición le vino de casualidad. El domicilio familiar estaba al lado del frontón Madrid y a ella le gustaba hacer deporte, "así que con 17 años me puse a jugar hasta que me propusieron federarme". Un año después, esta leonesa, afincada desde muy pequeña en Madrid, debutó. "Me pusieron un profesor mexicano. Cuando me vieron preparada, me propusieron jugar con las profesionales mientras estudiaba primero de Farmacia". Para Alonso, "todo aquello era para mí nuevo y desconocido". Le gustaba ser raquetista y no lo disimula: "Muchos días doblaba, pero no me importaba porque yo estaba loca por jugar". Y no lo debía de hacer nada mal porque le pusieron de pareja en más de una ocasión con Chiquita de Aizarna. "Me parecía un mundo jugar con ella", añade.

Recuerda que la convivencia que mantuvo con sus compañeras durante esos años fue "especial". Como aspecto negativo de su profesión, Serafina Alonso aún denuncia el sesgo machista que había en los frontones repletos de hombres en aquella época. "Date cuenta que la gente apostaba y de que, cuando hay dinero de por medio, la gente cambia". Ella reconoce que tuvo "suerte" porque nunca le insultaron. Tan solo le decían despectivamente "farmacéutica" o que no sabía jugar cuando perdía un tanto. Con las profesionales, en su opinión, eran más duros porque pensaban que podían amañar partidos "y a mí eso siempre me pareció algo surrealista".

placeholder Un grupo de raquetistas en la Escuela de Éibar en 1936. (Cedida)
Un grupo de raquetistas en la Escuela de Éibar en 1936. (Cedida)

Su compañera Isabel Rodríguez, Chuiquita de Ledesma, no tuvo la misma suerte. Al ser algo famosa, la gente que le reconocía por la calle le saludaba con un "hola" y un "adiós". La cosa cambió radicalmente cuando los fans perdieron dinero. "Te echaban un mal de ojo, pero eso es normal porque cuando hay dinero de por medio, ya se sabe…". Según ella misma admite, hay veces que un aficionado "te manda a hacer gárgaras" y otras en las que no se sabe frenar. Cuenta, por ejemplo, que en una ocasión un espectador le espetó una palabra "muy fea" contra su familia. No se arrugó. "La próxima vez que me lo vuelvas a decir, cojo la raqueta y te rompo la cabeza", le respondió. Fue un caso aislado, pero la advertencia surtió el efecto deseado.

Nacida en Ledesma (Salamanca) y criada en Bilbao "en la calle Atxuri", a los 11 años se vino a Madrid. Iba a entrenar todos los días "y eso que tenía que coger dos autobuses porque mi casa estaba lejos del frontón". Debutó en 1966 con su amiga Nati de pareja y le dieron 200 pesetas (poco más de un euro). En tres años, ya ganaba 300 (casi dos euros). Chiquita de Ledesma daba todo el dinero que ganaba en los frontones a sus padres, "y mi madre me daba luego algo de lo que ganaba en las quinielas". Solo estuvo ocho años como profesional. "Empezaron a surgir rumores del cierre y, como también me casé, decidí dejarlo". Fue algo "duro" para una mujer que desde entonces sueña "muchas veces con que estoy jugando". Guarda muchas amigas de aquellas épocas con las que comparte un grupo de Whatsapp "muy activo". En su memoria aún afloran recuerdos de la gente famosa que iba a verla como Carmen Flores, la hermana de Lola Flores, el actor José Bódalo, la actriz Amparo Baró , el torero Agapito García, Serranito o el mítico boxeador Urtain.

La vida de las raquetistas era dura. Jugaban dos partidos al día a 30 tantos. Hasta tres si tenían que sustituir a una lesionada. La mayoría trabajaba por la mañana en su casa en tareas domésticas. Es decir, sin percibir retribución alguna y otras, bastante pocas, lo hacían como médicos, ingenieras o en unos grandes almacenes. También había universitarias cursando una carrera. Todas lucían por las tardes sus uniformes blancos de pelotaris ante un público abrumadoramente masculino.

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