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La leyenda del Joventut de Villacampa y los Jofresa: cuando una Penya reinaba en Europa
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La Copa de Europa con Obradovic

La leyenda del Joventut de Villacampa y los Jofresa: cuando una Penya reinaba en Europa

Rafa Jofresa rememora los años dorados de aquel equipo forjado en la cantera, que llegó a desafiar el duopolio Madrid-Barça y a ser un referente en todo el continente

Foto: El Joventut de Badalona, con su segunda Copa Korac (1990).
El Joventut de Badalona, con su segunda Copa Korac (1990).

“Para nosotros quedar terceros resultaba un año malo. El equipo era muy grande, el club también, con señas de identidad marcadas. Teníamos un bagaje inmediato muy importante, grandes éxitos en los setenta. Y luego, poco a poco, todo fue encajando”, dice Rafa Jofresa. Rafa (Barcelona, 1966) es uno de los rostros reconocibles en el baloncesto español. Más de dos décadas en la élite, un total de 756 partidos disputados. En Barcelona, en Girona. Y, sobre todo, allí. Joventut de Badalona. El club al que vio convertirse en mejor de Europa. Por mucho que ahora, casi treinta años más tarde, nos pueda extrañar.

A ver, venía de lejos. Lo de Badalona y el básquet, digo. Fundador de la liga española, nada menos, temporada 1956/1957. Aquel año el equipo Club Juventud (dictadura manda) cosechó un sexto puesto. No está mal... salvo por el hecho de que eran seis equipos, vaya. Así que colistas, justo por detrás de Estudiantes. Pero sin descenso, que al año siguiente se amplió el tema hasta los diez conjuntos. Ahí ya lo hizo mejor. Subcampeón. Primero fue el sempiterno Real Madrid. Tiempos de clubes graciosos, hoy casi olvidados. Nombres de esos para trenzar tebeos. Aismalíbar de Montcada, Orillo Verde de Sabadell, Club Deportivo Parque Móvil (sí, los currelas que conducían coches franquistas por aquí y allá jugaron en la máxima división del baloncesto). También Agromán, como el moreno, o Picadero de Barcelona (no se me emocionen, era de caballos). Hasta hubo un Círculo Católico de Badalona, que ya suena suficientemente pintoresco. Sumen que allí jugó Loquillo, y más tarde fue patrocinado por Licor 43 (lo juro) y les queda una cosa graciosísima...

Los mejores entre mortales

La cosa es que en aquel tiempo el Juventud (luego Joventut) siempre fue un grande. Destacaba. De hecho entre 1960 y 1980 ganó todas las ligas que no fueron al palmarés madridista. Un par de ellas, no se crean, que el Madrid tenía puesto modo apisonadora. Pero en Badalona solían jugar los mejores entre mortales. Más o menos, que no es cuestión de extenderse.

Entre 1960 y 1980 el Joventut ganó todas las ligas que no ganó el Real Madrid

Aquel mismo año los verdinegros (La Penya para todos) ganaron Copa Korać. Preludio de algo fantástico. Porque había mimbres, sí, pero nadie podía imaginar hasta qué altas cotas iban a volar aquellos jugadores. Nos lo cuenta, otra vez, Rafa. “Yo llegó en el 83 al primer equipo, con diecisiete años. Vamos, que aun era junior, y fue toda una sorpresa que me convocasen. Mi ilusión era jugar con los mayores, y no me planteaba cosas más allá en lo personal. No pensabas en títulos, porque de aquella estaban dos conjuntos muy fuertes como eran Real Madrid y Barcelona. Pero...”

La duda. “Y si...”. Poco a poco, lentamente. “Fue un aprendizaje como club y como equipo. Despacio. Vas creyéndote que sí, que puedes. Los jugadores crecemos, hay incorporaciones, claro, pero en general todos en el Joventut proveníamos de una misma filosofía. Y eso da solvencia y empaque a cualquier proyecto”. Años diferentes. Más familiares, si quieren, tirando de cantera. “La estructura del baloncesto era distinta”, continúa Rafa, “el peso estaba en la gente de casa, la importancia del jugador nacional era mucho mayor”. Hoy, tiempos post-Bosman (¿se acuerdan de Bosman?) parece casi utopía.

placeholder Audie Norris y Fernando Martín pugnan en una final de ACB. (ACB)
Audie Norris y Fernando Martín pugnan en una final de ACB. (ACB)

Segunda mitad de los ochenta, y el baloncesto se pone de moda. Están los duelos entre Audie Norris y Fernando Martín, está una imagen fresca, alegre, juvenil. La NBA saltando a las pantallas una vez por semana, soviéticos y yugoslavos paseando sed por el Madrid navideño después de jugar el Torneo más neblinoso (por el humo de los cigarrillos) del mundo. Hay publicaciones especializadas, algunos deportistas pasan a salir en el papel couché (muy a su pesar) y la rivalidad entre Madrid y Barcelona le pone un componente social muy chulo al asunto. Y entonces, allí, (re)surge el Juventut. Dos subcampeonatos en la segunda mitad de la década. Y, sobre todo, lo otro. El momento decisivo.

"Ese punto que nos faltaba"

“Sí, la Copa Korać fue muy importante para darnos esa confianza, ese punto que nos faltaba”, dice Rafa. “Piensa que antes Copa de Europa solo la jugaba el campeón, así que Recopa y Korać eran muy prestigiosas, se hacía allí un bagaje importante”. Algo así como la UEFA noventera, por si nos leen aficionados al fútbol (hay un montón, dicen). En aquellos torneos podían coincidir el Bayern, el Inter de Milán, la Juventus, el Ajax... Y luego en Copa de Europa te eliminaba un Spartak cualquiera, ya me entienden.

Pues bien, el Juventut se impuso en la Korać. Enimont Livorno, Bosna de Sarajevo y Scavolini de Pésaro en las tres rondas decisivas. No está nada mal. A aquel equipo lo dirigía Herb Brown, el hermano malo de los Brown (Larry salió mejor), estadounidense con pinta despistada que solo estuvo un añito en el cargo y dejó al equipo a punto de explotar (para bien). Quien llegue va a coger esos mimbres y llevarlos hasta cotas casi insospechadas.

Lolo Sáinz engañaba desde fuera, porque tenía ese aire despreocupado, alegre. Pero luego era un auténtico crack en la planificación, tanto como Željko”, continúa Jofresa. Lolo Sáinz era figura señera en esto de la canasta. Pelo blanco, sonrisa irónica, porte perfectamente reconocible. Como jugador, una leyenda. Del Real Madrid, ojo, que siempre anduvo por los parqués blancos el bueno de Lolo. Siete ligas, cuatro Copas de Europa. Luego, desde el banquillo, más. Otras ocho ligas, otras dos Copas de Europa.

Los aficionados te empujaban. Al contraataque, el juego vistoso, la velocidad...

Sucede que a finales de los ochenta molaba mucho lo yanqui, por aquello de Wall Street, y la farlopa, y los brokers. Así que el Real Madrid cayó en pleno embrujo norteamericano y se trajo a todo un George Karl. Que vale, aun no era el mito que sería después (subcampeón con Seattle, más de 2000 partidos dirigidos, uno de los nueve entrenadores de siempre que supera las 1000 victorias) pero oye, ya tenía su nombre. Así que Lolo (que suena con mucho menos glamour que “George”) se fue para Badalona y allí encontró unos mimbres acojonantes. ¿Para qué? Para jugar a lo que le gustaba.

“De alguna forma eran las señas de identidad del propio club, ¿no?”, recuerda Rafa Jofresa, “Los aficionados te empujaban a eso. Al contraataque, el juego vistoso, la velocidad... ellos te llevaban a explotar esas armas”. El espectáculo. Los años de Lolo Sáinz muestran un baloncesto rápido, lleno de dinamismo, en la Penya. Ayudaban los jugadores, claro. Dos americanos muy distintos. Harold Pressley, que era puro físico, muelles en los pies. Y Cornelius Thompson (búsquenlo por Corny mejor), veterano de los Mavericks, apenas breve paso por Texas a causa de una lesión. Cuerpo que parecía demasiado grande, demasiado lento, demasiado... Sí, demasiado improbable. Pero muñeca firme, gélida.

placeholder Villacampa entra a canasta en un partido ante el Barcelona.
Villacampa entra a canasta en un partido ante el Barcelona.

Villacampa, el líder

También estaban los altos, Morales y Ferrán Martínez. Y Jordi Villacampa, el gran líder, el tirador que no fallaba, el de las puntuaciones inverosímiles. “El mejor jugador con el que he compartido vestuario”, cuenta Jofresa. Y de rivales... ¿Quién es el mejor con el que te has enfrentado? Dejando fuera al Dream Team, claro. Se lo piensa, reflexiona. “No sé... Sabonis, quizá. O Gasol, Navarro, Rudy... es que decir solo uno o dos”... Y deja los puntos suspensivos en el aire a modo de excusa.

Ah, en la plantilla verdinegra también estaba el propio Rafa, claro, y su hermano Tomás. El base cerebral y el base nervioso, capaz de cambiar un partido (y de hacer que algún aficionado muriese de nervios mientras caían a la cesta sus altísimos lanzamientos de tres). “Cuando sube tu hermano al primer equipo es una gran ilusión, claro, y también una enorme responsabilidad por ayudarlo y que todo salga bien. Poco a poco Tomás fue cogiendo importancia y al final era casi una especie de contradicción, porque él y yo competíamos por el mismo puesto. En los entrenamientos íbamos a muerte, como con cualquier otro compañero, pero obviamente todo se transformaba en apoyo al acabar esos instantes”.

Así que en 1990 el Pabellón del Joventut (casita de la Penya hasta su traslado al Olímpico de Badalona... de 5.700 a 12.500 espectadores) se llena jornada tras jornada para ver resultados altos, transiciones alegres y, en general, una sonrisa de “mira qué jóvenes somos y qué de puta madre se nos da esto”. Uno lee los nombres de aquellos equipos (publicidad manda) y la cosa se pone en plan nostalgia pura. Si, por ejemplo, jugaban Joventut contra Granollers el marcador reflejaba un duelo durísimo entre batidos, Ram y Cacaolat (después el Joventut sería Montigalá, que suena potentísimo, la verdad). Estaba el Forum Filatélico (aun sin pufo), Puleva y hasta el Atlético de Madrid Villaba, uno de aquellos inventos de los que se apropió Gil y que acabaron como acababan todas las cosas con él...

Pues eso, que exhibición. Cuatro partidos perdidos en liga regular, solo dos en las eliminatorias para el título. Final tres a uno sobre el Barcelona, eterno oponente. Segundo máximo anotador, segundo con menos puntos encajados por encuentro. Apisonadora. Al año siguiente repitieron. Calco casi absoluto para proclamarse campeones en 1992, fecha emblemática. Esta vez costó más, sobre todo en semis y ronda definitiva, contra los dos equipos de Madrid. Ambos cruces solventados por tres a dos, ambos después de levantar un match point. No importaba. Mentalidad de acero. Bicampeonato.

placeholder Rafa Jofresa domina un balón ante Corbalán.
Rafa Jofresa domina un balón ante Corbalán.

Hasta ahí una historia hermosa. De las de contar años más tarde, pero tampoco suficiente para asaltar la leyenda. Dominar tu competición casera. Pero es que hubo algo más. El brinco a Europa. Y podían haber sido dos, ojo. En aquel tiempo el Joventut fue, en pocas palabras, el mejor equipo entre Gibraltar y los Urales.

Estambul, abril de 1992

En mitad de un gran cambio, también. Uno que se puede rastrear perfectamente entre las dos finales que jugó el equipo. Pero vayamos en orden. Estambul, abril de 1992. El Joventut gana a Estudiantes y se planta en el último partido de la Euroliga, la Copa de Europa, la Liga Europea o como cojones quieran ustedes llamarlo. Su rival es... bueno, su rival es bastante peculiar. No por nombre, ni siquiera por potencia en cancha. Partizan de Belgrado, nada menos. Aleksandar Đorđević, Predrag Danilović, Nikola Lončar, Željko Rebrača. Ya ven, casi una selección europea. La cosa es que no estaba el año 1992 para muchos partidos en Yugoslavia, como ustedes bien saben, y los muchachos tenían su cabeza a otras cosas. Ni siquiera jugaban en su ciudad, porque el Hala Sportova andaba vetado por la FIBA. Así que se fueron para Fuenlabrada (después de buscar en un atlas, que antes no había Google Maps). No fueron los únicos, por cierto, que Slobdona jugó en A Coruña y la Cibona de Zagreb en Puerto Real. Condiciones desfavorables, por decirlo suavemente.

Foto: Foto oficial del Estudiantes de 1992.

Así que los serbios parecían víctima propiciatoria en la gran final. Si hasta tenían un entrenador bisoño, un chavaluco recién retirado, igual lo recuerdan, Željko Obradović se llama. Todo preparado para la victoria del Joventut. Pero algo se tuerce. “Nosotros ya habíamos jugado contra el Partizan en liguilla y tuvimos dificultades... El estilo de ellos, el de Obradović, se nos atragantaba, demasiado control, posesiones largas, todo muy medido. Suma a eso que sus jugadores no eran los mismos a finales de temporada que al principio... Crecieron un montón, eran mejores, mucho mejores”. Remar y remar.

Faltan doce segundos y Tomás, el hermano de Rafa, hace una penetración por el centro de la zona, una de esas condenadas al tapón, al póster humillante. Pero a él no le importa. Salta, escorzo en el aire, la pelota olvida cualquier ley de la física. Dentro. Diez segundos y el Joventut va dos arriba. Toca defender, pero tiene buena pinta. La pilla el base del Partizan, un Đorđević no alopécico (fíjense si hará años). Cruza toda la cancha, llega casi hasta la línea de fondo, tiene dos tíos delante, salta desequilibrado... “En el último minuto hay dos o tres detalles que no se controlan, sí. Pero, también te digo, el famoso triple de Đorđević igual entra una vez de cada cinco”. Fue esa. Partizan gana, Obradović piensa que eso de la Copa de Europa está chulo (hoy en día va por nueve), Fuenlabrada tiene un campeón continental años antes de Fernando Torres... todo eso. Pinceladas. “Dos años después la experiencia fue importante, claro”, continúa Rafa, “pero sobre todo el que esos pequeños detalles caigan de tu lado”.

placeholder Zelko Obradovic (en una foto de 2020)
Zelko Obradovic (en una foto de 2020)

Cayeron del otro al año siguiente, eliminados en una fase de grupos durísima. Siete en lugar de ocho, que el Partizan fue directamente expulsado por eso de las sanciones a los serbios. Željko empieza a ponderar opciones para su futuro. ¿Y si?...

La llegada de Obradovic

Pues sí. Que Željko Obradović desembarca en el Joventut, oigan. Contrato firmado en Madrid, con la esposa de Robert Prosinečki haciendo de intérprete (el citado Robert andaría por Joy Slava, con casi total seguridad). Y allí todo cambia. Una cierta filosofía, un cierto modo de hacer las cosas. Igual no tanto, si hacemos caso a los protagonistas. “Al final lo que hubo entre Lolo Sáinz y Željko es un salto generacional”, dice Jofresa. ¿Era el serbio más duro, más tirano? “No, ambos tenían una relación buenísima con los jugadores, mucha empatía”. Y el juego. Eso sí. Control, control. Un año antes Božidar Maljković asesinó el baloncesto continental con su Limoges de los horrores. Obradović no iba tan lejos, pero también era de sobar y sobar la bola. Olviden el espectáculo de Lolo, olviden contraataques y fantasía. Olviden lo que Rafa nos dijo era marca de la casa en Badalona. Y, claro, no todo el mundo acogió los cambios con gusto. “A veces nos silbaban, sí, pese a los éxitos”.
Pese a los éxitos. Campeones de Europa, nada menos.

La cosa tiene algo de fábula. Trayectoria impecable en Europa, tropiezas en la ACB. Obradović que tiene mosca detrás de la oreja. “Los jugadores me hacen la cama”, llega a decir en los papeles. Ya ven, balsa de aceite. Pero más allá de los Pirineos... locura. O más acá, vaya, porque la Penya se carga en cuartos de la Euroliga al Real Madrid. Los blancos jugaban por dentro con dos chavalines desconocidos, canteranos sin futuro o historia. Joe Arlauckas y Arvydas Sabonis. Si son muy aficionados quizá les suenan...

Así que... Final Four. En Tel Aviv, pabellón Yad Eliahu (“La Mano de Elías”, que allí son muy del rollo bíblico). De aquella el Joventut se había mudado al Palau Olimpic, así que el escenario no iba a pesar. Además, el patrocinador era SevenUp, que no puede haber cosa más naif y noventera. Todo parecía de su parte. Semis contra el Barcelona y Tomás Jofresa vuelve loco a Aíto García Reneses. Los días buenos de Tomás eran cuando volvía loco al entrenador contrario, y allí le salió todo. A la final. Contra Olympiakos.

placeholder Aíto García Reneses y Lolo Sainz, en un encuentro reciente.
Aíto García Reneses y Lolo Sainz, en un encuentro reciente.

¿Quieren un relato bonito, sin sombras? Demasiado tarde. Sí, les podemos contar lo de la visita al zoo ese mismo día, el intento de Obradović para relajar a los suyos entre hipopótamos y avestruces (un poco Prosinečki en Joy Slava, de nuevo). O los segundos finales, el “57” de Olympiakos en el marcador que no se mueve. Primero triple de Jordi Villacampa. Luego el recordado de Corny Thompson, que mira que tiraba raro el tío, con ese codo mirando a Cuenca, pero... diana. El Joventut dos arriba. Los griegos sacan, la bola cruza, Mike Smith está a punto de robar. Pero solo a punto. Falta. Žarko Paspalj que se va a tirar su “uno más uno”. Ya ven, un don nadie. Pero entonces ocurren dos cosas.

Aquellos cinco segundos finales

La primera: juego mental. Villacampa se acerca a Paspalj, y le explica, amablemente, la situación. “Ya que te sientes campeón, ahora mete los dos tiros libres...”. Un gesto amable, hermoso a su manera. No me pregunten la razón, pero el serbio se lo toma por la tremenda y empiezan a temblarle las canillas. La segunda es más seria. Mucho más seria. Todo lo seria que puede ser algo en una cancha de baloncesto. Y es que Paspalj lleva camiseta. Camiseta de manga corta. Debajo de la suya, la del club. Una camiseta horrible, que le queda grande, que parece la que te regalaron a ti aquel domingo, cuando corriste la milla de tu barrio volviendo de empalmada. Y eso sí que no. No puedes hacer que el héroe de una final sea un tipo con esas pintas. Por estética. Por dignidad. Así que Paspalj falla, que es lo que cualquiera con un mínimo gusto desearía. Y empiezan las sombras.

El reloj no corre, porque en aquellos tiempos los relojes en el baloncesto europeo a veces no corrían. Depende del rival. Fallos humanos, no sean ustedes malpensados. Fallos humanos. Así que se queda en 4.8 segundos para el final durante... no sé, tres o cuatro semanas. Alguno de los jugadores sobre la cancha acabaron aquellos 4.8 segundos directos para el partido de homenaje. Empiezan una serie de situaciones que hoy vemos con sonrisa, sí, pero porque salieron mal. Un triple desde el centro del campo (¿para qué? Olympiakos tenía tiempo de haber hecho ataque estático), otro intento de Paspalj (abortado por sus mangas). Agua. Imaginen que no, solo por un instante, por fantasear. Pero agua. El Joventut es campeón de Europa. Lo inimaginable. Obradović ha jugado la final con siete tíos, para qué más.

Semanas más tarde Željko ficha por el Real Madrid. En Badalona le han ofrecido contrato a la baja (estaba entonces la economía como estaba) y a él eso le ha picado el orgullo. Así que a la meseta, a jugar con el tipo ese lituano, el de las rodillas hechas cisco. A ver qué tal.

Y la Penya sigue ahí. Esperando. Recordando.

“Para nosotros quedar terceros resultaba un año malo. El equipo era muy grande, el club también, con señas de identidad marcadas. Teníamos un bagaje inmediato muy importante, grandes éxitos en los setenta. Y luego, poco a poco, todo fue encajando”, dice Rafa Jofresa. Rafa (Barcelona, 1966) es uno de los rostros reconocibles en el baloncesto español. Más de dos décadas en la élite, un total de 756 partidos disputados. En Barcelona, en Girona. Y, sobre todo, allí. Joventut de Badalona. El club al que vio convertirse en mejor de Europa. Por mucho que ahora, casi treinta años más tarde, nos pueda extrañar.

A ver, venía de lejos. Lo de Badalona y el básquet, digo. Fundador de la liga española, nada menos, temporada 1956/1957. Aquel año el equipo Club Juventud (dictadura manda) cosechó un sexto puesto. No está mal... salvo por el hecho de que eran seis equipos, vaya. Así que colistas, justo por detrás de Estudiantes. Pero sin descenso, que al año siguiente se amplió el tema hasta los diez conjuntos. Ahí ya lo hizo mejor. Subcampeón. Primero fue el sempiterno Real Madrid. Tiempos de clubes graciosos, hoy casi olvidados. Nombres de esos para trenzar tebeos. Aismalíbar de Montcada, Orillo Verde de Sabadell, Club Deportivo Parque Móvil (sí, los currelas que conducían coches franquistas por aquí y allá jugaron en la máxima división del baloncesto). También Agromán, como el moreno, o Picadero de Barcelona (no se me emocionen, era de caballos). Hasta hubo un Círculo Católico de Badalona, que ya suena suficientemente pintoresco. Sumen que allí jugó Loquillo, y más tarde fue patrocinado por Licor 43 (lo juro) y les queda una cosa graciosísima...

Jordi Villacampa Aíto García Reneses Juan Carlos Navarro
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