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Los saltadores también fuman, la historia de Ángel Joaniquet en los trampolines
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Los saltadores también fuman, la historia de Ángel Joaniquet en los trampolines

Ángel Joaniquet contó en una divertida biografía sus andanzas por medio mundo mientras intentaba hacerse un nombre en un deporte tan extraño en España como los saltos de esquí

Foto: El saltador de la RDA Axel Zitzmann en Garmisch-Partenkirchen el 1 de enero de 1981. Ese día, Ángel Joaquinet se cayó. (Imago)
El saltador de la RDA Axel Zitzmann en Garmisch-Partenkirchen el 1 de enero de 1981. Ese día, Ángel Joaquinet se cayó. (Imago)

Tras más de una década recorriendo medio mundo en busca de un sueño, un joven Ángel Joaniquet logró por fin que se hiciera realidad. El 5 de febrero de 1984, tras una competición de la Copa de Europa de Saltos de Esquí en Vlasic (Bosnia-Herzegovina, entonces parte de Yugoslavia) le dieron la gran noticia: iba a participar en los Juegos Olímpicos que empezaban tres días después en Sarajevo. Apenas tuvo tiempo para hacerse a la idea y contárselo a su familia: sus padres y su novia se enteraron cuando los llamó desde la villa olímpica.

Nada más llegar tuvo que intercambiar la ropa con otros integrantes del equipo español porque la que le habían dado no era de su talla. En Sarajevo, Joaniquet disfrutó con el desfile, se cruzó a algunos de sus ídolos y también conoció la decepción. Para ver su nombre en la clasificación del trampolín corto hubo que llegar hasta el final. "Quedé último. Sí, fui el 58 de 58. Volví a cerrar una lista de resultados, la de la competición más importante de mi vida", cuenta Joaniquet.

placeholder Portada de 'En un salto', de Ángel Joaniquet. (T&B Editores)
Portada de 'En un salto', de Ángel Joaniquet. (T&B Editores)

Para un saltador español, estar en unos JJOO ya era extraordinario, pero aquel resultado fue una desilusión por cómo se había producido. Ni él había llegado bien preparado ni las condiciones de su participación fueron las mejores. "Todo mi esfuerzo se había centrado en los dos últimos años en llegar a la olimpiada, pero nunca pensé en participar en ella, por lo que mi mente estaba absolutamente preparada y enfocada en llegar... en clasificarme. Pero después de esto solo existía un vacío mental. No me había preparado para participar, solo para llegar", recuerda.

Justo cuando le tocaba hacer su primer salto, la competición se paró por la nevada y la poca visibilidad. Pasó un buen rato sin quitarse los esquís, muerto de frío, hasta que le dieron la salida. "Empiezo a bajar desconcentrado, hecho un asco y lento, lento de la muerte. Noto mi salto tremendamente corto, más de quince metros por debajo de lo saltado en los entrenos. Aún no he frenado y las lágrimas se van helando en mi cara. Me saco el casco. Estoy hecho polvo. Lloro. Mi gloria olímpica se ha esfumado. Soy último. Soy una caca. Por dentro y por fuera".

El relato forma parte de 'En un salto. Trampolines de esquí, adrenalina y un sueño olímpico' (T&B Editores), autobiografía publicada en 2016 en la que Ángel Joaniquet repasa su carrera en los saltos de esquí. Durante 13 años (1973-1896), junto a un reducido grupo de saltadores españoles con los que compartió aventura, este catalán se adentró en un deporte que en los 70 era muy minoritario y en la actualidad es inexistente. Su presencia en Sarajevo '84 junto a José de Rivera y Bernat Solà fue la excepción: ni antes ni después ha habido más españoles olímpicos en saltos de esquí.

El libro está lleno de anécdotas, desde sus problemas entonces y ahora para explicar qué hacía hasta los descubrimientos que hizo en sus innumerables viajes, pasando por un repaso a los lugares y las personas que le acompañaron durante su carrera. Al ver que cuando esquiaba le gustaba coger cualquier montículo y saltar, su padre pensó que estaría bien que probara en el trampolín. Lo llevó a él y a su hermana Pili al de La Molina. Fue ella la primera que lo intentó. "La verdad es que no recuerdo nada del vuelo o cosas así. Solo que me di una buena bofetada y que ya no quería a saltar ahí", recuerda.

De Cruyff a los saltadores, todos fumaban

Joaniquet ganó la primera competición en la que participó, tras apuntarse y superar un curso de la Federación Catalana. El premio se lo entregó Johan Cruyff, que estaba de vacaciones en la estación de La Molina (ahí sigue el único trampolín, abandonado). Lo que más llamó la atención a aquel niñó que comenzaba a volar es que el holandés fumaba. "Fumaba continuamente. Mi primera copa me fue entregada por un deportista que fumaba". Eso no le cuadraba, pero años más tarde lo entendió todo.

Cuando empezó a competir a nivel internacional descubrió que muchos saltadores también lo hacían. "Era algo que estaba tan prohibido como desertar en el ejército. Podía ser causa fulminante de despido de un equipo nacional, con honrosas excepciones como los 'japos' y los búlgaros, que continuamente tiraban de pitillos sin que nadie les dijera nada, ni su entrenador (...) Para muchos de nosotros, saltadores de otras nacionalidades, siempre que te faltara la nicotina, si lograbas vencer la barrera del idioma, o la vergüenza, con solo un gesto, un 'japo' te salvaba la vida", cuenta.

"El vicio de fumar estaba presente entre muchos saltadores y cada uno se espabilaba como podía (...) A cambio de un paquete de cigarrillos HB, Marlboro o Winston, que nosotros podíamos fácilmente comprar, podías fumar de sus puros arriba de la torre del trampolín. Allí arriba había una norma sagrada que sigue vigente hoy en día. En entrenos solo subíamos los saltadores. Nadie más. Era nuestro santuario, fuera de la vista de todos. Los rusos tenían unos puros cortos pero de un diámetro descomunal, de unos cuatro o cinco centímetros de diámetro. Cómo los lograban subir hasta allí era un misterio, supongo que sacándose la parte de arriba del mono y metiéndolo en una de las mangas, pero en fín, ahí estaban. Si habías 'invitado' previamente a un paquete de rubio, podías fumar tanto como quisieras de su puro (... ) La calada era tan intensa que te dejaba medio colocado, mareado, y con un par o tres tenías más que suficiente para un buen rato. La verdad es que cuando estaban los rusos, se saltaba más relajado, más tranquilo".

"Quedé último. Sí, fui el 58 de 58. Volví a cerrar una lista de resultados, la de la competición más importante de mi vida", cuenta sobre Sarajevo '84

"¡En España son todos fascistas!"

A Joaniquet lo 'soltaron' a nivel internacional con 15 años con dos billetes, uno de ida y otro de vuelta. Ahí comenzó un camino que le llevó por toda Europa, donde se encontró de todo en unas fronteras que ahora muchos desconocen gracias al espacio Schengen. En 1978, en la frontera de Austria con Checoslovaquia, adonde se dirigía para participar en una competición en Frenstat, la policía no permitió el paso a él y Tomás Cano (otro saltador) por ser españoles. "¡En España son todos fascistas! ¡Está Franco!", les dijo el policía. Y ellos intentando explicarle, a través de sus colegas yugoslavos con los que viajaban, que Franco había muerto tres años antes. Al final consiguieron pasar.

Durante sus viajes, Joaniquet descubrió cosas que apenas había en España, como los ordenadores personales, los coches con tracción a las cuatro ruedas, la langosta o la cinta americana. "En Garmisch, el trampolín del uno de enero, alguno de los chicos americanos o su entrenador se había dejado un rollo debajo de la mesa del trampolín (...) En el primer salto del entreno, lo vi. En el segundo, lo deseé. Y en el tercero dejé los esquís apoyados, me la puse dentro del mono, bajé corriendo abajo, la dejé en mi caja de herramientas y ahí se quedó", rememora Joaniquet.

La espuma de afeitar era algo que sí conocía, pero descubrió un nuevo uso. "Se impregnaba de espuma toda la suela del esquí y de esta forma los dos o tres primeros metros corrían a la misma velocidad que el resto. Sin sobresaltos. La pista estaba bastante impregnada de espuma y los saltadores hacían bastantes bromas".

Asco a las salchichas

En el centro de Europa, la comida más habitual en los campeonatos eran las salchichas. "Eran frankfurts que se cocían en agua y luego te los servían en una bandejita de cartón con un panecillo de Viena y mostaza, lo menos parecido a un perrito caleinte. Para los saltadores y entrenadores eran gratis y podías pasarte por la caseta de los 'wurstl', alargar la mano y ya tenías una bandejita de cartón con tu salchicha, mostaza y trozo de pan. Comí docenas de aquellas salchicas y nunca me planteé que pudieran ser malas o algo así", cuenta Joaniquet.

Su entrenador llevó un día al equipo a una fábrica y su opinión cambió. "Al final del recorrido nos dieron a probar una salchica cruda, recién fabricada y algunos la rechazaron. Yo probé un mordisco y para mi sorpresa, no estaba mala (...) Mientras salíamos de aquel sitio, juramos no volver a comer una salchica más en nuestra vida. El juramento lo rompí en el siguiente campeonato en el que volví a oler salchichas recién hechas. Se me pasaron todos los males y seguí comiendo tranquilamente hasta hoy. Y es que no era lo mismo salchichas recién hechas que salchichas recién fabricadas".

Su caída un 1 de enero

Joaniquet participó en el Torneo de los Cuatro Trampolines, la competición compuesta de cuatro eventos que se celebra entre el 29 de diciembre y el 6 de enero en trampolines de Alemania y Austria. El más conocido es el de Garmisch-Pantenkirchen, por disputarse el 1 de enero. El día de Año Nuevo de hace 38 años, Joaniquet fue aplaudido, pero no por su buen resultado. Así lo recuerda en su libro:

"Es el trampolín del uno de enero, muy conocido por ser retransmitido después del concierto de Viena. La competición de saltos que prácticamente casi todo el mundo ha visto por lo menos una vez. Y los que estuvieran viendo ese día de enero de 1981 los saltos por la TV en España, vieron cómo me daba una buena galleta. No muy fuerte, pero sí que fue una de aquellas caídas que te dejan con frío en el cuerpo y en la mente. Fue rápida y tonta. No me hice daño, pero quedé algo aturdido durante unos segundos, lo que hizo reaccionar rápidamente al equipo médico que corrieron hacia mí, me ayudaron a levantarme y a salir de la pista. El público me aplaudió de forma muy deportiva a la vez que caminaba hacia la furgoneta del equipo para reponerme. Lo más triste de todo es que fue la vez que más me aplaudieron de todas las que participé en esa famosísima prueba del día uno de enero".

La mili en Melilla

Su carrera en los saltos de esquí no le libró de hacer la mili. Y le tocó en Melilla. De la nieve y las temperaturas bajo cero al calor del norte de África. En el mismo regimiento realizó el servicio militar 'el Peco rubio', Javier Herrero. Joaniquet interrumpió la mili para competir, lo que le provocó algún disgusto en el ejército, pero a su vuelta de Sarajevo, tras pasar 15 días en el calabozo, los mandos aprovecharon su participación olímpica y la utilizaron como un ejemplo.

"Montaron una conferencia presentándome como atleta olímpico, sacrificio por los colores, representación de la patria y cosas por el estilo. Para los mandos era un punto a favor del regimiento contar con deportistas de élite o gente famosa", cuenta. Salir por televisión nunca ha sido un problema.

Tras más de una década recorriendo medio mundo en busca de un sueño, un joven Ángel Joaniquet logró por fin que se hiciera realidad. El 5 de febrero de 1984, tras una competición de la Copa de Europa de Saltos de Esquí en Vlasic (Bosnia-Herzegovina, entonces parte de Yugoslavia) le dieron la gran noticia: iba a participar en los Juegos Olímpicos que empezaban tres días después en Sarajevo. Apenas tuvo tiempo para hacerse a la idea y contárselo a su familia: sus padres y su novia se enteraron cuando los llamó desde la villa olímpica.

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