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La mujer del año en el deporte no es rica, es Rachael Denhollander y lidera un ejército
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la primera en denunciar EL ESCÁNDALO DEL AÑO

La mujer del año en el deporte no es rica, es Rachael Denhollander y lidera un ejército

La exgimnasta estadounidense Rachael Denhollander jugó un papel fundamental en el proceso judicial que acabó con el médico abusador Larry Nassar entre rejas

Foto: Rachael Denhollander durante el juicio a Larry Nassar. (Reuters)
Rachael Denhollander durante el juicio a Larry Nassar. (Reuters)

La mujer más destacable en el deporte en el 2017 no ha ganado ninguna medalla, ninguna prueba, ningún campeonato, ni aparece en la lista Forbes como una de las atletas mejores pagadas. Ya ni siquiera es deportista en activo y, sin embargo, su legado permanecerá para siempre y se merece un lugar destacado en la historia. Es Rachael Denhollander, la primera que denunció públicamente a Larry Nassar, el médico de la Universidad Estatal de Michigan (MSU) y del equipo estadounidense de gimnasia que abusó sexualmente de alrededor de 300 menores de edad durante tres décadas. La semana pasada apareció, por primera vez, la acusación de un varón. Denhollander, con su testimonio, evitó que Nassar siguiera campando a sus anchas ante la parálisis de las instituciones y hasta del FBI, que llevaba investigándole durante más de un año, pero sin tomar ninguna medida. Fue una mujer de 32 años la que, levantando su voz, logró que tantas otras se unieran, alzaran la suya y se convirtieran así en un “poderoso ejército de supervivientes” (como las definió la gimnasta y capitana del equipo en Londres y Río de Janeiro Aly Raisman) dispuestas a enfrentarse no solamente contra Nassar, sino contra el sistema que le amparó y protegió durante casi 30 años.

Denhollander ya llevaba años retirada del mundo de la gimnasia, se había licenciado en Derecho, casado y tenido tres hijos, cuando vio un primer artículo en el diario ‘The Indianapolis Star’ donde se relataban las sospechas sobre la conducta ‘inapropiada’ del médico, que por entonces aún seguía teniendo su consulta en la MSU y llevaba un año apartado de la federación de gimnasia. Se puso en contacto con el diario a través de un correo electrónico contando que ella había sufrido abusos por parte de Nassar, que le había denunciado y que estaba dispuesta a salir, con su cara, nombre y apellidos. En una entrevista en agosto de 2016 apareció su testimonio, con un vídeo incluido. Una semana después Nassar fue despedido de la universidad. El tiempo contaba y mucho. Porque, por ejemplo, en el juicio en el Condado de Ingham donde fue condenado a una sentencia de entre 40 a 175 años por la jueza Rosemarie Aquilina testificó una adolescente de 15 años recién cumplidos, Emma Ann Miller, que cree que fue una de las últimas de las que abusó Nassar cuando tenía 13 años. ¿La última vez que la trató? En agosto de 2016, cuando se publicó la entrevista en 'The Indianapolis Star'.

Foto: Randall Margraves, en el momento de abalanzarse sobre Larry Nassar. (Reuters)

Nadie hizo nada

El “monstruo”, como le calificó la mayoría de deportistas que hablaron en los dos juicios contra Nassar, actuaba siempre de la misma manera. Les introducía la mano sin guantes en la vagina y el ano y les manoseaba los genitales y los pechos. Denhollander sufrió abusos en el 2000, cuando formaba parte del equipo de gimnasia y tenía 15 años. En 1997, Nassar había comenzado a trabajar en la MSU y la gimnasta Larissa Boyce ya le confesó a su entonces entrenadora, Kathie Klages, lo que le había sucedido en su consulta, junto a otras dos compañeras. No solamente no las escucharon, sino que Klages obligó a Boyce a pedir perdón a Nassar y a seguir viéndole. Tiffany Thomas López, una jugadora de sóftbol, dos años antes de que Rachael fuera asaltada, también se lo comunicó a sus entrenadores con idéntico resultado: nada. Igual que Christie Achenbach, una atleta de la que Nassar abusó un año antes de que Denhollander traspasara por primera vez la puerta del despacho del doctor y que también se lo dijo al entonces responsable de de la sección de atletismo. Y así hasta ocho denuncias más. Y así hasta 14 responsables de la universidad que ignoraron y silenciaron a las víctimas.

En la Federación de Gimnasia (USAG) también tenían conocimiento de los “dudosos” procedimientos del médico porque hubo varias quejas, igual que en el Comité Olímpico de Estados Unidos (USOC). La respuesta fue idéntica: dudar del testimonio de las víctimas, convencerlas de que le habían malinterpretado o que estaban exagerando y seguir así obligándolas a verle. Porque él era una eminencia, un reputado fisioterapeuta, un hombre respetado por la comunidad; un manipulador de manual que se aprovechaba de su posición y se mostraba como un tipo amable que hacía regalos a las deportistas y se ganaba su confianza preguntándoles por sus familias y hablándoles de la suya. La gimnasta Mckayla Maroney, por ejemplo, reveló incluso que la USAG le había pagado para silenciarla. Antes del juicio donde testificó, Aly Raisman desveló en el programa ’60 minutes’ de la CBS que había sufrido abusos. Jordyn Wieber, también oro en Londres 2012, habló en el juicio y se enfrentó a Nassar. Simone Biles, una de las grandes estrellas de Río junto a Michael Phelps y Usain Bolt, publicó en las redes sociales que ella también había sido víctima de Nassar.

Larry Nassar es sin duda un ser abyecto, pero lo que Rachael Denhollander destapó al ser la primera en dar la cara fue un fallo sistémico y en cadena. Porque esa es la cuestión: vivimos en una sociedad en la que un tipo como Nassar pudo abusar durante 30 años de menores sin que nadie le parara los pies. Sin Denhollander, ¿cuántas niñas más habrían pasado por la consulta? Da miedo preguntárselo, pero es necesario si no queremos que la historia se repita. Es el sistema el que ha permitido que monstruos como Nassar se nutran y engorden como pirañas en un estanque, tranquilamente y esperando a que caiga la siguiente pieza a la que devorar.

placeholder Rachael Denhollander habla delante de Larry Nassar, de espaldas en primer plano, durante el juicio contra el médico. (Reuters)
Rachael Denhollander habla delante de Larry Nassar, de espaldas en primer plano, durante el juicio contra el médico. (Reuters)

La culpa de las mujeres

En el año del movimiento #MeToo se ha sabido que el mayor depredador sexual en la historia del deporte se llama Larry Nassar, que pasará el resto de sus días en la cárcel. Sin Denhollander no habría sido posible ya, ahora. Ella ha salvado a otras niñas, no las instituciones. Y el precio que tuvo que pagar cuando lo hizo público fue que la llamaran mentirosa, que la apartaran de su comunidad religiosa, que la acusaran de buscar fama y fortuna. Porque, si ya habían pasado 16 años desde que sufrió los ‘supuestos’ abusos: ¿a qué venía que los contara pasado tanto tiempo?

Si los cuentas mientes, exageras. Si tardas en hacerlo eres sospechosa. Si te callas pierdes credibilidad cuando hablas porque, por supuesto, algún motivo oculto debes tener para querer destrozarle la vida a un señor profesional. La culpa siempre es de las mujeres. Por hablar o por no hacerlo. Por activa o por pasiva. Al menos hasta ahora. Como en el ‘caso Weinstein’ en Hollywood, se ha roto un dique y es tan abrumador, tan escandaloso lo que ha sucedido, que la aspiración de que haya cambiado el rumbo de la historia no es sólo una esperanza. Por lo pronto, han dimitido todos los responsables de la USAG, los de la Universidad Estatal de Michigan y hay una investigación abierta para determinar la responsabilidad del USOC y también del FBI por su pachorra en la investigación.

Aquí, en España, el pasado mes de enero —curiosamente el mismo día que comenzaba el juicio contra Larry Nassar— el Tribunal Supremo fallaba a favor de Gloria Viseras y otros dos denunciantes, la también exgimnasta Irene Martínez y el entrenador Toni Llorens, que habían sido condenados por la Audiencia Provincial en el 2017 a pagar una indemnización a Jesús Carballo por intromisión ilegítima al derecho al honor. Viseras, que ahora tiene 52 años, denunció en el 2012 a su antiguo entrenador, el entonces seleccionador nacional, Jesús Carballo, por trato vejatorio y abusos sexuales cuando era menor de edad, de los 12 a los 15 años, a pesar de saber que los delitos habían prescrito tras haber pasado 20 años. Cuando la entrevistamos en El Confidencial, una de sus reflexiones fue la siguiente: “Espero que se entienda que cuando te sucede algo así, tan grave, siendo una niña, lo primero que haces es negarlo. Sientes vergüenza, sientes culpa, te sientes responsable, todo es un largo proceso, pero la cuestión no es por qué los niños tardan años en hablar. Los niños tienen derecho a estar protegidos y sanos en entornos libres de violencia y esto es responsabilidad de los adultos. La pregunta es por qué los adultos no protegieron a las niñas, no por qué las niñas no lo cuentan”.

placeholder Rachael Denhollander fue la primera víctima de Larry Nassar que lo denunció públicamente. (Reuters)
Rachael Denhollander fue la primera víctima de Larry Nassar que lo denunció públicamente. (Reuters)

La punta del iceberg

Las violaciones, los abusos, son la punta del iceberg de un sistema en el que las deportistas, como en el resto de los ámbitos de la sociedad, sufren el machismo cotidianamente. En nuestro país continúan sin tener Ligas profesionales porque en la Ley del Deporte de 1990 no se pensó en ellas como trabajadoras. Y ahí sigue, sin tocarse. Por lo tanto, no cotizan en la Seguridad Social y existen cláusulas abusivas en los contratos en los que se incluyen las antiembarazo como se ha denunciado en no pocas ocasiones.

El techo de cristal es de cemento en el deporte. Solo dos de las 66 federaciones están presididas por mujeres, Isabel García Sanz en Salvamento y socorrismo y Julia Casanueva en Vela. Ni siquiera están en federaciones con una abrumadora mayoría de practicantes femeninas, como puede ser la de gimnasia, donde representan el 96% de las licencias, o voleibol, donde son el 75%. Y la proporción de mujeres en las juntas directivas es de 210 de 966, según cifras del Consejo Superior de Deportes (CSD). El porcentaje ha pasado de un 13,84 a un 21,73% desde la puesta en marcha del programa Universo Mujer, que contempla una línea de subvenciones a los organismos que tengan al menos un 33% de presencia femenina en sus juntas directivas. Pagar para estar. Es triste, pero es así.

A las dificultades económicas de las deportistas hay que añadir la falta de visibilidad en general en los medios de comunicación, que también ha comenzado a cambiar sobre todo por sus éxitos, ya que en los Juegos Olímpicos de Londres, 11 de las 17 medallas fueron conquistadas por mujeres. Y en Río, nueve de las 17. Y existe otro punto importante: la cosificación. Hoy, todos solemnes y muy dignos, proclamarán su adhesión sin fisuras a la causa y el deporte femenino. Ayer había culos y tetas en la mayoría de webs sobre deportistas sin venir a cuento, o de las novias de los deportistas, o de modelos aficionadas a no sé qué equipo. Pasado mañana es bastante probable que vuelva a haberlas: dan 'clicks'. Lo de predicar con el ejemplo sólo funciona un día al año.

No hay necesidad de explicar sus reivindicaciones cuando ellas lo han hecho tan bien en el manifiesto por la igualdad en el deporte (puedes leerlo aquí). Dediquen cinco minutos de su tiempo a leer lo que piden y lo que denuncian. Si no está de acuerdo, no hay duda de que es usted machista. Alguien tenía que decírselo. De nada.

* Este artículo no tiene firma porque ha sido escrito por una periodista que hoy hace huelga.

La mujer más destacable en el deporte en el 2017 no ha ganado ninguna medalla, ninguna prueba, ningún campeonato, ni aparece en la lista Forbes como una de las atletas mejores pagadas. Ya ni siquiera es deportista en activo y, sin embargo, su legado permanecerá para siempre y se merece un lugar destacado en la historia. Es Rachael Denhollander, la primera que denunció públicamente a Larry Nassar, el médico de la Universidad Estatal de Michigan (MSU) y del equipo estadounidense de gimnasia que abusó sexualmente de alrededor de 300 menores de edad durante tres décadas. La semana pasada apareció, por primera vez, la acusación de un varón. Denhollander, con su testimonio, evitó que Nassar siguiera campando a sus anchas ante la parálisis de las instituciones y hasta del FBI, que llevaba investigándole durante más de un año, pero sin tomar ninguna medida. Fue una mujer de 32 años la que, levantando su voz, logró que tantas otras se unieran, alzaran la suya y se convirtieran así en un “poderoso ejército de supervivientes” (como las definió la gimnasta y capitana del equipo en Londres y Río de Janeiro Aly Raisman) dispuestas a enfrentarse no solamente contra Nassar, sino contra el sistema que le amparó y protegió durante casi 30 años.

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