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Memorias de guerra del único español de la NFL: "Ahora tengo miedo a volar y al bacon"
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afronta la brutalidad del fútbol americano

Memorias de guerra del único español de la NFL: "Ahora tengo miedo a volar y al bacon"

Alejandro Villanueva juega en los Pittsburgh Steelers, pero antes estuvo tres veces desplegado en Afganistán. Ha pasado de no temer la muerte a pensar mucho en las cosas que se la pueden generar

Foto: Alejandro Villanueva. (Steelers)
Alejandro Villanueva. (Steelers)

Alejandro Villanueva hoy es un muy servicial jugador de la NFL. Juega en los Pittsburgh Steelers y eso significa que la semana pasada tuvo que ver cómo se llevaban inmovilizado en una camilla a su compañero Ryan Shazier. Le han tenido que hacer una estabilización de la médula espinal, su vida corrió peligro y aún necesitará un poco más para saber si podrá volver a caminar. No es del todo habitual, pero en el fútbol americano pasa de vez en cuando. Es así de cruel, de duro y, por qué no decirlo, de escandaloso. Cada vez son más los que ven los partidos con cierto terror, es un deporte extremadamente popular, pero necesita evolucionar aún más para que el riesgo de vida se rebaje. Lo de Shazier, además, forma parte de esas cosas que se ven, poco más que la pintura exterior de lo que es un problema profundísimo, expresado normalmente en las conmociones cerebrales que terminan deshaciendo la vida personal de los afectados, que son casi todos en la liga.

Villanueva se lamentó de lo ocurrido a su compañero, le dolió como a cualquiera ver que alguien con quien convive está en una situación tan extrema. Lo que es improbable es que se sorprendiese, aunque solo sea porque, en el pasado, Alejandro fue militar y estuvo destinado en Afganistán. El teniente de los Rangers, tan estadounidense como español, vivió en el campo de batalla, tuvo que auxiliar heridos y desplegar estrategias de combate. Vio también cómo Jesse Dietrich, un compañero de división, caía muerto en una emboscada cerca de Kandahar. Todo eso son imágenes fuertes, de las que nunca escapan y se aparecen por la noche cuando se intenta dormir.

Foto: Alejandro Villanueva, jugador de los Steelers. (Twitter: @l_bell26)

"La primera vez que estuve en una misión tenía muchísimo miedo. Estaba aterrorizado porque es ahí cuando te das cuenta de las cosas que pueden pasar. La primera vez que ves a alguien morir junto a ti piensas 'oh, dios, esto es real'. Tu ya sabes que vas a combatir, pero te imaginas a la gente viva, cuando empieza lo real les ves morir, ves extremidades rotas y gente herida", expresaba estos días en una entrevista en el 'Post-Gazzette' de Pittsburgh.

El primer día en combate no se parece en nada a lo que se ve en la academia de West Point. No es que en ese lugar, probablemente el entrenamiento militar más célebre del mundo, no intenten hacer que los alumnos se pongan en el lugar, es simplemente que es imposible que lo hagan. No está el barro, ni la sangre ni el miedo, porque los simulacros nunca pueden ser del todo reales.

"Es una sensación muy, muy loca, así que cuando empiezas, de repente, estás en paz, te levantas y piensas que al día siguiente, si te disparan, te han disparado, que haces eso porque es exactamente lo que quieres hacer y estás donde quieres estar, que es una cosa honorable y que darás la vida por tus compañeros del mismo modo que ellos la darían por ti. Si pisas una mina no es terrible, porque es una muerte rápida. Llega un momento en el que llegas a aceptar la muerte", relata Villanueva.

Tres veces estuvo Villanueva en Afganistán. Las dos últimas, a petición propia. No podía vivir sin la guerra. "Es por la mentalidad, cuando vuelves a los Estados Unidos eres como un paciente terminal, todo lo que pase te parece bien, pierdes el miedo a las misiones, no te da miedo de lo que pueda pasarte". Y, de repente, un día vuelves. Y es definitivo. Y te dedicas a jugar al fútbol americano.

Ser un veinteañero normal

Villanueva, 208 centímetros desde el suelo a la cabeza, es un excelente deportista. Juega al fútbol americano, también practicó el rugby, como su hermano, que ha jugado en la selección española. Hijo de militar español desplazado a Misisipi, tenía claro que quería entrar en el ejercito. Pero cuando terminó, en algo que no es tan extraño en el país, se hizo deportista profesional. Cualidades siempre tuvo para ello y su misión ya estaba cumplida. Empezó a ser civil y eso es uno de los cambios más radicales que un ciudadano puede experimentar.

Ahora tiene miedo a volar, muchísimo miedo a volar. Y también a cosas tan simples como el bacon, pues teme que pueda darle cáncer. "Empiezan a pasarte estas cosas porque de repente te das cuenta de que eres un veinteañero normal y tienes una esperanza de vida con la que antes no contabas. Ya no te vas a morir mañana y tienes que reconciliar tu mente, lo cual no es sencillo, causa mucho estrés. Creo que eso es uno de los motivos por los que surge el estrés postraumático; antes estaba preparado para morir y ahora ya no tengo que hacerlo". Ese fue, explica, uno de los motivos por los que volvió a la guerra. Cuando volvía de Afganistán tenía excesos de ansiedad.

Foto: Roethlisberger, en un partido de la NFL. (Reuters)

Alejandro Villanueva no se morirá mañana, aunque su profesión sea de bastante riesgo. Su mirada, en todo caso, es notablemente diferente a la de cualquier otro. Por delante de esos ojos han pasado cosas que otros no son capaces ni de imaginar. Y las enseñanzas que van con ello. "No puedo controlar todo, intento no pensar en las lesiones, por supuesto que no quieres que existan lesiones, pero en todo caso no importa, tu trabajo es salir ahí y competir", calcula unos días después de como un compañero casi se queda en el terreno de juego.

Es duro, pero no es lo mismo. En el terreno de juego hay normas, explícitas y sobrevenidas. "A veces, cuando estás poniendo un bloqueo, un rival te da en el hombro y te dice que la jugada ya ha terminado, que es un buen momento para que dejes de empujar. Es un deporte muy físico, pero también ganamos mucho dinero por ello", afirma.

Volverá a jugar este domingo, como todos los domingos. Tendrá que ver cómo sus compañeros se asemejan a balas intentando detener al 'quarterback', Ben Roethlisberger. Esa es la función de Villanueva en el campo, protegerle el lado ciego y concederle tiempo para que pueda pensar. Verá cosas duras, sin duda, porque eligió uno de los deportes en los que el riesgo físico es más alto. Pero, en todo caso, qué le van a contar a él.

Alejandro Villanueva hoy es un muy servicial jugador de la NFL. Juega en los Pittsburgh Steelers y eso significa que la semana pasada tuvo que ver cómo se llevaban inmovilizado en una camilla a su compañero Ryan Shazier. Le han tenido que hacer una estabilización de la médula espinal, su vida corrió peligro y aún necesitará un poco más para saber si podrá volver a caminar. No es del todo habitual, pero en el fútbol americano pasa de vez en cuando. Es así de cruel, de duro y, por qué no decirlo, de escandaloso. Cada vez son más los que ven los partidos con cierto terror, es un deporte extremadamente popular, pero necesita evolucionar aún más para que el riesgo de vida se rebaje. Lo de Shazier, además, forma parte de esas cosas que se ven, poco más que la pintura exterior de lo que es un problema profundísimo, expresado normalmente en las conmociones cerebrales que terminan deshaciendo la vida personal de los afectados, que son casi todos en la liga.

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