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El Hannibal Lecter español se pone a dieta
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'caníbal', de manuel martín cuenca compite en sección oficial

El Hannibal Lecter español se pone a dieta

Manuel Martín Cuenca y Antonio de la Torre llevan el canibalismo a las calles de una Granada de sacristía

Foto: Antonio de la Torre en una escena de Caníbal
Antonio de la Torre en una escena de Caníbal

Un plano fijo de un sastre granadino sentado a la mesa comiendo un filete en riguroso silencio. Cortándolo, pinchándolo y paladeándolo. Dicho así suena bastante aburrido. Lo extraño es que una escena tan rutinaria, que aparece a los pocos minutos de Caníbal, provoque desasosiego. Se trata de una cuestión de contexto. Antes de observar a este hombre a la mesa, interpretado por Antonio de la Torre, le hemos visto secuestrando a una mujer, matándola y troceándola hasta transformarla en filetes que atiborran su nevera. De ahí el pasmo cuando vemos a De la Torre masticando un filete.

Caníbal,que se estrena hoy tras competir en San Sebastián, renuncia al misterio desde su mismo título. Si fuera una intriga convencional, quizás su director, Manuel Martín Cuenca, hubiera dejado que creyéramos que el sastre era una persona normal... hasta que a mitad de la trama se come a alguien. Pero no. Uno entra en el cine sabiendo a qué atenerse. La paradoja es que el exceso de información no mitiga la inquietud, sino que la incrementa. Sabemos que algo malo va a pasar desde la primera escena, pese a que la película se abre con un plano fijo, aséptico, lejano y nocturno de un coche repostando en una gasolinera solitaria. Y ocurre algo, vaya que si ocurre. Será el único de los dos fogonazos de acción que se permite Martín Cuenca, dos escenas en las que el caníbal sale de caza, meticulosas y con una brillante planificación.

Antonio de la Torre y Manuel Martín Cuenca en el rodaje de 'Caníbal'Unas secuencias secas, bordeando la abstracción, tan bien rodadas que uno no puede evitar pensar qué hubiera ocurrido si Caníbal fuera un thriller, algo así como una versión cañí de El silencio de los corderos filmada bajo las enseñanzas minimalistas de Jean Pierre Melville. Pero no. Porque lo que le interesa a Martín Cuenca es otra cosa; en concreto, ahondar en uno de los temas claves de su filmografía (La flaqueza del bolchevique, La mitad de Óscar): los amores al límite. De la Torre es un caníbal, pero sobre todo es alguien incapaz de amar. Suple sus graves carencias sentimentales... comiéndose a las chicas. Sufre la madre de todas las patologías afectivas. El canibalismo como patología sexual.

El misterio que trata de resolver el director durante la película no es, por tanto, si la policía será capaz de detener al caníbal, sino si el monstruo logrará mantener una relación normal con una mujer. Este apartarse del thriller para centrarse en el amor, reducir la acción para ampliar lo cotidiano, tiene como consecuencia la paulatina disolución de la maldad del caníbal. Tras una sucesión de escenas de abrumadora cotidianeidad -vemos al sastre confeccionando trajes, comiendo pastitas con una señora mayor, asistiendo a los servicios religiosos- empezamos a verle más persona, sensación que se intensifica cuando descubrimos sus graves lastres afectivos.

Sin que el director ofrezca en ningún momento explicación alguna de cómo ha llegado el sastre a transformarse en un caníbal: “No queríamos hacer psicologismo, explicar el origen del mal. Uno no se da cuenta cuando atraviesa la línea entre el bien y el mal. No quería ofrecer respuestas reparadoras al público, sino obligarle a que se pregunte por qué existe un tipo así en la sociedad actual”, contó Martín Cuenca en el festival de San Sebastián.

placeholder Escena de 'Caníbal'

Caníbal, por un lado, renuncia tanto visual como temáticamente a espectacularizar el canibalismo. Por el otro, deja al espectador en la tesitura de identificarse con el monstruo. “No pensé en interpretar a un psicópata, sino a alguien incapaz de empatizar con los demás”, explicó Antonio de la Torre.

La cinta, contada desde el punto de vista del caníbal, es una reflexión sobre la banalidad del mal y su ausencia de remordimientos.

A fuerza de comportarse de manera normal, el caníbal ha dejado de ser consciente de quién es. O la arrolladora fuerza de lo cotidiano para esconder al psicópata que llevamos dentro. Hasta que algo parecido al amor le obliga a desenterrar fugazmente su verdadera identidad y enfrentarse unos segundos a su abismo mental...

Todo en una Granada de provincias, de callejón, sacristía y procesión, que permite al director profundizar en el concepto de canibalismo cañí. La imaginería religiosa tenía que jugar forzosamente un papel, como nos recuerda el director cuando filma una misa en la que resuenan unas palabras que de tanto escucharlas habían perdido su significado literal: ‘Este es el cuerpo y la sangre de Cristo, comed y bebed todos de él’. Amén, diría el caníbal. Oh, cielos, decimos nosotros.

Aviso: Antonio de la Torre tiene muchas papeletas para llevarse este año el Goya al mejor actor. El intérprete, al que en algunas ocasiones hemos visto un tanto desbocado, realiza un ejercicio de contención tal que parece haberse chutado una sobredosis de valeriana. Ni un mal aspaviento ni una mala palabra. Uno se pasa toda la película tratando de imaginar qué se le puede estar pasando por la cabeza a un hombre hermético que sólo es capaz de relacionarse con las mujeres mediante la ingestión. Hielo en las venas, fuego en el cabeza. “Soy muy expresivo en la vida real y cuando empecé a actuar siempre me apoyaba en la palabra. Al interpretar al caníbal traté de estar vivo por dentro, aunque Manolo (Martín Cuenca) me decía todo el rato 'menos es más, menos es más'", aclaró De la Torre.

El problema es que Caníbal, la película, también parece haberse pasado con la valeriana. Empieza tan fuerte que no puede evitar deshincharse ligera e imperceptiblemente según avanza la trama. Como si a fuerza de normalizar al caníbal se fuera adormilando. Tanto el espectador como el caníbal van enfriándose, algo extraño dado el descomunal conflicto que se trae entre manos la película. Puede sonar a chiste dado su trama, pero a Caníbal le falta chicha, carne y un poco de sangre (en las venas) para ser algo más de lo que es.

Antonio de la Torre, por cierto, contestó a la pregunta del millón: “Sí, me sigue gustando la carne. La carne. Mejor en su punto”.

Un plano fijo de un sastre granadino sentado a la mesa comiendo un filete en riguroso silencio. Cortándolo, pinchándolo y paladeándolo. Dicho así suena bastante aburrido. Lo extraño es que una escena tan rutinaria, que aparece a los pocos minutos de Caníbal, provoque desasosiego. Se trata de una cuestión de contexto. Antes de observar a este hombre a la mesa, interpretado por Antonio de la Torre, le hemos visto secuestrando a una mujer, matándola y troceándola hasta transformarla en filetes que atiborran su nevera. De ahí el pasmo cuando vemos a De la Torre masticando un filete.

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