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Cómo acabar de una vez por todas con los talleres de escritura creativa
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Alberto Olmos

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Cómo acabar de una vez por todas con los talleres de escritura creativa

Kenneth Goldsmith revoluciona la enseñanza de las letras con Escritura no-creativa, una manual de vanguardia donde defiende el plagio, la falta de originalidad y la no lectura

Foto: Kenneth Goldsmith
Kenneth Goldsmith

Es el primer día de clase en el taller de escritura no-creativa de Kenneth Goldsmith y el profesor, que seguramente se ha presentado ante sus alumnos vestido de rosa, con botas de lucha libre o tocado con un casco de ciclista, propone el siguiente ejercicio desconcertante: transcribe cinco páginas. Eso es todo.

placeholder 'Escritura no-creativa', de Kenneth Goldsmith (Caja Negra)

Segundo ejercicio: transcribe unos pocos minutos de una grabación cualquiera.

¡Qué chorrada!, exclamarán. ¡Qué poca vergüenza! El cantamañanas de Kenneth Goldsmisth nos la está colando...

No se vengan arriba, que hay mucho que contar.

Se acabó el suplicio

'Escritura no-creativa' (editado por Caja Negra) es un fascinante ensayo sobre los nuevos modos de entender la escritura creativa y la lectura en un tiempo tecnológicamente apabullante. Según Goldsmith, si la pintura se vio abocada a explorar nuevos territorios ante la aparición de la fotografía, la literatura ha de hacer lo mismo después de la llegada de Internet. “El papel del escritor se cuestiona, se expande y se renueva”, afirma nuestro genio.

Si la pintura debió explorar nuevos territorios ante la aparición de la fotografía, la literatura ha de hacer lo mismo tras la llegada de Internet

Kenneth entiende que ya hay suficientes textos interesantes circulando por el mundo y que no es necesario añadir más; basta con modificar los ya existentes. El talento del autor contemporáneo tiene que ver con qué texto elige modificar, y con la naturaleza de su intervención sobre él.

El propio Goldsmith ha publicado varios libros en los que el suplicio tradicional del escritor ante la página en blanco (el miedo a la misma, la falta de inspiración, las dudas sobre un adjetivo, un desenlace o el nombre de un personaje) queda pulverizado. Así, en 'Day' volcó íntegramente un ejemplar de The New York Times. En 'Inquieto' (publicado en español por La Uña Rota), registró maquinalmente todos los movimientos de su cuerpo durante una jornada. En 'Soliloquy' transcribió todas y cada una de las palabras que salieron de su boca durante una semana.

En 'Escritura no-creativa' nos habla de muchos otros libros compuestos de manera similar. Tenemos 'Your country is great', de Ara Shirinyan, donde el autor “toma los nombres de cada uno de los países del mundo, los pone en orden alfabético y googlea la frase “[nombre del país] es increíble”. El libro es un rosario de frases donde Afganistán es increíble, Malí es increíble o España es increíble. En 'Mon catalogue', Claude Closky hace un listado de sus pertenencias y las describe utilizando las palabras del texto promocional con que le vendieron cada una de ellas. Por no hablar de 'First my Motorola', donde Alexandra Nemorov escribe un poema -olé- con las marcas de todas las cosas que toca en el transcurso del día. “Primero mi Motorola / Después mi Frette / Después mi Sonia Rykiel...”

¿Alguien va a leer esta basura?, se preguntarán en casa. Pues no, amigos; estos libros -nos dice Goldsmith- ya no son para leerse, “sino para pensarse”.

Abolengo

El manoseado mito del escritor alcohólico que repasa una y otra vez los libros de Dostoievski buscando consuelo ha muerto. Ahora el escritor es vegano, toma MDMA y sólo tiene como modelos a los artistas conceptuales.

El arte conceptual es, a día de hoy, la influencia más poderosa de la literatura mundial: apropiacionismo, ready-made, objet trouvé, arte povera, Fluxus...

Goldsmith se arrodilla sucesivamente ante Marcel Duchamp, John Cage o Andy Warhol. El escritor moderno no lee, no escribe y no espera que lo leas. Ni siquiera anhela ser considerado un genio, sino sólo “un genio no-original”.

El escritor moderno no lee, no escribe y no espera que lo leas. Ni siquiera anhela ser considerado un genio, sino sólo “un genio no-original”

Dice Warhol: “¿Pero por qué habría yo de ser original? ¿Por qué no puedo ser no-original?”

De hecho, tampoco quieren trabajar mucho. Si Sol LeWitt o Jef Koons no se mancharon las manos construyendo sus propias obras, sino que -a la manera de un arquitecto que no coloca los ladrillos de los edificios que diseña- contrataron a varios artesanos para que las hicieran, un escritor podría encargar a otro la ejecución de sus ideas literarias, que consisten básicamente en acarrear texto pre-existente de un lado a otro, de una superficie no artística al papel que le otorga rango de literatura.

Plagio español

El único pero que podemos ponerle al apasionante libro de Kenneth Goldsmith es que apenas toma en cuenta nada que no esté escrito o producido en los Estados Unidos. Así, es posible que no conozca los 'Poemas plagiados' de Esteban Peicovich. Son “poemas” realizados con frases sueltas oídas en la calle, con anuncios del periódico o con sentencias sacadas de contexto -por ejemplo, la descripción de un plato en el menú de un restaurante-, y son deslumbrantes.

También es improbable que Goldsmith tenga en consideración algunos ensayos escritos en español sobre los mismos asuntos que él trata -mucho mejor, desde luego-, como son 'Narrativas Escrituras nómades', de Belén Gache, 'El libro tachado', de Patricio Pron o 'Postpoesía', de Agustín Fernández Mallo; o que se haya enterado del monumental jaleo que ha montado Pablo Katchadjian con su El Aleph engordado.

Y, desde luego, no esperamos que Kenneth Goldsmith nos dé su opinión sobre la endiablada afición española al plagio. ¿Son Ana Rosa Quintana, Lucía Etxebarria o Camilo José Cela -cada uno con su escándalo por plagio a cuestas- mejores artistas por tomar texto ajeno y firmarlo con su nombre? ¿O qué pensar de Álvaro Bermejo, cuyo nombre en google aparece estos días asociado a más de una polémica en concursos provinciales de relato, polémicas en su mayoría relacionadas con el plagio?

Lo de este último autor parece evidentemente recriminable, pero imaginemos que Álvaro Bermejo no hubiera enviado un cuento de Mujica Láinez a un concurso, ni dos cuentos de otros autores a dos concursos; imaginemos que toda su trayectoria literaria -pongamos, de treinta años- hubiera consistido en ganar concursos de cuento en provincias con relatos originales de Borges, Rulfo, Cortázar, Chejov o Poe. ¿No sería esto, de algún modo, genial? ¿No nos haría reflexionar sobre qué sentido tienen los concursos y qué rigor sus jurados? Incluso: ¿no resultaría conmovedoramente expresivo que 'El aleph' de Jorge Luis Borges fuera el ganador de la XV edición del concurso de cuentos de Torrelodones?

Es el primer día de clase en el taller de escritura no-creativa de Kenneth Goldsmith y el profesor, que seguramente se ha presentado ante sus alumnos vestido de rosa, con botas de lucha libre o tocado con un casco de ciclista, propone el siguiente ejercicio desconcertante: transcribe cinco páginas. Eso es todo.

Libros The New York Times Andy Warhol
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