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Un fotógrafo iluminado en una isla mínima
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ÁLEX CATALÁN "PINTA" la FAVORITa de los goya

Un fotógrafo iluminado en una isla mínima

La luz cuenta. Mientras se transforma imparable, Álex Catalán (El Pobo de Dueñas, Guadalajara, 1968) trata de retener lo que ya ha desaparecido. Debe disolver la

Foto: El director de fotografía Álex Catalán, hombre de confianza de Alberto Rodríguez. (QUIM VIVES)
El director de fotografía Álex Catalán, hombre de confianza de Alberto Rodríguez. (QUIM VIVES)

La luz cuenta. Y tanto. Mientras se transforma imparable, Álex Catalán (El Pobo de Dueñas, Guadalajara, 1968) trata de retener lo que ya ha desaparecido. Debe disolver la luz vibrante en la narración de un thriller policíaco ubicado en las amplias marismas del Guadalquivir. Como una isla mínima infinita. Y decidió hacerlo con una cámara que huye de las filigranas y de las estridencias –sólo se distrae con planos aéreos-, y una luz saturada de calor en los exteriores y tenebrista en los interiores. Andalucía, vamos.

El trabajo del director de fotografía de La isla mínima ha sido reconocido con galardón en el Festival de San Sebastián y podría conseguir estatuilla el próximo sábado, por haber sido uno de los mejores ilusionistas de la temporada. La trayectoria de Catalán le distingue por tratar de atrapar la envoltura en la que vivimos, como una nube de luz en continua transformación, para hacerla caer dentro de su espejo y convertirla en elemento narrativo.

“Sólo veo la luz a través de la cámara. Es una película de crímenes y todo debía estar a la luz casi quemando”, así es como ha potenciado a los asesinos en entornos amigables. Un contraste amenazante, que se traba a la perfección con el espacio sonoro. Tampoco hay rastro de luz de luna en La isla mínima, por la noche sólo vemos gracias a las luces de los faros. No hay efectos sobre la incidencia de la luna en los rostros de los personajes, todo es mucho más cerrado. La receta: “Noches oscuras, interiores en penumbra y exteriores luminosos”.

Esta vez ha eliminado por completo el azul, ha tamizado los verdes. “Nada fresco”, nos detalla. “No era el caso llevar a un estado idílico de vergel la narración”. Evitó que los cielos polarizaran y en postproducción volvió a rebajar el azul hasta hacerlos más claros, como si aquello fuera un fogonazo. El rojo, cuenta, se utilizó en momentos muy concretos, muy saturado, muy llamativo y a brochazos. Como en la escena de la cruz. El color también cuenta. Y tanto. No quería tropezarse con el paisajismo, esa suerte de desmemoria que todo lo engaña con vistas de un mundo sin problemas. Esta película no es una estampita apacible de los años ochenta.

El color de la democracia

Ahí están Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo, Pedro y Juan, los policías que deben descubrir qué ha pasado con dos chicas desaparecidas. “Este país no es democrático, no está acostumbrado. No puedes meterte con un general y esperar que te dé una palmadita en la espalda. Todavía mandan mucho los militares”. Apuran la Transición mientras disparan con unas carabinas en un puesto de feria. Es “la cara B de la Transición”, y nos la cuentan un descreído y un soñador. La nueva democracia se está construyendo, así que debemos verla con el color que le corresponde, el de la “inquietud”.

La conversación viaja hacia las responsabilidades que ha asumido en la creación del entorno, la envoltura. Después de más de 20 películas sabe que los límites de su implicación las marca el director y que entre Alberto Rodríguez y él hay muy pocas barreras de lenguaje. Su amistad y confianza son enriquecedoras y se ha visto en Grupo 7 (2012), After (2009), 7 vírgenes (2005) y El traje (2002). Trabajan juntos las escenas, Alberto le da mucho pie, Álex disfruta participando porque no es un director de fotografía pasivo. “Él es el responsable de lo que ocurre, el qué, y yo participo en el cómo”, aboceta con claridad.

placeholder El director de fotografía Álex Catalán (Quim Vives)

Luz, cámara y color, el cómo de las películas. Si estuviéramos ante un cuadro, si cada fotograma fuera un lienzo, habríamos visto a Rodríguez dibujar, componer, levantar el esqueleto, y a Catalán aplicarle el cuerpo y la vida. Por eso cree que debe ser, por encima de todo, polivalente, para adaptar su estilo a quien haga falta, al cine que toque. Desde Benito Zambrano (La voz dormida, 2011) a Montxo Armendáriz (No tengas miedo, 2011). Es un creador y un técnico, un arte aplicado, así le gusta verse. “Eso sí, trato de ser siempre coherente con la luz. Que la luz no se note mucho, que sea natural y que cuente lo más posible. Ese equilibrio es difícil de lograr, el de contar con la luz y el trabajo de cámara”, dice. La luz cuenta. “Que sea bonita cuando toque y fea cuando deba serlo”.

Atín Aya, el germen

Y todavía no hemos hablado de Atín Aya (1995-2007), el germen de todo esto. El fotógrafo que inspiró muchos años antes del rodaje la concepción de La isla mínima. Conocieron sus fotos en una exposición hace muchos años, acabaron “muy impresionados con el gran formato en blanco y negro”. Les pareció increíble que aquello estuviese a un paso. Ahí mismo.

“Lo que ha quedado de Atín es una inspiración emocional, porque no es una traslación de sus imágenes, más allá de algunos homenajes que hacemos. Pequeños guiños. Pero sobre todo está el espíritu de lo que Atín trataba de transmitir, que creo que es la sensación de tiempo parado. La marisma es un poco así”, explica Catalán. Admira sus retratos, la gente en su entorno. Y es cierto que en algo recuerda a In the American West de Richard Avedon, pero Aya no los aísla.

Eso también lo han incorporado, el paisanaje. El manchego Catalán ha posicionado la cámara, nuestra visión, entre las gentes del pueblo al que llegan los dos protagonistas. Sólo sabemos lo que ellos ven y saben. Nunca hay otros puntos de vista, es un esquema muy simple: “Ellos viendo y lo que ellos ven”. Por eso es una cámara tranquila, que no abruma ni agita al espectador. La historia ya se las apaña. Y la luz acompaña, siempre.

La luz cuenta. Y tanto. Mientras se transforma imparable, Álex Catalán (El Pobo de Dueñas, Guadalajara, 1968) trata de retener lo que ya ha desaparecido. Debe disolver la luz vibrante en la narración de un thriller policíaco ubicado en las amplias marismas del Guadalquivir. Como una isla mínima infinita. Y decidió hacerlo con una cámara que huye de las filigranas y de las estridencias –sólo se distrae con planos aéreos-, y una luz saturada de calor en los exteriores y tenebrista en los interiores. Andalucía, vamos.

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