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Así fue mi primera vez... en los Goya

La 'noche del cine español' vista por los ojos de un novato. Estrellas, euforia, nervios, adrenalina... Así es la otra cara de los premios Goya

Foto: Terele Pávez saluda a Pilar Bardem al recoger su premio
Terele Pávez saluda a Pilar Bardem al recoger su premio

Las primeras veces siempre marcan. El primer amor, la primera decepción o la primera borrachera. Para un cinéfilo existen otras muchas primeras veces: la primera película y la primera gala de los premios Goya, rito de iniciación también para un periodista cultural.

Uno de mis primeros recuerdos de los Goya consiste en Pilar Miró viendo como un novato se llevaba el premio gordo de la noche en 1997. Tenía 12 años y un barbilampiño Alejandro Amenábar se consagraba con Tesis. Por mi mente siempre se pasea Rosa María Sardá vestida de luto al perder su premio, o el cabreo evidente de Antonia San Juan cuando Ana Fernández se llevó el galardón al que optaba por Todo sobre mi madre. Miles de imágenes que cada año vuelven a aparecer antes de que se celebre eso que todos describen como “la gran noche del cine español”.

Para mí era la noche en la que me sentaba junto a mi madre a criticar y comentar todo lo que ocurría en el escenario (un deporte muy español). Una rutina que se ha celebrado hasta este 2014, donde he podido ver desde dentro la cocina de los Goya.

28 edición premios goyaCubrir los Goya. Un reto al que me enfrenté con gran aplomo profesional; es decir, al borde de un ataque de nervios desde varias horas antes. Una sensación que se acrecentó cuando, al llegar, una imponente estatua de Francisco de Goya me miró desafiante. Comenzaba el espectáculo.

Primera parada: la alfombra roja. El centro neurálgico del glamour y el famoseo estaba allí esperándome. Con un metro cuadrado para cada dos, los periodistas nos amontonábamos desplegando nuestros encantos a los encargados de gestionar las entrevistas. Antes de camelar a una estrella del cine tienes que camelar a los que se encargan de que la estrella se acerque a ti.

En cinco minutos los nervios se habían esfumado. Ahí estaba uno de cháchara con Juan Antonio Bayona, Blanca Suárez, Javier Cámara o Belén Rueda, como si fueran amigos de toda la vida. Entre pregunta y pregunta, muchas dudas se agolpaban en mi cabeza:

1) ¿Por qué los vestidos lucen mejor en la tele que en persona?

2) ¿Cómo es posible que los actores sigan mostrando la mejor de sus sonrisas tras contestar a las mismas preguntas 300 veces?

3)¿Cómo se sentirán los nominados a categorías técnicas al verse ignorados por la prensa?

4) ¿Por qué los periodistas siguen preguntando a las estrellas dónde van a colocar el Goya si lo ganan?

5) ¿Fui el único periodista de la gala que siguió la recomendación de vestir traje?

Dos horas después, con la boca más seca que el desierto del Gobi y la espalda crujiente, terminó la alfombra roja. La Academia se encargó de ofrecer un tentempié (cena no se podía llamar) para comenzar el segundo asalto: la ceremonia y las declaraciones de los ganadores.

La habitación por donde pasaban los artistas nada más ser premiados era un hervidero de cámaras, periodistas tecleando y Coca Colas tiradas por el suelo (y por encima de mi americana). Empezó entonces la ley de la selva en busca de un hueco en el paseíllo que recorren los galardonados. Tuve que adaptarme como pude a este amistoso entorno periodístico...

28 edición premios goyaJavier Pereira, con el Goya a actor revelación debajo del brazo, fue el primero en aparecer. Atendió uno por uno a todos los reporteros allí presentes (en los últimos premios de la noche, el cara a cara era una utopía). Le siguieron las más emocionadas de la noche: Natalia de Molina y Terele Pávez.

En esos momentos surge una sensación extraña, y es que los nervios de los galardonados son más grandes que los tuyos, y muchos actúan con tanta naturalidad que parece estar hablando con un amigo cercano. Eso explicaría las lágrimas constantes y el balbuceo de la actriz de Vivir es fácil con los ojos cerrados, o las escasas frases que conseguía articular la mítica Terele Pávez, que se llevó el cabezón tras cinco nominaciones.

Con los últimos premios, el ritmo se volvió frenético y los codazos comenzaron a sobrevolar la habitación para conseguir declaraciones. Menos mal que llegó Javier Cámara, eufórico tras su premio, y consiguió calmar los ánimos tras recibir una calurosa ovación.

28 edición premios goyaA medida que la ceremonia acababa, el cansancio comenzaba a aparecer, y la adrenalina a bajar. Pero todavía quedaban un par de sorpresas. La primera se encontraba sentada en un extremo de la sala de prensa y respondía al nombre de Juan Carrión. El maestro que inspiró la película de David Trueba, que compartió su experiencia conmigo en un encuentro que parecía íntimo pese a la multitud que nos rodeaba. Verle tan feliz porque “una persona tan joven le entrevistara” hizo que el cansancio desapareciera y una sonrisa volviera a mi cara.

Todavía quedaba ponerse a escribir, que para eso estábamos allí. Viaje a la sala de prensa. Eran las dos de la mañana y todavía muchos periodistas aporreaban sus portátiles con ganas de terminar. En ese momento entraron Javier Cámara (primero) y David Trueba (después) y se sentaron con lo que quedaba de prensa para comentar la jugada con calma, sin el frenesí de los premios.

Parecía un café entre amigos que hacía mucho que no se veían. Sin mitificaciones. Una relación profesional. Puede que a partir de ahora comience a ver así los premios del cine español, y nunca más viva la emoción de esta primera vez.

Las primeras veces siempre marcan. El primer amor, la primera decepción o la primera borrachera. Para un cinéfilo existen otras muchas primeras veces: la primera película y la primera gala de los premios Goya, rito de iniciación también para un periodista cultural.

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