Insiste la última película del muy productivo Luca Guadagnino en que la polarización social actual, agotadora, militante y vehemente, impide ver el bosque de matices y contradicciones que hay enfrente. Y alrededor. Y dentro de nosotros mismos. Casi como un acto suicida, el film de Guadagnino se sacrifica como el ejemplo perfecto de su propia tesis: salió vapuleada del último Festival de Venecia; demasiado equidistante para unos, demasiado señoro para otros, demasiado woke -quién sabe- para algún despistado en la sala. El posicionamiento al que obliga la crítica se convierte en Caza de brujas más en una significación nuestra que de la propia película. Y ahí se encuentra la primera victoria de Guadagnino, que consigue demostrar su punto. La ambigüedad se ve como una cobardía, más que como un terreno discursivo. Y todos andamos buscando los deslices de las decisiones, conscientes y subconscientes, para señalar la verdadera naturaleza oculta del autor, prestos a señalar con el dedo.
Tráiler de 'Caza de brujas'
¿Qué haría usted si a su mejor amigo lo acusasen de violación? Esta pregunta podría ser el logline de Caza de brujas, un drama con toques de thriller universitario con el que Guadagnino se mete en el charco de la cancelación, el gran jardín de nuestros días. O el gran campo de batalla, mejor dicho. Las scream queen de los campus universitarios ya no son chavalitas jóvenes que huyen de un asesino en serie, sino profesores y profesoras que huyen de una canceladora en serie.
Es interesante que el título original (After the Hunt), a diferencia del castellano, no remita a la caza en sí, sino al tiempo después, cuando las antorchas han bajado y los ánimos están ya se han templado. Por eso Guadagnino se molesta en rodar una coda final, cinco años después de los hechos alrededor de los que se mueve Caza de brujas, para preguntarse si a los personajes les ha merecido la pena ese intento de destrucción mutua cuando ya están... a otra cosa.
Andrew Garfield y Julia Roberts en un momento de 'Caza de brujas'. (Sony)
Julia Roberts es Alma en Caza de brujas, una profesora de Yale del departamento de Filosofía. Guadagnino retrata muy bien -como siempre- a esa clase intelectual, burguesa y de querencias europeas a la que le gusta disertar, beber -mucho, todo el rato todos llevan una copa de alcohol en la mano- y bordear lo incorrecto. "Que lo correcto no te impida hacer lo justo", espeta uno de los personajes. Alma tiene un marido psiquiatra (maravilloso Michael Stuhlbarg) que la idolatra hasta el punto de la sumisión consciente, vive en un apartamento de inspiración avant garde que probablemente cueste riñón y medio y lucha por un puesto de catedrática en una de las universidades más prestigiosas del mundo. Como compañero de departamento y amigo tiene a Hank (Andrew Gardfield), un tipo de clase trabajadora insumiso con el sistema, al que le ha costado mucho trabajo y cerebro encontrar la grieta que le ha permitido ascender de clase, y un seductor al que le gusta bordear y/o romper las reglas. Y quien también busca conseguir la seguridad económica que ofrece una plaza fija en Yale.
Alumnos y profesores se mezclan en cenas con sobremesa. Todos beben y peroran sobre Hegel, Heidegger o Nietzsche. A los profesores les gratifica ser admirados, reverenciados y colmados sus egos. A los alumnos, ser los elegidos. La admiración y el deseo pueden llegar a confundirse en los cerebros juveniles maleables en una relación de poder simbólico -eso que Bourdieu concretó en hechizo, seducción, carisma- que con el #MeToo cambia: ¿qué significados y percepciones aceptamos como legítimas y naturales? ¿Cuáles ya no? ¿Cuántos de los artistas encumbrados hoy por el canon no soportarían un análisis superficial de su vida personal o sus ideas? ¿Qué pasará cuando haya un cambio de aires político y social, como el que parece que ya estamos viviendo?
Ayo Edebiri es Maggie en 'Caza de brujas'. (Sony)
Este juego de poder se rompe cuando una de las alumnas, Maggie (Ayo Edebiri), denuncia a uno de los profesores por haberla -se sobreentiende- forzado -porque nunca se atreve a concretar el relato-. Y Guadagnino se cómo, ante la incapacidad de conocer fehacientemente si lo que ocurrió en un espacio en el que sólo se encontraban las dos personas es una violación o no, el resto del mundo tendemos a rellenar la hipótesis con nuestros propios prejuicios y nuestra propia agenda personal.
El principal problema de Caza de brujas, por mucha ambigüedad moral que se le achaque a Guadagnino, es, precisamente, la falta de ambigüedad en el retrato del personaje de Maggie; podemos sentir que el director y la guionista Nora Garrett lo han confeccionado con retales de sus antipatías más profundas. Maggie se presenta como una privilegiada de familia multimillonaria -principal benefactora de la Universidad-, que se dibuja a sí misma como una víctima del sistema -por ser mujer, afroamericana, pareja de una persona no binaria-, ignorando sus ventajas de clase. Guadagnino también la retrata como una estudiante mediocre, mientras que sus adversarios son la lucidez despreocupada, desenfadada e innata. Hay un desprecio palpable de los creadores por su personaje. Y ello desfavorece el juego planteado por Guadagnino y Garrett. Tampoco trabaja a favor las decisiones de guión alrededor de la forma en la que Maggie se entera de un secreto del pasado de su profesora favorita, Alma, pero que luego da pie a una reflexión sobre el abuso de poder en las relaciones de admiración profesor-alumna.
Ayo Edibiri y Julia Roberts en 'Caza de brujas'. (Sony)
Más allá del posicionamiento de Guadagnino, que es claro, Cada de brujas es un retrato frenético del comportamiento social en casos de cancelación. De la "espiral del silencio", que teorizó la alemana Elisabeth Noelle-Neumann a finales de los setenta y que habla de cómo adaptamos nuestro comportamiento a la corriente predominante de lo que es aceptable y lo que no. De cómo ciertas clases han adoptado el sufrimiento performático como modelo de identidad -según Guadagnino-, de cómo nos da miedo expresar nuestra opinión para no ser cancelados de rebote, de cómo pretendemos construir un mundo de "aristas redondeadas" para evitar la incomodidad, y de cómo estamos dispuestos a que una sola persona expíe un dolor histórico y sistémico.
Con una fotografía bellísima y llena de detalles, Caza de brujas es una película emparentada con Tár (2022), de Todd Field, pero le falta la sutileza y la elegancia que despliega la película protagonizada por Cate Blanchett. Guadagnino intenta hacer girar el film con un par de revelaciones finales que vuelven a hacer tambalear las hipótesis del espectador, en su intento de hacer partícipe al público de ese juicio moral sobre los protagonistas. Caza de brujas mantiene la tensión continua de la mano de una Julia Roberts metida en un enjambre de decisiones morales boqueando como un pez fuera del agua para sobrevivir. Tanto Garfield como ella se van posicionando en la carrera hacia los Oscar en un Hollywood que ahora se pelea por sobrevivir a la caza de brujas inversa. Del macartismo al #MeToo, usted puede ser el siguiente. Según Guadagnino, claro.
Insiste la última película del muy productivo Luca Guadagnino en que la polarización social actual, agotadora, militante y vehemente, impide ver el bosque de matices y contradicciones que hay enfrente. Y alrededor. Y dentro de nosotros mismos. Casi como un acto suicida, el film de Guadagnino se sacrifica como el ejemplo perfecto de su propia tesis: salió vapuleada del último Festival de Venecia; demasiado equidistante para unos, demasiado señoro para otros, demasiado woke -quién sabe- para algún despistado en la sala. El posicionamiento al que obliga la crítica se convierte en Caza de brujas más en una significación nuestra que de la propia película. Y ahí se encuentra la primera victoria de Guadagnino, que consigue demostrar su punto. La ambigüedad se ve como una cobardía, más que como un terreno discursivo. Y todos andamos buscando los deslices de las decisiones, conscientes y subconscientes, para señalar la verdadera naturaleza oculta del autor, prestos a señalar con el dedo.
Se busca pueblo que quiera cine para salvar el desierto de pantallas Lola García-Ajofrín. BucarestDatos: Ana Somavilla Lena Kyriakidi (EFSYN. Grecia)Federico Caruso (OBCT. Italia)Marta Abbà (Italia)Ștefania Gheorghe (Hotnews. Rumanía)Petr Jedlička (Denik Referendum. República Checa)Maria Delaney (The Journal Investigates. Irlanda)Francesca Barca (Voxeurope. París)