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'Una casa llena de dinamita': manual de instrucciones para cuando el fin del mundo te pille en el váter
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'Una casa llena de dinamita': manual de instrucciones para cuando el fin del mundo te pille en el váter

Tras su paso por Venecia, Kathryn Bigelow estrena en salas españolas este thriller político que descubre los protocolos en caso de un ataque a Estados Unidos con misiles nucleares

Foto: Rebecca Ferguson es la capitana Olivia Walker. (Netflix)
Rebecca Ferguson es la capitana Olivia Walker. (Netflix)

El fin del mundo nos pillará a todos in media res. A las menos afortunadas, embarazadas de seis meses y con proyectos de vida optimistas; a los más, quizás en el váter, con los calzoncillos por los tobillos, como Vincent Vega, el alquiler sin pagar y sin tiempo de pensar en un futuro truncado antes de que sus células se vaporicen por la deflagración. El mundo se mantiene en un frágil equilibrio de desconfianzas, y el botón rojo lo puede apretar cualquiera de los autócratas al mando de las potencias nucleares -no da mucha tranquilidad que empiecen a ser mayoría- o el capitán de un buque lanzamisiles al que su pareja lo acaba de dejar. O una inteligencia artificial extralimitada en sus funciones. O un hacker adolescente, simplemente "for the LOLs" -"por las risas"-, como finiquitaba Sam Levinson su Assassination Nation (2018). Ya no interesa cómo acabará el mundo -lo hemos conjeturado cientos de veces-, sino cómo actuar en ese inicio del fin.

En los últimos años, la ficción prospectiva Hollywoodiense ha pasado de imaginar la amenaza de invasión marciana de Estados Unidos a escenarios políticos harto más probables, como una guerra civil (Civil War, Alex Garland, 2024) o una hecatombe climática (la menos afortunada Dejar el mundo atrás, Sam Esmail, 2023) o una sociedad dominada enteramente por idiotas (Idiocracia, Mike Judge, 2006). Antaño sabíamos que los alienígenas nunca aterrizarían en Murcia, sino en Washington, pero las incertezas de que sea una inteligencia extraterrestre la que acabe con la humanidad parecen cada vez más grandes. Probablemente seamos nosotros mismos los que aceleremos la pirólisis mundial.

Es la cineasta estadounidense Kathryn Bigelow (la primera mujer en ganar el Oscar a Mejor dirección en, ¡atención!, 2010, por En tierra hostil) quien plantea en su último film -que se estrena este fin de semana en salas- esa tesitura ya para nada descabellada en el contexto geopolítico actual: ¿qué pasaría si Estados Unidos sufriese un ataque con misiles nucleares? Mientras edito esta crítica me encuentro con la siguiente noticia del pasado 26 de septiembre: "EEUU dice que China puede destruir todos sus portaviones en solo 20 minutos". Escalofriante.

Si en décadas anteriores la amenaza del Despacho Oval en llamas era un recurso resobeteado por el cine de acción (ejem, Roland Emmerich), Bigelow se lo toma con sobria seriedad en Una casa llena de dinamita, film con el que compitió en el pasado Festival de Venecia. "Hemos construido una casa con paredes llenas de dinamita y nos hemos empeñado en vivir en ella", apuntala uno de sus personajes, apuntando a ese espejismo de serenidad que sólo necesita de una chispa para saltar por los aires.

placeholder Un momento crítico en 'Una casa llena de dinamita'. (Netflix)
Un momento crítico en 'Una casa llena de dinamita'. (Netflix)

Un mismo acontecimiento y diferentes puntos de vista. Esa es la propuesta de Bigelow en su casa llena de dinamita. En su what if -¿qué ocurriría si...?- cinematográfico, la directora toma la perspectiva de varios personajes, desde los especímenes más altos de la cadena trófica del Gobierno estadounidense hasta los puestos más técnicos de los que los ciudadanos rasos no conocemos ni la existencia. En esta película -y al parecer en la vida-, el ciudadano medio, usted y yo, es un NPC -un personaje no jugable- que sobrevive con la inconsciencia de un bebé ajeno a cuestiones mayores que determinarán su vida pero sobre las que no tienen ningún poder de decisión.

El fin del mundo, o el comienzo de la Tercera Guerra Mundial, como prefiera llamarlo, comienza de la manera más anodina posible, con las preocupaciones mundanas que nos igualan a los humanos. Y, de pronto, un triángulo rojo en una pantalla viene a romper una cotidianidad dada por supuesto: un misil de origen desconocido se dirige contra Estados Unidos. Bigelow no quiere echar más leña al fuego y evita achacar el ataque a un país en concreto. A partir de ahí, y en tiempo real y realista, Bigelow desarrolla un thriller político que nos abre las entrañas del poder estadounidense y que nos arrastra en una cuenta atrás desesperada.

placeholder Anthony Ramos es el mayor Daniel González. (Netflix)
Anthony Ramos es el mayor Daniel González. (Netflix)

Hay cineastas interesados en los procesos, como Kelly Reichardt, que dedica tiempo a describir en sus películas cómo se hacen las cosas. Y hay directores que se interesan por los protocolos, como el caso de Kathryn Bigelow, que demuestra una atención particular hacia los reglamentos militares, ya sea la desactivación de una bomba en Irak (En tierra hostil) o la Operación Lanza Neptuno -el asesinato de Osama Bin Laden- (La noche más oscura, 2012) o el sofoco de las revueltas de Detroit de 1967. El cine de Bigelow tiene ese nervio del presente continuo, de la inmediatez, y en Una casa llena de dinamita la tensión se estira con nosotros, como si estuviéramos empotrados en esta cadena de mando en el centro del poder global. Bigelow es, probablemente, el director -en masculino genérico- más milito-testosterónico de todos, quien sabe si por aquello de tener que abrirse paso a codazos en un gremio eminentemente masculino. Son conjeturas, pero no locuras.

Mediante acciones paralelas, la tensión que construye Bigelow es irresistible. Son menos de veinte minutos los tiempos de reacción a un ataque lanzado desde la otra punta del mundo. Y lo que queda claro es que , por mucho protocolo y mucha formación que haya, nadie -muy pocos- está preparado para que lo imposible se haga realidad. Una casa llena de dinamita es una película de pasillos y de teléfonos, de búnkeres y pinganillos, de un mundo desconocido para el común de los mortales a pesar de que sus huellas y sus símbolos -la bandera, los edificios gubernamentales, los obeliscos- aparecen omnipresentes a nuestro alrededor. Es un mundo que intenta permanecer estanco, riguroso y frío, pero quienes trabajan dentro de él son seres humanos, con sus vidas, unas pulsiones y unas emociones que no pueden sino interferir en esos rígidos protocolos teóricos.

placeholder El consejero adjunto de la Seguridad Nacional Jake Baerington (Gabriel Basso). (Netflix)
El consejero adjunto de la Seguridad Nacional Jake Baerington (Gabriel Basso). (Netflix)

Con Bigelow descubrimos qué es el Comando Estratégico de Estados Unidos (STRATCOM), qué es la Agencia Federal de Gestión de Emergencias y cómo una pantalla es el ojo que todo lo ve a nivel de movimientos militares en cualquier parte del mundo. Conocemos a Olivia (siempre magnífica Rebecca Fergusson), una empleada de seguridad de alto rango, al secretario de Defensa (Jared Harris), a generales, admirantes, tenientes, mayores y demás (Tracy Letts, Jason Clarke, Jonah Hauer-King, Anthony Ramos) e, incluso, al presidente de los Estados Unidos (Idris Elba). Seguimos a todos ellos en su toma de decisiones contrarreloj, en su inicial incredulidad y en el lado humano y emotivo que se impone a la frialdad burocrática en los momentos decisivos. Y en esos momentos se ve quién vive un paso por delante y quién reacciona un paso por detrás, y los sesgos que inevitablemente pueden cruzarse en una toma de decisión -represaliar o no- que no puede jamás ser aséptica.

El guión de Noah Oppenheim (El corredor del laberinto, Jackie) es de una precisión y de un control arrollador, dividido en esos tres bloques -cada bloque con sus actos- que confluyen en la gran decisión. Bigelow dirige Una casa llena de dinamita con un pulso de agitación contenida, insistiendo en la humanidad dentro de ese frenesí de códigos, como ese plano que recoge a Olivia sentada de espaldas, evitando que la vean llorar, o la incertidumbre en los ojos de un presidente que no está preparado para definir el porvenir del mundo. Entre tanta bandera y tanta estatuilla de Lincoln, los Estados Unidos que representa Bigelow están llenos de afroamericanos, de latinos y de mujeres en puestos de poder, esa América que niega Pete Hegseth y que algunos tildarán de woke. "It's not insanity, it's reality" -"no es locura, es la realidad"- que repite otro de los personajes.

Una casa llena de dinamita desborda virtuosismo en el guion, en la dirección y en el montaje. Si un pero hay que ponerle, es el reciclaje que ha hecho Volker Bertelmann de la banda sonora, que remite enseguida a Cónclave (2024). Una casa llena de dinamita es muy buen cine para público adulto, es un grandísimo thriller y una película que interesará seguro a los seguidores de El Orden Mundial, una intersección entre el cine autoral y comprometido y el gran entretenimiento, un título que debe entrar en lo mejor del cine político made in Hollywood.

Una casa llena de dinamita llegará a Netflix el 24 de octubre.

El fin del mundo nos pillará a todos in media res. A las menos afortunadas, embarazadas de seis meses y con proyectos de vida optimistas; a los más, quizás en el váter, con los calzoncillos por los tobillos, como Vincent Vega, el alquiler sin pagar y sin tiempo de pensar en un futuro truncado antes de que sus células se vaporicen por la deflagración. El mundo se mantiene en un frágil equilibrio de desconfianzas, y el botón rojo lo puede apretar cualquiera de los autócratas al mando de las potencias nucleares -no da mucha tranquilidad que empiecen a ser mayoría- o el capitán de un buque lanzamisiles al que su pareja lo acaba de dejar. O una inteligencia artificial extralimitada en sus funciones. O un hacker adolescente, simplemente "for the LOLs" -"por las risas"-, como finiquitaba Sam Levinson su Assassination Nation (2018). Ya no interesa cómo acabará el mundo -lo hemos conjeturado cientos de veces-, sino cómo actuar en ese inicio del fin.

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