'Sorda': la película en lengua de signos que suena fuerte para los Goya
La ópera prima de Eva Libertad, protagonizada por su hermana no oyente, se promete como la gran revelación de los próximos Goya
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En medio de todo este ruido, de pronto aparece una película de una honestidad y transparencia que no necesita palabras. O, al menos, palabras habladas. Sólo necesita los ojos de su protagonista, Miriam Garlo, que buscan incansables la conexión con un mundo que se resiste a ser descifrado. Su mundo, con su gente, con los otros, con nosotros. Garlo, actriz no oyente, es quien nos guía a lo largo de Sorda, la ópera prima de la directora murciana Eva Libertad, la única española en la pasada Berlinale. Donde, por cierto, ganó el Premio del público de la sección Panorama. Un antecedente en una temporada en la que ha arrasado también en el Festival de Málaga y que culminará, previsiblemente -y sin bola mágica-, como la gran revelación de este año en los Goya. De Berlinale, no olvidemos, también salieron Verano 1993 (2016), de Carla Simón, Las niñas (2020), de Pilar Palomero, y 20.000 especies de abejas (2023), de Estibaliz Urresola, películas que han marcado el cine de autor español de los últimos años, óperas primas todas, cine universal dirigido por mujeres. Y aquí Libertad apuesta aún más fuerte con una película hablada, en gran parte, en lengua de signos.
La aproximación de Libertad a Sorda minuciosa en los detalles: en un sólo gesto puede condensarse la relación de toda una vida. Sin embargo, sus imágenes hablan sin darse importancia, como si simplemente fuesen, existiesen, nada más. Sorda es el gesto que le dedica la directora a su actriz, Garlo, también su hermana en la vida real, y que se estrena como protagonista de su primer largometraje. Sorda parece su lenguaje compartido, la conexión que otorga una vivencia común particular, fuera de la homogeneidad. Sorda es también ese vínculo entre dos personas que se quieren, una oyente y otra no oyente, que saben lo importante que es lo que muchos -casi todos- damos por hecho. Libertad, que también ha escrito el guión y que amplía el corto homónimo de 2021, que parte de esa idea de determinante arbitrariedad que resulta en que una de ellas sea oyente y la otra no.
La película arranca con el personaje de Ángela (Garlo), que vive junto a la garganta de una montaña que atraviesa como si caminase a través de los conductos auditivos de una orografía alejada del ruido de la ciudad. Ángela vive en contacto con la tierra -es ceramista-, disfrutando de una vida sencilla y pacífica junto a su novio, Héctor (Álvaro Cervantes) y su perro Luka. Ángela nació oyente, hija de padres oyentes, pero perdió la audición por causas desconocidas, aunque en su familia existen antecedentes, por lo que su sordera es congénita. La normalidad de la pareja, sobre todo la de Ángela, se ve interrumpida con la noticia de que esperan su primer bebé. Y tanto a ellos como a todo su entorno les atraviesa la gran duda: ¿será oyente o no?
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Para Ángela el mundo está dividido entre sordos y oyentes. Para el propio mundo también. Y la llegada del bebé exacerba la grieta que separa ambos bandos. La cámara actúa como si fuese la propia Libertad, testigo mudo, quien acompañase a su hermana en las dudas, las conversaciones, los quehaceres diarios en los que Ángela se siente -está- apartada. Quizás en su fuero interno desee que su hija nazca sorda: así pertenecerán al mismo lugar y no les separarán gestos tan decisivos como la primera palabra, la canción favorita o bailar sintiendo las vibraciones extendiéndose por la piel.
Aunque Héctor y Ángela se compenetran, que su condición pase a ser su principal preocupación y la de su entorno empieza a minar las relaciones de Ángela con sus padres, con su pareja, con todo ese mundo oyente que, involuntariamente, o no la tiene en cuenta o la hace sentir incapaz. Ángela también debe replantearse su idea de los apegos y, sobre todo, si ella misma también está dividiendo su mundo en dos. A las visicitudes propias de la maternidad -genial esa conversación de madres en las que las experiencias son diversas y opuestas-, se le suman los obstáculos que tiene que escalar una madre sorda. Pero Libertad habla desde el victimismo, con Ángela como un personaje que se rebela contra las limitaciones.
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Porque es evidente que la sociedad y la empatía está diseñada para lo normativo, lo que queda demostrado en una secuencia tan terrorífica como la del parto de Sorda. En un momento de urgencia, el grupo siempre deja atrás al que no cumple con los estándares. El pánico de Ángela se materializa cuanto se encuentra apartada y desconectada del entorno y de su hija desde el mismísimo momento del nacimiento. Sin poder leer los labios de los médicos, Ángela está totalmente perdida en una situación de emergencia. Y eso es sólo el principio: Ángela se enfrenta al ninguneo y a la conmiseración, pero sobre todo a la constante de que le hagan sentir diferente. Como Héctor, Álvaro Cervantes apoya y escucha con la mirada en el que, probablemente, sea el papel de su carrera (de momento). Ángela, bullente, encerrando todas sus frustraciones en un cuerpo nervioso y esforzado. La naturalidad de su interpretación sólo puede salir de una verdad sin destilar.
Tiene algo Sorda de ese pulso seguro y desnudo de Alauda Ruiz de Azúa. Una invisibilidad del artefacto que se rompe -con gran acierto- cuando la directora decide colocar al espectador en el punto de vista físico de la protagonista. Los personajes aledaños rompen la cuarta pared y se dirigen directamente a nosotros que, a partir de entonces, hemos empezado a escuchar como escucha Ángela, con y sin los audífonos. Un paso más allá de lo que propuso Darius Marder en Sound of Metal (2019). Y es cuando estamos a flor de piel, con todo el mundo de Ángela tambaleándose, con nosotros tambaleándonos, cuando el pequeño gesto de unos dedos diminutos hace que todo, a pesar de todo, cobre sentido.
En medio de todo este ruido, de pronto aparece una película de una honestidad y transparencia que no necesita palabras. O, al menos, palabras habladas. Sólo necesita los ojos de su protagonista, Miriam Garlo, que buscan incansables la conexión con un mundo que se resiste a ser descifrado. Su mundo, con su gente, con los otros, con nosotros. Garlo, actriz no oyente, es quien nos guía a lo largo de Sorda, la ópera prima de la directora murciana Eva Libertad, la única española en la pasada Berlinale. Donde, por cierto, ganó el Premio del público de la sección Panorama. Un antecedente en una temporada en la que ha arrasado también en el Festival de Málaga y que culminará, previsiblemente -y sin bola mágica-, como la gran revelación de este año en los Goya. De Berlinale, no olvidemos, también salieron Verano 1993 (2016), de Carla Simón, Las niñas (2020), de Pilar Palomero, y 20.000 especies de abejas (2023), de Estibaliz Urresola, películas que han marcado el cine de autor español de los últimos años, óperas primas todas, cine universal dirigido por mujeres. Y aquí Libertad apuesta aún más fuerte con una película hablada, en gran parte, en lengua de signos.