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'Los aitas': aquellos padres imperfectos
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'Los aitas': aquellos padres imperfectos

Borja Cobeaga regresa con su comedia más melancólica, una oda a esos padres que lo intentaron hacer lo mejor que supieron

Foto: Quim Gutiérrez, Iñaki Ardanaz y Juan Diego Botto. (BTeam)
Quim Gutiérrez, Iñaki Ardanaz y Juan Diego Botto. (BTeam)

El día que cayó el muro de Berlín, Borja Cobeaga tenía la edad impresionable de doce años. Pocas imágenes condensan tan precisamente la idea de cambio de paradigma como el derrumbe de aquel telón de acero y hormigón ese otoño de 1989. Y Cobeaga, probablemente, sería entonces espectador, nariz pegada a tubo catódico, de aquel fin de siglo adelantado una década. Porque hasta un niño sería consciente de que, después de esas piedras, el mundo no volvería a ser igual. A la Vizcaya de finales de los ochenta nos traslada Cobeaga en su última película, Los aitas, su comedia más melancólica, la menos disparatada, la más intimista. El director y guionista de Pagafantas (2009) y Negociador (2014) -entre muchas otras- vuelve al cine con la mirada en el retrovisor y el objetivo en la paternidad. O, más bien, en la transformación que ha experimentado la figura paterna en estos últimos seis lustros. Los aitas es un comprensivo y cálido abrazo a esos padres que lo hicieron lo mejor que supieron.

Cobeaga, junto a Diego San José, ha sido el gran exponente de la comedia política -y sociológica- vasca. Cirujanos de las idiosincrasias euskaldunas, San José y Cobeaga renovaron el humor identitario con Vaya semanita (2003) en la pantalla catódica y Ocho apellidos vascos (2014), y hace menos de un mes han estrenado en conjunto su ucronía royal, Su majestad, serie en la que la corona española cae sobre la cabeza díscola de la princesa Pilar (Anna Castillo), que debe suceder muy a su pesar a su padre, envuelto en escandalazos financieros.

Después de casi una década dedicado al formato televisivo, Cobeaga vuelve al cine con una película familiar más adulta que infantil y que se une a la estela de comedias de padres en apuros que tantas alegrías ha dado a la taquilla española. Sin embargo, Cobeaga pone esta vez más peso en la emotividad que en el humor, y la explicación aparece en los títulos de crédito, con una dedicatoria a su padre, Juan Felipe Cobeaga, fallecido en 2023, y probablemente motor emocional de esta disección sobre los roles paternos con los que se crió su generación en un País Vasco marcado la reconversión industrial, la desaparición de gran parte de la producción siderúrgica y naval y la altísima tasa de desempleo.

placeholder El equipo de gimnasia rítmica infantil. (BTeam)
El equipo de gimnasia rítmica infantil. (BTeam)

Desempleados son, precisamente, tres de los cuatro protagonistas de Los aitas, interpretados por Quim Gutiérrez, Juan Diego Botto, Mikel Losada e Iñaki Ardanaz. Sus personajes tienen en común, además, a unas hijas que forman parte de un equipo de gimnasia rítmica dirigido por Nina (Laura Weissmahr) una profesora huida de la Alemania Oriental, asentada en Euskadi y determinada a llevar a sus pupilas -entre las que se encuentra Sofía Otero, protagonista de 20.000 especies de abejas- a un campeonato en Berlín Occidental. Con las imágenes reales de la participación de la vallisoletana Silvia Yustos en los Mundiales de gimnasia rítmica de 1989 en Sarajevo arranca este flashback emocional de jerséis estampados y bigotes contraculturales.

Después de que las madres de las niñas pillen una melopea incapacitante con vino peleón el día de arrancar el viaje hasta Berlín, serán los padres quienes, muy a regañadientes, acompañarán al equipo en el autobús hasta la capital alemana. Acostumbrados al papel secundario en la crianza de sus hijas, el viaje sirve para que los padres estrechen los vínculos con ellas, a las que ven prácticamente como alienígenas. "¿Qué sabes de mí?", le pregunta una de las niñas a su padre. Porque el cliché del padre tradicional es el que nunca se interesó por los gustos o aficiones de sus hijas, nunca quiso aprenderse los nombres de las amigas ni el curso al que iban. Ni la fecha de nacimiento, si apuramos. Y, aun así, las llamaban asociaciones de padres, ¡qué descaro!

placeholder Otro momento de 'Los aitas'. (BTeam)
Otro momento de 'Los aitas'. (BTeam)

No es un ejercicio de nostalgia el que propone Cobeaga, que retrata una ciudad en crisis como escenario de esos hombres en crisis que se sienten fracasados en su papel de proveedores. La fábrica de unos ha cerrado y el videoclub del otro es un agujero de deudas. A través de sus cuatro protagonistas, Cobeaga disecciona, por un lado, los roles de género y, por otro, los de clase. Y, sin excusarlos, los comprende. Comprende las carencias heredadas y las fallas comunales de unos hombres incapaces de comunicarse -"hablo para tapar"- y de salirse del papel testimonial dentro del hogar.

El personaje de Óscar (Gutiérrez), se pasa el día en el bar, con la esperanza de que le vuelvan a llamar de la empresa. Su mujer falleció y es su madre la que lleva el mayor peso en la crianza de su hija. Andoni (Losada) no se atreve a contarle a su hija que está en proceso de separación. Néstor (Ardanaz) no soporta que su hijo no responda al estereotipo de masculinidad clásica, mientras que Juanma (Botto), disimula que, desde que perdió el puesto de supervisor en la fábrica, no es capaz de levantarse de la cama.

Pero todavía hay paternidades más tradicionales que la suya y la representa el padre -por cura- Arrupe (Ramón Barea, siempre fiel a Cobeaga), conductor del autobús, que dio clases en su época a algunos de los protagonistas y era conocido por la facilidad con la que sacaba la mano a pasear -"una bofetada a tiempo arregla muchos problemas", defiende- y por -según la leyenda del colegio- haber inventado el kalimotxo en un caluroso día de verano. También es compleja la relación paternofilial de Nina, con un padre al otro lado del muro, al que hace mucho tiempo que no ve y del que no parece guardar un buen recuerdo.

placeholder Aquellos maravillosos chándales. (BTeam)
Aquellos maravillosos chándales. (BTeam)

Coescrita junto a Valentina Viso -colaboradora habitual de Mar Coll y con la que Cobeaga ya trabajó en la serie No me gusta conducir (2022)-, Los aitas incide en ese mundo en transformación en el que esos hombres han empezado a perder las certezas. La caída del muro representa también la desaparición de los viejos valores y la incertidumbre de la nueva realidad a la que se enfrentan los protagonistas, quienes, sin los trabajos que creían para siempre -como incide Juanma- sienten que han perdido su lugar en el mundo y gran parte de su identidad.

Los aítas no es una road movie espídica, no es una comedia de aventuras, sino un viaje introspectivo, de ritmo pausado, de esperas y bocadillos de mortadela. El costumbrismo, que tan bien maneja Cobeaga, aquí lo lleva hasta sus máximos: incluso la ejecución de los números gimnásticos se presenta desnudo de cualquier épica. Y esa cotidianidad, tanto en la puesta en escena -puramente funcional- como en el ritmo narrativo hace que Los aitas no sea una película tan disfrutona como los anteriores trabajos de Cobeaga. El director se centra tanto en las dinámicas entre los hombres que las relaciones paternofiliales pierden peso y no llegan a conmover tanto como la película propone de inicio.

Pero Los aitas gana en la honestidad y el cuidado con el Cobeaga revisa a sus protagonistas, probablemente a su padre e, incluso, a sí mismo. Quizás nos parezcamos, pero ya no somos iguales, y hay que reconocer el camino andado. Esta es, en fin, una historia de padres que intentan entender a sus hijos e hijos que intentan entender a sus padres.

El día que cayó el muro de Berlín, Borja Cobeaga tenía la edad impresionable de doce años. Pocas imágenes condensan tan precisamente la idea de cambio de paradigma como el derrumbe de aquel telón de acero y hormigón ese otoño de 1989. Y Cobeaga, probablemente, sería entonces espectador, nariz pegada a tubo catódico, de aquel fin de siglo adelantado una década. Porque hasta un niño sería consciente de que, después de esas piedras, el mundo no volvería a ser igual. A la Vizcaya de finales de los ochenta nos traslada Cobeaga en su última película, Los aitas, su comedia más melancólica, la menos disparatada, la más intimista. El director y guionista de Pagafantas (2009) y Negociador (2014) -entre muchas otras- vuelve al cine con la mirada en el retrovisor y el objetivo en la paternidad. O, más bien, en la transformación que ha experimentado la figura paterna en estos últimos seis lustros. Los aitas es un comprensivo y cálido abrazo a esos padres que lo hicieron lo mejor que supieron.

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