'Mickey 17': ¡aléjate de Hollywood, Bong Joon-ho! (el fiasco después del Oscar de 'Parásitos')
Bong Joon-ho vuelve a Hollywood después de su Palma de Oro y sus cinco Oscar con una sátira intergaláctica protagonizada por Robert Pattinson
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Cuenta Bong Joon-ho que, tras ganar la Palma de Oro y cinco oscars con Parásitos (2019), le volvieron a llover ofertas para que se mudase a trabajar a Hollywood. Después de que con The Host (2006) se demostrase como un director de blockbusters de autor, los cantos de sirena angelinos le han comido la oreja en un ataque y derribo frente al que el cineasta surcoreano se había mantenido INDIFERENTE hasta que Harvey Weinstein apareció una década atrás en una ecuación de muchos ceros. Dos películas había rodado hasta ahora en Hollywood, Snowpiercer (2014) y Okja (2017), y depués de la experiencia traumática se perjuró no volver a sucumbir a la trampa del ratón y la bola de queso. La sala de montaje de Snowpiercer, contó el propio Bong, fue poco menos que Verdún: Weinstein Manostijeras empeñado en recortarle 25 minutos a la película y Bong atrincherado en el corte -la versión de montaje- del director, que finalmente, después de mucha metralleta dialéctica subida de tono, consiguió. "Fue todo como de comedia negra", contó en una entrevista con la revista Vulture. "Si fuese la película de otra persona e hiciesen un making of de la situación, sería muy divertido. Desafortunadamente, era mi película".
Diez años más tarde, Weinstein toca la armónica en su celda de Rikers Island y Bong estrena su tercera película americana, Mickey 17, después de meses de retrasos -la fecha de estreno inicial era marzo del 2024- y rumorologías varias sobre el corte final. Sin competir en ningún festival importante -lo que ya provocó levantamiento de cejas-, la película se presentó en Berlinale a principios de febrero en una proyección especial fuera de concurso, una puerta lateral para el regreso del director de la primera -y única- película de habla no inglesa en llevarse el Oscar a Mejor película... y otras cuatro estatuillas más.
Mickey 17 no sabe a cangrejo, sino a palitos de cangrejo. Es un sucedáneo de Snowpiercer y Okja, como si Bong hubiese reciclado sus apuntes de primero para la tesis doctoral. El director surcoreano se mantiene fiel, eso sí, a la mirada crítica, política y pesimista que atraviesa cada una de sus películas, en las que las desigualdades sociales provocan los estallidos de violencia, que en Mickey 17 se hacen tan evidentes como en la cinta del tren de las nieves. Bong siempre se posiciona con el débil, al que no convierte en mártir, pero sí en héroe. O antihéroe.
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Arranca Mickey 17 en un mundo postapocalíptico en el que el Estado parece haber desaparecido -o tener mejores cosas que hacer que velar por el bienestar de sus ciudadanos- y en el que una mala decisión empresarial empuja a la mendicidad y la criminalidad a su protagonista, Mickey, un treintañero que después de montar un negocio de macarons con su amigo Timo (Steve Yeoung), su nombre lo dice todo, se encuentra con una deuda que tan sólo puede pagar con algún órgano que no le sobre. La distopia es Estados Unidos en un par de años. También inventa Bong a un político con evidentes similitudes con Donald Trump (Mark Ruffalo), pero que ha perdido dos elecciones seguidas -optimista es un rato, nuestro querido Bong- y pretende colonizar un planeta fuera del Sistema Solar, ya que la Tierra no tiene remedio. ¿O quizás sea Elon Musk el modelo que replica Bong en este politicucho interestelar?
Allí, en el nuevo mundo, el politicastro propone una sociedad de raza superior y pura -es decir, blanca, en sus parámetros- para encabezar un culto pseudorreligioso del que él, ¡quién si no!, pretende ser el líder. Por allí aparecen fervientes seguidores con las famosas gorras rojas que ha puesto de moda el movimiento MAGA y el mercachifles despliega ese bisbiseo fricativo trumpiano que tan bien imita Sebastian Stan en El aprendiz. A Ruffalo lo acompaña una Toni Collette con estética Mar-a-Lago, obsesionada con perfeccionar una receta de salsa. Más o menos ésa es toda la profundidad del personaje de Collette, quien, de vez en cuando, también emite disimuladamente instrucciones al estulto de su marido.
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En esta comedia negra dramática de ciencia ficción -o drama de ciencia ficción con destellos de comedia negra-, el protagonista, Mickey (Robert Pattinson) huye de sus cuitas terrenales en la nave espacial del vendehúmos necio en dirección al planeta Niflheim, donde se enrola en el departamento de los "Prescindibles", un puesto que nadie quiere ocupar porque consiste en experimentar en su propio cuerpo con todos los peligros imaginables que plantea la vida fuera de la Tierra. Como un maniquí para ensayos de colisiones automovilísticas, pero de carne y hueso y espíritu. Cada vez que Mickey muere -debido a una vacuna mal puesta, a un virus en el aire, a la radiación solar-, los investigadores reimprimen su cuerpo y descargan en él su memoria de vidas pasadas para seguir torturándolo con experimentos en pos del bien de la humanidad. Como nunca muere del todo, el resto de la tripulación lo considera insignificante, un desecho sin sentimientos, una boloñesa humana a la que se puede maltratar. La explotación laboral elevada a infinito.
Aquí la crítica política entra en el terreno filosófico. ¿Existen vidas más valiosas que otras? ¿Quién determina la desechabilidad de un ser humano? Planteamiento muy acorde a los tiempos bélicos en los que vive -con más o menos intensidad- el mundo. Tampoco parece halagüeño el contexto posapocalíptico que plantea Mickey 17, con un planeta Tierra en el que las condiciones de supervivencia humana son cada vez más precarias, lo que obliga a la población a la emigración -colonización- intergaláctica. Al llegar a Niflheim, un lugar que dista mucho de ser la tierra prometida, la tripulación se encuentra con una población nativa de gusanoides a la que se proponen exterminar. Otra metáfora poco sutil sobre los imperios colonizadores.
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Bong Joon-ho no consigue que la vitalidad de sus anteriores películas se traslade a sus protagonistas, sobre todo a un Mickey pasivo que, aunque antihéroe, no tiene la determinación de llevar la acción de la película. Aparte de empezar en tiempo pretérito, con un prólogo larguísimo de media hora hasta llegar al presente, los personajes de Mickey miran mucho y hacen poco. Tan solo Nasha (Naomie Ackie) aporta algo de movimiento y descaro a una película naíf, en la que el verbo -las ideas- no acaba de hacerse carne. Ackie interpreta a una agente policial -o algo así- determinada, que tiene mucho sexo prohibido con Mickey y que está dispuesta a cumplir sus fantasías sexuales nada más verlas.
La película se deleita maltratando física y emocionalmente a su protagonista, y sólo coge carrerilla con la aparición de un personaje inesperado que, al menos, da un poco de tensión a una historia que no acaba de cuajar en su reiteración, con personajes que entran y salen y dejan una sensación de relleno, de bosquejos sin rematar. Y la voz en off de Robert Pattinson, omnipresente, acaba como una necesidad para aportar un poco más de reflexión y profundidad.
Porque nos encontramos ante una sátira comiquera, que una fácimente imaginaría de viñeta en viñeta, pero que no acaba de resolver las situaciones que plantea y disimula añadiendo personajes y tramas colaterales, sin amalgamar. La mirada de Bong, a la vez que terriblemente crítica con la sociedad sádica y deshumanizada resultante de la kakistocracia -al revés, más bien-, es también naíf en sus planteamientos y resoluciones, como a camino entre una película infantil de aventuras y una distopía tremendamente derrotista con nuestra especie. Pocas veces más es mejor y Mickey 17 es una muestra más de que el terreno en el que mejor se mueve el surcoreano es en la intimidad, da igual exoplanetaria o suburbial, mientras siga siendo intimidad.
Cuenta Bong Joon-ho que, tras ganar la Palma de Oro y cinco oscars con Parásitos (2019), le volvieron a llover ofertas para que se mudase a trabajar a Hollywood. Después de que con The Host (2006) se demostrase como un director de blockbusters de autor, los cantos de sirena angelinos le han comido la oreja en un ataque y derribo frente al que el cineasta surcoreano se había mantenido INDIFERENTE hasta que Harvey Weinstein apareció una década atrás en una ecuación de muchos ceros. Dos películas había rodado hasta ahora en Hollywood, Snowpiercer (2014) y Okja (2017), y depués de la experiencia traumática se perjuró no volver a sucumbir a la trampa del ratón y la bola de queso. La sala de montaje de Snowpiercer, contó el propio Bong, fue poco menos que Verdún: Weinstein Manostijeras empeñado en recortarle 25 minutos a la película y Bong atrincherado en el corte -la versión de montaje- del director, que finalmente, después de mucha metralleta dialéctica subida de tono, consiguió. "Fue todo como de comedia negra", contó en una entrevista con la revista Vulture. "Si fuese la película de otra persona e hiciesen un making of de la situación, sería muy divertido. Desafortunadamente, era mi película".