'A Complete Unknown': así reventó Bob Dylan la música folk
La película de James Mangold está nominada a 8 premios Oscar, entre ellos el de Mejor actor protagonista para Timothée Chalamet, que se atreve a interpretar él mismo las canciones de Dylan
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No es demasiado entusiasta quien escribe estas líneas de la languidez carrasposa del Premio Nobel Bob Dylan, y quizás por ello la experiencia cinematográfica de A Complete Unknown -título extraído de un verso de su himno Like a Rolling Stone (1965), que no han traducido al castellano como Un completo desconocido- se haya quedado en una templada medianía. También por el clasicismo por el que ha optado James Mangold -que ya batalló lides musicales con el Johnny Cash de En la cuerda floja (2007)- para contar la historia de búsqueda artística constante y ascenso a la fama de una figura tan hija de su tiempo como es Dylan, compositor obsesivo para el que la música alcanza estatus de religión; no hay más que acudir a uno de sus rituales para entender la solemnidad con la que afronta también su representación. En una actualidad atravesada por el cinismo y el derrotismo, duele ver en la pantalla a una juventud idealista y solidaria que hizo de la música folk un instrumento para la empatía, el activismo y la comunión.
Mangold se ha quedado también en aguas intermedias a la hora de afrontar un biopic al desuso, con un conflicto central alrededor de la necesidad de Dylan de innovar, de retarse, de ir más allá, de permanecer en continuo movimiento, que a ratos queda lastrado por las concesiones del director para abrirse a un público más amplio gracias a esa gran historia de amor -en este caso, las grandes historias de amor- que hace el cine más morbosamente interesante. Aunque hay que reconocer la perspicacia de poner a Joan Baez (Monica Barbaro) y Dylan (Timothée Chalamet) a cantar It Ain't Me, Baby de Cash frente a una tercera en discordia, la ficticia Sylvie Russo (Elle Fanning), llenando de contexto la letra de esta canción de ruptura. Russo está basada en Suze Rotolo, novia de Dulan entre 1961 y 1964 y que aparece en la portada del disco The Freewheelin' Bob Dylan (1963).
A Complete Unknown, nominada a ocho premios Oscar, ha acusado su templanza en un año de películas mucho más osadas y apenas ha sonado más allá de la categoría de Mejor actor para un Timothée Chalamet que se mimetiza totalmente con la figura de Dylan, reproduciendo no sólo su gestualidad, su mirada, sus expresiones, sino también su voz, en un ejercicio interpretativo que coloca al actor entre los grandes, probablemente el más grande de su generación. Chalamet acompaña la transición a estrella del chico inseguro y pobretón que llega a la gran ciudad a rendir tributo a su admirado Woody Guthrie (Scott McNairy) -autor de This Land is My Land-, desahuciado y enfermo, y que gracias a la ayuda de Pete Seeger (Edward Norton, irreconocible) consigue meter cabeza en la escena folk.
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Nadie diría que Edward Norton sea el mismo de American History X (1998) y El club de la lucha (1999). Norton modela un Seeger entrañable, modesto y de maneras suaves, un hombre comprometido con la música y su comunidad, que actúa como cicerone del joven Dylan y como guardián de las esencias del folk, unas esencias que Dylan acabará cuestionando en su incansable búsqueda de la innovación, del experimento. Porque el clímax de A Complete Unknown tiene lugar en el Festival de Folk de Newport de 1965, cuando Dylan se echa encima a toda la escena al introducir -¡oh, sacrilegio!- una guitarra eléctrica en su recién estrenada Like a Rolling Stone y tocar acompañado por una banda de rock 'n' roll. Dylan, la gran esperanza de la renovación folk, un género que ya entonces estaba algo demodé y que revivía gracias su carácter, carisma y genio, les había traicionado. Lo abuchearon hasta la afonía. "Judas", le bautizaron. Tenía 24 años y ya sabía lo que era subir y bajar. Precisamente, A Complete Unknown nace como adaptación del libro
Porque la película parece terminar a mitad, cuando Dylan ya ha conseguido ser un músico popular. Chimpún, fin, créditos, aplausos. O no. Porque cuando se está en la cima sólo quedan dos opciones: bajar rodando o ascender al olimpo. Precisamente es en la decisión de "traicionar" todo aquello por lo que era reconocido y lo que se esperaba de él, Dylan es hoy uno de los músicos vivos fundamentales para entender la cultura del siglo XX. El melómano dylaniano disfruta, además, de la evolución musical del protagonista con una lista de momentos musicales que van desde Mr Tambourine Man hasta Song to Woodie, pasando por Blowin' in the Wind o The Times are Changin'. Y todas interpretadas por los propios actores en una demostración de talento e intrepidez.
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Poderosa es también la interpretación de Monica Barbaro de Joan Baez. De una fuerza tranquila pero segura, una sensualidad natural, Barbaro consigue igualar en magnetismo a una superestrella como Chalamet. Su Joan Baez es independiente, descarada y con una madurez y una solidez que contrastan con la volubilidad juvenil de un Dylan que no es capaz de serle fiel ni a su música. Es interesante el retrato no demasiado favorecedor del Dylan recién llegado a una fama que casi todo el tiempo detesta, pero a través de la cual también se deja querer -o admirar, más bien-.
Las gafas de sol como barrera protectora frente a un nuevo orden de flashes y botellas caras de champán, para el chico que llegó con calcetines roídos y una canción en la boca. Tampoco le favorece la luz con la que Mangold retrata su relación con Sylvia, una joven intelectual y feminista que ve cómo cada éxito de su pareja es un metro más de distancia entre ellos. Elle Fanning está infrautilizada en un papel pequeño, pero que ella consigue llevar más allá de una novia plañidera y celosa. Por allí aparece también Johnny Cash (Boyd Holbrook) como contrapunto a la autoconsciencia de Dylan: todo lo que hace Cash es para divertirse.
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Lástima que Mangold no haya querido imbuirse de la exploración dylaniana con una película demasiado convencional, demasiado predecible, demasiado atenta a los aplausos del público y con pocas ganas de transgredir, de hacer lo prohibido, de incendiar con algo más de electricidad la pantalla.
No es demasiado entusiasta quien escribe estas líneas de la languidez carrasposa del Premio Nobel Bob Dylan, y quizás por ello la experiencia cinematográfica de A Complete Unknown -título extraído de un verso de su himno Like a Rolling Stone (1965), que no han traducido al castellano como Un completo desconocido- se haya quedado en una templada medianía. También por el clasicismo por el que ha optado James Mangold -que ya batalló lides musicales con el Johnny Cash de En la cuerda floja (2007)- para contar la historia de búsqueda artística constante y ascenso a la fama de una figura tan hija de su tiempo como es Dylan, compositor obsesivo para el que la música alcanza estatus de religión; no hay más que acudir a uno de sus rituales para entender la solemnidad con la que afronta también su representación. En una actualidad atravesada por el cinismo y el derrotismo, duele ver en la pantalla a una juventud idealista y solidaria que hizo de la música folk un instrumento para la empatía, el activismo y la comunión.