'Aún estoy aquí': Las dictaduras son malas, ¿no lo sabías?
La candidata al Oscar a mejor película de habla no inglesa encandila incomprensiblemente a críticos y cinéfilos
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Me ha sorprendido la simpleza de Aún estoy aquí, la película de Walter Salles que tiene encandilada a la crítica. La cinta es básicamente su tema y, fuera del tema, hay poco cine que comentar. El tema es la dictadura militar en Brasil, iniciada con un golpe de estado en 1964 y que Aún estoy aquí retrata desde 1971. Viendo la película, uno comprende que las dictaduras son malas, que los militares llegados al poder se convierten en monstruos y que la tortura contra los disidentes es espantosa. Sin embargo, debemos preguntarnos si la gente no sabe todo esto antes de ver una película. Quizá los espectadores con menos de quince años no lo saben.
No entiendo este cine lineal y lectivo, plomizamente escolar. Walter Salles se hizo famoso en los años 90 con Estación central de Brasil (“ganó 55 premios internacionales y fue nominada al oscar”, leemos en la Wikipedia), que vimos entre una película nueva de Ken Loach y otra película nueva de Ken Loach, por lo que nos parecía un Ken Loach aproximativo y brasileiro, para luego, Salles, ir desvaneciéndose con su filmografía inconstante y errática. Ha vuelto a dirigir un largo después de más de diez años. Imdb le pone un 8,8.
La costumbre cultural nos dice que si haces una película (y también un libro) sobre un tema sangrante, doloroso o tremebundo, por lo general, harás siempre una obra maestra. Hay, de primeras, una suerte de suspensión del juicio, de entrega completa en la recepción de la obra. Todos estamos contra las dictaduras (por poner este caso), así que una película que nos da la razón en algo, por lo demás, de Perogrullo, suele satisfacernos. Por otro lado, pesa el prejuicio de que si no te gusta una película que condena el racismo, eres racista; y si te parece mala una novela que condena a Franco, eres franquista. Etcétera. Diríamos que hay pocas posibilidades de hacer una película con las mejores intenciones y que alguien diga que es una bazofia.
Si haces una película sobre un tema sangrante, doloroso o tremebundo, por lo general, harás siempre una obra maestra
Sin embargo, bajo un prisma racional y mínimamente culto, uno puede hacer malas películas sobre cualquier asunto.
Aún estoy aquí, en fin, revive lances vistos cientos de veces en cientos de películas sobre periodos dictatoriales en América del Sur. Por ejemplo, hay 52 películas sobre la dictadura militar en Chile; entre ellas, la famosa Desaparecido (1982). También muy conocida es La noche de los lápices (1986), sobre la dictadura militar argentina (en Filmin se listan 26 títulos con esta etiqueta). Y tenemos, por acabar, la extraordinaria The act of killing (2012), sobre matanzas de ciudadanos considerados comunistas en la Indonesia de los años 60.
Aún estoy aquí no aporta nada a esta filmografía escalofriante, salvo la novedad de retratar esta vez una dictadura militar de la que los espectadores podemos tener poca información, como es la que sufrió Brasil. Su caligrafía narrativa resulta muy obvia, casi sonrojante. En un interminable prólogo, vemos a una familia feliz; felicísima. Durante más de media hora, padre, madre y creo que tres o cuatro hijos, todos alegres y dichosos, disfrutan de mañanas en la playa, comidas amorosas, electrodomésticos de última generación (una cámara de vídeo) y la cultura planetaria más puntera (vinilos, libros). Ayuda a su felicidad contar con criada. Por ello, me ha hecho gracia leer por ahí que la película retrata “una familia normal del Brasil de la época”. Hombre, no sé yo si tan normal.
Me ha hecho gracia leer por ahí que la película retrata "una familia normal del Brasil de la época". Hombre, no sé yo si tan normal
El prólogo persigue de manera demasiada evidente generar el mayor contraste posible con la represión que ocupará el resto del filme. Éramos tan felices. Cuando esa represión llega (detienen al padre y, durante varios días, también a la madre), uno ya no siente el menor interés por los personajes. La familia, en ese proemio pasteurizado, ha quedado reducida a un cliché, y las maneras cinematográficas y la textura técnica de la cinta no superan, sinceramente, las de cualquier capítulo más o menos correcto de Cuéntame. Como tuve ocasión de asistir al pase de prensa, retiraba la vista de la pantalla cada diez minutos para mirar a los críticos que hoy les contarán lo extraordinaria que es Aún estoy aquí. Los miraba y me preguntaba: ¿cómo os puede gustar esto? Con la pregunta en mente, abandoné la sala a la hora y diez minutos.
Antes, por aburrimiento, empecé a pensar en la criada de la cinta. Es una criada que gusta mucho en el cine latinoamericano. Es, de hecho, la misma criada que aparece en Roma (2018), de Alfonso Cuarón. La criada, en Aún estoy aquí o en Roma, no existe, no tiene alma, no tiene vida, y por eso, en todos los planos, sale preocupada únicamente por la familia a la que sirve. Sería interesante, pensé, seguir a esa criada hasta su casa, y ver su vida verdadera. Sería también interesante que la criada odiara a sus amos, y disfrutara en secreto de la desgracia que les ha caído encima (la detención del padre). Pero Aún estoy aquí es tan simple que no va más allá de criadas sumisas y dolientes que carecen de la menor personalidad.
Cuando aparece la policía, la familia los trata como si fueran criados.
Aún estoy aquí opta al oscar a mejor película de habla no inglesa junto a La semilla de la higuera sagrada, lo que no deja de ser muy oportuno. Abordan prácticamente el mismo asunto. Les invito a compararlas. La película iraní es fascinante, compleja, novedosa, está a años luz de la propuesta brasileña.
Me ha sorprendido la simpleza de Aún estoy aquí, la película de Walter Salles que tiene encandilada a la crítica. La cinta es básicamente su tema y, fuera del tema, hay poco cine que comentar. El tema es la dictadura militar en Brasil, iniciada con un golpe de estado en 1964 y que Aún estoy aquí retrata desde 1971. Viendo la película, uno comprende que las dictaduras son malas, que los militares llegados al poder se convierten en monstruos y que la tortura contra los disidentes es espantosa. Sin embargo, debemos preguntarnos si la gente no sabe todo esto antes de ver una película. Quizá los espectadores con menos de quince años no lo saben.