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'María Callas': una serie de catastróficas desdichas en la vida de una diva
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'María Callas': una serie de catastróficas desdichas en la vida de una diva

Pablo Larraín completa su trilogía de mujeres quebradas con un retrato de la soprano, interpretada por Angelina Jolie, que no logra traspasar la imagen pública de la diva decadente

Foto: Angelina Jolie interpreta a Maria Callas en el biopic de Pablo Larraín. (Diamond)
Angelina Jolie interpreta a Maria Callas en el biopic de Pablo Larraín. (Diamond)

Existe una palabra bellísima en alemán, Schadenfreude, que refiere al sentimiento de placer por el sufrimiento, la infelicidad o la humillación del otro. Existe también un mercado al alza de la Schadenfreude sobre el que se sustenta el mundo del corazón -roto-, la reconciliación del ser humano con su mediocridad formando parte del público del circo romano de las celebridades, sus desamoríos y sus blísteres de Lexatin. La trilogía de mujeres quebradas -Jackie Kennedy, Diana Spencer y Maria Callas- de Pablo Larraín apelan sobre todo a la empatía con iconos femeninos -y de la moda- cuyas biografías estuvieron marcadas por figuras -y traiciones- masculinas que las llevaron a la más absoluta de las infelicidades, pero también parecen apelar al Schadenfreude de los espectadores resumiendo sus vidas en una serie de catastróficas desdichas larga y penosa, difícil de digerir. Pobre niña rica. O no.

A pesar del drama, de tanto drama, en Maria Callas su director transmite la emoción de una enumeración, por mucho que los ojos de Angelina Jolie conecten directamente con los de la soprano, que transmiten una pena honda. Quizás, quién sabe, en un futuro otra actriz interprete a Jolie en un biopic que vuelva a explicar que el reverso de las portadas de las revistas suele esconder vidas reales, desengaños y traumas. Pero no como si fuese un cronograma de una vida: aquí mi madre me vendió a los nazis, aquí conocí a Aristoteles Onassis -el vínculo amoroso que unió, o más bien desunió, a Jackie (2017) y a Maria- y aquí me llegó la hora. Fin. Volviendo a Larraín, en Maria Callas propone a una protagonista cuasi fantasmal que vaga por las calles de París y por el propio relato de su vida.

Quizás es esa languidez permanente y la insistencia en las cuestiones formales -como los saltos de color y blanco y negro, y de formato de 8mm a16mm y 35mm- lo que desactiva la unión emocional con la protagonista, o los manierismos de la propia Jolie más preocupada por la ejecución de la fonomímica o por los andares rígidos y la dicción encorsetada de Callas, que de acercar su lado humano. Incluso ese primer primerísimo plano en el que Jolie pretende hacernos creer que de su boca mana la voz poderosa de Maria Callas rompe la magia: en ningún momento dejamos de ver a la actriz fingiendo cantar. Pero enseguida se redime con esa fragilidad que transmiten sus ojos en los silencios.

placeholder Angelina Jolie cierra el tríptico 'larrainesco' de divas con el corazón roto. (Diamond)
Angelina Jolie cierra el tríptico 'larrainesco' de divas con el corazón roto. (Diamond)

En su vuelta a la interpretación cuatro años después del despropósito marveliano que fue Eternals (2021), su último trabajo delante de la cámara, Jolie se ha entregado a un personaje gracias al que, desde el estreno de la película en el Festival de Venecia, pensaba volver a una carrera por el Oscar que, finalmente, ha quedado frustrada. Tan sólo la fotografía de Edward Lachman ha conseguido la nominación, aunque la verdadera excelencia la consigue el diseño de producción de Guy Hendrix Dyas y esos espacios suntuosos y abigarrados, llenos de texturas y patrones, que acrecentan la soledad de la protagonista.

Quizás, Maria Callas debería haber sido una película muda. Porque, aunque la poesía de los diálogos del guionista Steve Knight se entienden en el contexto de la altura artística del personaje, también se le resta humanidad y le suma redundancia explicativa a la película, que insiste en marcar sus temáticas con frases como "viene el doctor a explicarle cuál es la diferencia entre la verdad y la fantasía", probablemente escrita con más pericia, eso sí. Como comodín, un poco pueril al gusto de quien firma esto, para verbalizar los deseos y las frustraciones de su protagonista Larraín utiliza el recurso de enfrentarla a un supuesto equipo de televisión que le da pie a hablar de su vida.

placeholder Pierfrancesco Favino y Alba Rohrwacher en los papeles de mayordomo y ama de llaves. (Diamond)
Pierfrancesco Favino y Alba Rohrwacher en los papeles de mayordomo y ama de llaves. (Diamond)

Arranca la película en 1977, en el día de la muerte prematura -a los 53 años- de Maria Callas: con la tragedia desvelada, ahora nos queda saber cómo llegamos a ella. Encontramos a la soprano en su piso parisino -acompañada por sus sirvientes, interpretados por Pierfrancesco Favino y Alba Rohrwacher-, incapaz de volver a actuar en público y aquejada de una frágil salud física y mental. A través de saltos en el tiempo y de escuetas pinceladas de las relaciones con sus familiares, amigos y amantes, el director chileno intenta explicar cómo una de las artistas más importantes de su época -los 60 y los 70 fueron el picacho de su fama- sobrevivió a una vida personal cosida a puñaladas.

"¿Cómo prefiere que me dirija a usted, como Maria o como La Callas?", es la pregunta que le hace no un periodista, sino que ella misma se hace, para resumir su vida. Una dicotomía en la que Larraín persevera desde la primera escena, cuando interpreta el aria Casta Diva en camisón y con el pelo recién despegado de la almohada frente a su ama de llaves mientras esta le da la vuelta a la tortilla. Creo recordar -aunque pudiera ser esto un añadido de la imaginación-, que el personaje de Jolie sale de la cama ya con los tacones puestos, como respuesta directa a dicha pregunta: Maria jamás, ni cuando dormía, pudo separarse de La Callas.

placeholder Angelina Jolie se pasea lánguida por las calles de París. (Diamond)
Angelina Jolie se pasea lánguida por las calles de París. (Diamond)

Es otro momento, cuando Aristoteles Onassis invita a Callas al dormitorio de su habitación y le enseña una obra de arte robada, cuando quizás el retrato que de Callas han hecho Knight y Larraín cobre algo más de sentido que una sucesión de sucesos, valga la redundancia, en la vida de la soprano. Todos los que rodean a Callas la miran exclusivamente como una pieza de arte, como resume la fotografía que abre esta crítica, en la que Jolie parece una muñeca de porcelana china. Pero es que, por mucho que lo hayan intentado, ni el guionista ni el director han conseguido traspasar el ojo de gato y el postizo, ni presentar algo más allá de una diva en decadencia perseguida por antiguos fantasmas y por su propio ego. Por mucho que hayan titulado la película como Maria -en su título internacional- el retrato final sigue siendo el de La Callas.

Existe una palabra bellísima en alemán, Schadenfreude, que refiere al sentimiento de placer por el sufrimiento, la infelicidad o la humillación del otro. Existe también un mercado al alza de la Schadenfreude sobre el que se sustenta el mundo del corazón -roto-, la reconciliación del ser humano con su mediocridad formando parte del público del circo romano de las celebridades, sus desamoríos y sus blísteres de Lexatin. La trilogía de mujeres quebradas -Jackie Kennedy, Diana Spencer y Maria Callas- de Pablo Larraín apelan sobre todo a la empatía con iconos femeninos -y de la moda- cuyas biografías estuvieron marcadas por figuras -y traiciones- masculinas que las llevaron a la más absoluta de las infelicidades, pero también parecen apelar al Schadenfreude de los espectadores resumiendo sus vidas en una serie de catastróficas desdichas larga y penosa, difícil de digerir. Pobre niña rica. O no.

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