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'A Different Man': enamorarse de un hombre deforme
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'A Different Man': enamorarse de un hombre deforme

Sebastian Stan, Adam Pearson y Renate Reinsve protagonizan una película amorfa llena de personalidad

Foto: Sebastian Stan con y sin maquillaje en 'A Different Man'. (Vértigo)
Sebastian Stan con y sin maquillaje en 'A Different Man'. (Vértigo)

Vuelven los fines de semana de saturación de estrenos con una cartelera en la que se apiñan títulos oscarizables quemándose a lo bonzo por una micra de nuestra atención. Entre los trece títulos que llegan nuevos este viernes a la pantalla, dos son unas extrañas disidencias que sólo por su riesgo y personalidad deberían encontrar mucho más espacio del que la industria y nosotros, el público, estamos dispuestos a conceder. Una es la española Fin de fiesta, de Elena Manrique, una comedia negra negrísima sobre una aristócrata andaluza (gran diva, Sonia Barba, en uno de los personajazos del año) que acoge -¿o secuestra?- a un inmigrante senegalés. El descaro y la acidez la entroncan, de alguna forma, con la otra, A Different Man, de Aaron Schimberg, y con esa raza de películas terroristas que se crecen cuanto más incomodan al espectador, en vez de acariciarle el lomo.

Como el reverso retorcido -y mucho más honesto- de La sustancia de Coralie Fargeat, la última película del estadounidense Aaron Schimberg, estrenada en Sundance, ganadora de Globo de Oro a Mejor interpretación masculina para Sebastian Stan y nominada a un Oscar a Mejor maquillaje para Mike Marino, llega por otros medios a la misma conclusión que el film protagonizado por Demi Moore: la vanidad sólo produce monstruos. Si en La sustancia teníamos a dos mujeres -quienes, en realidad, eran una- luchando por mantenerse jóvenes y exitosas en la industria del entretenimiento, en A Different Man tenemos a dos hombres unidos por una enfermedad -la neurofibromatosis que deforma su rostro- y una obra de teatro, y en la que el primero entiende que, por mucho que uno cambie por fuera, la transformación interior no responde al golpe de bisturí. Como quien se implanta pelo y descubre que los folículos pilosos no dan la felicidad, el protagonista de A Different Man, Edward (Stan) aprende que, paradójicamente, una cara bonita puede acabar empujándole a una espiral de obsesión narcisista, inseguridad y miseria.

En su primer largometraje, Go Down Death (2014), Schimberg ya enfrentó la mirada del espectador a la deformidad -y a las mutilaciones- en un ejercicio experimental heredero de la Cabeza borradora (1977) de David Lynch. En el segundo, Chained for Life (2018), Schimberg volvió a reflexionar sobre la dificultad humana de traspasar la apariencia externa para conectar emocionalmente a partir de la historia de una actriz joven y guapa (Jess Weixler) y su coprotagonista desfigurado, interpretado por Adam Pearson (Under The Skin, 2013), un actor que sufre de neurofibromatosis en la vida real y al que recupera para este tercer largo, ya integrado en una producción industrial con ambición de llegar al gran público.

Como comedia negra dramática, A Different Man lo tiene todo. Tiene un humor trágico que se queda pegado a las tripas y provoca remordimientos de conciencia. Tiene una historia de amor imposible. Tiene un deje, incluso, de terror psicológico y obsesivo. Un descenso a los infiernos de la mente. Contiene momentos de ternura envueltos en una paradoja existencialista que nos lleva, como especie, a la insatisfacción y la infelicidad. El pulso narrativo de Schimberg entremezcla la desolación cómica de Todd Solondz -pero mucho más rebajada, acorde a los tiempos- con la paranoia vital de Charlie Kaufmann y la autoflagelación woodyallenesca en un cóctel a la vez familiar y extraño, divertido y triste, sugerente y explícito.

placeholder Renate Reinsve es Ingrid en la última película de Aaron Schimberg. (Vértigo)
Renate Reinsve es Ingrid en la última película de Aaron Schimberg. (Vértigo)

Arranca A Different Man en la vida de Edward (Sebastian Stan bajo capas y capas de látex), un actor con una enfermedad que le provoca tumores en el rostro. Vive en un Nueva York en el que casi nadie se mira ya a los ojos y en el que la agresividad y la indiferencia se reparten democráticamente. Su último trabajo ha sido en un vídeo empresarial que insta a los empleados a no mostrar su repulsa ante compañeros con apariencias fuera del canon. El punto álgido de su carrera.

Resignado a una existencia rutinaria, frustrada y solitaria en la diferencia -y a que todo parezca salirle mal-, la llegada de una nueva vecina al edificio, Ingrid (Renate Reinsve, La peor persona del mundo, que también ha tenido un año espectacular con Los muertos y La tutoría), le hace por fin sentir una conexión emocional con alguien. Ingrid, dramaturga, no trata a Edward como un freak deforme, sino como a un igual. Enamorado, Edward aspira a no sólo ser tratado como un igual, sino a serlo. Y comienza también a fantasear alrededor de una relación amorosa inexistente y basada en unas expectativas ilusorias. Por ello, cuando le ofrecen someterse a un tratamiento experimental para eliminar los tumores de su rostro, Edward no duda, convencido de que con el fin de las deformaciones desaparecerán también todos los obstáculos hacia la felicidad.

Con los rasgos apolíneos de Sebastian Stan (ya libre de su máscara de látex) y una nueva vida como agente inmobiliario bajo la identidad de Guy (un juego de palabras entre el nombre de pila y un sustantivo para referirse genéricamente a un tipo), el antiguo Edward prueba las mieles, ya no de la normalidad, sino de la belleza y el triunfo social excepcionales. Con su nueva identidad y apariencia, Edward tiene que enfrentarse a un desajuste en su forma de relacionarse con el mundo, ya que el mundo no lo trata de la misma manera que antes ni él se trata igual a sí mismo.

placeholder Adam Pearson en 'A Different Man'. (Vértigo)
Adam Pearson en 'A Different Man'. (Vértigo)

En medio de ese sucedáneo de felicidad, Guy se encuentra fortuitamente con su antigua vecina, que prepara en el off de Broadway una obra teatral basada en su amistad y decide presentarse para interpretar el papel de sí mismo. Como competidor -por el papel y por el amor de Ingrid- aparece Oswald (Adam Pearson), un espontáneo que acude a los ensayos y que padece la misma enfermedad de la que aquejaba a Edward, pero quien parece mucho más feliz, carismático, seguro de sí mismo y más cerca de conseguir el éxito y a la chica. Un espejo en el que Guy proyecta sus mayores defectos e inseguridades. A Different Man cuestiona la sinécdoque del contenedor por el contenido, de la apariencia por la persona.

Lo que en la primera mitad de la película podría resumirse como una comedia dramática, en la segunda mitad entra en el terreno de la pesadilla, incluso del thriller psicológico. Alejándose cada vez más de un naturalismo que nunca fue -la puesta en escena, el arte, la iluminación, el vestuario, ya proponen una sublimación expresiva-, A Different Man se ensombrece en paralelo a su protagonista. La transformación también pasa por una primera mitad emocional, pegada a los personajes, a una segunda parte más cerebral, más teórica, en la que los personajes pierden frente a la idea. Este arco formal y conceptual, que es el más proclive a la irritación del espectador, también es el que eleva la osadía de la película y la que frustra las expectativas sembradas en el inicio. Que la película se rompa, se explore y se equivoque también es una virtud en la década del algoritmo. Y la irritación en una emoción tan válida como la alegría o la pena.

placeholder Sebastian Stan en uno de sus años más exitosos de su carrera. (Vértigo)
Sebastian Stan en uno de sus años más exitosos de su carrera. (Vértigo)

También es interesante el andamiaje metaficcional sobre la identidad y la representación: Sebastian Stan, uno de los actores más atractivos de Hollywood -y cuyo 2024 ha sido uno de los años más importantes de su carrera, con el reconocimiento también a su papel como Donald Trump en El aprendiz-, se mide frente a la cámara y sumergido en maquillaje a un actor como Pearson, que padece realmente la enfermedad que él "juega" a padecer. A su vez, el personaje de Pearson interpreta al de Stan en la obra teatral diegética, dentro de la película. Con humor afilado, el propio director se cuestiona la potestad de tratar la enfermedad desde la distancia, sin padecerla, sin poder identificarse totalmente con ella. Pero también reta al espectador respecto a sus presunciones y su condescendencia en nuestra relación con, de nuevo, la enfermedad y la diferencia. Y la mirada hacia Pearson también muta a lo largo de A Different Man, porque una vez el ojo se acostumbra a la anomalía la normaliza, y cuanto más se deja influir por el carisma tanto del actor como del personaje, el espectador cae en ese proceso de enamoramiento que empieza por la empatía. Enamorarse de A Different Man es enamorarse de la diferencia.

A Different Man divaga, se pierde y vuelve al redil, muta tonalmente, es ingeniosa y se pasa de ingeniosa, pero, sobre todo, es una película que, como sus personajes deformes, cuestiona el canon e intenta salirse de él. Igual que la belleza está en los ojos del que mira, la apreciación de la personalidad de A Different Man depende de la predisposición a abrazar una película que busca la confrontación más que la complacencia. Benditas imperfecciones, benditos tumores fílmicos en este tiempo obsesionado con las narices clónicas made in Dorsia.

Vuelven los fines de semana de saturación de estrenos con una cartelera en la que se apiñan títulos oscarizables quemándose a lo bonzo por una micra de nuestra atención. Entre los trece títulos que llegan nuevos este viernes a la pantalla, dos son unas extrañas disidencias que sólo por su riesgo y personalidad deberían encontrar mucho más espacio del que la industria y nosotros, el público, estamos dispuestos a conceder. Una es la española Fin de fiesta, de Elena Manrique, una comedia negra negrísima sobre una aristócrata andaluza (gran diva, Sonia Barba, en uno de los personajazos del año) que acoge -¿o secuestra?- a un inmigrante senegalés. El descaro y la acidez la entroncan, de alguna forma, con la otra, A Different Man, de Aaron Schimberg, y con esa raza de películas terroristas que se crecen cuanto más incomodan al espectador, en vez de acariciarle el lomo.

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