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'La semilla de la higuera sagrada': De jueces psicópatas y chicas valientes
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'La semilla de la higuera sagrada': De jueces psicópatas y chicas valientes

Presentada como retrato del Irán más convulso, la cinta señala cualquier sistema erigido sobre la religión y el fanatismo. Acaba de ser nominada a los Oscar y me parece una de las mejores películas de habla no inglesa de los últimos meses

Foto: 'La semilla de la higuera sagrada'.
'La semilla de la higuera sagrada'.

Los que tenemos un trauma con el cine iraní nos lo vamos quitando poco a poco. El cine iraní se significó en los años 90 como un cine francés que aburriría a los propios franceses. En las películas de Abbas Kiarostami, veíamos gente y coches recorrer los caminos, y esa era verdaderamente toda la película: muchos caminos. Los títulos, además, eran lorquianos, A través de los olivos, El sabor de las cerezas, El viento nos llevará. Cada nueva película iraní era una obra maestra lentísima. De aquel aburrimiento cinematográfico aún nos quedan secuelas, como muy pocas ganas de visitar Irán.

De Kiarostami, Makhmalbaf y la hija de Makhmalbaf (Samira), tomó el relevo Asghar Farhadi, que cambió los caminos por casas con las paredes sin pintar. En general, diríamos que en Irán hay pocos albañiles, escasez de llanas y paletas o unos directores de cine que no aman a su país. Seguro que en Irán premios Goya no hay.

En general, diríamos que en Irán hay pocos albañiles, escasez de llanas y paletas o unos directores de cine que no aman a su país

Ahora se estrena en España La semilla de la higuera sagrada, de casi tres horas de duración. Sólo por el título y el minutaje, me dije, ¡ya está aquí/ el cine iraní! Me fui a ver esta película como un ejercicio de nostalgia. Quería caminos, coches destartalados, persa por los altavoces y la compañía en la sala de cuatro frikis traumatizados.

Admirablemente, se lograron todos los objetivos.

La semilla de la higuera sagrada, aunque dirigida por el iraní Mohammad Rasoulof (los nombres de estos directores son, a nuestros ojos, tan complicados que suenan todos igual), representa a Alemania en los Oscar. Acaba de ser nominada y puedo decir que me parece una de las mejores películas de habla no inglesa de los últimos meses.

placeholder  Una escena de 'La semilla de la higuera sagrada'.
Una escena de 'La semilla de la higuera sagrada'.

En principio, tenemos la esperada quietud y parsimonia del cine iraní. Sin embargo, cada quince minutos pasa algo, extremadamente dramático. La película nos sitúa en el Teherán de 2022-2023, durante las protestas estudiantiles (mayormente de mujeres) contra las opresiva autoridad teocrática. Hay que aclarar cuanto antes que la película no es buena por retratar unas protestas heroicas, contarnos un trozo de la historia de Irán o situarse del lado de las víctimas. La película es buena porque resulta fascinante incluso desde nuestra total ignorancia (que doy por hecho) de la historia de Irán.

Tenemos a una familia de clase media llena de aspiraciones. El padre acaba de ser nombrado juez y, si lo hace bien, ascenderá y recibirá una vivienda pública con tres habitaciones. El juez y su mujer tienen dos hijas, y quieren un dormitorio para cada una de ellas. La madre también sueña con comprar un lavavajillas.

La película es buena porque resulta fascinante incluso desde nuestra total ignorancia (que doy por hecho) de la historia de Irán

Sin embargo, nada más acceder al cargo, estallan las protestas, y el juez se ve obligado a juzgar o encaminar hacia la perdición a cientos de personas cada día, cuyos casos apenas puede estudiar durante cinco minutos. La primera sentencia de muerte es la más difícil. Luego el juez le coge el gusto, porque Dios está de su parte.

La película presenta la psicosis burocrática que se deriva de una justicia amparada en la divinidad. El juez acaba creyéndose sus propias salvajadas, y las de todo el sistema, que está refrendado por el Islam. La prensa progresista es tan pánfila que ha calificado esta película como “un drama político contra el patriarcado iraní”. En Irán todavía no han llegado al patriarcado; están en ello. Además, si alguien anima al juez a mover la mano que firma sentencias de muerte es su esposa. Quiere un lavavajillas.

Sólo las hijas (la juventud) resiste la psicosis oficialista. “La televisión miente”, se dicen, mientras comparten vídeos difundidos por las redes sociales. El gobierno corta internet, censura esas redes, contraataca con informativos manipulados. No siempre piensas en Irán cuando ves La semilla de la higuera sagrada. Piensas en unos cuantos países más.

La cinta sorprende constantemente. Hay lirismo, violencia casi gore, esos mismos vídeos (reales) de policías agrediendo a estudiantes, costumbrismo y tensión propia del thriller. La traición y la delación son constantes, todos pueden ser denunciados y detenidos. Los interrogatorios son medievales. El juez vive fuera de sí temiendo un atentado.

Lo único excesivo en la cinta es la gastronomía. Se pasan el día cocinando. Esta cesión al folclore propia del cine no occidental me molesta siempre. Parecen decirse: “Mostrémoles lo que comemos aquí y cómo lo cocinamos, que les gusta mucho verlo en Madrid o Nueva York”. Salen como cinco tipos de pan iraní.

La semilla de la higuera sagrada tiene mucho de 1984, y puede interpretarse como una fábula sobre la autoridad excesiva, sobre la adhesión a esa autoridad por intereses puramente económicos y sobre la heroicidad del sentido común. Yo no veo sólo una crítica a Irán, sino a todos esos gobiernos del mundo donde quien manda se cree divinamente infalible, totalmente impune.

Los que tenemos un trauma con el cine iraní nos lo vamos quitando poco a poco. El cine iraní se significó en los años 90 como un cine francés que aburriría a los propios franceses. En las películas de Abbas Kiarostami, veíamos gente y coches recorrer los caminos, y esa era verdaderamente toda la película: muchos caminos. Los títulos, además, eran lorquianos, A través de los olivos, El sabor de las cerezas, El viento nos llevará. Cada nueva película iraní era una obra maestra lentísima. De aquel aburrimiento cinematográfico aún nos quedan secuelas, como muy pocas ganas de visitar Irán.

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