'Queer': los hombres decadentes también se enamoran
Obviando las estupideces del guion, la película merece la pena si quieres conocer la historia de un hombre decadente (alter ego de Burroughs) y un joven confundido
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Se hace extraño, por mucho que uno tenga todas las bolas en el billar y sepa distinguir realidad y ficción, ver al mujeriego Bond, James Bond, besándose con un hombre. Aun así, la anormalidad dura solo diez minutos, pues Craig ha hecho bien su trabajo y sabe convencerte de que ya no es 007, sino el viejo Lee. De hecho, quizá sus besos sean lo único realmente convincente de todo
Siempre ha habido un pequeño problemilla con William S. Burroughs: su inadaptabilidad al cine. Quien conozca al chalado a la par que brillante escritor, quizá uno de los narradores más inspiradores de toda la generación beat – sé que no le hacía demasiada gracia que lo enrolaran en las filas de ese grupito, pero me va a perdonar porque ahora el vivo soy yo –, sabrá que su obra, desde su metódica
Ya sea por sus tramas fugaces – por no decir que inexistentes –, sus personajes caóticos o sus giros surrealistas, pocos directores se habían atrevido a aterrizar en un guion las fantasías sexuales y cocainómanas del beat menos beat de todos, sin embargo, parece que Luca Guadagnino ha decapitado el temor – o respeto – que los cineastas sentían por su obra.
El director italiano, autor de la magistral Call Me By Your Name, ha vuelto a las salitas de los cines con la adaptación de la mítica novela beat, coprotagonizada esta vez por Daniel Craig, intérprete de James Bond durante cinco entregas de la legendaria saga, y el no tan conocido Drew Starkey.
Pocos directores se habían atrevido a aterrizar en un guion las fantasías sexuales y cocainómanas del beat menos beat de todos
Craig es en este caso el viejo Lee, un decadente y politoxicómano fugitivo estadounidense que, encarnando el alter ego del propio Burroughs, vive rodeado de alcohol, sexo rápido y cocaína en la México D.F de los años cincuenta.
Allí, este fugitivo de pistola en cinto, pues presume de llevar siempre un revolver bien a la vista, se refugia de su condición de heroinómano metiéndose todavía más heroína y coqueteando con chicos exclusivamente más jóvenes que él, pues, parece, su posición es demasiado elevada como para intimar con los hombres de su edad, a quienes ve solo como amigos.
El personaje de Craig no es ningún santo, pues si buen muestra los primeros coletazos de una generación que se caracterizaría por abanderar la libertad sexual y el amor libre, no deja de ser un tipo solitario, obsesivo y con tendencias a relacionarse desde la superioridad con todos sus amantes varones – hay una escena, por ejemplo, donde Lee está a punto de pagar a un chaval que ha tenido relaciones sexuales con él por iniciativa propia, lo que me recuerda un poco a algún que otro episodio del caso Íñigo Errejón, no me preguntéis por qué –.
La cosa es que este cincuentón decadente, cínico, descreído, yonqui y prófugo se enamora visceralmente del jovencísimo Eugene Allerton (Drew Starkey), un expatriado en México DF, también estadounidense, con el que comienza a tener una peculiar relación amorosa: mientras que para Lee toda esta historia es la bala final de la pasión, quizá la última oportunidad de conseguir algo que no sea un encuentro rapidísimo en un hotel rojo donde te cobren de más por poner una toalla limpia sobre las sábanas húmedas, para Starkey, joven inexperto que aún sobrevive en la habitación de un piso de estudiantes, es el despertar de una orientación sexual que ni siquiera sabría definir.
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Y es que ese es el quid verdadero de la película: el despertar dubitativo de Starkey. Aunque se nos venda como importante para la historia la obsesión de Lee por encontrar una droga que le dé el don de la telepatía – Burroughs y sus fumadas históricas, ya sabéis cómo es –, lo que de verdad embellece las más de dos horas de película es ver cómo el viejo se pelea contra sus adicciones, su obsesión por relacionarse con la gente desde un escalafón de poder y su malintencionada soledad mientras el joven, todavía dejándose llevar por la atracción que le despiertan las mujeres, trata de descubrir cuál es realmente su orientación sexual. Y la descubre, no os penséis: su orientación es que no le gustan las etiquetas.
– No soy queer – le dirá Stakey a Lee –. Soy incorpóreo.
Aun así, pese a todas las buenas intenciones del guion y la brutal interpretación de Craig, la película decae muchísimo según van pasando los minutos. Primero, porque el director intenta jugar en la división mental del autor del libro, el surrealismo, y pierde por no ser capaz de imitar con imágenes esas líneas alocadas y carentes de sentido que los beats tejían en sus interminables párrafos. Y segundo, porque se flipa.
Pese a todas las buenas intenciones del guion y la brutal interpretación de Craig, la película decae muchísimo según van pasando los minutos
Se flipa porque ya en los últimos treinta minutos de película, los más pesados con diferencia, comienza a meter referencias que no mencionaré aquí – por aquello de los spoilers – que son imposibles de pillar ya no solo habiéndote leído el libro original, sino incluso conociendo a fondo la vida de su autor. A Guadagnino se le va la mano con eso de la pimienta referencial y se inventa un desenlace para la historia que si ya es difícil de entender en el libro – pues se publicó sin que Burroughs puliera bien el manuscrito–, en la sala de cine se torna incomprensible.
Aun así, obviando las estupideces del guion, la película merece la pena si quieres conocer la historia de un hombre decadente y un joven confundido. También puedes echarle un ojo, amigo nostálgico, si lo que quieres es rememorar aquellas historias beat que olían a bourbon de garrafón y sonaban a jazz precario.
Se hace extraño, por mucho que uno tenga todas las bolas en el billar y sepa distinguir realidad y ficción, ver al mujeriego Bond, James Bond, besándose con un hombre. Aun así, la anormalidad dura solo diez minutos, pues Craig ha hecho bien su trabajo y sabe convencerte de que ya no es 007, sino el viejo Lee. De hecho, quizá sus besos sean lo único realmente convincente de todo