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'Nosferatu': un homenaje fan hiperesteticista a un vampiro nudista
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'Nosferatu': un homenaje fan hiperesteticista a un vampiro nudista

Robert Eggers se enfrenta al mito del chupasangres con una película más preocupada de epatar en la forma que de renovar el fondo

Foto: Lily-Rose Depp es Ellen Hutter en la última versión de 'Nosferatu'. (Universal)
Lily-Rose Depp es Ellen Hutter en la última versión de 'Nosferatu'. (Universal)

Si algo tiene Drácula, de Bram Stocker, de Francis Ford Coppola es una incontinencia genuina, barroca, operística e impúdica, un derroche de imaginación en el que lo plástico acompaña a una visión telenovelesca del mito del "nosferatu", el "no muerto", el "portador de la enfermedad". El "strigoi" de la tradición rumana. Ese Gary Oldman ataviado con una armadura que emula las fibras musculares, esa escena en la que el conde Drácula, transformado en hombre lobo, viola a Lucy Westenra, esos movimientos de personajes -y de cámara- afectados y teatrales y, sobre todo, aquel cardado desproporcionado en forma de corazón para una propuesta de sangre cálida y de amor fou imposible. Tres décadas después y con Coppola igual de enloquecido que entonces, Robert Eggers, el cineasta mainstream de la oscuridad y el paganismo, se embarca en la que dice su obra "más personal", Nosferatu (2024), más de un siglo después del Nosferatu (1922) de Murnau y casi cuarenta y cinco años más joven que el Nosferatu (1979) de Werner Herzog. Quizás es el exceso de reverencia ante una película sagrada para el cineasta -intentó levantarla después de La bruja (2015), su primer éxito como director -antes fue director de producción, de ahí el empeño estético- lo que hace que su Nosferatu sea tan convencional en su esencia.

El Nosferatu de Eggers no posee ni la locura de Coppola ni el misterio de Munau ni la turbación de Herzog. Más allá del tono azul que satura la mayor parte de sus fotogramas, el Nosferatu del siglo XXI es frío como un cadáver, desalmado como la cája torácica de un pollo asado. La película de Eggers parece el trabajo de un fan demasiado preocupado por el encuadre y por convertir el icono del gótíco victoriano en una película de aventuras, con un tramo central en el que podría aparecer sin desentone Harrison Ford disfrazado de Indiana Jones.

Eggers arranca con una falsa promesa: planos oníricos sugerentes y sedosos que elevan en solitario una puesta en escena demasiado constreñida, demasiado consciente de sí misma, sin un grado de margen para que dentro del plano ocurra la magia. Quizás se deba al exceso de efectos creados por ordenador, que no dejan espacio a la improvisación, al arrebato. O quizás sea el carácter del propio cineasta añadido a un proyecto en el que el error supone la muerte, sobre todo tras el traspié de El hombre del norte (2022), que no llegó a cubrir con la recaudación mundial ni su presupuesto. Sólo quienes han trabajado al otro lado del charco saben cual es el pacto mefistotélico por el que tantos autores acaban entregando su libertad por un lugar al lado del maestro, como ese Renfield devoto que encomienda su vida a su amo, aunque para ello acabe comiendo ratas.

placeholder Willem Dafoe es Albin Eberhart von Franz. (Universal)
Willem Dafoe es Albin Eberhart von Franz. (Universal)

La trama arranca en una ciudad portuaria ficticia de la Alemania de primera mitad del siglo XIX llamada Wisborg. Como en la novela de Bram Stoker, un joven ambicioso (Nicolas Hoult en el papel de Thomas Hutter) debe viajar a Transilvania por una cuestión de burocracia inmobiliaria: un conde "excéntrico" al que los lugareños rumanos temen quiere comprar una propiedad semiabandonada en dicha ciudad alemana. Y ese noble al que apenas vemos entre las sombras responde al nombre de Orlok (interpretado por Bill Skarsgård), convertido en un fantoche de prosa y acento risible e hijo de un diseño de personajes heredero de los muppets, -aunque, al menos, Eggers ha optado por un conde bastante nudista-. Skarsgård se esfuerza por otorgarle dignidad a su personaje, pero son las sombras y los claroscuros los que mejor lo arropan.

Mientras Hutter emprende el viaje a Rumanía, su joven esposa, Ellen (Lily Rose-Depp), con la que acaba de casarse recientemente y con la que todavía no tiene descendencia, comienza a sufrir episodios febriles de sonambulismo en los que predice la llegada de un mal y el infortunio de su marido. El giro más modernizante que aporta Eggers al clásico es su punto de vista sobre la sexualidad de su personaje femenino, pero, cuando intenta subvertir los roles de salvador y salvado de la narrativa tradicional, acaba sucumbiendo al sacrificio fácil como única manera de aportar tridimensionalidad a una protagonista que, básicamente, pasa la mayor parte del metraje encamada a causa de las migrañas y los delirios.

placeholder Otro momento de 'Nosferatu' de Robert Eggers. (Universal)
Otro momento de 'Nosferatu' de Robert Eggers. (Universal)

El catalizador del tono aventuresco llega de la mano de Willem Dafoe en el personaje del intelectual cazavampiros Von Franz, un estudioso de la psicología apartado de la academia por sus ideas heterodoxas que acaba apoderándose del papel de Van Helsing, estaca y bidón de gasolina en mano. Dafoe actúa también como alivio cómico en un Nosferatu que abandera el psicologismo para criticar los roles tradicionales femeninos en la sociedad decimonónica y en la que el vampiro se convierte casi en la materialización de las frustraciones sexuales de la protagonista. El siglo XIX es el de la eclosión de la psicología y el psicoanálisis, siempre desde una perspectiva masculaina, en la que cualquier afección mental femenina acababa diagnosticándose como histeria o envidia de falo.

Porque el conde Orlok es, a su vez, el ascua que enciende los deseos más íntimos de Ellen Hutter y el objeto de su repulsión. Porque es el único que parece entenderla en el fondo, mientras los hombres de bien de su entorno o la temen o la compadecen. Depp es la única intérprete cuya actuación se mueve en el registro lánguido y atormentado que exige la historia, que muchas veces se deja llevar por un grotesco involuntario rayano casi en la parodia. Hoult -pluriempleado en este 2024: le hemos visto también en Jurado número 2, de Clint Eastwood, y en The Order, de Justin Kurzel- no consigue sobreponerse al papel de comparsa y Dafoe parece haberse infiltrado desde otra película.

placeholder El interés de Eggers por 'Nosferatu' parece dar prioridad a la plástica frente a la narración. (Universal)
El interés de Eggers por 'Nosferatu' parece dar prioridad a la plástica frente a la narración. (Universal)

Eso sí, muy a pesar de lo convencional y predecible de su historia, Nosferatu es un autético placer para los sentidos. Una tras otra, asistimos a postales situadas en el limbo entre lo bello y lo pesadillesco, entre lo demoníaco y lo sublime, con lo que, al final, sólo queda dejarse engullir por unas imágenes paridas para fabricar -o prefabricar- los sueños.

Si algo tiene Drácula, de Bram Stocker, de Francis Ford Coppola es una incontinencia genuina, barroca, operística e impúdica, un derroche de imaginación en el que lo plástico acompaña a una visión telenovelesca del mito del "nosferatu", el "no muerto", el "portador de la enfermedad". El "strigoi" de la tradición rumana. Ese Gary Oldman ataviado con una armadura que emula las fibras musculares, esa escena en la que el conde Drácula, transformado en hombre lobo, viola a Lucy Westenra, esos movimientos de personajes -y de cámara- afectados y teatrales y, sobre todo, aquel cardado desproporcionado en forma de corazón para una propuesta de sangre cálida y de amor fou imposible. Tres décadas después y con Coppola igual de enloquecido que entonces, Robert Eggers, el cineasta mainstream de la oscuridad y el paganismo, se embarca en la que dice su obra "más personal", Nosferatu (2024), más de un siglo después del Nosferatu (1922) de Murnau y casi cuarenta y cinco años más joven que el Nosferatu (1979) de Werner Herzog. Quizás es el exceso de reverencia ante una película sagrada para el cineasta -intentó levantarla después de La bruja (2015), su primer éxito como director -antes fue director de producción, de ahí el empeño estético- lo que hace que su Nosferatu sea tan convencional en su esencia.

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