'Volveréis': yo quiero vivir en una película de Jonás Trueba
Premiada en la Quincena de Cineastas del Festival de Cannes, el último trabajo del director que mejor ha retratado el Madrid bohemio es una deliciosa película bucle llena de antirromanticismo
Si hay un adjetivo que define el cine de Jonás Trueba es la palabra "familiar". Familiar porque en sus películas se rodea de su familia, la natural y la elegida, desde sus actores fetiche, Vito Sanz y Francesco Carril, que lo han acompañado desde Los ilusos (2014), a sus actrices fetiche, Aura Garrido, Itsaso Arana e Isabelle Stoffel. También por la fidelidad de/a sus colaboradores, como el director de fotografía Santiago Racaj, el director de arte Miguel Ángel Rebollo, la montadora Laura Velasco y la diseñadora de vestuario Laura Renau. Porque siempre da un papel con enjundia a algún amigo no actor -a su padre, Fernando Trueba, al montador Miguel Ángel Trudu-. Porque siempre retrata un Madrid cercano, reconocible, acogedor y porque se centra en conflictos con los que usted y yo podemos empatizar de primera mano, alejados de la épica o, más bien, con la épica doméstica del día a día, de lo extraordinario dentro de lo ordinario. Las películas de Jonás Trueba son como una manta suave en el sofá, hogareñas, sencillas -que no simples- y hospitalarias. Hay películas en las que nadie querría vivir -Lars von Trier, por ejemplo- y películas en las que una viviría para siempre. Y estas son las de Jonás Trueba.
Volveréis es la comedia más asequible para el gran público de la filmografía de Trueba. Una historia en la que el juego formal no se impone a una historia romántica convencional con sus extravagancias. Una pareja decide separarse después de quince años de convivencia. Y para ahorrarse dramatismos, indecisiones e indeterminaciones, planean celebrar una fiesta de separación, "como una boda, pero al revés", una idea sacada del padre de ella, un intelectual bohemio burgués al que interpreta Fernando Trueba. Así de somera es la trama.
Lo interesante radica en cómo se enfrenta cada miembro de la pareja a la idea de la ruptura, a la proximidad de la fecha del ritual que sellará su historia de amor, que convertirá la ruptura en algo real e irreversible. Mientras tratan de convencer a los demás, contando en alto la idea de una fiesta "que es como una boda, pero al revés", intentan también convencerse a sí mismos, forzándose a cumplir la promesa pregonada, a pesar de que todo el mundo les advierte de que volverán. "Volveréis", es la reacción de todo su entorno, la que da título al filme.
Ganadora del premio a Mejor película europea de la Quincena de Cineastas del último Festival de Cannes, Volveréis también es un juego autorreferencial en el que la película se va construyendo a sí misma a medida que avanza el metraje. Su protagonista, Ale (Itsaso Arana), es una directora de cine en pleno montaje de su película. Y Álex (Vito Sanz) es también el actor protagonista de esa película dentro de la película que a su vez dialoga con la historia de (des)amor de la trama principal, pero también con la realidad extracinematográfica -o extradiegética-, desembocando en una celebración de la relación osmótica entre el cine y la vida, entre la ficción y la realidad. La película también muta a medida que se construye y, por eso, el guion lo cofirman Sanz y Arana junto a Trueba. "Es una buena idea para una película, no para la vida real", comenta uno de los personajes.
Y es en esa idea de estructura construida en espiral, a parir del bucle "es como una boda, pero al revés", en el costumbrismo de lo contado y el naturalismo de la puesta en escena donde radica la esencia de Volveréis. La vida real muy pocas veces discurre en línea recta y hacia una meta clara; la vida se parece más al Día de la marmota, una misma repetición con ligeras variaciones que nadie sabe cómo acabar. En ese bucle también intentan convencerse ellos mismos de que ellos están bien, de que todo va bien, de que nada es tan dramático, de que ha sido de muto acuerdo, de que no es el fin del mundo. Pero cuanto más lo dicen, menos convencidos suenan. Y empiezan a aparecer esas grietas en un discurso que responde más a su deseo que a una realidad.
La película rezuma sinceridad, como si en cada escena se deshiciesen de la estructura y se dejasen llevar por la improvisación. Quizá haya quien perciba este retrato de urbanitas cuarentones de profesiones liberales como una marcianada fuera de la realidad, pero los personajes de Jonás Trueba se encuentran íntimamente anclados en una generación, en un momento y en un lugar muy reconocible para sus congéneres.
Volveréis se permite incluso un análisis crítico de sí misma, cuando uno de los personajes secundarios, al que pone cuerpo Jon Viar, enumera los defectos de esta "película circular" y de sus protagonistas, consciente de la distancia que pueden crear en el público menos cinéfilo un tipo de cine tan anclado en el cine de la nouvelle vague como en referencias literarias que no duda en explicitar dentro del propio filme. Incluso uno de los personajes intenta predecir el futuro de la pareja con un tarot de Bergman, especialista en parejas desavenidas.
La película también rezuma sinceridad en su análisis de las relaciones de pareja, que el cine ha retratado casi exclusivamente en su faceta más explosiva y expresiva, de ese desgaste apático inherente a cualquier matrimonio. Sin embargo, Volveréis no se deja llevar por el desánimo ni lo acomodaticio, se resiste a la idea del melodramatismo como único modelo válido de amor, y plantea la belleza de las pequeñas convergencias, del reconocerse en el otro.
Volveréis es una comedia, sí, pero con un punto melancólico a ratos, ácido a otros. Pero, sobre todo, es familia, un feliz reencuentro con esos personajes, lugares e historias que construyen a cada película la cosmovisión del universo Trueba. Y un abrazo reconfortante que nos dice que todo va a ir bien.
Si hay un adjetivo que define el cine de Jonás Trueba es la palabra "familiar". Familiar porque en sus películas se rodea de su familia, la natural y la elegida, desde sus actores fetiche, Vito Sanz y Francesco Carril, que lo han acompañado desde Los ilusos (2014), a sus actrices fetiche, Aura Garrido, Itsaso Arana e Isabelle Stoffel. También por la fidelidad de/a sus colaboradores, como el director de fotografía Santiago Racaj, el director de arte Miguel Ángel Rebollo, la montadora Laura Velasco y la diseñadora de vestuario Laura Renau. Porque siempre da un papel con enjundia a algún amigo no actor -a su padre, Fernando Trueba, al montador Miguel Ángel Trudu-. Porque siempre retrata un Madrid cercano, reconocible, acogedor y porque se centra en conflictos con los que usted y yo podemos empatizar de primera mano, alejados de la épica o, más bien, con la épica doméstica del día a día, de lo extraordinario dentro de lo ordinario. Las películas de Jonás Trueba son como una manta suave en el sofá, hogareñas, sencillas -que no simples- y hospitalarias. Hay películas en las que nadie querría vivir -Lars von Trier, por ejemplo- y películas en las que una viviría para siempre. Y estas son las de Jonás Trueba.
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