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'Air': el anuncio de Nike más largo de la historia

Como el gato de Schrödinger, Ben Affleck vuelve a ponerse delante y detrás de la cámara al mismo tiempo en esta épica empresarial sobre el acuerdo entre Michael Jordan y Nike

Foto: Ben Affleck en 'Air', su quinta película como director. (Warner)
Ben Affleck en 'Air', su quinta película como director. (Warner)

Parece ser que vivimos en un tiempo sin épica o que aquello de la épica está tan desvirtuado que se puede vender una película de cómo un jugador de baloncesto y una marca de deportivas se hicieron multimillonarios casi al mismo nivel de dramatismo de la llegada del hombre a la luna. La epicidad, al fin y al cabo, se debe al relato y en el relato no importa lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Quitarse las pelotillas de los dedos de los pies, si el narrador sabe cómo, puede convertirse en una crónica trepidante, incluso en leyenda, si se reviste de la solemnidad y el trascendentalismo suficientes. La clave es exagerar las dosis de sufrimiento y de suspense y concluir con un final triunfalista. El quid se encuentra en el mito, el sueño. Y el sueño americano se reduce a tirarse a una piscina de monedas de oro, como Tío Gilito, y no quedarse tetrapléjico. Con esta fórmula, esa simple y apestosa pelotilla podal se convierte en una bomba nuclear.

Foto: Nike Training Club. (Nike)

Olvídense de los westerns o de la batalla de Iwo Jima o del descubrimiento del radio. Ahora la épica se encuentra en las marcas registradas. En el dinero, parné, moneys. En Air, por ejemplo, el duro y pedregoso viaje del héroe parte de tener 250.000 dólares y convertirlos en un billón. En Air, el clímax, la magia, el momento decisivo, el orgasmo fílmico se reduce a una llamada de teléfono, a la firma de unos papeles. Hoy, la epopeya se esconde en los despachos de marketing, en los grupos de testeo y en el product placement —aquello de, en una película, dedicar un par de planos a un cartón de leche Lauki y conseguir financiación de Lauki por ellos—. Es más, ahora tu película puede ser en sí misma un product placement de dos horas, si te lo propones. Just do it!

Ben Affleck es un director visionario, pionero, que ha rodado el anuncio de Nike más largo de la historia y que, muy probablemente, dentro de un año habrá rodado el anuncio de Nike con más Oscar de la historia. Air es la quinta película como director de Affleck, que también se reserva un pequeño papel como el fundador de Nike, Phil Knight —quien, por cierto, también es dueño de Laika, el estudio de animación stop motion responsable de La novia cadáver (2005) y Coraline (2009), entre otras—. Air es el producto de marketing más sofisticado jamás visto en una pantalla de cine. La trama de Air funciona a la perfección —el guion lo escribe el debutante y aparentemente jovencísimo Alex Convery—, las interpretaciones de Matt Damon, Jason Bateman, Marlon Wayans, Chris Tucker, Viola Davis y el propio Affleck son impecables, la cámara se mueve siguiendo al personaje de Damon por los pasillos de su oficina, a veces elegante y a veces punk —con esos trasfocos y zooms— y todo está en su sitio, perfectamente limpio y aseado. Pero...

placeholder Viola Davis es Deloris Jordan, la madre de Michael Jordan. (Warner)
Viola Davis es Deloris Jordan, la madre de Michael Jordan. (Warner)

Pero el contenido, desbrozado de la forma, el estilo, las estrellas de Hollywood, el presupuesto titánico y la historia del deporte —porque no, en Air no se habla apenas de baloncesto—, sino de lo guay que es tener unas zapatillas Nike, las mismas que llevó Michael Jordan. Hasta ahora había cierto pudor a reconocer que lo que quieren los directivos de los grandes estudios es hacer dinero, no emocionar ni hacer soñar al público ni despertar conciencias. Al menos no los grandes popes ni los ejecutivos. Y Air trasluce por fin esa dinámica empresarial en la que el único deseo de los personajes es forrarse. Que luego lo vendan como querer "hacer historia" es el señuelo. Pero el objetivo primordial de Michael Jordan (Damian Delano Young, al que nunca se le ve la cara), de Phil Knight (Affleck), de Sonny Vaccaro (Matt Damon) y de Deloris Jordan, la madre de Michael (Viola Davis), es exprimir hasta el último céntimo posible del acuerdo comercial que firmaron Michael Jordan y Nike en 1984. Habitualmente, las películas cuentan —más bien tirando hacia el final— con un monólogo en el que un personaje ensalza los valores que persigue frente a los cientos de obstáculos que tratan de impedírselo.

Foto: Foto: Reuters / Tessier File Photo.

Ese momento, en Air, lo protagoniza el discurso errático y cuestionable de Deloris, que negocia un porcentaje de por vida para su hijo por cada uno de los pares de zapatillas Air Jordan que venda Nike. Su justificación viene a parecerse a lo siguiente: "Los niños de los barrios que van a estar ahorrando meses para comprar sus zapatillas no harán porque quieren ser como mi hijo, por eso mi hijo se merece el porcentaje". En cualquier otro momento de la historia del cine, la justificación de ese pellizco apelaría a la construcción de un pozo de agua en África o a la financiación de un albergue para indigentes. Pero aquí no, aquí todos los personajes se mueven porque quieren un coche nuevo, quieren cobrar comisiones o quieren hacer ganar a su empresa muchos billetes verdes. Incluso otro de los momentos más —supuestamente— emotivos de la película, cuando uno de los personajes reconoce que solo ve a su hija los domingos por el régimen de visitas, este simplifica su relación a un mero intercambio de bienes por afecto. Quizás Air sea una sátira encubierta en un drama.

placeholder Matt Damon es Sonny Vacaro, el profesor de instituto que revolucionó el baloncesto. (Warner)
Matt Damon es Sonny Vacaro, el profesor de instituto que revolucionó el baloncesto. (Warner)

Air comienza con el inconveniente de que el público ya conoce el final de la historia. Pero no el principio. En 1984, Nike es una empresa de ropa y calzado deportivo que busca adelantar a Converse y Adidas, que superan por varias decenas la cuota de mercado de la empresa presidida por Phil Knight. Las zapatillas Nike se asocian con el atletismo y el footing, pero la compañía busca ampliar negocio a través de su departamento de baloncesto, que necesita cerrar un trato publicitario con algún jugador universitario antes de que pase a la NBA y se convierta en una estrella. Sonny Vaccaro (Damon) es un ojeador testarudo y aficionado a las apuestas que prevé que Jordan no solo será grande, sino que será el más grande de la historia de la NBA. Para convencer a Jordan de que firme con su marca, Vaccaro solo tendrá 250.000 dólares y mucha labia. Poco más.

Air no recuerda la génesis de la estrella. Ni tan siquiera el proceso de diseño de las zapatillas Air Jordan. Air se construye sobre la insistencia de un tipo que quiere convencer a otro de que acepte 250.000 dólares y unas zapatillas nuevas. Sin embargo, pareciera que la creación de las deportivas hubiera transformado las vidas de una generación de chavales, que fueron más felices, más altos y más exitosos gracias a ellas. Eso sí, hay que reconocerle a Affleck que haya conseguido que Air sea una película mínimamente entretenida y que el reparto —con un estupendo Matthew Maher como el diseñador de la zapatilla— demuestre la química de un grupo de colegas de toda la vida. También es curioso que en este larguísimo anuncio de Nike, el segundo product placement más evidente sea el de Coca-Cola. Air no es El fundador (2016), el filme que saca a la luz los trapos sucios del creador de McDonald's. La mirada de Air hacia Nike es laudatoria y acrítica y, probablemente, las ventas de las Air Jordan se disparen con el éxito del film. Air representa el beso con lengua definitivo entre cine y publicidad: el negocio redondo. Dentro de poco llega a las carteleras Barbie, otra marca registrada, y esperemos que al menos tenga un poco más de alma y un poco menos de plástico que esta.

Parece ser que vivimos en un tiempo sin épica o que aquello de la épica está tan desvirtuado que se puede vender una película de cómo un jugador de baloncesto y una marca de deportivas se hicieron multimillonarios casi al mismo nivel de dramatismo de la llegada del hombre a la luna. La epicidad, al fin y al cabo, se debe al relato y en el relato no importa lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Quitarse las pelotillas de los dedos de los pies, si el narrador sabe cómo, puede convertirse en una crónica trepidante, incluso en leyenda, si se reviste de la solemnidad y el trascendentalismo suficientes. La clave es exagerar las dosis de sufrimiento y de suspense y concluir con un final triunfalista. El quid se encuentra en el mito, el sueño. Y el sueño americano se reduce a tirarse a una piscina de monedas de oro, como Tío Gilito, y no quedarse tetrapléjico. Con esta fórmula, esa simple y apestosa pelotilla podal se convierte en una bomba nuclear.

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